Los Ancianos se tomaron su tiempo para atenderme. después de una larga espera y extensos rodeos, no tan necesarios, vinieron a nuestro encuentro. Venían 4 de ellos, los más importantes y viejos; Patricio, de Auyani; Andrés, de Autama; José, de Paoboni y Joao, de Tolimo. Eran ellos a su vez los más arraigados en los conceptos de la inmolación.
—¡Don Ieshua Kairoz! Es un placer tenerlo aquí, con nosotros —anunció el Anciano de Autama; Andrés, quien fungía como Director del Consejo este año.
—El placer es de ustedes mas no mío, creo que ya saben las razones que me han traído el día de hoy hasta acá —respondí con agresividad.
No pude ocultar mi disgusto por lo que me parecía un cruel sarcasmo de su parte: ¡decirme que sienten placer de verme en esta posición!
A menos que gozasen con mi sufrimiento. Talvez masturbaban sus sádicos egos con mi humillada situación. No era más que el comienzo de una mañana de hipocresía. ¿Cómo les podía alegrar mi visita sabiendo que yo pondría en sobre aviso a Loretta acerca de su infame destino? Un destino avalado y aprobado por ellos, casi que decidido por ellos.
—Percibo un aire violento en su voz, le recomiendo no exaltarse por las emociones —comentó Joao en un tono conciliador poco convincente.
Álvaro me pidió calma.
—Es muy agradable de verdad tenerlos aquí con nosotros, tanto el señor Ieshua como usted, Doctor Álvaro —manifestó Patricio.
Álvaro respondió con un "gracias" que a mí me sonó a traición. Se suponía que él estaba conmigo, para apoyarme no para seguir su juego.
—Don Ieshua es una persona muy querida en la comunidad auyinense, es un estudioso de los volcanes de Gaiana, ha demostrado tener sobrados méritos para acceder dentro del sistema de gobierno en la isla. Y yo mantengo la esperanza que, con el favor del Cosmos, llegue a ser miembro del Consejo. Es algo que no veré, pero me conforta saber que una personalidad tan inteligente y espiritual como él dirigirá las riendas de nuestro pueblo. Tiene algunas ideas un tanto fuera de lugar, pero es algo que desechará con el tiempo cuando la experiencia supere al ímpetu característico de la gente joven —dijo Patricio muy ufano.
Era extraño, la persona que era mi enemigo, por lo menos así lo veía yo, si no están contigo contra ti están, hablaba con orgullo de mí, se podía decir que sentía una profunda y sincera admiración de su parte.
—Sé que no estás de acuerdo —aquí sí se dirigió a mí directamente, antes hablaba para la audiencia —con el ritual de sacrificio, y que mucha de esa aversión te fue inculcada por tu padre, siendo la inmolación de Sandra, tu novia, la gota que derramó el vaso. No obstante, confío en que tus capacidades analíticas iluminen tu pensamiento y te guíen hacia la verdadera sabiduría —completó, alzando sus brazos con un exagerado misticismo.
¡Vaya concepto de sabiduría! Según él, lanzar a una pobre e indefensa chica a las fauces de un volcán activo es el mejor ejemplo del raciocinio puro. Si esa es la verdadera sabiduría prefiero involucionar un millón de años y ser un ignorante, un hombre primitivo. ¿Qué pretendía conseguir con tanto elogio que, aunque parecía muy honesto, de seguro no sentía? Yo no cambio mis ideas ni mis sentimientos por una vacía glorificación, yo no renuncio a mi integridad por unos cuantos aplausos. Y como el tiempo y la paciencia no jugaban a mi favor procuré ir directo al grano.
—¿Por qué lo hicieron? ¿Por qué inscribieron a una extranjera en el concurso? Ustedes saben la importancia que tiene el intercambio cultural con ella. Muchas de las cosas ocultadas por nuestros antepasados podrían ser esclarecidas, la leyenda de las razas, las otras lenguas, las otras gentes que se encuentran esparcidas en el mundo, los misterios de la historia anterior al Gran cambio —les reclamé.
—Ella ya es ciudadana auyinense y el candidateo es un deber, siendo absolutamente legal —contestó Andrés mientras se acariciaba la barba.
—Tú mismo leíste el documento antes de que ella lo firmara —recordó Patricio.
Recordarme que yo puse en sus garras a Loretta me exaltó aún más.
—No me importa si es legal o no, yo hablo es de lógica y de justicia. Ella es la única sobreviniente de una expedición que se hizo desde tierras lejanas. Expedición en cuestión que habrá costado a su comunidad una cantidad inmensa de esfuerzo y valentía. Y todo para que nosotros tomáramos la solitaria pista que nos llegó de los mares, lanzándola a un volcán en actividad como premio a su arriesgada y valerosa empresa: buscar al resto de la humanidad y tratar de unirla en paz —expuse con energía.
—Ya ella cumplió su misión, nos trajo la certeza de la existencia de las otras razas, las otras islas y como consecuencia natural: la existencia de otras sociedades similares a la nuestra.
—Ahora podremos proyectar expediciones o viajes para conocer a fondo de esas otras gentes. Loretta Laureen tiene una nueva misión, el Cosmos le ha guiado hasta aquí y ha sido elegida para cumplir un destino ya previsto —dijo Patricio, justificándose.
Estos tipos no tenían remedio; eran seres que, habiendo cumplido una serie de lineamientos y una vez llegados estos a su fin, no podían evolucionar más. Sus cerebros, almas y corazones se cerraron con el paso del tiempo al absorber sin filtro los conceptos prefabricados de la sociedad en que crecieron, trayendo el efecto del estancamiento y la tradición. Consecuencia posterior al idealismo fanático del pensamiento; pensamiento que era esclavizado por los yugos rituales y dogmáticos de la comunidad Gaianense. Convirtiéndose entonces en una reflexión colectiva fija e inamovible, conceptos que por nada en el mundo podían ser traspuestos, aunque no existiera una verdadera razón para evitar o no aceptar el trascender de los mismos.
No es válido ningún argumento, sea bueno o no, no es escuchado el planteamiento de la otra parte, sencilla y autoritariamente no había otro concepto legal sino el que nos impusieron hace años y que ya no es acorde con la realidad ni la conciencia necesaria de la actualidad. Es como escuchar rumores de un mejor futuro y taparse los oídos porque su presente está basado en el pasado. Era incomprensible e irascible.
—¿Un destino previsto por quién? ¿Acaso no fue por ustedes? —ataqué —. Según tengo entendido ustedes se autorizaron para inscribir a Loretta en el concurso y si hubo alguien que decidió y diseñó su nueva misión fueron ustedes no el Cosmos.
—¿Acaso está poniendo entredicho nuestra autoridad? — preguntó Joao, de la ciudad de Tolimo.
—¡Claro qué sí!
De ahí en adelante entablamos una batalla dialéctica que a duras penas fue detenida por Álvaro y Patricio. Al fin entre reclamos y reproches exigí ver a Loretta, los guardias se hicieron presente y sólo la señal de uno de los Ancianos que habían hecho presencia en el salón, al oír la discusión en cuestión, evitó que fuera puesto bajo custodia por alteración del orden: ¡era Delio!
Delio calmó los ánimos de ambas partes e indicó, ante la atónita mirada de Patricio, Andrés y Joao, que trajeran a mi dulce amada. Patricio quiso intervenir, pero él no se dejó influenciar y con una tranquilidad envidiable le persuadió de que era la mejor decisión; recordándole la promesa hecha por ellos a mí, era justo que cumplieran. "La palabra empeñada de un Anciano lleva más responsabilidad y peso que la de 10 gaianenses" dijo muy tajante.
Los demás Ancianos no intervinieron, Patricio y Delio eran los tutores oficiales de la chica y por ende los únicos autorizados para tomar decisiones que le concernieran a ella. Ni siquiera Joao, quién, jadeante y visiblemente afectado por la discusión, me miraba desde un rincón de la sala intentó hacer algo. Él debía quedar al margen de los hechos, su intervención anterior fue algo así como: "moralmente ilícita".
Los más prudentes optaron por llevárselo a otra habitación, cruzaron la puerta y al entrar ellos salió Loretta, mi añorada y dulce Loretta. Su presencia curó mi molestia. No sé si era producto del tiempo que tenía sin verla tan de cerca, pero le vi más hermosa y fresca que nunca, su sonrisa estalló en la sala y sus ojos se posaban en un peluche que sostenía en sus brazos. Su pelo estaba recogido, sus cejas arqueadas con dulzura, lucía un estilizado vestido de color azul. Yo quise correr hacia ella, no obstante, mis piernas no me obedecieron, tanto que esperé tenerla cerca para sentirle y en ese momento no pude reaccionar. Toda la escena no duró más que unos pocos instantes, siendo para mí segundos que parecían no tener fin.
Por instinto ella guio su mirada hacia mí y después de un pequeño parpadeo avanzó veloz, hasta encontrar su cuerpo con el mío, me abrazó fuertemente sin ningún tipo de retraimiento, llenándome la cara y sobretodo mi boca con largos y continuos besos.
Y yo, sin embargo, apenas si reaccioné, le abracé tímidamente y respondí a medias sus caricias. Fue necesario que ella me obligase a ver su rostro, totalmente cubierto de sus alegres lágrimas, para despertarme del sueño que significaba ella misma, su presencia y su cercanía.
Olvidamos que existían los demás, sólo éramos ella y yo, el mundo no contaba. Repetíamos nuestros nombres una y otra vez, haciendo eco cada uno en los profundos valles de nuestras necesidades, siendo yo su máxima exigencia y ella lo que yo precisaba. Nunca un silencio entre dos personas comunicó tantas cosas como en el nuestro. Su pecho y el mío respiraban bajo un único compás y así mismo latían nuestros corazones, fundidos en un solo sentimiento y un grito de esperanza. Éramos un par de bobos, unos bobos tiernos e ilusos.
Le dije cuanto le había extrañado y como sufrí su ausencia, ella como pudo también expresó su nostalgia por mí, sé que pensó, en un momento dado, en la posibilidad de no verme más; ella de alguna manera intuía que nos separaba algo de grandes dimensiones o consecuencias. Sabía que talvez era la última ocasión para estar juntos, un océano de confusiones, ideas mal concebidas, el no querer evolucionar y un montón de razones más se interponían en el camino. El mar que antes nos mantuvo separados amenazaba con aparecer otra vez y ahora lo haría de forma definitiva.
Lo que hube de decirle después sólo sirvió para confirmar sus sospechas, le dije que sería arrojada a un volcán como parte de un ritual de sacrificio, que desde que ocurrió el Gran Cambio venía sucediéndose en nuestro país.
Sus azulados vitrales no concedían crédito a lo dicho y como es natural se abrieron al máximo, perdiéndome yo en la inmensidad de su desconcierto, en los zafiros de la leyenda; en las aguas de una tormenta llena de espumosas olas altamente violentas, quizás olas de ortodoxia o quizá olas de terror inducido; legado directo de nuestro antiguo pasado.
Me hizo señas para que repitiera el fatídico anuncio pues creyó no haberlo entendido bien. Para mi lamento hube de negarlo, no había escuchado mal: era la más absoluta realidad (mejor sería decir absurda, egoísta, incoherente, cobarde, fácil, cómoda, primitiva, condicionada, errónea y un largo etc.), ella era el próximo tributo del volcán.
Había viajado miles de kilómetros, cruzando un gigantesco e inhóspito océano, en búsqueda de las "Islas del Tiempo", y en vez de encontrar los descendientes de los hombres que se encontraban en el espacio, como legítimos custodios de su legado, ha hallado un conglomerado de gentes primitivas que, para acallar sus temores, internos luego externos, tienen que cometer un acto, tan cruel como fútil, de sacrificio virginal. De nada sirve arrojar a una chica en las montañas de fuego más que para silenciar las voces internas de una conciencia culpable y temerosa; culpa heredada de nuestros antepasados.
Los Ancianos y Álvaro observaron la escena, recelosos unos y en expectativa el otro, nadie se atrevió a interrumpirnos. A pesar de todo, lo sublime de la escena infundió el suficiente respeto como para que las garras ancianas se mantuvieran alejadas de nosotros, la energía que emanábamos les intimidaba, ellos no comprendían que ocurría entre Loretta y yo, de hecho, nunca lo entendieron porque existía entre ambos algo mucho más grande que una simple atracción física, más grande que el amor; algo que ni Loretta ni yo dominábamos.
Ella recostó su cara contra mi pecho mientras repetía la palabra "Herrgott" y a mí no hice otra cosa que acariciarle la cabeza, masajeando su largo y amarillento pelo. Aunque estábamos unidos, abrazados, yo la sentía tan lejos de mí, tan lejos de aquel salón donde nos encontrábamos. Era como si estrechara una estatua de su persona, mientras ella trataba de huir en veloz y extraviada carrera. Muy a pesar de su suave piel, del olor a mujer, su calor, sus lágrimas, aquellas manos encerrando mi cuerpo; muy a pesar de los incesantes y descompasados latidos de su corazón; muy a pesar de todo eso me parecía estar mimando a un insensible monumento de madera o piedra, tallado de forma apresurada, descuidada a propósito, como para que yo pudiera percibirlo.
De repente y en forma violenta se deshizo de mis brazos, me apartó de su cuerpo y emprendió una veloz carrera lejos de mí. Yo intenté detenerla, lo conseguí de manera parcial, pero ella se zafó de mis manos y de mi vida. Antes de perderse entre los pasillos, y de la misma manera impulsiva e incomprensible como se fue, corrió hacia mí, me besó apasionadamente y se alejó de nuevo. Dejándome como recuerdo, aquella imagen destruida por el llanto y la frase que antes nos unía y que ahora aparecía envuelta en nuestra separación: "amo tu sonrisa".
No sé qué me pasó, pero no pude reaccionar, me hallaba obligado a permanecer parado en ese sitio; lo más trágico es que el impedimento venía de mí mismo.
Patricio fue el único dirigente que se quedó, todos los demás se fueron con Loretta. Álvaro estaba más o menos igual que yo, estático e irreflexivo, con la mirada fija en la puerta por donde había desaparecido ella.
—Yo sé que no me crees —dijo el Anciano, acercándose a mí —pero de verdad me apena que esto haya ocurrido así. No sabía que la chica significaba tanto para ti, imagino que con la pérdida de Sandra era suficiente y ahora ella será inmolada también. Si te sirve de consuelo le inscribimos a nombre de tu familia y junto con ella serán inscritos en el Libro de los Mártires. ¡Debes sentirte orgulloso de haber sido novio de dos de las últimas elegidas! —comentó en un tono que, para colmo de mi paciencia y estímulo para mi rabia e impotencia, me pareció sincero.
Fue la gota que derramó el vaso, o era muy cínico o era más ciego y fanático de lo que yo pensaba; aquella afirmación del honor que debería ser para mí haber sido novio de dos de las últimas inmoladas, o sea haber sido despojado del ser querido una y otra vez, matándome dos veces, dejándome cada vez con menos razones para vivir, fue esa aseveración lo que terminó de ofuscar mis pensamientos. Y el volcán de frustraciones internas, que hacían presión en mi cono deyectivo con desesperación dolorosa, estalló en una descontrolada y violenta erupción.
Me abalancé sobre Patricio con la firme intención de acabar con su hipocresía, con lo que a mí me parecía un cruel sarcasmo de su parte. Sin embargo, no bien había terminado de asir al Anciano por el cuello cuando Álvaro intervino, alejándome del pobre viejo con un vigoroso empujón.
El doctor, venía hacia mi persona, para ofrecerme su incondicional mano amiga, cuando el ataque se produjo. Yo estaba tan ofuscado que, creyéndolo un traidor, al impedir la agresión, le desafié a pelear, lo amenacé de muerte y le maldije con mil reproches por su insincera amistad. Luego le ataqué en una frenética embestida, es lo último que recuerdo pues Álvaro me noqueó de un solo golpe.
Desperté ya en el campamento con un tremendo dolor de cabeza y un no menos gigantesco chichón en la frente. De manera inmediata, después del dolor, claro, recordé lo ocurrido en el Consejo, avergonzándome de mi actuación y entristeciéndome por los pobres resultados de la entrevista. Las cosas habían cambiado más para mal que para bien, el sufrimiento de Loretta apenas comenzaba, su primera reacción fue estar sola y mantenerse alejada de mí, quizás con la esperanza de que de esta forma me causaría menos daño. Se me fueron los tiempos y agredí a un Anciano, molestando a otro. Eso podría acarrearme muchos problemas, extrañándome el hecho de no estar bajo custodia, con ese precedente debería estarlo ya. Lo único que logré fue empeorar las cosas, Álvaro me lo confirmaría cuando entró a la tienda; todo iba de mal en peor.
—¡Gracias al Cosmos despertaste! —exclamo alterado —Tienes que irte lo más rápido posible del campamento —ordenó sin rodeos.
—Sí, lo sé. Patricio no se va quedar quieto después de mi ataque —respondí.
—No. No es sólo eso. Joao, el Anciano de Tolimo, está muerto. Se murió de un infarto a raíz de la discusión que sostuvo contigo. Eso complica todo, tú sabes que te achacarán esa muerte a ti —explicó.
Joao muerto. Era mal augurio, muy malo. Lo menos que dirían era que yo le provoqué hasta la muerte, irritándolo, a sabiendas de su débil corazón. Debía huir del campamento y de Autama, ahora sí que había metido la pata.
—Sé que huir sólo servirá para confirmar tu responsabilidad, sin embargo, no creo que tú quieras pasar estos días encerrado, tratando de aclarar lo sucedido. De todas maneras, agredir un Anciano es un delito y lo más seguro es que te condenen a algunos meses bajo custodia, el juicio no será parcial y tú llevarás todas las de perder. Si huyes a la selva dudo que te encuentren porque existen pocas personas que la conozcan como tú —comentó mi amigo un tanto preocupado.
En vez de encontrar soluciones había hallado problemas, las cosas no resultaban como yo quería. Si el mundo dependiera de mí para salvarse de otro cataclismo lo que yo le podía ofrecer era condena. Conmigo no existía esperanza, no podría haberla, mis pasos son inseguros, ciegos e impulsivos.
Álvaro me ayudó a recoger las cosas mientras relataba lo que ocurrió de manera inmediata a mi obligado aturdimiento. Forzado por mi incongruente comportamiento hubo de intervenir para evitar una desgracia; luego, antes de que los guardias volvieran, ya que se encontraban dentro de la sede al pendiente del estado de Joao, comprobó, gracias a sus condiciones de médico, que Patricio no había muerto en mi ataque.
El Anciano se desmayó como consecuencia lógica del mismo, pero gracias al Cosmos y según mi amigo no pasó de ser un simple desvanecimiento. Un poco temeroso me cargó hasta el campamento, ya se imaginarán ustedes la intensidad del golpe que me fue propinado por mi amigo que me mantuvo inconsciente todo ese tiempo.
Eso me hizo reflexionar mucho. ¿Hasta qué punto podría descontrolarme en el futuro y de cara a la inmolación de Loretta? Intenté agredir, no sólo a un Anciano, sino que también a Álvaro, alguien que más que un amigo parecía mi padre, siempre velando por mí y sacándome de apuros. Aunque la cabeza me dolía mucho le agradecí haberme inactivado, no le dejé otra opción que esa: por las malas. Sabrá el Cosmos que escándalos y locuras hubiese cometido si Álvaro no para todo bruscamente.
Después me sacó de la escena del crimen para evitarme líos legales a estas alturas de la celebración. De la muerte de Joao se enteró un poco antes de despertarme, pues al parecer los Ancianos lo anunciaron apenas hubo sido efectiva la misma y la noticia llegó por medio del eficiente correo matronal de chismes que, como en Auyani, también existía en Autama.
Deesta manera abandoné el campamento de visitantes, alejándome de la ciudad, delas ceremonias, de mi amigo y por sobretodo de Lore.
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