15.- El Legado del Rifle (3/4)
—¡¿Balas de energía?!— observó Alfa.
Había visto el concepto de esa arma en algunos libros, pero nunca pensó llegar a ver una. Era lo mismo que su hacha láser, solo que en vez de tener un filo de plasma, se trataba de un rifle que disparaba balas de plasma, con tanta energía que detonaban al encontrar resistencia suficiente.
Alfa esperó al siguiente impacto al otro lado del tronco. La madera junto a ella se remeció y chilló, como un animal moribundo. Ese era el momento. Rápidamente, Alfa se lanzó con todas sus fuerzas, con Poli en un brazo, en perpendicular a los disparos.
Como estaban más cerca, los soldados se detuvieron, apuntaron y dispararon. Alfa era muy rápida y se movía erráticamente, corriendo a toda marcha, deslizándose, saltando y a veces parándose en seco un instante para luego continuar. Avanzó de esta forma en desorden para despistarlos y hacerles más difícil apuntar. Sonaban disparos, pero no le llegaron balas ni por casualidad. Alfa contempló la posibilidad de que estuvieran fallando a propósito para evitar a Poli.
Con eso en mente, se arriesgó; se tomó unos segundos extra para escalar a la copa de un árbol de un salto y continuar su camino por arriba. Como si fuera un felino, saltó de copa en copa con gracia y agilidad. Por un momento pensó que les había perdido la vista a los soldados, cuando de pronto, una bala de energía cortó la rama que estaba a punto de pisar. Ella y Poli cayeron inevitablemente al suelo. Alfa rodó para transmitirle el mínimo golpe posible a Poli. Antes de tener tiempo de recuperarse, advirtieron un rifle de cañón ancho apuntándoles a la cara.
Siguieron la línea del cañón con la mirada, por el brazo y finalmente a quien lo sujetaba. Reconocieron a uno de los maestros de armas que habían visto en el libro; tenía la piel tostada, contextura delgada y pelo largo y blanco atado en una cola de caballo. Era Gregorio del Rifle.
—Entréganos al muchacho— comandó este.
Alfa respiró una vez. Dos veces. No podía creer que se había dejado atrapar de esa forma. Ese maestro ciertamente tenía un buen ojo para haberlos visto desde tan lejos, entre los árboles.
—Poli, ve y escóndete— le dijo Alfa.
—Oh, no. Mis muchachos te acompañarán— aseguró Gregorio, con un tono juguetón.
Poli miró a Alfa, esperando instrucciones.
—Haz lo que te dicen— aceptó finalmente.
El niño caminó hacia los militares, uno de los cuales se agachó para amordazarlo y así evitar que usara sus poderes. Seguidamente se alejaron. Gregorio miró victorioso a Alfa, cuando su rifle comenzó a emitir un sonido maquinal y creciente, como si cargara algo.
—Pío no se lo creerá cuando sepa que fui yo quien terminó con la famosa androide— comentó con soberbia.
Alfa le dio un cabezazo al cañón. Antes de que Gregorio pudiera reaccionar, lo desvió de un manotazo. Gregorio disparó, pero su bala impactó sola en el suelo. Seguidamente Alfa se le lanzó encima, lista para cercenarle la cabeza con el filo de su hacha, mas Gregorio se arrojó a un lado, rodó por el suelo para ganar distancia y se cubrió detrás de un árbol. Alfa lo siguió rápidamente, pero al girar por el árbol, no lo encontró.
De pronto oyó el mismo ruido de carga del rifle sobre su cabeza. Saltó hacia un lado; la bala de energía cruzó el aire y dio en el suelo de nuevo. Inmediatamente miró hacia arriba, pero Gregorio saltó por la copa de su árbol hacia un punto ciego de Alfa, donde el árbol más cercano le tapaba la vista. Intentó perseguirlo, pero para cuando rodeó el tronco, Gregorio había desaparecido de nuevo.
—¡Está usando mi propio truco contra mí!— pensó Alfa, molesta.
Pero no importaba mucho; ella podía oír el ruido del rifle.
En eso oyó un ruido seco entre sus pies. Al mirar, notó un par de granadas sin su pestillo.
—¡Cerezas!
Intentó saltar, pero a pesar de sus reflejos sobrehumanos, la explosión le alcanzó la espalda y la mandó a volar hacia adelante. Entonces Gregorio le disparó antes de dejarla aterrizar. La bala explotó en su abdomen y perforó su cuerpo metálico. Alfa cayó al suelo adolorida. Gregorio le apuntó de nuevo con su rifle, pero ella se lanzó contra un árbol a un lado y desapareció de su vista.
—Es astuto— pensó— espera que lo persiga para tender una emboscada.
No era rápido como Pío ni fuerte como Pedro, pero usaba todo a su alcance para compensar.
Rápidamente comprobó su herida; le había sacado un buen pedazo de abdomen. Un par más de esas y su cuerpo terminaría rompiéndose. Necesitaba más tiempo para pensar en un plan, pero en ese momento Gregorio le lanzó dos granadas por ambos lados. Alfa supo que él la estaría esperando del otro lado del tronco, por lo que saltó hacia la copa. Sin embargo, en ese instante las granadas estallaron y echaron el árbol abajo, lo cual la dejó vulnerable a otra bala que le explotó en el hombro.
Alfa cayó al suelo y rodó. Gregorio no le estaba dando tiempo ni para pensar. Comenzó a pensar que hasta podría perder; el maestro del rifle estaba dominando el campo de batalla.
—¡No, no puedo pensar así!— se sacudiendo la cabeza.
Tenía que meditar y elaborar una estrategia contra él, pero no tenía tiempo para hacerlo; pronto aparecerían nuevas granadas.
—¡Eso es!
Dejó de rodar detrás de un árbol, se paró de un salto y echó a correr por un lado de todas maneras. Antes de dar un paso, vio una granada en su cara. Sin pensar, se agachó para esquivarla.
—Esa granada iba dirigida a la posición en donde estaba antes— adivinó Alfa— me adelanté a sus movimientos, pero eso no significa que no tenga un plan de repuesto.
En el instante en que puso sus ojos sobre el camino, no consiguió verlo, pero de todas formas supuso qué planeaba hacer. Por eso golpeó la tierra con sus pies con fuerza para saltar y dar una voltereta en el aire, momento en el que oyó el silbido de una bola de plasma cruzando el aire cerca de su cabeza, a toda velocidad.
—¡Lo sabía!
Antes de terminar la voltereta, mientras giraba, notó una figura moviéndose de un árbol a otro. Luego aterrizó, sacó su hacha y se disparó hacia el árbol donde Gregorio se escondía. Esta vez no lo rodeó, sino que se plantó junto al árbol, separó las piernas y con todas sus fuerzas enterró el hacha en la madera, deslizándola hasta el otro lado.
El árbol llegó a saltar por el impulso, voló unos metros, girando, y cayó pesado en el suelo lleno de hojas y ramitas. Al mismo tiempo, Gregorio rodó por el suelo hacia la seguridad de otro árbol, pero Alfa ya lo tenía en la mira.
Lo persiguió. Gregorio se giró en el suelo y le apuntó con su rifle. Alfa lo vio, pero no había tiempo para esquivarlo. Gregorio disparó, la bala impactó en su pecho, le voló parte de la piel y hasta frenó un poco su caída, pero Alfa ignoró todo esto y continuó. Finalmente cayó sobre Gregorio, su hacha golpeó el rifle y lo bateó lejos del maestro. Este se llevó las manos al cinturón, lleno de cartuchos con artículos escondidos y granadas, pero Alfa dio un saltito y se paró sobre sus muñecas. Gregorio podía levantar a una persona de su peso sin problemas con sus manos, pero el impacto lo obligó a soltar lo que había sujetado. Entonces, antes de dejarlo recuperarse, Alfa elevó un pie lo más que pudo en el aire y lo dejó caer con toda su fuerza, martillando la frente de Gregorio y aturdiéndolo en el proceso.
Luego le acercó el filo del hacha al cuello y se quedó quieta ahí un momento. Miró por momentos al maestro, pero este no la miraba de vuelta, atontado. Pasaron los segundos, pero no hizo nada para zafarse.
—Ah... creo que gané.
Sin perder tiempo, le quitó el cinturón, lo ató con una cuerda que él mismo llevaba y lo registró completo por si traía otras herramientas. Se llevó todo consigo, incluyendo el rifle.
Cuando estuvo lista y segura de que este no la seguiría, se lo quedó mirando un rato más. Pensó en su buena puntería y en el rifle. Su hacha láser era una cosa, pero un rifle que disparaba balas de plasma era un arma mucho más cara y difícil de hacer. No le entregarían algo así a cualquiera. Ese Gregorio había podido apuntar con precisión en fracciones de segundo durante toda la pelea y los había visto a ella y a Poli a una gran distancia. Casi sentía que era un buen contendiente para el título de "mejor tirador del mundo".
—¡Oh, fresas!— exclamó en su mente —¡El papá de Amanda era un buen tirador! ¿Cómo dijo que se llamaba?
Pero luego de rememorar sus conversaciones con la niña, se dio cuenta que nunca lo había preguntado. No había pensado que ella escaparía antes de poder conversar más.
—No importa, Poli es la prioridad.
Así que echó a correr tras la pista de los soldados y Poli. Aunque no sintiera la dirección del chillido, podría haberlos rastreado sin problemas debido a las obvias huellas que habían dejado. Rápidamente los alcanzó, los dejó a todos fuera de combate y recuperó a Poli.
—¿No te hicieron daño?— inquirió Alfa.
—No.
Alfa suspiró, aliviada. Poli notó sus heridas, preocupado, pero no dijo nada.
—¿Listo para buscar a Amanda?
Poli levantó la cabeza, confundido.
—¿Eh? ¿Amanda?
—Sí.
Su cara se iluminó.
—¿O sea que al final la vamos a buscar?— preguntó, sorprendido.
—¡Claro! Vamos, tratemos de encontrarla antes de que anochezca.
Poli asintió. Listos, continuaron su búsqueda.
Caminaron poco más de una hora, de nuevo, hasta que Alfa detuvo a Poli con un brazo. El muchacho pensó que vendrían más soldados, pero la androide se agachó y se concentró en el suelo.
—Huellas— mencionó— de un niño, o en este caso, una niña. Vamos, no queda mucho.
Poli se alegró. Siguieron las huellas con cuidado, hasta que de pronto el chiquillo notó a alguien a lo lejos y le tiró el vestido a Alfa para hacérselo notar. Ambos se apresuraron hacia la niña.
Amanda se encontraba recostada contra un árbol grande, dormida y vulnerable en medio del bosque. Además de unos raspones, estaba completamente sana y a salvo. Ambos se sentaron junto a ella a tomar un respiro. La despertaron después de unos minutos.
—¿Ah?— Amanda se fijó en Alfa y Poli— Oh, hola.
—Nada que "hola" ¡¿Cómo se te ocurre venir aquí sola por la noche?! ¡¿Por qué no nos esperaste?!— la retó Alfa.
Amanda se asustó. Luego se cohibió, sin saber qué responder.
—Lo siento— contestó al fin.
Alfa se quitó el enfado con un suspiro y le ofreció una mano para ayudarla a ponerse de pie.
—¿Pudiste encontrar a tu papá?— le preguntó.
Amanda negó con la cabeza.
—Creo que fue una tontería venir aquí, de todas formas. Podría estar en cualquier bosque del mundo, o no. Quizás ya se fue o quizás nunca vino.
—¿Cómo se llama, a todo esto?
—Gre... Gregorio— recordó Amanda.
—Ahá ¿Y dices que es el mejor tirador del mundo?
—¡Sí! ¡Es excelente en el tiro al blanco! Nadie lo puede vencer— aseguró la niña.
Poli se quedó mirando a la androide con sorpresa. Alfa pensó en mostrarle la foto del libro ilustrado que habían conseguido, pero luego recordó que estaba en el auto con el resto de sus cosas. Tendría que arriesgarse.
—Muy bien, hora de partir, niños.
—¡Sí, tengo hambre!— exclamó Poli.
—Oh, no. Aún no volveremos al pueblo— indicó Alfa.
Amanda y Poli la miraron extrañados. Alfa les guiñó un ojo.
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