Capítulo único.
Dioses, aquellas entidades todopoderosas capaces de hacer cosas inimaginables con sólo desearlo.
Nadie sabía cómo habían nacido, ni siquiera ellos mismos lo sabían. Quizás existieron desde el inicio, quizás sólo existieron cuando el planeta Theos nació, no lo sabían, no podían recordarlo y la verdad era que no les importaba saber.
Los dioses caminaban por aquella desierta tierra, sin rumbo ni motivos, existiendo sin un propósito, completamente por su cuenta.
Soledad.
Fue la soledad la que hizo que el primer dios, abrumado por la soledad, comenzara a crear vida.
El mundo estaba lleno de dioses, pero estos a su vez estaban muy solos, sin encontrarle sentido a su propia existencia. Cuando sus creaciones comenzaron a tomar forma y multiplicarse la sensación de vacío que los inundaba desapareció para todos, o, bueno, para la gran mayoría...
Aquella diosa, Illos, nunca se molestó en crear vida, tampoco en controlar algún elemento, la sensación de vacío era tan profunda que cosas así de banales no la llenaban, la alegría de los dioses al ver su creación tomar forma no era algo que pudiera satisfacerla.
Pronto, las creaciones empezaron a tomar consciencia de sí mismas mas no eran muy inteligentes; no distaban mucho del comportamiento de simples mascotas para los dioses, o ese era el caso para gran parte de ellos. A decir verdad, los dioses no eran muy diferentes a su creación, así como sus creaciones tenían necesidades que debían ser satisfechas para vivir de manera plena, los dioses también sufrían si estas no eran cubiertas.
Para Illos la "felicidad" de los demás dioses no le era satisfactoria, no la entendía. Envidiaba a los demás, alegrándose por cosas tan simples como el nacimiento exitoso de una de sus mascotas...
¿Si entendiera lo que los demás sentían esa sensación de vacío finalmente desaparecería...?
Con esto en mente Illos comenzó a vagar por el mundo, aprendiendo de todas las cosas vivas, buscándole sentido a su propia existencia. Vagó por mucho tiempo, tanto que era imposible de contar, conociendo todo lo que los demás dioses ignoraban de sus propias creaciones.
Aves, insectos, bestias, plantas, árboles y flores, todos ellos nacían y morían por cientos cada día.
No entendía...
¿Por qué los dioses, siendo inmortales, habían creado criaturas mortales para acompañarlos...?
¿Por qué los dioses permitían que su creación, la cual decían amar, muriera...?
No lo entendía, ¿Por qué se aferraban a criaturas tan efímeras...?
No importó cuanto Illos aprendiera por su cuenta o cuanto le enseñaran, ella nunca obtenía una respuesta satisfactoria a esta pregunta. Los demás dioses nunca le respondían de una manera concreta, sólo daban excusas vanas.
Para Illos, la diosa que se había convertido en la diosa conocimiento, este comportamiento tan irracional estaba fuera de su comprensión.
— Ellos mueren muy rápido...—murmuró con una flor marchita en su mano, mirando el cielo. Este, de alguna forma, parecía algo solitario.
No importaba cuanto supiera, esa sensación de vacío no desaparecía.
— ¡Espera!
Esa voz fue acompañada por un par de brazos que la envolvieron, interrumpiendo su experimento sobre ver qué tan rápido caería de un precipicio de 20 metros. En ese momento, Illos pudo sentir como si volara en el aire por un segundo y al siguiente el cómo su cuerpo chocaba contra algo firme que no era el suelo.
— Haa... Lo logré...—escuchó a su lado la voz agitada de un ¿Dios?, el cual había evitado su caída— ¿Estás bien? ¿Estás herida en alguna parte? —comenzó a llenarla de preguntas mientras la tomaba de manera suave pero firme de los hombros.
Este chico no era un dios.
Todos los dioses sabían de su existencia, así como que era imposible para ellos morir, mucho menos de una manera tan patética.
Miró al chico, notando una especie de herramienta con forma de hoz envuelta en la rama de un árbol cercano, con el extremo atado a una cuerda que la mantenía fija a la cintura de este no-dios.
— Eso fue- ¡Auch!
Illos tomó al chico del cuello y lo estampó en el árbol, en un gesto claramente amenazante.
— ¿Por qué eres tan fuerte...? —cuestionó el chico, con unos brillantes ojos rojos llenos de confusión, viendo que no podía soltarse del agarre de esta mujer.
Lo observó más de cerca— Tú... ¿Qué eres? —demandó saber.
Ese chico no era un dios, pero esa forma de hablar, esa herramienta, nada de eso concordaba con alguna de las criaturas que los dioses hubieran creado. Este chico, fuera lo que fuera, no era un dios, pero tampoco una de sus tantas creaciones ¿Qué era...?
— ¿Un ser vivo...? —sonrió el chico, sin entender su pregunta.
— ¿Un dios? ¿Una criatura? ¿Qué eres? —insistió, presionándolo más contra el árbol, logrando sacarle un quejido de dolor.
Su cabello y sus ojos eran rojos como el fuego y su piel era de un color similar al de la cuerda de yute en su cintura sumado a unas orejas puntiagudas. No era una apariencia de una criatura, quienes en sus ojos y cabello tenían en el mismo color de la tierra de la que fueron creados, menos de un dios, los cuales tenían la piel de color blanco brillante.
El chico estaba aterrado, sentía que esta mujer lo iba a matar si no respondía, pero, a su vez, iba a ser asesinado si lo descubrían...
— Soy un híbrido...—respondió con una voz ahogada, aferrándose a la esperanza de que, quizás, esta extraña mujer lo iba a dejar ir si cooperaba.
— ¿Un híbrido? —repitió.
Eso no tenía sentido.
Los dioses y su creación tenían prohibido mezclarse entre sí, era un límite que no podían traspasar. Estaba prohibido que se aparearan entre ellos y la condena por violar las leyes eran brutales tanto para dioses como mortales.
Para los mortales las condenas eran bastante variadas: decapitación, descuartizamiento, quemados o enterrados vivos, todo dependía de lo que decidieran los demás dioses. En el caso del dios que hubiera cometido la falta la pena era la misma: sellado.
Si de aquella unión nacieron niños híbridos estos siempre, sin importar que, terminaron siendo asesinados. La mayoría de las veces terminaron ahogados en algún río o muertos de la misma forma que su progenitor mortal.
Este chico debía tener unos trece o catorce años, era imposible que siguiera vivo a este punto. Sin embargo, esta respuesta explicaba su extraña apariencia...
— ¿Cómo es que sigues vivo?
Tragó duro— E-Esta tierra... ha sido abandonada por los dioses...
Tierra de nadie, aquí la tierra era seca e infértil, la vegetación era escasa e incluso conseguir agua era difícil. Las bestias aquí eran violentas y sanguinarias, no dudarían en saltarte al cuello con tal de tener algo de comer.
Los dioses no se habían molestado en volver menos hostil este lugar, en su lugar sólo les ordenaron a sus creaciones que no se acercaran aquí. Illos era la primera diosa en milenios en pisar estos páramos cuyos habitantes eran sólo este chico y su progenitor, si eras un híbrido este era el único lugar donde podías vivir sin ser perseguido por los dioses y sus creaciones.
Como diosa, su deber era reportar esta situación para que este chico y su progenitor mortal fueran asesinados y la diosa progenitora fuera castigada.
— Tú, ¿Por qué evitaste que cayera al vacío?
— ¿Ah?
— ¿Poder? ¿Un favor? ¿Cuál es tu plan? ¿Cuál es tu razón para detener mi caída? Tiene que haber una razón para que hubieras tratado de salvar a un dios.
Siempre le habían dicho que los híbridos eran seres llenos de malicia, sin pudor u honor, sólo querían poder y más poder, y por esto los dioses los eliminaban a todos antes de que fueran una amenaza. Aun así...
— ¿Un dios...? —repitió este chico, poniéndose pálido y comenzando a temblar de manera visible. Los dioses odiaban a los híbridos, su deber era purgar a cualquier híbrido que existiera, sin importar que tan poderoso o importante fuera el dios que lo engendró, sin importar qué— Lo siento... No sabía que eras un dios... Nunca he visto un dios...—se disculpó con la voz temblorosa y un tanto ahogada por culpa del agarre de Illos.
Era obvio que nunca había visto un dios, si lo hubiera visto antes él ya no existiría.
— No has respondido mi pregunta.
— Yo... nunca había visto una chica tan bonita...—esto fue dicho sin pensar pues cuando este chico se dio cuenta de lo que dijo entró en pánico— ¡Lo siento, diosa! ¡Lo siento! ¡Fue muy impertinente de mi parte decir eso! ¡Por favor, déjeme a mí y a mi padre vivir en este lugar! ¡Juro que jamás volveremos a molestar! —se disculpó al borde de las lágrimas, sabiendo que su simple existencia era una sentencia de muerte para su progenitor.
Si los dioses ni las criaturas habían notado su existencia hasta ahora, el padre de este chico pudo haberlo abandonado a su suerte en este páramo deshabitado y vivir el resto de su vida de manera tranquila. Aun así, había elegido criarlo en un ambiente tan hostil.
¿Por qué?
Esta pregunta quizás fue la razón por la que ignoró el designio divino e hizo lo que hizo...
Al ver que Illos lo soltaba, dejándolo caer al suelo, el chico cerró los ojos con fuerza y se cubrió el rostro con los antebrazos en un desesperado intento de protegerse a sí mismo ante un ataque, un ataque que nunca llegó.
— Dime dónde está tu padre.
—...—el cuerpo del niño se tensó.
Si accedía, su padre quizás sería asesinado, pero... Si ella en serio quisiera matarlos ya lo habría matado y hubiera purgado este páramo estéril en busca de su padre ¿No...?
Él no quería morir, tampoco quería que su padre fuera asesinado, pero... ¿Qué otra opción tenía?
— Está bien...
El camino fue silencioso, Illos pudo notar que el chico estaba lesionado por la forma en que cojeaba un poco y se sujetaba el hombro, aun así él se mantuvo en silencio para no molestarla con sus quejidos...
El lugar donde este chico vivía era... una cueva en la montaña, iluminada por miles de cristales en su interior.
‹Fascinante›
En toda su larga existencia jamás había visto algo similar a estos hermosos cristales que estaban presentes en el interior de esta cueva. Era como si tuvieran un brillo propio, como si estuvieran vivos...
— ¡Neve! ¡Aléjate de ella!
Illos pudo ver cuando un hombre con características similares a este chico le lanzó una especie de palo con una punta filosa, como un cuchillo. Fuera lo que fuera esa cosa pudo esquivarla con facilidad, pero este hombre no bajó la guardia ni en lo más mínimo.
‹Un elfo oscuro› reconoció la especie de este hombre. Eso explicaba las orejas de este chico.
— ¡Hemos vivido tranquilamente todos estos años! ¡¿Por qué ahora viene un dios aquí?! ¡¿Por qué no pueden dejarnos en paz?!
La forma en que las manos de este hombre temblaban mientras sostenía ese cuchillo dejaba en claro que estaba aterrado. Aun así se puso delante de su hijo, protegiéndolo.
— ¿Por qué no pueden dejarnos en paz...? —la voz del hombre se quebró, como si estuviera a punto de llorar.
— No voy a hacerles daño...
Sólo quería saber...
— ¡¿Cómo puedo confiar en ti?! ¡Eres un dios!
A diferencia de su hijo, el padre reconoció fácilmente que ella era un dios. Sabía que no tenía oportunidad contra ella si intentaba matarlos, pero aun así defendió a su hijo.
—...Sólo quiero saber.
Al verla avanzar el hombre se tensó, como amenazándola que iba a atacar si seguía acercándose.
— ¿Por qué alguien aceptaría tanto sufrimiento por otra persona? ¿Por qué, pudiendo vivir con el resto de tu especie, elegiste esconderte en esta tierra de nadie con este niño? —preguntó, mirando como ese niño se escondía detrás de su padre, asustado y sintiéndose culpable por haberla guiado hasta aquí.
Las creaciones de los dioses, a diferencia de estos últimos, eran seres simples, sin grandes aspiraciones, similares a mascotas. Aun así, el comportamiento de este hombre...
—...—apretó los labios— Lo amo...—fue la respuesta que obtuvo, mientras algunas lágrimas caían de sus ojos oscuros— Lo amo, amo a mi hijo, lo amo...
Para su sorpresa, este hombre no sólo soltó el cuchillo, también se arrodilló delante de ella y bajó la cabeza, rindiéndose.
— Por favor, si vas a matar a alguien mátame a mí y deja a este niño vivir —suplicó por la vida de su hijo entre sollozos— Él es inocente del pecado que yo y su madre cometimos, él no tiene la culpa... Por favor, ten piedad con él...
Él ni siquiera suplicó por su vida, no pidió piedad para él, sólo suplicó por su hijo.
Amor.
¿Por qué una diosa había violado las leyes más sagradas de los dioses y se entregó a un simple mortal? ¿Por qué un mortal había cambiado la estabilidad y prosperidad por la más absoluta miseria a cambio de que su hijo pudiera crecer? ¿Por qué un padre sacrificaba su propia vida a cambio de la supervivencia de su hijo?
La respuesta tan simple y a la vez tan compleja: amor.
No lo entendía, no lo entendía en lo absoluto, pero aun así...
— No le diré a nadie.
Eso fue todo lo que Illos dijo antes de marcharse.
El castigo por amar a una diosa era la muerte, una vida en el exilio era un castigo suave para los pecadores que violaban el designio divino, aun así, el amor que había demostrado aquel hombre por su hijo... No lo entendía...
— ¿Cómo te llamas?
Tampoco entendía porque en lugar de irse y no volver jamás, esa misma noche volvió al mismo punto donde había saltado horas antes. Ahí estaba el chico, quien se puso nervioso al verla ahí.
— Dijiste que no le dirías a nadie...
— Nunca dije que no volvería, híbrido.
Ahora resultaba más claro que ese chico estaba herido, a las heridas de esta mañana se habían sumado unas cuantas nuevas con forma de garras. Heridas características que las bestias del páramo causaban a sus víctimas desprevenidas.
La vida de padre e hijo no era simple y, aun así, pudiendo cruzar al bosque, elegían esa cueva para evitar a los dioses...
Bajó la mirada— Mi nombre es Neve... Pero mi padre me dice Eve...
—...
— Y tú, ¿Cómo te llamas? —sonrió, aún algo nervioso.
— Illos.
— ¿Ibos? —ladeó la cabeza, sin entender lo que escuchó.
A pesar de leerse simple, en realidad la pronunciación de su nombre era muy complicada para las creaciones. Los dioses tenían una morfología mucho más compleja en comparación a la de sus creaciones e, inclusive, que los híbridos, lo cual incluía a sus cuerdas vocales.
—...
Al ver que la diosa no respondía, Eve pareció pensativo un momento— ¿Puedo decirte Ibon?
‹Eso suena como tu nombre› la pronunciación era muy similar al nombre Eve. Aun así asintió, aceptando el apodo que este híbrido propuso.
Eve no entendía porque esta diosa estaba aquí otra vez ¿Acaso quería chantajearlos...? No había nada de valor en esta tierra abandonada por los dioses, así que no se le ocurría qué podía querer.
— Híbrido, estás herido.
— No es nada...
A pesar de sus palabras, le dolía caminar desde que evitó que ella se lanzará desde el precipicio y su hombro le estaba causando una sensación muy incómoda desde que ella lo estrelló contra el árbol.
Aunque Eve le dijo que sus heridas no eran importantes no le creyó— Estas heridas las obtuviste por mi culpa, híbrido. Déjame arreglarlo —solicitó, tomando su brazo.
—...—apretó los labios, aun asustado de la fuerza que demostró esta mujer hace unas horas. No quería volver a ser golpeado por ella— Está bien...—aceptó, más resignado que agradecido.
Ante estas palabras de las manos de Illos una luz azulada emergió, llenando el cuerpo del chico de una sensación similar a la de un cálido abrazo. Era una sensación... reconfortante.
Una a una sus heridas se cerraron y todo el dolor que llevaba horas aguantando desapareció.
‹ ¿Este es el poder de los dioses? › se cuestionó mirando las manos blancas de Ibon sobre las suyas.
Una sensación de inquietud invadió a Eve al notar que sus manos llenas de tierra y sangre habían ensuciado sus blancas manos pero, a pesar de que quiso apartarlas, ella no se lo permitió.
Aun cuando la luz desapareció estuvieron un momento en la misma posición, en completo silencio.
— ¿Por qué estás haciendo esto? —le preguntó Eve, mirándola directamente a los ojos. Los ojos de Ibon eran azules, al igual que su cabello.
—...
Ni siquiera ella sabía porque estaba haciendo esto, y esa era la razón por la que estaba aquí. Quería saber porque estaba haciendo todo esto, quería entenderlo.
Desde que escuchó la respuesta del padre de Neve sobre el porqué no lo había abandonado una inquietud se había manifestado en su corazón...
— Amor...
— ¿Ah?
Su agarre en las manos de Eve se volvió más firme— ¿Podrías enseñarme lo que es el amor?
— ¡¿A-Ah?!
El rostro de Eve se coloreó del mismo color de su cabello, hecho que llamó fuertemente la atención de Illos. Nunca había visto a alguien ponerse así.
— ¿Q-Qué dijiste? —preguntó, temblando ligeramente.
—...—Illos estaba un tanto confundida, estaba segura de que había dejado muy en claro lo que quería, pero aun así lo repitió, reformulando un poco su pregunta— Enséñame lo que es ser amada —pidió— A cambio, no diré nada sobre ustedes y les traeré comida del bosque.
— ¿Comida del bosque...?
El estómago de Eve rugió ante la idea de probar los frutos que crecían en el bosque. Su padre le había prohibido ir ya que ese lugar era vigilado por los dioses, ir ahí era un suicidio para él, pero a pesar de eso él siempre había querido probar lo que ahí crecía.
‹ ¿No es un muy buen trato...? › se cuestionó, no dejándose llevar por su hambre y pensando un poco más en su lugar. Aunque, si ella decía que no diría nada de ellos si él aceptaba, ¿No significaba eso que los delataría si no aceptaba...?
Un escalofrío recorrió su espalda al caer en cuenta de esto.
— E-Está bien —aceptó rápidamente, sintiéndose intimidado por esta idea. No quería morir aún.
Entonces, Illos comenzó a soltar las amarras de la larga toga blanca que llevaba puesta.
— ¡¿Qué haces?! —chilló Eve, cubriéndose los ojos, completamente avergonzado.
— Pero, aceptaste enseñarme sobre el amor...—dijo Illos, confundida.
Aun cubriéndose el rostro, Eve desvió la mirada— El amor más allá del sexo...—declaró, recordando todo lo que su padre le había contado— Además, probablemente no te gustará estar en los brazos de un completo extraño....
Eso y si ella quedaba embarazada la situación para ambos sería mala, muy mala.
—...—el amor resultó ser más complicado de lo que esperaba.
El amar y ser amada era algo completamente desconocido para ella, así que las acciones de Neve eran extrañas a sus ojos, pero, a pesar de no entender, Illos aceptó esta explicación y se acomodó la toga de nuevo.
— ¡Este es el mejor lugar para ver las estrellas...!
Tampoco entendía a Neve, quien ahora estaba emocionado mientras jalaba su mano, guiándola a la cima de una montaña cercana. Era el mismo cielo que había visto todos estos milenios ¿Qué tenía de especial...?
— ¡Las lunas se ven tan cerca, como si pudieras tocarlas! —exclamó Eve, mirando con una gran sonrisa al cielo donde las lunas gemelas reposaban. Él incluso había extendido sus brazos, intentando alcanzarlas.
— Están muy lejos —comentó Illos, mirando con cierta sorpresa que Neve actuara con tanta naturalidad a su alrededor, era como si hubiera olvidado por completo que ella podía matarlo en cualquier momento y que él no podría hacer nada para evitarlo si eso ocurría, y no sólo podía hacerlo, debería hacerlo pues ese era su deber como diosa.
La verdad es que Eve no había olvidado esto ni en lo más mínimo, estaba muy consciente de ello, pero, si cumplía su parte del trato Ibon no tendría razones para matarlo ¿No...?
Eve ladeó la cabeza, mirándola con curiosidad ante esta respuesta— ¿Qué tan lejos? —preguntó.
— Ningún dios ha podido llegar a ellas.
— ¡¿Tan lejos?!
Eve no sabía nada del mundo fuera del páramo, el páramo era todo su mundo y estaba lleno de curiosidad por saber que había afuera de este, curiosidad sólo Ibon pudo saciar.
Incluso sabiendo que él nunca podría conocer ese maravilloso mundo donde las plantas crecían libremente y el agua abundaba, aun a pesar de eso él quería saber sobre aquel hermoso mundo.
Esa fue la primera de miles de noches donde Neve le preguntaba a Illos sobre las aldeas, sobre las demás creaciones de los dioses, sobre los dioses, sobre cualquier cosa que se viniera a la mente.
Sin embargo, había algo que a Eve no lo hacía feliz y que, de hecho, le estaba molestando un poco...
— Mi nombre es Neve y puedes decirme Eve, tienes dos opciones para llamarme ¿Por qué insistes en llamarme "híbrido"? —se quejó el chico, bastante decepcionado por este hecho. En toda esta noche Ibon no lo había llamado por su nombre ni una sola vez.
— Porque eres un híbrido.
— Entonces ¿Debería referirme a ti como "diosa"? —cuestionó Eve, algo molesto.
— Puedes hacerlo.
—...—la expresión de Eve dejó muy en claro que esta respuesta no lo satisfacía.
Cuando amaneció ambos tomaron caminos separados, Illos fue al bosque a seguir aprendiendo de este mientras que, por su parte, Eve fue con su padre, y cuando oscureció ambos reanudaron su charla. Pronto el ir de noche a la montaña y hablar con Ibon se volvió parte de la rutina de Eve.
— No confío en esa diosa...—murmuró su padre, nada conforme porque su hijo se relacionará con una diosa. En realidad él no confiaba en ningún dios en general, no después de lo que pasó con Inna.
— Pero, papá, podemos confiar en ella, ella... aún no nos delata...—protestó Eve.
La mayor prueba de que Ibon había cumplido su palabra es que ambos todavía seguían vivos.
— Neve, no te dejes engañar por esa diosa o por ninguna diosa en general. Es por tu bien, hijo, debes cuidar a tu corazón —pidió el hombre, un tanto cabizbajo.
Todo lo que su hijo estaba viviendo él ya lo había vivido. Las visitas nocturnas, las charlas que duraban toda la noche, las palabras de amor, tan hermosas y tan vacías...
Los dioses nunca estarían con seres como ellos.
— ¿Por qué los dioses crearon los mortales?
Illos suspiró al escuchar esa pregunta de Eve. La respuesta ya la sabía, ella había estado ahí cuando aquello sucedió, aun así...
— Ellos lo hicieron porque se sentían solos...
—...—Eve miró con curiosidad esta respuesta de Ibon— ¿Sólo por eso? —sonrió un poco.
— ¿Por qué sonríes, híbrido? —entrecerró los ojos.
— Es sólo que... Tal parece que los dioses no son tan diferentes a sus creaciones después de todo —rió un poco.
Si ignorabas sus poderes y su apariencia, tanto dioses como mortales eran iguales. No había diferencia alguna entre ellos, realmente no la había, y viendo la expresión de molestia de Ibon podía confirmarlo.
— Hay una gran diferencia entre ambos: los dioses no pueden morir ni envejecer, a diferencia de ustedes...
Al decir estas palabras Illos no pudo evitar mirar de reojo a Eve. Para él el tiempo no se había detenido, nunca lo había hecho, ahora él lucía cada vez más y más como un adulto mientras que ella no había sufrido ningún cambio, y esa era la gran diferencia entre ellos.
Sin importar que Eve fuera un híbrido, sin importar que fuera mitad elfo oscuro, nada de eso cambiaba el hecho de que él envejecía. Él viviría más que el resto, sí, pero eso tenía un límite: él seguía siendo un mortal, él podía morir, en cualquier momento...
Al pensar en ello sintió una extraña punzada en su pecho.
Ella viviría eternamente y él no.
— Pero, eso lo hace más asombroso —ignorando los pensamientos de Ibon, Eve sonrió como de costumbre.
— ¿A qué te refieres? —preguntó, sin entender sus palabras.
— Saber que mañana podría ser nuestro último día hace que apreciemos más el ahora —habló con suavidad, mirando el cielo nocturno— Uno no aprecia las cosas que tiene aseguradas, uno no agradece vida hasta que esta está en riesgo, uno no extraña el aire a menos que este se te sea arrebatado. Tú vivirás millones de días iguales, sin temer morir, viendo a todo lo que hay a tu alrededor morir ¿No es eso no muy diferente a estar maldito...?
La vida de Eve tenía una duración similar a un suspiro para ella, un suspiro que podía apagar su llama de vida en cualquier momento, pero...
‹No me molestaría estar toda la eternidad contigo› fue el pensamiento que cruzó su mente.
Desde que conoció a Eve aquellos días repetitivos y monótonos habían cambiado, para ella cada día se sentía como algo nuevo, algo especial, cada vez que los compartía con él. Si tan sólo hubiera una forma de que esto durará toda la eternidad...
Incluso si la belleza de Eve era ser efímero ella deseaba que él fuera eterno, tal y como ella. La maldición de la inmortalidad sería una bendición si pudiera compartirla con él.
— ¿Por qué las personas aman si es algo tan doloroso? ¿Por qué las personas aceptan este dolor...? —le preguntó, sin entender esos sentimientos que habían en su pecho.
—...—Eve guardó silencio un momento, pensando en la respuesta.
Normalmente él era quien le hacía preguntas a Ibon, no al revés, esto... era algo nuevo...
— Es porque el dolor de estar lejos de dicha persona es más doloroso que la idea de ser heridos por esta —sonrió.
— Ya veo...
A pesar de que no lo entendía, incluso si no fuera a entender jamás, esas cosas no importaban. Con que él existiera, con que él siguiera iluminando sus días con su sonrisa, con que él siguiera volviendo especiales sus días grises, mientras todo eso se mantuviese todo estará bien...
— ¿Sabes? Si fueras un dios y no un híbrido, estoy segura de que tú serías el dios del conocimiento y no yo...
— No digas eso, tú eres la culta de los dos —sonrió.
Llevaban ya varios años con este trato, ella cada noche le traía algo del bosque para que él y su padre comieran durante el día, para que ellos no tuvieran que arriesgar su vida luchando con las bestias del páramo mientras no fuera necesario.
Eve con el pasar del tiempo se volvía cada vez más alto, más adulto, pero aún seguía conservando esa inocencia de niño y esa personalidad brillante que lo caracterizaba. Illos pensaba que estaría bien si esto continuaba por los siguientes siglos.
Le había prometido al padre de Eve que ella estaría ahí para Eve cuando él muriera en unos cuantos cientos de años, le había prometido que no lo dejaría solo, y sólo entonces él aceptó que ella estuviera cerca de su hijo.
Si, se suponía que todo seguiría así por muchos años más...
— Ibon...
Illos dejó caer con horror la comida que había traído el día de hoy al ver a Eve ahí, rodeado de un charco de su propia sangre y a ellos ahí.
— ¡Eve!
Al verla interponerse entre él y ellos los demás dioses bajaron sus armas, dejando su trabajo a medio terminar. El cuerpo de Eve se sentía frío, completamente distinto a su calidez habitual.
— Ibon, por fin... dijiste mi nombre...—le regaló una sonrisa mientras la sangre escurría de la comisura de sus labios.
Illos desesperadamente trató de curar sus heridas con sus poderes, sin importarle lo que sucedería si agotaba toda su energía ni mucho menos importarle terminar cubierta de sangre, pero por más que lo intentaba nada sucedía.
— ¿Por qué...? —soltó, temblando.
¿Por qué las heridas no se curaban?
— ¿Qué han hecho? —exigió saber con la voz temblorosa, sin despegar su mirada de Eve, aun intentando cerrar sus heridas. Eran tan graves que podía ver su corazón latiendo por la herida en su pecho y el cómo esté cada vez latía más lento...
— Los híbridos y sus padres deben morir —fue toda la respuesta que obtuvo de ellos.
Miró a Eve, quien cada vez perdía más sangre. Si él estaba aquí, su padre...
Tosió, salpicándola un poco con la sangre que salió de su boca— Papá... Él... Se sacrificó para que pudiera escapar...
— Los híbridos y sus padres deben morir.
¿Sólo por eso...?
— ¡¿Sólo por eso le han hecho esto?! —sollozó, sin entender porque ellos debían morir ¿Quién había sido quien había decidido eso? ¿Qué recompensa había en acabar la vida de los demás por algo que había estado fuera de su control desde el nacimiento? ¿Quién había sido quien había decidido aquello? ¿Quién había ordenado acabar con la vida de Eve? ¿Cómo los habían descubierto? ¡Ella no había dicho nada...!
Todo este tiempo se había asegurado de no dejar huellas que los demás dioses pudieran seguir, entonces ¿Cómo? ¿Cómo los habían logrado encontrar?
— Eve... No, no dejaré que mueras...
Si tan sólo pudiera cerrar sus heridas, si tan sólo...
— Es inútil, diosa Illos, estas son armas mágicas. No importa cuánto lo intente curar, sus esfuerzos serán inútiles —le informó uno de los dioses.
Estas palabras bastaron para que toda esperanza de salvar a Eve se rompiera en miles de pedazos delante de sus ojos. Las armas mágicas podían tener muchas especialidades pero las favoritas de los dioses eran las con desangrado y las que imposibilitaban la curación.
Ella ¿No podría salvar a Eve...?
— Ibon...—la llamó débilmente Eve, sin borrar su sonrisa.
¿Por qué seguía sonriendo a pesar de estar muriendo...?
Al verlo sonreír de manera tan cálida no pudo evitar romper a llorar de manera desconsolada, aferrándose a él como si la vida se le fuera en ello en un intento desesperado de que no se fuera de su lado.
— No quiero que mueras, por favor, no mueras —suplicó entre sollozos, rogándole a quien fuera que la estuviera escuchando que se apiadara de ambos y les permitiera seguir juntos un poco más.
Neve rió un poco al verla así. Por más contradictorio que sonara estaba tan feliz al ver que ella sí lo amaba...
— Ibon... Te amo...
Illos lloró más fuerte al escucharlo decir eso. Esas palabras sonaban como las últimas palabras de alguien que tenía los minutos contados.
— Yo también te amo Eve —respondió entre sollozos.
— Me hubiera... gustado... estar contigo... un poco más...
— No digas eso...—le rogó, viendo como empezaba a cerrar los ojos— Por favor, no...
Illos pudo sentir como finalmente toda la calidez del cuerpo de Eve desaparecía y el cómo su corazón dejaba de latir mientras los demás dioses observaban la escena, indiferentes en apariencia pero satisfechos de haber cumplido su tarea después de tantos años.
—...A mí también...
Los dioses que habían fungido como verdugos de aquel híbrido no pudieron escuchar la oración completa, así que prestaron más atención a lo que Illos decía en un intento de entender a lo que se refería.
— Mátenme a mí también.
Al pronunciar estas palabras, por primera vez Illos levantó su mirada de Eve, dejándoles ver su expresión a los demás dioses.
— ¡Mátenme a mí también! —les gritó mientras las lágrimas caían de sus ojos, hundida en la más absoluta desesperación en la que alguien podía sumergirse. La impotencia, la desolación y la absoluta tristeza estaba reflejada en el rostro de Illos.
¿Qué le quedaba ahora? Nada.
¿Qué más podía decir? Le habían arrebatado a la única persona que la amó, a la única persona a la que había amado en toda su larga existencia.
—...
Entonces, uno de los dioses abrió la boca— Eso es imposible.
Illos no había transgredido ninguno de los limites sagrados, e incluso en el caso de que los hubiera llegado a transgredir el asesinato de un dios estaba fuera de los límites. Ellos sólo habían venido a purgar al pecador y al fruto del pecado, no a la diosa cuyo único error había sido amar a dicho fruto, juzgarla por esto y dictar una sentencia estaba fuera de su jurisdicción.
— Lo siento...—susurró una de las diosas presentes, mirando con un sentimiento completamente distinto la escena: tristeza. Era la segunda vez que veía a su hijo, ella lo había visto nacer y ahora lo había visto morir.
La maldición de la inmortalidad.
No podía morir por más que quisiera, todo el resto de la eternidad tendría que cargar con la muerte de Eve en su pecho.
Ahora entendía la razón por la que los dioses crearon a los mortales, la soledad que causaba esa terrible maldición llamada inmortalidad era muy amarga...
Las lágrimas de la diosa siguieron cayendo, mojando el cuerpo de su amado. Cuando estas lágrimas finalmente cayeron a la tierra estéril de aquel lugar abandonado por los dioses estas se convirtieron en hermosas flores color azul, como ella.
Durante siete días y siete noches Illos lloró, lloró hasta que aquel triste lugar se llenó de aquellas hermosas flores azules.
Al llegar el séptimo día ya no quedaban más lágrimas que pudiera llorar, y, como si fuera una flor, la vida de Illos se marchitó. Su cuerpo sin vida cayó sobre el de Neve, unidos en un triste abrazo después de la muerte que sólo esa diosa vio.
Lacrimosa, como llamaron a las flores nacidas de las lágrimas de la diosa Illos, eran unas hermosas flores de un color azul con espinas en su tallo. Estas flores rápidamente se multiplicaron, llenando aquella tierra de nadie.
Estas flores pronto llamaron la atención de las criaturas del páramo y las del bosque cercano, quienes se alimentaron de ellas, desconociendo las consecuencias de estas acciones: todo aquel que las consumiera sería víctima de la tristeza que embargó a la diosa por la pérdida de su amado, llorando siete días y siete noches completas, tal y como ella.
Las bestias del páramo fueron incapaces de soportar la tristeza de la diosa, la mayoría caían muertos, víctimas de la deshidratación en los primeros días, los más resistentes lograban sobrevivir a la deshidratación pero sus corazones fallaban a la mitad del camino, sin permitirle a ninguno llegar a los siete días. Sin depredadores, las flores de lacrimosa comenzaron a expandirse por el continente con resultados idénticos a los previamente descritos.
Sin embargo, todo cambió cuando las adoradas creaciones de los dioses probaron las flores de lacrimosa.
Al igual que las bestias, todo aquel que la consumiera era consumido a su vez por la tristeza de la diosa Illos, pero los resultados esta vez fueron distintos.
La mayoría lograba sobrevivir a la deshidratación causada por las flores de lacrimosa y aproximadamente la mitad de los sobrevivientes de la deshidratación moría por culpa de que sus corazones simplemente no podían soportar la tristeza.
Al pasar la séptima noche todo aquel que hubiera consumido una flor de lacrimosa y hubiera sobrevivido al corazón roto sufría una fiebre que le haría delirar con los recuerdos de aquella fatídica noche en la que no sólo Eve murió; dicha fiebre se llevaba a la mitad de los incautos que hubieran consumido la flor de lacrimosa, dejando sólo a unos diezmados sobrevivientes quienes, en compensación por todo lo que habían sufrido, recibían un regalo inesperado de la diosa Illos.
Todo aquel que hubiera sobrevivido al consumo de lacrimosa despertaría al octavo día sin ningún tipo de secuela, como si sólo hubieran dormido demasiado, pero algo dentro de ellos cambiaba. Los sobrevivientes se volvían más inteligentes, tanto como un dios, y no sólo eso, también desarrollarían algo que los dioses nunca les hubieran dado a sus mascotas: magia.
Por estos curiosos efectos secundarios, Lacrimosa pronto se hizo conocida como "la flor del conocimiento".
Como si fuera la última venganza de la diosa Illos por la muerte Eve, todo aquel que sobreviviera a la prueba de la lacrimosa, sin importar cual fuese su especie, despertaría de la ignorancia en que los dioses los tenían sumidos acompañados de un gran poder. Al notar esto los dioses ordenaron la destrucción de la flor de lacrimosa, lo cual fue obedecido por sus creaciones... a medias.
El poder que otorgaba lacrimosa hizo cuestionarse muchas cosas a las personas, así que en lugar de ser destruida hasta que no quedaran más que cenizas, comenzó a ser una flor codiciada por su capacidad de otorgar un poder que hace no mucho no era más que un sueño. Con este poder, las personas se rebelaron contra los dioses, negándose a ser simples juguetes de estos, ellos quisieron ser más, mucho más que sólo eso.
Tal y como los dioses quisieron, la flor de lacrimosa se extinguió... tras ser consumida por miles de personas. La venganza de Illos alcanzó niveles que hicieron temblar incluso a los dioses, quienes vieron como todo lo que habían construido se tambaleaba desde lo más profundo de sus cimientos.
Si una sola flor de lacrimosa fuera encontrada su valor sería equivalente a un pequeño país, no sólo por sus poderes, no, también se rumoreaba que el alma de la diosa Illos estaba repartida en dichas flores y que cada vez que una de estas desaparecía dichos fragmentos se volverían a fusionar entre sí, haciendo que a medida que menos flores de lacrimosa hubieran, estas más poderosas serían, por lo que esta última flor sería equivalente a la misma encarnación de la diosa, poseyendo todo el poder y conocimiento de la misma.
Pero, todo esto era imposible ¿No? Todas las flores del conocimiento, todas las flores de lacrimosa habían sido consumidas ya, ¿Verdad...?
Nadie pensó que una última flor de lacrimosa hubiera sobrevivido a la codicia de los mortales ni mucho menos imaginó que aquellos amantes se volvían a encontrar una vez más...
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Neve(r) se pronuncia como "Nib" y Eve se pronuncia "Ib", la cual es una acotación de la palabra Ibara, referencia a una rosa silvestre.
Illos(t) se pronunciaría en este caso como "Ibvosn" y Ibon se pronuncia como "Evon", ibon significa pájaro.
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