Ojos Azules
—Mamá Silvia —le llamé, aprovechando que Jani ya dormía, no quería que ella nos escuchase discutir —. Quisiera hablar con usted el asunto de la inscripción de Jani en el concurso —manifesté con el corazón en la mano.
—Yo pensé que tú no querrías tocar ese tema de nuevo —dijo en tono condescendiente.
—Sí y no. Usted sabe mi opinión sobre ese tema.
—Sí hijo, pero tú también conoces de mi ilusión de ver a Jani en el certamen —respondió contrariada.
—¿Pero por qué? ¿Acaso no recuerda cuando usted misma fue inscrita en la elección? ¿No sintió miedo? ¿No temía morir?
—No se trata de tener miedo o no.
—¿Entonces de que se trata?
No le podía entender.
—Se trata, hijo, de la tradición. Debes cumplirla y si es tu destino morir, entonces lo aceptas. Si Jani gana, honraría a nuestra familia y a ella misma. Si no es su destino ganar, regresará al seno de la familia, sana y salva. Con la conciencia limpia de haber cumplido con la tradición. Eso, hijo mío, es lo que realmente importa —explicó.
Yo no pude responder. No lo entendía, "Si es su destino ganar", ¡pero si vencer equivalía perder la vida! Era preferible la derrota. Mis siguientes argumentos tampoco dieron resultado.
—O sea que usted quiere que su hija muera —repliqué dolido en lo más íntimo de mi ser.
Tratando de transvasar ese dolor a mi madre.
—No es eso. Ya te lo dije, se trata de la tradición. Yo participé en el concurso y no fue mi destino morir. Es más, ni siquiera pasé de la primera ronda y aquello me entristeció mucho. No tenía las condiciones ni era tan bonita como Jani. Yo sé que ella hará un buen papel y llegará muy lejos dentro del concurso. ¡Claro que no quiero que muera! Sólo deseo que llegue por lo menos a semifinales. Eso me enorgullecería mucho.
Era fácil de deducir: mi madre quería cumplir un anhelo insatisfecho por medio de su hija. ¡Arriesgando la vida de su propia hija!
—Le hago una pregunta: ¿Y si gana? ¿Y si queda elegida entre miles para ser inmolada? —pregunté, creyendo tener la razón de mi parte.
Pero mamá Silvia escondía un as bajo la manga; cruel, por cierto.
—¿Cómo le sucedió a Sandra? —dijo, escupiendo su veneno.
Un veneno que me hacía mucho daño, ella lo sabía.
En ese punto llegué a ver el grado superlativo que había alcanzado la obsesión por su frustrada candidatura. Me atacó de la forma más despiadada, sin la menor compasión. Hice acopio de todas mis fuerzas para no doblegarme y poder seguir con la discusión.
—¡Sí, como Sandra! —respondí.
—Entonces cumplirá su hado. Si es su predestinación, ella ganará. Eso tenlo por seguro —declaró, sin perder el control.
Había perdido, todo estaba dicho y las cartas, sobre la mesa, hablaban por si solas. Mi última esperanza, débil, por cierto, era que Jani le convenciera, no sabía de qué forma, de que le retirase del concurso. No podía tranquilizarme sólo con eso, era demasiado poco.
Al día siguiente, después de sufrir mil pesadillas, intenté seguir la rutina, correspondiente a la época de cosecha. Fui al campo a trabajar las obligatorias horas de servicio comunitario agrícola. Salí temprano antes de que mamá Silvia y Jani despertaran, antes de que la arena cubriese los últimos escaños del reloj. Aproveché esos instantes a solas, ya que llegué muy temprano, para ordenar mis ideas. Pensé en muchas cosas, algunas absurdas, como pedir disculpas a los Ancianos por haber rechazado su oferta y solicitar el puesto de juez honorario. Acaricié la idea de internarme en la selva, la cual creo conocer mejor que nadie, con mi hermana hasta que terminaran la elección. Medité en las posibilidades de Jani para ganar el concurso, talvez las estaba sobrevaluando. Debía existir una manera de detener el ritual (por Jani y por las demás chicas) por supuesto también reflexioné en los contras de estos argumentos.
A los Ancianos no les habría causado gracia mi desplante. Así que no podía disculparme con ellos, no por soberbia mía sino por su dignidad herida. Seguro ni siquiera me atenderían, no llegarían a consentir una cita conmigo. En cuanto escaparme con Jani lejos, me daba miedo. No estaba seguro que consecuencias acarrearían de esa acción. Y por quién más temía era mamá Silvia. Sus conceptos sobre el honor le harían caer en un sopor doloroso. Se sentiría traicionada y avergonzada. Eso podría significar una rotura en nuestras relaciones interpersonales. Temía por su salud, ya otras veces había caído enferma, víctima de depresiones tan incontrolables como inverosímiles. Desde que murió papá Kai, se tornó débil y con tendencias a la postración. Mi madre nunca fue una persona enfermiza. Además de esto ya Jani había sido inscrita y una vez hecha la inscripción cualquier intento por sustraerle de ese compromiso sería un delito. Siendo castigados los dos; o sea Jani y yo. Eso, en definitiva, no era practicable. Y sobre sus posibilidades de ganar el concurso, que para mí eran muchas, me hice el firme propósito de disminuirles en mi mente y no atormentarme tanto con eso. Quizás no pasase de la primera ronda y, si no ocurría de esa manera, quedaban 6 rondas para ser eliminada. Tenue intento para tranquilizarme, pero era lo mejor que tenía a la mano.
Poco a poco la gente fue llegando al campo y, siguiendo los planes de trabajo designados y diseñados con anterioridad, nos dispusimos a la faena agrícola. Por supuesto que el tema del día y de la semana era la elección de las candidatas. Cada quién y cada cuál expuso sus ideas. Se enzarzaron en mil y una discusiones inútiles e incoherentes. Yo les observaba decepcionado. Eran sólo una turba encaprichada con la tradición y sus horribles preceptos. Claro, era lógico, habían sido criados para que la tradición viviese con ellos. No tenían más nada porque más nada le enseñaron. Y conformes con su preparación, cumplían con cada uno de sus lineamientos y con cada uno de sus ideas, recomendaciones e ideales. Tan incómodo me encontraba que no caí en cuenta del paso del tiempo transcurrido hasta que vi venir a Jani ¡Era lapso de comer! Y tras de ella llegaban otras mujeres, portando viandas y vasijas con comida para sus esposos, hermanos y conocidos.
Yo pensé que descansarían por un momento de su cháchara siniestra. Me equivoqué una vez más. Fue peor, intensificaron su charla y se dieron a la tarea de escoger o señalar a sus candidatas favoritas al certamen. Y vi a muchos, la mayoría, hablar de Jani como su predilecta. "¡Ve lo graciosa que se ve con esa ardillita!" "¡Hace un año no tenía oportunidad, pero ahora ya es Reina sin ser candidata!" "¡Yo votaré por Jani de Kai!" Estas fueron algunas de las frases comentadas en ese instante. Expresiones que alimentaron mi preocupación con generosidad. Sólo uno de ellos dijo algo que me pareció coherente y que llegó a conmoverme: "Sí, ella va a ganar, de eso no hay duda, sin embargo, es una lástima que muera en pleno florecer de su vida". Creo que nadie le dio la importancia que tenía esa aseveración. Por lo menos no con el sentido que yo deseaba. En fin, nos preparamos para el inminente refrigerio.
—¡Hola Ieshua! —exclamó mi hermana, destilando felicidad.
En su hombro izquierdo estaba la ardilla que encontramos en el bosque
—¡Hola Jani! —respondí, tratando de disimular mí preocupación lo mejor posible —ya vi que nuestra amiguita sigue con nosotros —dije, señalando al animalito.
—Pues sí, ayer en la noche se fue y pensé que no volvería y, sin embargo, ya ves —dijo acariciándole —, volvió conmigo. ¿No tienes hambre? —me preguntó, mostrando con orgullo el desayuno que había preparado para mí.
¡Se veía exquisito!
—¡Por supuesto! —exclamé, abriendo la vianda y deleitándome con su olor.
Se me había quitado el hambre con tanta preocupación, pero no pude resistirme ante la fragancia de los manjares allí contenidos. Se destapó mi apetito y di cuenta del sustento con mucho gusto. Y, como de costumbre, esto lo heredó de mamá Selva, fue directo al punto sin desviarse en nada
—¿Estas preocupado por mí? ¿verdad? —preguntó, una vez terminada la colación.
—Pues sí, para qué ocultártelo.
—Tranquilízate que nada pasará —dijo mientras le daba una frutilla a la ardilla.
—No estoy tan seguro de eso. Eres muy bonita y ya eres la favorita de muchos.
—¿Y qué con eso? —opinó con displicencia.
Al parecer le quería restar importancia al asunto.
—Que puedes morir si eres elegida, tan simple como eso.
—Lo sé y asumo mi destino —dijo, mirándome a los ojos.
—¿No le tienes miedo a la muerte?
—Sí, claro que le tengo miedo. Pero... —titubeó —es el deseo de mamá Silvia y debo cumplirlo —completó, alzándose sobre su primera vacilación.
Ni siquiera me dio tiempo para contestarle. Directa y decidida, siguió con su alocución:
—Yo escuché su discusión de anoche y tomé la resolución de cumplir los anhelos de mamá. Sé los riesgos de ganar, pero no tengo miedo de correrlos porque confío en mi padre Kai.
No comprendía qué tenía que ver la confianza en papá, con la inmolación o su candidateo. Jani me lo aclararía.
—Tú sabes, que papá predecía el futuro observando las estrellas. Él me dijo que yo no ganaría el concurso y que cuando me inscribieran en alguno éste sería el último —manifestó con una mezcla de nostalgia, misticismo y seguridad.
Le miré de hito en hito. Imagino que tenía la boca abierta y los ojos desorbitados. Un pequeño rayo de luz iluminó mis esperanzas. Pero allí no terminó la confesión.
—También me aseguró que tú conseguirías la forma de detener el proceso de inmolación. Papá Kai fue quien me dijo, que tú te convertirías en una especie de Señor, que dominaría la naturaleza y los animales —declaró, señalándome primero y luego a los volcanes.
Luego de un instante de estupor y confusión, demandé respuestas. Todo resultaba un tanto inverosímil.
—Me lo dijo antes de morir y por supuesto que le creo —respondió ella.
—¿Por qué crees tan ciegamente en él? —inquirí desconfiado.
Todavía no masticaba tales vaticinios, mucho menos me los tragaba.
—Sé que no te va a gustar lo que te voy a decir, pero tengo que hacerlo —manifestó inquieta.
—Cualquier cosa comparada con lo otro —dije, refiriéndome a la predicción de mi supuesto futuro Señorial —, es poco.
—Papá, me anunció la muerte de Sandra —confesó.
—¿Y por qué no me lo dijiste antes?
—No era el momento adecuado.
—Todo esto se cuenta y no se cree.
En ese momento llegó la hora de volver al trabajo. Determiné hablar con más profundidad de aquello en cuanto se presentase la oportunidad y si era esta misma noche mejor.
Ella se fue a casa y yo volví a la rutina agrícola. Pero ya no escuché a los demás y su frívola conversación sobre el concurso. No porque hubiesen hecho silencio sino porque en mi cerebro se celebraba otro certamen, un concurso de preguntas dirimían para elegir una respuesta; y no precisamente para sacrificarla.
Supongo que estaba escrito y que los Señores manipularon la situación. Pues las cosas nunca salen como uno las planea. Eran ya horas de la tarde y yo me dirigía a mi morada, tenía la firme intención de ahondar en el asunto de las predicciones de mi padre. Necesitaba algunas pistas para lograr hacer realidad esas profecías. Pero camino a casa observé una concentración inusual de personas en el sendero que conduce a la playa. No sé qué me impulsó a ir hasta allá, imagino que fue curiosidad y por la extrañeza del caso. En un día laboral como aquel, la gente no frecuenta estos linderos y mucho menos se aglomeran de esa forma. Algo había ocurrido; y era significativo.
Al principio no pude ver nada. Había mucha gente y no llegué a avanzar más que unos pocos metros. Pero cuando arribó uno de los Ancianos, de nombre Patricio, todos silenciaron sus bocas, mientras él se abría paso entre la muchedumbre. Yo aproveché para, disimuladamente, internarme detrás de ellos, ya que tras él se encontraba el Director de Auyani. El Anciano ni siquiera reparó en mi presencia y de esa manera pude penetrar hasta el foco del acontecimiento. Nadie me reprochó caminar tras ellos, tal y como lo supuse la mayoría creía que yo era una especie de "favorito" de los Ancianos y debieron asociar mi actuación como uno de mis privilegios.
Gracias al Cosmos que no sabían de mi rechazo a la propuesta del Consejo Mayor, sino talvez hubieran llamado la atención de Patricio y no pudiera haber llegado hasta Loreta.
Aunque el servicio de chismes en Auyani era muy bueno (quizá el órgano más desarrollado en los auyinenses era la lengua) estaba seguro que el Director no había dicho palabra alguna de eso. No le convenía abrir la boca sin el consentimiento de los Ancianos. Y mis tíos les tocaba la segunda ronda de servicios comunitarios, sitio en cuestión que servía como "centro de información" de la ciudad; uno de tantos. Así que todavía las personas creían que yo estaría como juez en el concurso. Seguro era de esa forma, todo el mundo sabía que me iban a proponer ese cargo menos un servidor, los interesados siempre se enteran de último.
El hecho fue que hubo un naufragio en la costa y ante nosotros estaba su única sobreviviente, cubierta con una pequeña manta Al parecer se encontraba desmayada. Uno de los rescatadores explicaba a Patricio que no se encontraron más cuerpos ni supervivientes, además mencionó una particularidad de la siniestrada; la cual no pude escuchar bien. El Anciano le preguntó: "¿Es una mujer albina?" El hombre movió su cabeza de manera negativa e invitó a Patricio descubrir a la mujer. Él así lo hizo, y pudimos ver el rostro de la sobreviviente. Efectivamente parecía una mujer albina, talvez menos blanca y con el cabello amarillento. Era joven, al parecer no pasaba de los 18 años. Sus labios, entreabiertos y quemados por el Sol, dejaban ver una dentadura perfecta, su nariz era afilada y sus cejas de línea suave y arqueadas. Su cabello se extendía hasta llegar a su cintura, liso y compacto como una corriente de agua. La piel se hallaba un poco maltratada y enrojecida en algunas zonas de su espalda y cuello. No tenía ninguna concordancia con las gentes de la isla ni de los otros islotes. Esto además de misterioso era interesante. En Gaiana somos morenos o pardos y ella era blanca.
El director, al reparar en mi presencia, me solicitó ayuda para llevar a la muchacha con él médico más cercano. Yo tomé a la chica entre mis brazos y le indiqué que me siguiera pues la casa y dispensario de mi amigo, el Doctor Álvaro, no quedaba lejos y yo conocía un atajo para llegar más rápido.
Teniendo su cara tan cerca de la mía no pude evitar examinar su semblante. A primera vista deduje que no era albina; su piel era clara, pero no poseía las características propias de un albino. Sí fuera así estaría su piel muy quemada y con lesiones en su dermis. Y ella sólo estaba un poco irritada por el Sol y el contacto directo con el viento seco. Además, el pelo amarillo no era propio de una albina ni mucho menos de una muchacha normal.
—Aquí es —dije al llegar a la casa de Álvaro.
—Entremos pues —respondió el Anciano mientras se dirigía a tocar la puerta.
El Doctor Álvaro atendió a la muchacha con premura. Le examinó con cuidado, bajo la mirada atenta del Director y Patricio. Yo, por supuesto, me quedé en un tercer plano; intrigado, emocionado y preocupado a un mismo tiempo. Sentía que era necesario que la chica no muriera, ella representaba algo interesante, además la vida para mi es sagrada y no me gustan los decesos. Especialmente de gente tan joven.
—Está bien. Sólo está un poco deshidratada y su piel un tanto irritada Nada serio; con descanso, alimentos y buena atención se recuperará pronto —dictaminó mi amigo.
— ¡Me alegra escuchar eso! —exclamé jubiloso.
La vida se alzaba sobre la muerte, eso sí era normal y de buen signo. El Director y el Anciano sonrieron. Pero Álvaro aún tenía cosas que decir.
—Esta chica tiene una contextura muy fuerte. ¿De dónde proviene? —preguntó.
No había que ser muy perspicaz para caer en cuenta en lo singular de sus rasgos.
—Le rescataron esta mañana de la playa, hubo un naufragio y ella es su única sobreviviente —contestó el Director —. No sabemos de dónde es, porque la embarcación se quemó casi por completo y no obtuvimos pruebas de su procedencia.
—Puede ser de las otras islas esparcidas en el mundo —opinó el Anciano —, de esas que habla la leyenda.
—Tiene unas características muy interesantes. Aparentemente es normal, como nosotros; con la diferencia de su piel blanca y su pelo amarillento —expuso el Doctor Álvaro.
—¿Alguna otra cosa? —inquirió el Director.
—Su cara. Observen la nariz extremadamente perfilada —dijo mientras apuntaba con el dedo índice los puntos de interés —, también miren sus cejas, son casi inapreciables y alargadas. Su mentón es también pronunciado, escurrido.
—Eso puede guardar alguna relación con la leyenda de las razas —dijo el Anciano, insistiendo en los viejos mitos.
—Talvez —declaró el Doctor —pero, por ahora. quisiera hacer un análisis más exhaustivo ¿me lo permiten? —completó, mientras nos señalaba la puerta para que le dejásemos solo con ella.
El examen fue realmente profundo, llegando incluso (por petición de Patricio) a comprobar su virginidad, sus medidas y un montón de datos más que me parecieron triviales. Craso error: No existen las casualidades. Luego que Álvaro terminó su análisis penetramos de nuevo en el cubículo donde se encontraba la chica. Allí ocurrió un hecho que confundió más nuestra razón (Álvaro no tuvo tiempo de hablar de esa particularidad). La chica despertó de su letargo y abrió sus ojos: ¡eran azules! ¡Sé que no es creíble, pero eran azules! ¡Tan azules como el cielo!
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