El Rescate
Una vez más la agonía y el desespero acompañaban mis pasos, me seguían de cerca, acechándome en silencio, sin tocarme ni hacer completa presencia; sólo se hallaban escondidos tras los árboles y arbustos del camino. Hacían sonar sus tambores, ambientando mi confusa alma con una atmósfera de ritmos angustiosos y llenos de ironía melódica. Una tristeza infinita ocupaba mis razones, era un dolor blanco, una tortura a base de escalofriantes murmullos repetitivos y mentales.
No escaparon ni mis lágrimas ni mis lamentos, mucho menos mis gritos retumbaron en la selva, todo aquello quedó dentro de mí y cada vez se enclaustraba más y más; hacia el fondo de un abismo que parecía carecer de eso: de fondo.
Sentía un leve pero adormecedor picoteo en mi brazo izquierdo, los nervios exteriorizaban la intensa actividad aflictiva que se daba bajo mi piel; aquella piel que vivía gracias a procesos de estímulo-respuesta, totalmente involuntarios. Un instinto de supervivencia le dictaba al cuerpo no dejar de respirar, no dejar de latir, no dejarse morir, aunque el alma desease lo contrario; y talvez por esa razón le ordenaba al cuerpo luchar con todo el arsenal, todas las reservas disponibles. Lo malo era el déficit habido en esas reservas, el fuego consumía con rapidez a la cordura y los anhelos de vivir.
Tanta falta de voluntad residía en mí que se irritaron mis ojos progresiva y sucesivamente, ya que a ratos ni siquiera parpadeaba, dando como resultado pequeñas gotas del alma. Nunca supe si eran lágrimas producto del dolor o solo una respuesta vegetativa del organismo.
Yo, el jinete y su montura, la montura y su jinete; una caricatura sarcástica de un héroe y su compañero de aventuras. Yo no iba conduciendo mi corcel, él estaba al mando de mi camino, mi vida dependía de sus pasos, de su voluntad, de su capacidad para encontrar un lugar adecuado, donde hacer el acampado de mis atribulados huesos. La naturaleza animal en pleno acto de rescate; un rescate que, para mi desgracia, era sólo de orden físico y nada más. De mis otras condenas no me podía salvar mi leal amigo de cuatro patas, por muy sabia que fuere la naturaleza.
Dos cosas me hicieron volver en mí, dos acontecimientos contradictorios que, muy a pesar de su oposición, se presentaban en aquel instante; cuando la retirada había llegado a su fin. Por una parte, la sed abrasante me recordó que no había ingerido liquido alguno en sabía el Cosmos cuánto tiempo y por otra: una brisa fría y húmeda que anunciaba el ocaso, el Sol se iba a su merecido descanso en la noche. Lo hacía en medio de aquel viento templado y fuerte, ráfaga en cuestión que penetró más allá de mi carne; sometido a las mismas desgracias, siempre era el mismo problema, el dolor era de origen unidireccional, no hay temas nuevos, sólo le cambian el nombre y la cara y era el mismo génesis tormentoso.
El público imaginaba que el actor principal de la obra debía sentirse sumamente desgraciado al saberse intérprete obligado de una tragicomedia tan mal estructurada, de un papel estelar que no lo es en realidad, sino que es un papel abismal, un personaje tan estúpido como iluso. Deberían prohibir su exhibición por las posibles consecuencias que pueda acarrearle al público la visión de tal agonía espiritual.
¿O es que acaso el destino es controlado por Señores insensibles y sádicos? ¿Acaso se excitan de manera perversa, masturbándose con mi dolor, babeando y gimiendo de placer a la vista del sufrimiento que han creado para mí y los míos? ¿Es qué no ha sido suficiente con lo que he vivido hasta ahora? ¿Por qué insisten? ¿Por qué? ¿No ven que estoy al borde de la locura? Cada día una pared cierra mi camino y yo me encargo, gracias a mis continuos errores, de colocarme otras tantas más. No hay lugar a donde ir, todas las veces me alcanzan y me hacen pagar una culpa que desconozco y que nunca conoceré. ¿Por qué se burlan así de mí? ¿Qué pretenden ganar u obtener con eso? ¿No es mejor acabar conmigo de una vez? ¿No es mejor cortar los hilos de una existencia tan mísera como la mía? ¿O es acaso mi vida una estudiada tortura, programada y diseñada de tal manera (colocándome presiones, pruebas, martirios, amores imposibles) que sea yo quien termine con ella? Porque eso es lo que están haciendo, acosándome con toda clase de trastornos, contra los muros de la muerte, siempre con la muerte.
Se podría decir que mi vida es la muerte de mis seres más apreciados. Lo que pasa es que ellos saben que muerto no sirvo para ser torturado, tengo que estar vivo para poder tenerme bajo su merced. Es mejor arrancarme la vida poco a poco, con extrema lentitud, reviviéndome si es necesario, alimentándome con vanas ilusiones para que no desfallezca ante las pérdidas de materia anímica. Vanas ilusiones que luego pasan a ser dagas insoportables, que entran y salen de mi alma, violando la poca integridad personal que quedase en mí. Me muestran un amplio horizonte sólo para encerrarme después en túneles estrechos, oscuros, sofocantes, silenciosos y sin salidas. ¿Por qué tengo que vivir entre tanta hipocresía, en una sociedad tan vacía e inculta? ¿Por qué no sé ocultar mis errores, no sé suprimirlos ni en mayor ni en menor medida? ¿Por qué confió tanto en la gente? ¿Por qué la gente se empeña en abusar de esa confianza?
Llegué a la conclusión de que soy un completo imbécil, las personas se dan cuenta de eso, ya que mi rostro era un libro abierto por donde se translucen mis sentimientos, y ellos al verme tan vulnerable me atacan de manera despiadada, sin darme oportunidad de recuperación. "Pero si es un estúpido" piensa la gente al conocerme "se le nota en la cara, voy a entretenerme con él y sus sentimientos. Acabaré con sus esperanzas, lo enterraré bajo los desiertos del desamparo, lo despojaré de su ego y criticaré sus pensamientos. Pero por sobre todo rechazaré su alma de buen chico, ¿quién necesita alguien así?"
Mi infantil comportamiento da pie a que esto suceda, es mi culpa y de nadie más. Es casi como si los invitara a herirme "¡Hey! ¡Aquí estoy! Dáñenme, que soy una presa fácil del sufrimiento", les llamo, víctima de un masoquismo generoso. Y, claro, ellos corren a saciar sus instintos malvados, a comer de mi piel y de mi espíritu. ¡Caníbales del alma! ¡Asesinos de la mente! ¡Destructores de la esperanza! Eso es lo que son.
Me pregunto: ¿Quién soy y por qué estoy aquí, en esta sociedad que parece no pertenecerme o, mejor dicho: a la cual no parezco pertenecer? Sé que suena absurdo, pero es que mis ideas no las desarrollé yo, sino que me fueron heredadas, vinieron conmigo como un polizonte esperado sabiendo que yo era el barco destinado para sus fines, se escabulleron en mí, tomando posesión de mis pensamientos, a medida que fui creciendo en capacidad de entendimiento. Mis pasos son míos a medias solamente, la otra mitad de mis decisiones érame ajena de manera total. Talvez eso explicaba los chispazos de esperanza que me iluminaban de manera discontinua aun siendo un desesperanzado sin remedio. Las imágenes de la contradicción regían las luces estelares de mi signo, la vida y la muerte, cobardía y valentía, voluntad y apatía, lo vulgar y lo extraordinario, la reflexión y el impulso. ¿Qué clase de ser era yo?
Era un perfecto, demasiado emblemático diría yo, ser humano; o sea: un ser imperfecto. Dado el hecho que la imperfección humana es algo natural, el ser imperfecto confirmaba mi "perfección"; tal y como lo es la sociedad de la que tanto repudio.
Por eso reniego de mí mismo, yo no quiero y no me gusta ser el habitante modelo de Auyani, mucho menos de Gaiana, como ellos siempre han creído que soy. ¡Cómo les explico que no soy perfecto! ¡Qué yo no quiero llegar a ser un dirigente! ¡Yo no deseo convertirme en un Anciano mi nada que se le parezca! Así mismo yo nunca quise ser un redentor, el salvador de las vírgenes, aunque no estuviese de acuerdo con ello. Jamás pensé en obtener vanas glorias ni ser recordado como el que detuvo los sacrificios, mi único deseo era aprender de la naturaleza y demostrar que los volcanes no son entes de castigo sino magnificas y puras demostraciones del poder de la naturaleza, probar que los sacrificios son por completo inútiles; yo sólo quería crear conciencia no luchar contra las autoridades y sus leyes.
Sin embargo, no tenía otra opción, debía salvar a Loretta.
Después de esta reflexión irreflexiva me dejé caer de cabeza en una laguna, en un cobarde intento de terminar todo. Y el cielo se tornó negro como mi futuro, no pudiendo escuchar ni sentir las garras de la desesperanza encima de mí. La muerte fue lo mejor, mi mayor y más grande redentora, la que me rescataría del lago de dolor en cuál estaba flotando mi alma. Flotando junto a la basura, la inmundicia; en fin: lo peor de lo peor. Cadáveres repugnantes, con bestias horríficas, con los excrementos de una sociedad paranoica, con el destino de millones de desgraciadas conciencias (morbosas) del pasado.
Y de nuevo los Señores no permitieron que escapara de mi destino, un destino (como ya dije antes) diseñado o escogido para cumplir una misión que más que eso parece una penitencia. Parece ser que mi muerte no ocurrirá o no debe ser por inmersión, ya que una vez estuve a punto de ahogarme y la providencia hecha mujer vino en mi auxilio. Ahora el hundimiento había sido deliberado y en un sitio poco profundo, en contraste con aquellas honduras marinas, tanto que apenas servía a mis propósitos suicidas. En realidad, me ahogaba más por el lodo que por el agua misma.
Lo cierto fue que desperté cerca del charco, lleno de barro hasta por donde no era preciso. No sé cómo salí, lo único que se me ocurrió es que Weif me sacó, halándome con el hocico por mi ropa. Es lo más sensato que mi mente consiguió deducir, de otra manera no se explica el hecho de mi salvación. El animal de una u otra forma supo lo que me aprestaba hacer y decidió sacarme del agua.
Agradecerle o no fue el siguiente dilema, ¿Salvación o reingreso a la zona oscura? Regresado a la vida de manera, si se quiere, milagrosa me quedé allí tirado mientras creía escuchar la voz de Álvaro que me gritaba: "imbécil! ¡Estúpido! ¡Buena cosa que vas a lograr matándote!" Yo mismo me lo reproché mil veces, una parte le decía a la otra que era (o que soy) patético y la otra se defendía respondiendo que era por temor a esos reclamos que había tomado esa trágica decisión.
Era la guerra que luchaba contra mí mismo. Desacuerdos internos que semejaban las crueles y sangrientas batallas de la antigua humanidad. El hombre contra el hombre, en mi caso: el individuo contra el individuo. Un combate que se extendió a lo largo de aquellos tres días que faltaban para la inmolación de Loretta. Algunas veces me poseía una voluntad increíble, la esperanza venía a mí como un verdadero socorro, y corría entonces a espiar los preparativos, a estudiar las posibilidades, a tratar de crear una solución para luego llegar a el callejón sin salida que constituía el dilema en sí mismo; donde la desesperanza y el abandono se encargaban de alimentar mi padecimiento. La pequeña laguna fue el escenario y yo el protagonista, la dirección corría a manos de personajes que nunca mostraron sus rostros (si es que alguna vez lo tuvieron) y que jamás lo harán. ¿Cuántas ideas vinieron a mí y cuántas deseché? Sería muy difícil decirlo, repetí la escena una y otra vez, característica propia de mi actuación. Nada de lo que pensé era nuevo, siempre fue lo mismo, igual a aquellos momentos cuando hacía la exploración del Parotama, cuando me entrevisté con los Ancianos, cuando vi a Loretta inscrita en el concurso y cuando hablé con ella en Autama; todo, todo era lo mismo, ningún pensamiento fue distinto a aquellos, la angustia no cambió de nombre sólo de entarimado, una perspectiva cada vez más lúgubre y estremecedora.
Actos de un impresionante drama que venía desarrollando, desde décadas atrás, un autor universal, desprovisto de prisa, que construyó la obra con pausa, relacionándola y realizándola de generación en generación; hasta llegar a este capítulo final, a esta isla incomunicada, hasta esta sociedad, supuestamente imperecedera, que debe ser forzada a cambiar de manera violenta. Otra vez la transformación tiene que ser brusca porque una vez establecidos determinados tipos de vida (diversos paradigmas: ideologías, creencias, tradiciones, etc.) es muy difícil, si no imposible, hacer esos cambios de manera gradual.
Aunque por lo general en toda la historia de la civilización se daba, antes de las violentas transformaciones, una concientización progresiva de la gente; en esta ocasión no se hizo presente tal reflexión. La parte triste de nuestra historia residía en que esos factores no parecían ser aplicables ahora. Que yo supiera no habido un movimiento ni sentimiento de ese tipo en Gaiana, personas con pensamientos como los míos no existen con profusión en la isla; casi se puede decir que soy el único que piensa así.
Los demás aceptan las cosas como las consiguieron al nacer, talvez no les guste mucho, pero para ellos es suficiente, quizás la inmolación les parece un mal necesario que les resguarda de una desgracia mucho mayor, de dimensiones colectivas, que el drama individual o familiar que puedan vivir las víctimas; por eso crearon la excusa del honor para intentar recompensar la muerte de las chicas.
El honor es pretexto para acallar las conciencias y el dolor; un subterfugio igual a la imperiosa necesidad de lanzar a una virgen a un volcán para impedir una supuesta catástrofe, un imaginario castigo; y sin embargo la idea del sacrificio se creó con el firme propósito de establecer una coartada que escondiera los verdaderos motivos: la culpa y el miedo.
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