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9.- El Rastro del Príncipe Demonio (1/3)


Por petición del alcalde, Alfa se convirtió en la nueva oficial de policía de Cuna. Era raro, puesto que no había estudiado en la academia, pero gracias a unos cuantos favores que pidió el alcalde, y tras un par de pruebas que Alfa tuvo que realizar, le dieron su placa y la asignaron al pueblo. Reforzar la ley no era muy difícil, puesto que todos los residentes del pueblo tenían al menos un conocido en común. Raramente surgían riñas, y cuando ocurrían, se arreglaban conversando. Alfa pasó sus días de trabajo sin mayores problemas.

Un tiempo después, Poli cumplió diez años. Alfa preparó una gran fiesta a la que invitó a todos sus amigos, que eran bastantes dada su popularidad. Hubo mucha comida y juegos y estuvieron todo el día riendo, celebrando, bailando y cantando.

Cuando llegó la noche, el niño estaba tan agotado que casi se cayó dormido en la puerta, despidiendo a sus últimos huéspedes. Al final, después de mucho, se encontró solo con la androide y se dirigió al sillón a descansar mientras esta terminaba de entrar el mantel y la mesa que habían puesto afuera.

De pronto, Poli volvió a despertar. Todo seguía oscuro, las luces de la casa estaban encendidas; notó que alguien lo cargaba en brazos. No necesitó mirar hacia arriba para saber que se trataba de Alfa, bastaba con sentir sus brazos fuertes sosteniéndolo. Olía bien, como a frutas dulces. Siempre olía a frutas dulces.

—¿La pasaste bien?— le preguntó ella, al notar que lo había despertado.

—Sí— contestó él, alegre a pesar del sueño.

—Yo aún no te he dado mi regalo.

Poli entonces la miró, curioso. Finalmente Alfa llegó a su habitación y lo acostó en su cama, desde donde él se la quedó mirando fijo. No por el regalo, sino por la forma en que lo había dicho. Obviamente era algo más interesante que un juguete o un chocolate. Alfa se sacó un folleto del bolsillo, donde se veía una playa. Poli leyó el título arriba.

—¿Navira?— se extrañó.

Reconocía ese nombre, era una ciudad importante de Navarra, aunque nunca la había visto ni sabía por qué era tan popular.

—Es un balneario— le explicó ella— ¿Te gustaría ir conmigo de vacaciones?

Poli abrió mucho los ojos, sorprendido. Alfa no era de las personas que salían, puesto que mientras más se movieran, más posibilidades tenían que alguien los reconociera y le entregara la información al imperio.

—¡¿Vacaciones?!— exclamó Poli, completamente despierto.

—Hay muchas actividades por hacer en Navira, es una ciudad hecha para turistas— explicó— ¿Qué me dices, corazón?

—¡Sí, quiero ir!

—Excelente. Partiremos en una semana, así que haz tu maleta con calma ¿Bien?

Poli asintió, emocionado. Le gustaba pasarla bien con sus amigos, pero más que eso le gustaba pasarla bien con Alfa. Esta, tan emocionada como él, le dio un beso de buenas noches y regresó a la cocina a terminar de lavar. Poli volvió a acostarse, tan emocionado que pensó que no podría dormir, mas no tardó en caer en un profundo letargo.

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Dicho y hecho, una semana después del cumpleaños, Alfa y Poli se dirigieron a la casa de un vecino para que este los llevara en su auto a otro pueblo cercano, más grande que Cuna, donde había un paradero de buses. Mientras viajaban, Poli miró el pueblo donde había crecido, vio algunos de los amigos que habían asistido a su cumpleaños, las calles por donde había jugado tanto tiempo; pensó que era un bonito lugar. Se iría, pero no por mucho.

El bus los llevó en un viaje de tres horas hacia la costa del noroeste, a la famosa ciudad de Navira. Antes de llegar se encontraron con un taco que les tomó un buen rato atravesar. Más tarde, al bajarse en el paradero de buses de Navira, se hallaron en medio de una muchedumbre más grande de lo que Poli recordaba en su corta vida.

—¡Hay mucha gente!— exclamó, pasmado.

—Es verdad. No me sueltes de la mano para que no te pierdas, corazón— le pidió Alfa.

Ambos se dirigieron a la calle más cercana, donde tomaron un taxi al hotel, subieron a su habitación y dejaron sus cosas. Después de descansar un poco, bajaron a la playa a jugar y explorar los alrededores.

La muchedumbre era vasta, las calles enormes y llenas de autos, las veredas cubiertas de árboles, los edificios tan altos que Poli tenía que doblar mucho el cuello para ver el final. No era la primera vez que visitaba una ciudad, pero nunca lograba acostumbrarse.

Primero fueron a comer a un restaurante muy bonito, donde la mesera, una ancianita dulce, se encariñó con el chico y le llevó un postre extra de parte de la casa "por ser el niño más bien portado y buenmozo que había visto en años". También le dio uno a Alfa para que no se sintiera aparte. Apenas salieron del restaurante, se fijaron en un museo al otro lado de la cuadra, con una entrada muy bonita con columnas antiguas. Dentro del museo vieron muchas antigüedades de esa región de Navarra, escucharon relatos históricos locales y en la sala principal se toparon con la estatua de un enorme sujeto blandiendo un hacha incluso más grande. El hombre era recio, bizarro y fortachón. Su arma, hermosa y robusta, se veía tan lista para ser colgada en una pared como para rebanar tres cabezas de un solo tajo.

—Ese es el héroe de Navarra, Vigabrosto— leyó Alfa de una tabla— es el hombre que unió los pueblos de Navarra y expulsó a los colonizadores de los pueblos de occidente. Murió un año antes de que se firmara la independencia, pero es el mayor ícono de Navarra.

Poli asintió, Vigabrosto era muy conocido en ese país, tanto que se usaba en conversaciones normales. También le habían enseñado su biografía en el colegio.

Por su parte, Alfa miró el hacha que portaba en sus manos. Le gustaba el diseño, aunque dudaba que cualquier persona pudiese cargar con un arma de ese tamaño.

Recorrieron el museo entero, luego fueron a la playa. Había mucha gente paseando y tomando sol, pero también había mucho espacio donde el niño echó a correr. Alfa se instaló en un lugar que consideró agradable; enterró un parasol, dejó la toalla sobre la arena y se acostó para contemplar el mar. Poli, por su parte, corrió por todos lados, se fue al mar a jugar y entabló conversaciones con todo tipo de extraños.

Alfa pensó que Poli a veces podía ser demasiado amigable para su propio bien. Al menos él tenía el poder de hechizar a la gente para que cumplieran sus deseos y ella podía sentirlo cuando estaba en peligro, así que dudaba que el niño corriera peligro. De todas formas lo siguió con la mirada a ratos, solo para encontrarlo sonriendo de oreja a oreja como siempre.

En uno de estos ratos notó que Poli se detuvo a conversar con un hombre algo anciano y delgado, con sombrero ancho, lentes de sol y mucha energía para su edad. Pronto ambos se pusieron a jugar a ser aviones y a perseguirse.

Finalmente pensó que era hora de comer algo, por lo que le compró un par de vasos llenos de fruta y leche condensada a un vendedor ambulante que pasaba por ahí, y se los llevó a Poli y al señor, quienes en ese momento cavaban un hoyo en la arena.

Sin embargo, mientras se les acercaba, notó a varios otros hombres con lentes oscuros girándose a ella con una mano sobre sus cinturas, como si afirmaran un arma escondida. No era la típica mirada lasciva que le lanzaba el resto de los hombres, era algo enfocado, esos sujetos parecían planear algo.

De pronto Alfa notó un bulto con forma extraña en el pantalón corto de uno de ellos; reconoció una pistola.

—¡Rosas!

Si esos hombres eran del imperio, quizás ya fuera muy tarde para reaccionar. Alfa había caído en una emboscada como una tonta. Pero aún no habían actuado, conservaban las apariencias, ella podía sacarles unos segundos de ventaja mientras no se lanzaran a pelear.

Preocupada, apresuró el paso hacia donde Poli y el hombre viejo cavaban en la arena y lo llamó.

—Corazón, ya es hora de irse— lo apremió.

Poli sacó la cabeza desde la arena, algo frustrado.

—¡Pero Alfa!— exclamó él.

—¡Sí, señora!— alegó el hombre, en el mismo tono infantil.

—Al menos déjanos terminar el hoyo— le pidió Poli— queremos llegar a la profundidad suficiente para enterrarme.

Alfa se fijó en la cara del hombre anciano. Ya le parecía raro que un hombre de su edad jugara tan fácilmente con un niño de diez años; lo estaba engañando para que se quedara con él mientras sus hombres la reducían a ella.

—Será un líder mercenario o alguien relacionado con la milicia de Drimodel— supuso la androide.

No podía esperar, no había tiempo, por lo que se plantó entre ambos para tomar a Poli e impedirle al hombre actuar al mismo tiempo. En eso, los hombres que la habían estado vigilando saltaron de sus puestos y se acercaron corriendo, apuntándole con sus armas y ladrando órdenes.

—¡Tírese al suelo!

—¡Quédese quieta!

—¡Manos a la cabeza!

Alfa podía salir de esa situación fácilmente, pero no podía proteger a Poli desde tantos ángulos, mucho menos en un terreno tan plano y sin obstáculos como la playa. Rápidamente lo dejó detrás de sí y agarró al hombre entrado en edad para sujetarle el mentón con una mano firme. Desde esa posición bastaba un simple movimiento de su palma para desgarrarle el cuello y matarlo en un instante.

—¡Que nadie se mueva!— gritó ella— ¡Mataré a su líder si escucho un solo disparo!

Los hombres armados no parecieron tomarla en serio, se acercaron a toda velocidad para someterla. Alfa se preparó a matar a ese hombre.

—¡Alfa, no, él es mi amigo!— exclamó Poli.

—Señora, creo que ha habido una confusión— intentó explicarse el hombre— usted no quiere matar al...

Pero entonces alguien la agarró desde atrás y la asió con fuerza. Alfa soltó al hombre anciano para darle una patada al asaltante. Seguidamente saltó sobre otros dos que intentaron rodearla para derribarlos con dos golpes. Todos los hombres se detuvieron y le apuntaron, pero Alfa se movió como un animal salvaje entre ellos, pegando con la fuerza de un elefante y la agilidad de un gato. Desarmó a uno, sorprendió a otro, hizo tropezar a un tercero, luego volvió al primero para golpearle un brazo y entumecerlo, después con el tercero para darle un golpe en el abdomen y dejarlo sin aire, finalmente con el segundo para pegarle en la nariz, el pie, el cuello y las costillas hasta derribarlo.

Para cuando terminó, todos los atacantes yacían sobre la arena, inconscientes o muy adoloridos para continuar. Un tumulto se había reunido en torno a la pelea. Solo quedaban ella, Poli y el anciano.

Alfa se giró hacia este último, esperando encontrarlo asustado o algo por el estilo, pero el hombre solo se mostró ligeramente curioso. Por su parte, Poli se paró entre él y Alfa y extendió los brazos, como para defenderlo.

—¡Alfa, él no es malo!— exclamó Poli.

Alfa abrió la boca para contestar, pero el hombre tomó la palabra antes que ella.

—Eres muy fuerte— comentó — nunca había visto a nadie acabar con mis guardaespaldas por su cuenta, ni así de fácil ¿Así que te llamas Alfa?

Esta se lo quedó mirando, extrañada. Luego miró a Poli y de vuelta al hombre.

—¿No sabes quién soy yo?— se extrañó Alfa.

Si le habían preparado una emboscada como esa, debían saber que ella era una androide, debían conocer su código. Algo no calzaba.

—No, nunca había oído sobre usted, aunque me gustaría haberlo hecho antes... no eres una terrorista ¿O sí? Sería muy raro que un terrorista trajera a su hijo al trabajo.

—Espera— Alfa extendió las manos, alarmada— Creí que tú querías secuestrar a Poli.

El hombre se echó a reír. Alfa se puso roja. De pronto se sentía como una tonta y aún no entendía por qué. Entonces el hombre se quitó el sombrero y los lentes oscuros, y de pronto Alfa entendió qué sucedía en ese lugar. Había visto su cara en otros lugares, en revistas y en la tele. Ese era Asaro Buffos, el presidente de Navarra.

Miró alrededor. Todos esos hombres armados no eran mercenarios intentando llevarse a Poli, eran guardaespaldas que tratando de proteger al presidente.

—A veces salgo de incógnito para descansar— explicó el presidente Buffos— me encontré con Poli y nos hicimos amigos. Me dijo que su madre era bonita, pero nunca mencionó que era una máquina de pelear ¿Qué eres? ¿Una especie de comando de élite?

Alfa pensó en una excusa rápida, pero tan pronto como hizo la pregunta, el presidente hizo un gesto para restarle importancia.

—Mejor no respondas, seguro que es clasificado, aunque me extraña que alguien de tu calibre no fuera informada que yo estaba por aquí.

Alfa se puso roja de la vergüenza. No podía creer que casi había matado al presidente de Navarra.

—Perdone, señor. Fui muy imprudente.

—Está bien. Es un gusto conocerte, Alfa.

El presidente le tendió una mano, que Alfa estrechó. Luego llamó a uno de sus subordinados para que enviara un par de ambulancias a la playa para darles tratamiento a sus guardaespaldas.

—En serio lo siento, señor— insistió Alfa.

—Descuida, bombón. La pasé genial gracias a tu hijito. Además, no puedo enojarme con una mujer que solo intenta proteger a su familia. Lo único malo es que ahora he sido descubierto y la gente me reconoce. Debería volver a mi habitación del hotel, pero me quedé sin guardia ¿Qué me dices si me compensas siendo mi guardaespaldas hasta que lleguen reemplazos?

Alfa asintió sin rechistar, tan roja como el iris de sus ojos.

—¡¿O sea que podemos seguir jugando?!— exclamó Poli, contento.

—No aquí, pero te echo una carrera hasta la vereda, campeón.

—¡Hecho!

Ambos partieron con todo lo que tenían hacia la calle. Alfa se los quedó mirando un rato, aún sin poder creer lo que había sucedido.

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