3.- El Noble Imperio de Drimodel
Luego de un largo día de viaje, Alfa se detuvo en una posada por el camino. Se trataba de un edificio viejo, el estacionamiento no era más que un montón de tierra con un par de charcos y un perro viejo que olió en su dirección mientras ella se dirigía a la puerta. Adentro había poca gente, normal a esas horas de la noche; un par de hombres conversando animadamente en un rincón, otro absorto en libros y un cuaderno, una pareja discutiendo y el camarero escondido en un rincón de la barra.
Al principio pensó que el camarero tenía algo mal, porque se veía raro, pero al acercarse se dio cuenta que este no era una persona, sino una máquina con forma humana. Su carcaza era gris metálica y sus ojos estaban hechos de lucecitas que se apagaban y encendían para simular parpadeo. Sus movimientos eran torpes, pero funcionaba lo suficiente para pasar platos de comida y tragos desde la cocina detrás de él a la barra.
Alfa le pidió un plato de lo que tuviera. El robot le mostró una lista y ella eligió el primero para ahorrarse la cháchara. Con eso, le llevó un sándwich gordo y lleno de frituras aceitosas, que ella disfrutó hasta la última migaja. Descubrió que el aceite tenía un sabor agradable, más de lo que recordaba, más de lo que debería gustarle. No era saludable, pero si no hubiera sabido qué era, habría pedido un vaso completo sin vacilar.
Luego de terminar, pagó y se dio cuenta que le iba quedando poco dinero, no le alcanzaba para una habitación.
—Tendré que dormir por el camino— se dijo.
Antes no le había importado tanto, pero ahora que se encontraba junto a una carretera que se usaba, por donde la gente de verdad pasaba, se sentía más expuesta. Tendría que dormir a medias. Poco efectivo, pero no había de otra.
Luego levantó la cabeza hacia el cocinero, que se veía por la ventana entre la cocina y el bar. Quería preguntarle sobre el mundo, sobre su estado, sobre el imperio, las bestias de la furia y si sabía de alguien como ella, que escuchaba un chillido que la llamaba en cierta dirección, pero no supo bien cómo formular sus preguntas. Eran muy generales, necesitaba de alguien dispuesto a conversar más de cinco frases con ella ¿Cómo podría convencerlo? Quizás podría ofrecerle algo a cambio ¿Pero qué? El dinero ni siquiera le alcanzaba para una habitación ¿Su cuerpo? Estaba trabajando, y se veía lo suficientemente viejo para estar casado y tener la capacidad de rechazar a una desconocida que se le ofreciera. No, solo podría apelar a su bondad.
Alfa recorrió el resto de la sala con la mirada. Tampoco era imperativo que aprendiera todo lo que no sabía en una noche, tal información no sería más que una herramienta que aumentara sus probabilidades de éxito cuando encontrara su destino ¿Éxito de qué? No sabía, pero podía haber una prueba, un reto, alguien que se interpusiera. Si ella tenía habilidades y fuerza tan extraordinaria, bien podía ser un obstáculo imposible para muchos.
Se fijó un momento en la pareja discutiendo. No, estaban muy enfrascados y tenían la cabeza muy caliente. No le servía gente enojada. Luego se fijó en los dos hombres conversando animadamente. Ambos eran algo maduros, pero se veían suficientemente amigables. Alfa podría sacarles información si coqueteaba bien. Eran una posibilidad, mejor que el camarero; lo tendría en cuenta. Finalmente se fijó en el sujeto sumido en sus libros. Era un muchacho apenas apto para beber y jugar en un casino, inexperto. Sobre su mesa tenía varios libros, un cuaderno donde anotaba quién sabía qué y un mapa de lo que parecía el mundo entero.
—Él— se dijo Alfa.
No había mejor alternativa. Sin dudar un segundo, se paró de su asiento, se dirigió a la mesa del muchacho solitario, tomó una silla y se sentó junto a él. Este, desconcertado, levantó la mirada y dejó la boca abierta sin querer.
—Hola— lo saludó Alfa, esbozando una sonrisa sutil.
—Ho-hola— contestó tímidamente el chico.
—¿Te molesta que me siente aquí?
El muchacho miró su cara, luego sus manos, temeroso, y sin querer, su escote. Rápidamente volvió a su cara, a sus ojos rojos que le revolvían el estómago y lo hacían respirar más hondo. Nervioso, negó con la cabeza.
Alfa se inclinó sobre la mesa, con las manos en el mentón. Desde ahí se fijó en el mapa en el centro de la mesa, el cual mostraba pedazos grandes de tierra rodeados de vastos cuerpos azules. Así que ese era el mundo: "Pría", decía ahí. No podía esperar a saber más de él.
—¿Qué haces?— preguntó, volviendo a mirarlo a los ojos.
El chico inmediatamente bajó la cabeza hacia su cuaderno y habló casi completamente fijo en este, como si hubiera un duendecito viviendo en las hojas.
—Soy un geógrafo... digo, estudio geografía. Aún estoy en la universidad. Tengo prueba de Cartología II en unos días.
—¿Un geógrafo?— repitió Alfa, sorprendida— Así que sabes sobre países y mapas ¿No?
—S-sí, por supuesto.
El chico la miraba confundido. Alfa entonces señaló el mapa con los ojos y un movimiento de cabeza.
—Me encanta la geografía, pero no sé mucho del tema— se lamentó, en un tono más agudo de lo usual— ¿Te molestaría explicarme un poco?
El chico siguió su mirada hacia el mapa y de nuevo hacia ella. Intentaba entender qué quería realmente y por qué le pedía algo así. Alfa comprendió sus preocupaciones, por lo que se explicó.
—He vivido toda mi vida en un pueblo chico, nunca necesité saber sobre el mundo exterior. Pero hace unos días hui y me di cuenta que no sé nada, y me gustaría comenzar a aprender... aunque si estás ocupado, puedo simplemente...
Señaló el resto de la taberna con un gesto de la cabeza, como señalando que se marchaba.
—¡No! No... está bien— aseguró el muchacho.
Esta vez fue Alfa quien se sorprendió.
—¿De veras?
El chico se quitó los lentes para limpiarlos. Aunque perplejo, se veía amigable.
—Sí, por favor... digo, sí. No podría abandonar a alguien en su situación.
—¡Oooh! ¡Eres un gran chico! Te lo agradezco un montón ¿Cómo te llamas?
—Fabián, mi señora ¿Y usted?
—Alfa, pero no me trates de "usted". Yo debería decirte así... señor Fabián.
—N-no, por favor. Tutéeme— le rogó él, aún nervioso.
Seguidamente tomó el mapa en sus manos para intentar explicarle. Sin embargo, al mismo tiempo Alfa se puso de pie y corrió la silla hasta su lado para que ambos tuvieran la misma perspectiva. Fabián reparó, tímido, que de pronto Alfa se ponía hombro con hombro a su lado. Esto tensó todo su cuerpo. Alfa, por su parte, fingió no darse cuenta.
El mapa mostraba un pedazo de tierra deforme con todo tipo de relieves. Por el noroeste había una península grande saliéndose como un furúnculo de la masa principal, por el noreste había un archipiélago de cientos de islas de todo tamaño, como si el continente estuviera en llamas; por el este había una península aun más grande que la otra, por el sur había un país tan grande que podría haber aplastado la mitad del resto del continente si le cayera encima, y finalmente por el oeste, una masa de tierra que se perdía en el borde del mapa. Sin embargo, lo que más llamó la atención de Alfa fue un gran espacio achurado en azul oscuro, ocupando casi todo el centro de la imagen. Ahí había un nombre un poco más grande que los demás; el Noble Imperio de Drimodel.
—Este es el continente de Bezmos— comenzó Fabián— Al menos sabías eso ¿No?
Mas Alfa negó con la cabeza.
—¿Qué? ¿En serio?
Alfa se encogió de hombros. Fabián se acomodó los lentes, pero no hizo ademán de desconfiar de su palabra.
—Ah, bueno. Nosotros estamos aquí— apuntó con su dedo a uno de los países del centro norte— en Anseca.
Inmediatamente notó que, al este de Anseca, había otro país casi igual de grande, llamado Drimodel. Ese lo reconoció.
—¿Y este país es el origen del imperio?— inquirió.
—Exactamente— continuó Fabián— El imperio de Drimodel comenzó a expandirse hace casi ya quince años— dicho eso, pasó el dedo por toda el área achurada, dando a entender que todo eso era el territorio que aquel país controlaba— Al principio se expandieron como fuego, pero poco a poco, sus conquistas han ido desacelerando. Pero eso no quiere decir que estén en decadencia; el imperio de Drimodel sigue siendo la mayor potencia mundial. Además, son los únicos que han logrado descifrar la vacuna para la enfermedad de la furia, y por supuesto, no están interesados en compartirlo con sus enemigos.
Se hizo un corto silencio entre ambos. El muchacho se giró hacia Alfa y notó, desconcertado, que esta lo miraba directamente sin dejar de sonreír.
—Parece que te gusta esto ¿No?
El joven, rojo por la cercanía de Alfa, se ajustó los lentes.
—Emh... sí, supongo.
Animados, continuaron viendo el mapa. Fabián le explicó sobre los distintos países, sus culturas, sus alianzas y su poderío en distintos ámbitos. Alfa aprendió que había países enemigos del imperio que habían logrado resistir varios intentos de invasión, como ambas penínsulas y el país grandote del sur, Trenvon.
También le preguntó sobre el torpe robot en la barra. Fabián le comentó que esas máquinas se llamaban autómatas y que servían para varios tipos de tareas, incluso para mantener una conversación básica, pero no mucho más que eso. Solían usarse para trabajos simples y pesados, como meseros y para transportar cargas.
Después de un par de horas de recopilar información, Alfa se sintió satisfecha, lista para enfrentar lo que fuese que le deparara el destino. Aun así, se quedó conversando con el geógrafo. Su timidez lo llevaba a ser más cordial de lo necesario, pero eso no le molestaba a ella.
De pronto notaron que se hacía tarde, eran los únicos además del camarero en el salón.
—Creo que es hora de que me vaya— anunció Alfa.
Fabián se la quedó mirando, algo triste. Sentía que había conectado con ella mucho más de lo que hubiera simpatizado con cualquier otra persona. Alfa notó sus ojos largos, pero no podía hacer mucho.
—¿No pasarás la noche aquí?— se extrañó el chico.
—No. Lamentablemente, no tengo dinero suficiente. No me queda más que dormir en el camino.
—¡¿Qué?!— exclamó Fabián, preocupado— Pero eso es peligroso.
Alfa se encogió de hombros para transmitirle su calma, pero al muchacho no se le iban las ansias.
—Déjame pagar tu habitación. No podría dejarte ir a dormir a la calle.
—Oh, no, por favor. Ya has sido de gran ayuda— le aseguró ella
—En serio.
—En serio yo.
—Insisto.
Alfa suspiró, sorprendida de tal tenacidad proviniendo de un joven que había estado tan nervioso las últimas horas.
—No puedo aceptar que me pagues una habitación— le espetó, y antes que Fabián rechistara, ella continuó— pero si quieres, podemos compartir una.
El chico sonrió, victorioso, mas entonces reparó en lo que Alfa había querido decir. La miró nervioso, inseguro. La mujer le guiñó un ojo para confirmarlo.
Ambos se encaminaron hacia las habitaciones en el segundo piso y pasaron la noche juntos.
Alfa descubrió, como con otras disciplinas, que se le daba bien exprimir placer de otras personas; tuvo a Fabián chillando por hora y media hasta que este no pudo más y cayó rendido.
A la mañana siguiente se despertó temprano, se dio una ducha rápida y se preparó para marchar al amanecer. Pero cuando estaba por cruzar la puerta, Fabián se despertó y se sentó en la cama. Desconcertado, la miró deteniéndose con la puerta abierta.
—¿Ya te vas?— inquirió, triste.
Alfa le sonrió, se inclinó sobre él para darle un beso de despedida y se marchó grácil y silenciosa como una brisa de verano.
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