Capítulo 6 | El eterno pasado de Valentina [Nuevo]
Las siguientes horas fueron cruciales para el destino de la tierra de Calendia. Valentina se desplazaba en el vehículo comunitario en dirección a la residencia de Christian Voldenwhite. No solo iba a recoger sus pertenencias: también a cumplir una deuda pendiente con aquel ser tan despreciable. Se sentía estúpida por haber confiado en un hombre con unos ideales tan exorbitados y grotescos; así como hipócrita. Había traicionado a sus principios y se había dejado manipular por ese hombre; renunciando a todo lo que le había rodeado en un principio. Incluso llegó a pensar que había engañado al hombre por el cual suspiraba todavía. Hylean no se merecía aquel acto tan deleznable por su parte. La señorita Finisgray llegó a pensar en el transcurso del viaje que todo ya no tendría marcha atrás. Que las cosas ya no podrían ser como antes, y que la gente la seguiría odiando por mucho que intentara arreglar las cosas. Aun así, tenía esperanzas en poder hablar con Aurora y su familia. Si algo tenían en común es que tanto ella como los Valiant habían convivido con un Muddo. Y si Hylean veía esto, seguramente sería capaz de perdonarla. En aquel vehículo se encontraban unas tres familias. Valentina se quedó absorta contemplando la situación de la que estaba más cerca de ella: la madre, que tendría más o menos su edad, tenía un aspecto demacrado. Las heridas cubrían sus manos y su rostro tenía diferentes imperfecciones —seguramente, de trabajos forzados—. En sus brazos sostenía a una pequeña criatura envuelta entre mantas y con un pañal manchado con un aspecto miserable. La madre rebañaba la papilla de un bote de cristal, sacando de entre las paredes vacías lo mínimo para que aquella criatura dejara de llorar. De alguna forma, Valentina recordó contemplando aquella cruel escena la trágica vida que había llevado. Observaba cada una de las facciones de la mujer, que tanto le recordaba a su madre. Y, de un momento a otro, cayó en la cuenta de que su vida había sido así: que ella había sido esa niña y esa mujer a la vez. Que un día murió de hambre, y al siguiente estaba trabajando para intentar ganarse el jornal.
«Todos pintaban Calendia del color de rosas, pero ninguno quiso observar lo que realmente se encontraba más allá de las ciudades y los edificios presidenciales. Más allá de las civilizaciones, donde ya desembocaban los ríos muertos, sin agua ni nada que llevar. Era allí donde vivía, y de alguna forma, donde intentaba ser una más».
Cayó en un sueño, dejando que sus ojos se empañaran por el efecto de la conmoción. Sí, le vendría bien descansar después de todo lo que había pasado. A fin de cuentas, nadie habría imaginado una semana atrás que estaría huyendo de su destino y fuera a vengarse de él de esa forma.
Mientras soñaba, las imágenes se proyectaron sobre su cabeza. Era como un álbum de fotos que iba pasando las hojas en todo momento. En primera instancia se podía contemplar una pequeña casita de campo entre los barrizales y las orquídeas. Una mujer de unos treinta años recogía los frutos que daban los árboles cercanos. Sentado, tomando un sándwich quedaba su marido, que se secaba la frente sudada con la manga de la camisa. La mujer sintió una punzada, y soltó de pronto la bolsa que sostenía. El hombre se levantó aprisa a socorrerla. La cargó sobre sus hombros, y la aposentó en el sofá. Acto seguido, dejó que la mujer reposara mientras que él marchaba en busca de un médico. Un poco tarde, quizá, pues cuando quiso llegar acompañado con el practicante ya había dado a luz a una preciosa niña con los ojos verdes como su padre, y una sonrisa fulgurante. El destino de aquella muchacha parecía estar marcado desde el momento en que nació: justo entonces llamó a la puerta el mismo diablo en persona. El médico analizó a la muchacha, y esperó hasta que estos abrieron la puerta para salir. Fuera esperaba el dueño de la propiedad donde se encontraban los Finisgray. Poco quería de allí más que el dinero que le debían desde hacía tanto tiempo. La madre, que ya se había dormido, apenas pudo hacer nada por evitar lo inevitable: el hombre cogió una de las pistolas y apuntó al señor Finisgray que, asustado, rogó porque no hiciera daño a la pequeña que acababan de concebir. Aquel galante no tuvo más compasión que la de dejar a la muchacha viva, pero con la condición de que fuera parte de sus tierras cuando fuera más crecida en años. El señor Finisgray, rabioso, aceptó las condiciones que se le planteaban. Fue en ese mismo momento cuando se escuchó un sonido ensordecedor en el ambiente, y un cuerpo de plomo cayendo sobre el suelo de madera de la habitación. El hombre río, y salió de la vivienda con toda su deuda resuelta.
Valentina se levantó sobresaltada. Aquella historia la había escuchado de su madre, en una de aquellas noches de lluvia en la que ninguna quería dormir. Su madre tenía miedo a las tormentas, y ella no lo comprendía. Por eso mismo aquel día, antes de que la señora Finisgray se retirara a la habitación, su hija la detuvo en seco. La preguntó los motivos que la llevaban a tener miedo a algo tan natural como una tormenta. Las palabras que iban saliendo de su boca se le ahogaban antes de ser pronunciadas. Tras terminar, solo pudo abrazarse a su pequeña, y rogarla que ella fuera más fuerte de lo que nunca lo había sido. Ese mismo año, en una de las navidades futuras, la vida de la señora Finisgray pendería de un hilo, y a la pequeña no le quedaría más remedio que velarla hasta su último suspiro. Miró de nuevo a la joven con su hija, y tuvo la terrible necesidad de establecer una conversación con ella. Sin embargo, apenas pudo intentar acercarse cuando la mujer, de ojos rasgados y violáceos, le negó su ofrecimiento.
—Aléjese de mí, por favor. Toda la esfera que les rodea a ustedes es negra; son ustedes parte del odio y la inquina. Si supieran cuanto he podido odiar a las criaturas que velan por nuestros derechos... —rio, mientras escupía flemas—. Si por lo menos dijeran la verdad de lo que quieren hacer y no la cubrieran con sus mentiras, entonces sí. Sí que querría hablar con usted.
Valentina se sentía dolida. Quería intentar comprender lo que le ocurría a esa mujer, necesitaba de verdad ayudarla. Pero su posición, su estatus social habían hecho que fuera clasificada entre la escoria de la población; mucho más arriba del resto de personas, por supuesto. El mundo de Calendia se regía de esa manera: a mayor poder, mayor odio generabas para tus allegados. Así que se acercó de nuevo hacía ella, se deshizo la coleta y se quitó el maquillaje que rodeaba sus mejillas. Volvió a mirar a la mujer y le rogó que no hablara.
—Si usted supiera cuánto sufrí cuando era niña, tal vez las cosas serían diferentes. Me odian, lo sé. Pero yo misma estoy huyendo de mi anterior vida porque no puedo aguantar a mi yo del pasado. Respirar su aire es ahogarme entre recuerdos marchitos y sombríos. Ustedes bien saben cuál es el paradero de los hombres que alcanzan el poder: el exilio de la sociedad. Pero escúcheme: vengo a ayudarla, porque tú misma me recuerdas a mi madre de joven. Y esa niña que llevas entre los brazos probablemente esté en sus últimas horas si es que no me deja tan siquiera intentar hacer algo por ella. Así que le ruego, si es usted una persona de buen corazón, que crea en mi mensaje. Ya nada queda de la señorita Finisgray: soy Valentina, pues así me llamó mi madre.
La mujer se miró las vestiduras, y volvió a mirar el rostro de su bebé, que ya apenas podía ni lloriquear. Resignada, aceptó a creer las palabras de Valentina, y tras bajar en la estación decidió seguirla hacia la residencia de Voldenwhite. Aquello era más que un palacio: los pasillos estaban coronados de luces, y había pisos por doquier. Las estancias estaban servidas por los mayordomos que habitaban en un emplazamiento cercano al edificio. Los alrededores eran majestuosos: los parterres adornaban el patio trasero, mientras que el delantero estaba adornado con los bustos de los diferentes miembros del gobierno. Aquel lugar era esplendoroso. La mujer se quedó maravillada ante tal cantidad de belleza. Valentina estaba acostumbrada ante aquel exagerado lujo, por lo que hizo oídos sordos de las exclamaciones de su conocida ante el edificio. Atravesaron el pequeño entrante a la casa y uno de los mayordomos fue quien las acompañó a la estancia principal: el salón-comedor.
—Puedes pedir que los mayordomos te sirvan aquello que desees. Voy a subir a mi habitación a recoger un par de cosas que necesitaré para terminar de una vez por todas con lo que está pasando aquí. Después podremos charlar tranquilamente.
—Muchas gracias, de nuevo, por ser tan servicial conmigo y con mi hija. Es un ángel.
—No tiene que dármelas. Solo necesito que me prometa que no dirá nada de que ha estado aquí en un futuro: no quiero que la relacionen con lo que haré en unas horas. Pretendo acabar con la vida de este edificio, y hacerte cómplice sería un pecado que no me perdonaría.
—¿Cómo dice? —la mujer estaba sorprendida. Arrulló al bebé que empezaba a desvelarse, mientras seguía contemplando la magnificencia que la rodeaba—. ¿Acaso está pensando en destruir un lugar tan maravilloso como este?
—Tiene demasiados recuerdos que deben ser eliminados. Además, es parte de Christian Voldenwhite, y mi venganza comienza haciéndole daño a su propia identidad. Empezamos con esto, y acabaremos con su Ejército. Las cosas tienen que salir a pedir de boca.
Las aspiraciones de Valentina la acompañaron un rato. Subió al tercer piso donde se ubicaba su habitación y se dejó caer en la cama con sábanas de telas doradas. Se colocó un traje más o menos sobrio, y unas manoletinas negras a juego con su parte superior. Tras terminar de acicalarse, se observó en el espejo y comprobó que su belleza había vuelto a relucir desde hacía tanto tiempo: solo llevar el cabello suelto le había conferido, de nuevo, esos recuerdos añejos de su pasado.
Bajó las escaleras con total naturalidad, mientras veía a la lejanía cómo la mujer amamantaba a su niña. En la mesita de café había una tarta de queso y dos tazas de chocolate caliente, una de ellas provista para la señora, y otra taza para Valentina. Esta se hizo un hueco en el sofá, y acarició la mejilla de la «princesa» que tenía a su lado.
—Y bien, ¿cómo puedo dirigirme a ti, querida? Aún no me has dicho tu nombre.
—Me llamo Signela Canterbell. Pero todo el mundo me conoce por Sisi. Y esta pequeña de aquí es Anabel. Hoy mismo íbamos a visitar a su padre, que trabaja cerca del Instituto de Brujería Northwell. Es ayudante en los jardines, ¿sabe? Yo trabajo en el campo, y llevo prácticamente así desde que tengo diez años. La vida para las personas como yo se ha vuelto cada vez más dura. Si supiera la cantidad de personas que vivimos en el Páramo...
—¿Podría definirme qué es el Páramo? Cuando yo vivía en el campo, cohabitábamos todos en una zona cercana al río, pero no recuerdo que hubiera un emplazamiento llamado así cuando yo nací.
—Es casi actual. Un grupo de nosotros decidió crearlo para así tener un cierto apoyo emocional. El Páramo se encuentra bastante cerca del Instituto, casi al borde con el mar que nos rodea. Por ese motivo, muchas veces tenemos que ir al río más cercano... que está a kilómetros de distancia, a por agua para subsistir. Anteriormente vivíamos en una zona de la Subsección Norte, pero el Gobierno de Christian Voldenwhite hizo todo lo posible para que retiráramos nuestras viviendas del lugar y construyera así un nuevo bloque de edificios. Cómico, ¿no cree? Perdimos nuestro hogar entonces, y todo cuanto habíamos tenido.
—Permítame hacerla una última pregunta, Sisi. ¿Cuántas personas actualmente se encuentran en el Páramo?
—Alrededor de tres mil personas, todas en casetas de madera pegadas unas a las otras. Las condiciones de vida son lamentables, como puede ver. Entre muchas de ellas se encuentran viviendas de Muddo que han huido de sus lugares de origen debido a las políticas agresivas de Voldenwhite. La última revolución, por ejemplo, obligó a muchas de las familias que vivían con nosotros a marcharse a zonas más lejanas. Perdimos la vista a cuarenta de ellas. Pero todos los días vienen algunos nuevos. Son como una familia... aunque lo peor es verlos morir. Puedo decir que, en todos estos años, jamás imaginé que una tierra tan próspera como Calendia pudiera contaminarse tan cruelmente debido a un gobierno para y por el pueblo. Voldenwhite ha conseguido lo que quería: aumentar el poder de los más ricos, y eliminar a las razas más pobres de la tierra, para así tener a un ejército que pueda controlar. Su objetivo es mucho más ambicioso de lo que nadie podría pensar jamás.
—Según tengo entendido, Christian solo controla la parte Norte de nuestra tierra... ¿está insinuando que lo que intenta es controlar las otras secciones?
—¿Le parece arriesgado pensar que es esa la realidad? Aunque yo... no me molesto. Sé que no es un mundo que me incumba. Yo con poder proteger a mi niña de lo que sucede en este lugar, soy feliz. Hay cosas sobre las que a los mundanos no nos está permitido opinar. Y en mi caso, algo como una sublevación de poderes solo me parece una estrategia más para dejarnos morir de hambre al resto. Yo...
—Luche junto a mí, Sisi —Valentina lanzó su última carta a la mujer, que se sorprendió ante aquel llamamiento—. Hagamos un pacto de unión entre nosotras. Usted quiere que sus condiciones de vida mejoren, y yo quiero que el poder de Voldenwhite se acabe. Solas no podremos hacer nada, pero conozco de muchas personas que estarían dispuestas a unirse en nuestra causa. El pueblo Muddo ha oído las misivas de Christian y ahora mismo estará echando chispas. Los Valiant mismos sabrán cómo deben actuar ante algo como esto. El Instituto, la Región Beta de la Subsección Norte de Calendia Lux quiere luchar.
—Pero todos sabemos que el poder del gobierno es mucho más fuerte de lo que podamos ser nosotros. Tus ideales son... ambiciosos, Valentina. Ni con la fuerza de tres mil hombres podríamos intentar vencer a un poder tan fuerte como es el Gobierno. Ni aunque quisiéramos. Piensa en las víctimas: habrá muchas personas que mueran en esa justa, los hijos de ellos quedarán huérfanos. La tierra se pudrirá y se volverá más negra aún de lo que ya lo está. Entiendo que hay que luchar, pero... no deja de ser un riesgo para la tierra hacerlo.
—Si hago esto, Sisi, no es solo por mí. Es por todos los Muddo, y en especial por mi Hylean. Le prometí tantas cosas que no he cumplido que no puedo quedarme de brazos cruzados viendo cómo nuestro mundo se destruye. Cómo empiezan a exterminar a todas esas criaturas indefensas y sin poderes mágicos que no saben cómo actuar en un mundo como este tan corrupto. Más que una guerra es una reivindicación: las voces de los muertos que un día nos acompañaron, hoy quieren ser voces valientes que puedan corear su victoria.
Sisi miró a su pequeña por tercera vez. Se apartó el pelo de los ojos y asintió. Se levantó del sofá y dirigió una mirada de preocupación y determinación a Valentina.
—Por lo menos... intentémoslo. Si no sale bien, habremos perdido personas y tiempo. Si sale bien... tal vez consigamos yo y el resto de personas que vivimos en el Páramo salir de aquel lugar. Es un intento desesperado por la libertad... pero merece la pena. Aunque tengo miedo de no poder volver a ver a mi pequeña Anabel nunca más. Ella es todo para mí, así como lo es mi marido.
—Piensa que, si ahora consigues vencer, su futuro estará cargado de felicidad y de una nueva aura. Si nos rendimos... tal vez ese bebé que tengas entre los brazos sea un prisionero más de su aguerrida lucha. Y ahora... necesito que me acompañes. Voy a prender fuego a la casa, y requiero tu ayuda.
Sisi y Valentina se retiraron de la habitación en dirección a la cocina. Allí, Valentina abrió uno de los cajones llenos de placas de madera y tocones. Los cubrió con unas mantas y telas y encendió una cerilla. La lanzó, con mucha suavidad entre ellos, y dejó que fueran prendiéndose.
—Ahora necesito que los vayas esparciendo por el resto de estancias. Vamos a expandir el fuego de una forma natural, para que parezca que fue un accidente.
Y así lo hicieron. A la media hora, el humo estaba cubriendo la casa. Los tocones ya se habían prendido, por lo que no quedaba rastro de sus huellas en aquel lugar. Desde la lejanía, en la distancia, veían a los mayordomos salir del edificio a toda prisa, que ya parecía una montaña de ceniza entre el vacío.
—Y ahora debemos partir en dirección a la casa de los Valiant. Allí será donde comience nuestra verdadera aventura. Sisi, ¿qué tal se encuentra la niña?
—B-bien, gracias. Ya se encuentra mucho mejor, y no llora. Todo te lo debo a ti, Valentina. Da gracias a Toth porque al final me hiciste confiar en ti... —se fundieron en un abrazo, mientras que la columna de humo y ceniza seguía avanzando hacia el firmamento—.
—Señor Voldenwhite, hemos recibido un mensaje desde una de las oficinas cercanas a su vivienda. Los mayordomos aseguran que se ocasionó un fuego este mismo día. Según su testimonio, fue ocasionado, no espontáneo. Se pudieron encontrar restos de madera entre las habitaciones, y las huellas daban a parar al exterior. ¿Debemos realizar alguna maniobra de intervención, señor?
—Por el momento manda un mensaje a todos ellos. Diles que se refugien en los lugares más cercanos y que mañana vengan a verme aquí, a mi despacho; temprano, a ser posible. Si todo sale bien, el Ejército Alado desplegará sus alas muy pronto... se lo aseguro. Ah, y a los ejecutores del atentado... asegurarles que no volverán a sonreír de la misma forma, se lo puedo asegurar.
—Excelente, señor Voldenwhite. Pondré de manifiesto estos conocimientos a los mayordomos a la mayor brevedad. Siento la interrupción.
El hombre de chaqueta negra y pantalones ajustados salió de la habitación. El presidente Christian Voldenwhite miró a través de su ventana, desde la cual todavía se podía contemplar la polvareda y el humo provenientes de su vivienda.
«Conque así me pagas tanto tiempo de manutención... querida Valentina Finisgray. Muy pronto dejarás de tener tanta valentía a la hora de actuar de esa manera tan rastrera para con los que te rodean... aprenderás muy bien la lección, oh sí. Te lo aseguro, como que mi nombre no es Christian Voldenwhite...»
Sacó su dispositivo auricular y estableció conexión con Tierra Oscura otra vez.
«General Mater, la misión debe comenzar mañana mismo. Es vital para el destino de Calendia que las cosas ocurran así».
«Excelente, Comandante Lunnear. ¿A qué se debe esta rapidez, esta ansia por el proyecto así de la nada? Supongo que algo debió incentivarle...»
«Valentina ha recordado sus raíces pasadas, y nos ha abandonado. De alguna manera, ella no era partícipe de todo lo que está aconteciendo aquí. Como bien sabrá...»
«No es necesario que me repitas la información, Lunnear. Sé perfectamente a quién conoció Valentina y a quién no. El susodicho ya está entrando en fase Beta. Aunque temo que no vamos a conseguir nada de él».
«¿Está diciendo que hemos cogido a un sujeto equivocado? ¡Su señal apuntaba directamente a él! Bah, de todas formas nos servirá. Ahora que tiene tanto poder... habrá que usarlo bien».
«Es lo único para lo que nos sirve, parece. Christian Voldenwhite y su nombre nos conferirán la llave de acceso a Calendia Lux para empezar a propagarnos. Todo debe salir como hemos estipulado».
«Entonces me retiro, General Mater. Mañana mismo le plantearé los resultados de la operación. Si todo ha salido correctamente, podremos establecer la puerta de acceso por mi propio edificio, y a partir de aquí empezar a colonizar al resto de las poblaciones».
«Muy bien. Hasta mañana, entonces».
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro