¿Dónde Estoy?
La chica pestañeó un par de veces y dos pequeñas lágrimas escaparon, como prófugas, de esas lagunas celestes. Después se incorporó poco a poco, mirando todo y a todos; se palpó el cuerpo, como comprobando si estaba completa. Observándonos, con una mezcla de tristeza, extrañeza y miedo, pronunció unas frases ininteligibles para nosotros. Y se echó a llorar.
—¿Wo ich bin? —repitió (creo que con vehemencia) al ver que no respondíamos.
Nadie dijo o hizo nada. Nos hallábamos extrañados con sus palabras, de las cuales, si eran parte de una frase, no entendimos ni papa.
—¿Wer sitz sein dieser? —volvió a hablar —¿Wie lange sind ich hier?
Su voz era suave, pero algo así como estertórea. Álvaro luego me aclararía que se le llamaba voz gutural. Sin embargo, aun así, fue la dicción de un ser humano y propia de una mujer de su edad. Así que, sobreponiéndome al asombro, traté de comunicarme con ella.
—¡Hola, soy Ieshua! —dije, señalándome con el dedo.
Dibujé una sonrisa un tanto nerviosa en mi rostro, intentando parecer lo más amistoso posible.
—¿Yeshua? —murmuró, clavando sus pupilas azules en mí.
Ella también buscaba comprender.
—Sí, Ieshua Kairoz —le respondí —. ¿Y tú? —Pregunté, ahora señalando mi dedo hacia ella,
Ella se sonrojó un poco y envuelta en lo que parecía un juego de niños contestó suavemente: "Lo-re-ta". Lo dijo separando las sílabas, cayendo después en una actitud que a mí me pareció melancólica.
—¿Loreta? —repetí, inseguro y a la vez excitado.
Ella asintió con la cabeza, recompensando mi acierto con una sonrisa.
Si describiera las reacciones de mis acompañantes sería un mentiroso. Olvidé que ellos se encontraban allí. Loreta era el centro de mi atención en ese momento. Fue curioso, hasta ese instante no me había fijado en lo hermosa que era. Muy a pesar de estar en la situación y el estado en que se encontraba, su hermosura sobrepasaba todo; incluso el maltrato de la vida.
Ella intentó levantarse de la cama. Pero sólo fue eso: un intento. Loreta, al parecer muy débil aún, se llevó las manos a la cabeza y se fue de bruces. Yo le atrapé antes que cayera y la sostuve contra mi pecho. Le ayudé a reincorporarse y ella me abrazó con dulzura, buscando apoyo, quedando sus ojos celestes cerca de los míos. No creo que durase mucho ese reconocimiento mutuo, quizás fueron sólo segundos. Suficiente tiempo para que sintonizase sus pensamientos conmigo.
Me atrapó como lo hace una araña a su víctima y yo me eché a sus redes como un ingenuo insecto. En ese instante se creó un vínculo comunicativo entre ella y yo; difícil de explicar. Fue una unión de sus sentimientos con los míos, fue la fusión de dos almas solitarias; dos seres que se hallaban abandonados en una sociedad que no les pertenecía.
Le deposité con cuidado en la cama de nuevo y acomodé la almohada para que estuviese más cómoda. Ella, una vez más, sonrió y pronunció unas palabras de agradecimiento, y se dispuso a descansar. Cerró sus preciosos zafiros y yo volví a la realidad.
Y una vez roto el hechizo recordé a los dignatarios y al Doctor. Volteé un poco apenado, preguntándome si no había metido la pata con mi comportamiento. Pero los tres se hallaban distanciados de la escena. Álvaro y compañía deliberaban en la otra mitad de la habitación. Así que me acerqué para participar, si me era posible, en las decisiones.
—Debe quedarse aquí. Esta todavía un poco débil. ¿Y quién mejor para cuidarle que yo? —decía el Doctor cuando ingresé al grupo.
Al parecer discutían la custodia de la chica.
—Señoría, creo que el Doctor Álvaro tiene razón. Yo podría solicitar ayuda de otros médicos, pero pienso que el traslado le agotaría más, es mejor que se quede aquí y cuando se recupere le llevaremos al Consejo, allá decidiremos que hacer con ella —intervino el Director.
El Anciano se tomó un tiempo para meditar, observó a Loreta dormida y luego miró hacia fuera, en dirección a Auyani, como midiendo la distancia.
—Está bien. Tienen razón, es lo más sensato —contestó.
Yo tomé la palabra, solicitando permiso para visitar a la chica. Alegué que siendo tan joven como ella se me haría fácil establecer algún tipo de comunicación. Patricio me escrutó con su dura mirada. Había olvidado yo que desprecié su ofrecimiento, hecho a través del director, a ser jurado; así que: ¿qué mejor momento para devolverme la afrenta que este?
Y él, aún resentido, saboreó la ocasión. Cambió su mirada dura por una de falsa concentración. Con movimientos displicentes se volvió hacia el Director y Álvaro, les inquirió sobre su parecer, aunque no esperó respuesta y sonrió desdeñoso. Disfrutó el instante minuto a minuto. Me recordó la gran propuesta que yo rechacé y me habló del honor que eso podría representar para mí y mi familia. Preguntándome si no había recapacitado mi decisión y me invitó de nuevo a ser juez honorario. Era evidente que me estaba presionando y a mí no me gusta ser presionado.
Así que, con todos los riesgos que esto implicaba, acepté el desafío.
—Mi decisión sigue siendo la misma, Señoría —respondí en un tono que califiqué respetuoso —. Tengo que declinar su oferta.
Yo no quería provocarle, pero no por eso me dejaría manipular.
—¿Por qué? —preguntó.
—Tengo mis razones —contesté.
—¿Y si yo decidiera no darte ese permiso qué pensarías?
—Que usted tendría sus razones para no hacerlo.
—¡Pues tú mismo te has respondido! —exclamó, alzando sus brazos.
Yo, con esa irónica frase, di todo por perdido. La negación era indudable y su venganza efectiva. Si no fuese por la intervención del Director no hubiera tenido esperanza.
—Yo creo que puede ser útil el ofrecimiento de Ieshua Kairoz —dijo, un poco titubeante —. Él es un buen observador y una persona muy inteligente. Si alguien puede comunicarse con la chica ese es él, de eso estoy seguro.
—Ya ve usted: averiguó rápidamente el nombre de la extranjera —manifestó Álvaro.
El Anciano permaneció inmutable, pero sé que su íntimo honor ofendido renacía con el posible estancamiento de su revancha
—¡Esta bien tienes permiso! —dijo al fin —Pero solo si el médico se hace con la responsabilidad física.
Álvaro aceptó de inmediato.
—¿Entiende el compromiso? Deberá supervisar que a nuestra invitada no le pase nada y pueda recuperarse por completo.
—Sí, lo entiendo a cabalidad.
—Acordado entonces. Una semana; ese es el plazo para observarla, luego de vencido ese término nos informarás del fruto de tus cuidados y le llevarás al Consejo Mayor. Allí terminará la concesión, luego la tutela pasará al Consejo. ¡Que el Cosmos ilumine tu razón y te guíe hasta sus palabras! —exclamó, señalando a Loreta.
No cabía duda, era un buen perdedor. La sensatez de Álvaro y el pueril convencimiento por parte del Director de que yo puedo hablar con los animales, la naturaleza y con todo ser pensante o no, le hiciera reflexionar. ¡Gracias al Cosmos! Su parte racional prevaleció sobre la emocional. Había subestimado a este miembro del Consejo, aunque sé que en el fondo no perdonaba aún mi negativa.
Patricio y el Director partieron. Álvaro y yo nos quedamos comentando sobre la nueva responsabilidad y de cómo compartirla de manera efectiva. No pensé que la responsabilidad moral, adjudicada de forma tácita a ellos, me daría más de un dolor de cabeza luego.
Después de ponernos de acuerdo en varios puntos decidí también irme, estaba retrasado para otra de mis responsabilidades. Me despedí de mi amigo y tomé camino a mi casa.
Afuera el gentío seguía aglomerado. Una muralla de susurros se levantó en aquellos senderos antes silenciosos. Yo sentí sus miradas y dedos señalarme. Quizá querían preguntar y averiguar qué había pasado, algo más sobre el asunto, pero mi actitud le mantuvo a raya. No los criticaba yo en su lugar hubiese hecho lo mismo; es más: yo había llegado muy lejos para satisfacer mi curiosidad. Sin embargo, no estaba de humor para exponer lo que sucedía. No podía explicar algo que yo mismo no alcanzaba a entender.
El hambre me recordó que hacia bastante tiempo ya había pasado la hora de comer y apresuré mis pasos. Olvidé todo por un momento y concentré mis pensamientos en la necesaria colación. No me sentí mejor hasta que no tuve el hogar al alcance de mi vista. Jani y mamá Silvia me esperaban sentadas bajo el marco de la puerta. Luego de comer les expliqué lo sucedido en la playa y en la casa de Álvaro.
—Realmente no sé dónde va dormir, allí no hay mucho espacio —comentó mamá Silvia —. La casa del doctor es pequeña.
—No te preocupes por eso mamá, en el consultorio hay camas disponibles —dijo Jani
—Bueno, si tú lo crees así —contestó mi madre.
—Me gustaría conocerla Ieshua. ¿Crees que se pueda? Siendo una chica de mi edad me la llevaré bien con ella —preguntó Jani —. Esta sola, necesita una amiga.
Talvez había olvidado lo de su extraña forma de hablar. Yo estaba muy retrasado y debía ir a la Escuela Central de Auyani y no pude aclararle ese asunto ni tampoco ampliar información al respecto. Recogí unas frutas del huerto familiar y se las llevé a Álvaro para que se las ofreciese a Loreta.
Ella descansaba en el momento de yo regresar al consultorio. Según me dijo él, la chica había despertado y comido poco después de irme, luego se quedó dormida entre llantos. Él intentó confortarla, pero fue incapaz de conseguirlo. ¿Cómo hacerle entender sus palabras si él mismo no comprendía los de ella? Tuve que conformarme con verle desde lejos y de manera fugaz, ya que la clase me esperaba.
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