6.- Hacia Navarra (1/2)
Alfa caminó varios kilómetros con Poli en brazos. Ella se iba recuperando gracias a los minibots en su interior, pero Poli no y eso la tenía preocupada. El ejército continuó buscándolos, mas no los hallaron. Después de interminables horas de andar, la fisura comenzó a elevarse para más tarde se fusionarse con la superficie del suelo montañoso.
—Estarás bien— le decía Alfa al niño, cada cierto tiempo— Estarás bien. Estarás bien...
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Una persona normal probablemente se habría perdido entre las montañas, pero Alfa supo orientarse y notar los signos que apuntaban hacia la civilización. Pronto se encontró con un pueblito.
Lo primero que hizo fue llevar a Poli al médico para que lo trataran. Para el alivio de Alfa, curaron sus heridas y en menos de una hora se lo entregaron completamente sano.
Al poco rato comenzó a llorar. Alfa lo miró por si el médico había omitido una herida, pero estaba bien. No, lo que Poli tenía no era dolor, sino hambre. Era de esperarse, había perdido sangre, tenía que reponerla de alguna forma.
—Hambre...— musitó Alfa, anonadada.
Pensó en buscar leche especial para bebés, pero entonces recordó que ella era una mujer; más que eso, una robot mujer, hecha para cuidar de Poli.
La mera idea, aunque algo loca, la emocionó como a una niña a quien prometen llevarla a un parque de diversiones. Ella estaba hecha para cuidarlo, era obvio que ella podría alimentarlo, que ella le era útil.
Rápidamente se dirigió detrás de unos árboles, se descubrió los pechos y acercó a Poli a su pezón izquierdo. Su pequeña boquita se abrió al sentir algo familiar, mordió y succionó, mas no transcurrió mucho para que algo se sintiera mal. Poli se separó de su pecho y siguió llorando.
—¿Qué...
Alfa se apretó el seno con una mano. En la punta no había nada más que la saliva del bebé. Intentó darle más, pero Poli no quiso, ni siquiera intentaba succionar ya, solo lloraba. Estrujó su pecho para intentar sacar algo, pero ni una gota cayó. Alfa al fin se dio cuenta; ella no estaba diseñada para amamantar.
Porque ella no era su mamá.
Podía fingir todo lo que quisiera, pero nunca lo sería de verdad.
La felicidad que derivaba de Poli era prestada, robada de la verdadera madre que le quitaron por la fuerza.
Se sintió tonta por pensar que estaría completamente equipada para cuidar de él. Obviamente, un robot de combate no tenía necesidad de producir o mantener leche en su interior. Su emoción desapareció rápidamente. Las punzadas de culpa le perforaron la nuca. Poli lloraba, indiferente de su vergüenza y su derrota.
—Lo siento tanto, Poli— le susurró.
No había nada que ella pudiera hacer. Destrozada por dentro, Alfa se puso de pie, se secó las lágrimas y partió al centro del pueblo a comprar leche. Pensó que si llegaba a encontrar a la persona que la había creado, lo haría pagar por diseñarla así.
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Pasó por las pocas tiendas, kioscos y vendedores ambulantes de la zona. Algunos tenían leche de cabra, pero ninguno leche para un bebé como Poli. Por supuesto, no podía esperar algo así de un pueblo tan chico.
Deambuló por las calles tranquilas, atenta a llantos de bebé. Pensó que, si encontraba una casa con un bebé, encontraría también leche apta para que la consumieran. Podía entrar a robarla, podía matar a quienes se interpusieran en su camino. Era capaz de todo con tal de calmar a Poli.
Lamentablemente, incluso con su buen oído no fue capaz de escuchar ningún llanto de bebé. Estaba comenzando a desesperar cuando, de pronto lo escuchó: un bebé llorar. Al levantar la cabeza divisó entre casas chicas, viejas y maltrechas, una señora sentada. Estaba justo fuera de su casa, sobre un banco, disfrutando del sol de la tarde, junto a un hombre y con un bebé en brazos. Ambos conversaban tranquilamente, mientras que el bebé chupaba de su pezón con esmero.
Estupefacta, Alfa miró a Poli, irritado por el hambre, y luego a la señora. Ella era una mujer regordeta, de pelo enmarañado y apariencia descuidada. Fumaba y tomaba cerveza, mostrando su seno libre en público sin un dejo de pudor.
Alfa sintió que una piedra le caía por el estómago. Sabía lo que debía hacer, solo que de verdad no tenía ganas de hacerlo. Se sentía humillada, sentía que le había fallado a Poli y a sí misma.
Sacudió la cabeza; su orgullo no le servía a Poli en ese momento, así que se lo tragó, tomó aire y cruzó la calle.
Incómoda, se plantó frente a la señora. Esta y el hombre se la quedaron viendo con curiosidad. Alfa abrió la boca para hablar, pero no supo qué decir, así que tomó aire y lo intentó de nuevo.
—Yo...— dijo, pero entonces sus ojos se llenaron de lágrimas de nuevo, lágrimas de impotencia— no puedo producir leche...
Quiso explicarle todo, incluso que era un robot y que era perseguida por el gobierno, que ese bebé era inocente y que se merecía una vida sin mayores problemas, pero la señora no necesitó nada de eso. Simplemente liberó una mano para descubrirse el otro pecho y le indicó a Alfa que se acercara más. Esta, estupefacta, se inclinó y le pasó a Poli. La señora lo tomó con cuidado, apoyándolo con su pierna, y lo acercó a su pezón libre.
Para el alivio de Alfa, Poli comenzó a chupar como si la conociera de toda la vida. Alfa se puso a llorar.
—Gracias...— dijo entre sollozos, avergonzada y eufórica a la vez— gracias... gracias...
El hombre y la mujer no supieron cómo contestar ni qué hacer, así que la hicieron sentarse y le llevaron algo para tomar mientras los niños terminaban de alimentarse. Finalmente le dieron una botellita con leche que mantenían de sobra, pues la señora producía más de lo necesario y el bebé no comía mucho. Alfa volvió a agradecerles, sobrecogida. Quiso pagarles, pero la pareja se negó, dijeron que no podían recibir dinero por algo así. Alfa nunca se sintió tan inútil en su vida. Después de cientos de gracias, se marchó con un Poli más calmado.
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Desde ahí, el camino se les hizo más ameno, aunque no por eso se pudieron relajar. Apenas llegaron a una ciudad, Alfa compró ropa de bebé rosada para hacerlo pasar por niña, se tiñó el pelo y se cambió de ropa. También compró una daga y una pistola pequeña, pues ambas las podía esconder, a diferencia de rifles y hachas. Podía pelear tan bien con ellas como con cualquier otra arma, aunque se sorprendió extrañando las hachas.
El poco dinero que llevaba se le acabó pronto, por lo que tuvo que conseguirlo de otras fuentes; robó, extorsionó, pidió limosna y se prostituyó. Sabía que nada de eso era algo para sentirse orgullosa, pero por otro lado, nunca llegó a sentirse mal por sí misma ni pensó que su destino era una miseria o algo por el estilo. No. Para ella, todo eso no era más que una forma de cuidar de Poli; no podía verlo como algo malo. Quizás el hecho de que fuera un robot tenía algo que ver.
Más importante era pasar desapercibida, actuar como una mujer normal viajando con su hija bebé y nunca permanecer más de una noche en el mismo lugar. Compró un mapa para planear su ruta, se alejó como pudo del ejército y evitó lugares congestionados todo lo posible. En poco tiempo se acostumbró a Poli, comenzó a distinguir sus tipos de llanto y le hizo un horario. Como con todo lo demás, tenía más o menos una idea de cómo ocuparse de un bebé como él.
Alfa había encontrado a Poli en el país de Anseca, el mismo donde había despertado y uno de los más controlados por el imperio. Desde ahí tenía varias opciones para huir, como Iotano y Hamonjo, los dos grandes países de la península del este; o Trenvon, la más antigua potencia mundial; incluso hacia el continente del oeste. Sin embargo, debía viajar mucho para llegar a cualquiera de estos países, y mientras más viajaba, más arriesgaba a Poli. Por el sudoeste estaba Swinha colindante con Anseca, pero Swinha estaba dividido, con una mitad perteneciente al imperio; nadie sabía cuándo la otra mitad terminaría sucumbiendo. Finalmente, al noroeste se encontraba la pequeña península de Navarra. No se trataba de un país muy grande ni poderoso, pero tenía excelentes barreras naturales en el cordón montañoso en la conexión entre esta y el continente, con picos tan altos y escarpados que cualquier expedición militar era prácticamente inútil, y una flota lenta y resistente. Si lograban acceso a Navarra, Alfa creía poder cuidar de Poli sin problemas.
Así, se dirigió a Coriní, una ciudad puerto de Anseca, enorme y llena de gente, donde había muchos peligros acechando a una mujer con un bebé recién nacido. Dado que Anseca se encontraba bajo el control del imperio, los soldados la buscaban frenéticamente y las inspecciones sobre las naves eran estrictas.
Apenas llegar, supo que el código en su cuello la delataría al instante, por lo que compró una cinta roja de un dedo de ancho y se la ató al cuello con un lindo nudo de mariposa por detrás. Nadie sospecharía de una joven que intentaba verse bien.
Con ese problema resuelto, Alfa buscó un barco que la llevara clandestinamente hacia Navarra, pero no había nadie que quisiera hacerlo: primero, por las poderosas defensas de Navarra que abrirían un mar de fuego ante cualquier vehículo proveniente del territorio del imperio. Segundo, porque las condiciones de vida en el imperio eran mejores que en Navarra; gracias a las vacunas que eran administradas a los soldados y a los hombres de sus familias, había muchos menos furiosos apareciendo de la nada, también mayores riquezas en general y más lujos. Últimamente, todo indicaba a que el imperio terminaría apoderándose del resto del mundo tarde o temprano. Pocos tenían ganas de ir a un país que terminaría siendo aplastado.
Caminar hacia Navarra tampoco era una opción y las naves voladoras eran el vehículo más fácil de detectar a largas distancias por la energía que irradiaban al volar. No había buenas opciones; todos los caminos tenían un riesgo elevado como mínimo. Alfa se vio obligada a tomar una decisión que no quería.
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