12.- Maestro Asesino (5/5)
Pío y sus hombres dispararon a Alfa, mientras Finir observaba estupefacta. Sentía que debía detenerlos, pero también debía obedecer a su maestro, y solo podía quedarse ahí, parada y dividida.
Alfa recibió los disparos indefensa. Aunque una bala no era suficiente para romper su cuerpo metálico, los proyectiles entraban en su piel sintética e irrumpían en los cables de fibra y los músculos artificiales, mermándola rápidamente. La androide, desesperada, se disparó contra uno de los soldados para enterrarle el hacha en la cabeza, demasiado rápida para que los demás la siguieran con sus miras. Sin darles respiro, continuó por el más cercano. Usó el cuerpo de su enemigo para esconderse, acercarse y decapitar a un tercero. Rápidamente le quitó su rifle y volvió a saltar varios metros en el aire, mientras apuntaba a otros tres para matarlos consecutivamente antes de aterrizar.
—¡Mierda! ¡Espárzanse! — ordenó Pío
Pero sus hombres fueron muy lentos para la eficacia mecánica de Alfa, quien parecía magnéticamente atraída a su siguiente presa. En menos de un minuto solo quedaron Pío, Alfa y Finir en el campo, mientras Poli se acercaba corriendo, preocupado y dispuesto a ayudar como pudiera.
Alfa apuntó a Pío. Él desenfundó sus kukris y echó a correr hacia ella en zigzag, tan rápido que ni la androide pudo mantenerlo en la mira. En un parpadeo, Pío apareció por un costado y le mandó un tajo al pecho, que Alfa no consiguió esquivar del todo; el filo del kukri pasó por la parte baja de sus costillas y le abrió una herida.
La androide intentó hacer distancia, sorprendida con la velocidad del sujeto, pero el maestro no le dio cuartel y continuó atacando. Sus dagas se movían como un enjambre. Ella arremetió con su hacha, pero él esquivó y atacó por un costado. Alfa continuó blandiendo su hacha, sin poder atinarle.
Aun así, Pío no controlaba toda la pelea. El asesino apuntaba a sus puntos vitales con cada arremetida, pero Alfa, aunque un poco más lenta, conseguía desviarlo con sus manos y pies, usando su fuerza mayor para interceptarlo y bloquearlo. Ambos se enfrascaron en una vorágine de golpes, bloqueos y volteretas, hasta que Pío resbaló un par de centímetros en el pasto, lo suficiente para crear una apertura que Alfa usó para atacar.
El maestro de armas se vio obligado a bloquear el golpe que iba dirigido a su cara, pero llevaba tanta fuerza que lo impulsó y lo golpeó en la boca con el mango de sus kukris. Pío saltó por el impulso unos metros hacia atrás, rodó en reversa y se reincorporó de inmediato para seguir peleando.
En esa pequeña ventana de tiempo, Alfa dejó de fijarse en sus manos y pies para observar su rostro. Esperó ver odio, euforia o algo similar, mas Pío no mostraba emociones. No se vanagloriaba de estar ganando ni de ser el más rápido, ni se lamentaba del dolor o de las penas de la guerra. Simplemente se mantenía firme, imperturbable, profesional. Alfa no tenía forma de saber qué pasaba por la mente de ese hombre.
En ese momento, Poli se les acercó, pero Finir lo advirtió por sus pisadas en el pasto. Dispuesta a mantenerlo fuera del peligro inminente, se dio vuelta y se preparó para agarrarlo, pero en eso, el chico la detuvo con un gesto de la mano.
—¡Espera!— le dijo— ¡Tienes que ayudar a Alfa!
Finir quiso decirle que no podía, que traicionar a su maestro sería horrible, pero de pronto se quedó perpleja y cambió de parecer. Se sintió como el despertar de un sueño, como si en ese momento comprendiera mejor la realidad.
—¡Tengo que ayudar a Alfa!— se dijo— ¡Y complacer a este niño! ¡No hay nada más importante en el mundo!
Pío se lanzó de nuevo hacia Alfa, tan rápido que apenas le dio tiempo de prepararse. Sus kukris arremetieron como una tormenta de la que ella poco se podía defender con sus brazos. Bloquear los cuchillos requería de toda su atención, por eso, cuando Pío le mandó una patada a la quijada, Alfa se desequilibró y se quedó indefensa. Finalmente Pío le enterró un kukri en el pecho, donde iría su corazón.
Alfa sintió el láser atravesando su caja torácica, quiso gritar del dolor, pero sabía que no podía distraerse en ese instante. Vio el otro kukri de Pío acercándose por un costado hacia su cuello, no había tiempo para esquivarlo.
El láser penetró unos centímetros sobre su clavícula. Pío vio su victoria frente a sus ojos, pero de súbito, su cuchillo se detuvo. Ya se encontraba unos centímetros bajo la piel de Alfa, pero no podía continuar. Algo lo sujetaba a él.
Consternado, se fijó en su muñeca y advirtió que Alfa lo agarraba firmemente. Intentó quitar su otro kukri del corazón de la androide, pero esta mano también estaba sujeta. Lo había atrapado.
Alfa vomitó un poco de sangre, destrozada por dentro. Antes que al maestro se le ocurriera una forma de salir de ahí, lo acercó a sí misma, tomó impulso y le mandó un fuerte cabezazo en la sien.
Pío saltó hacia atrás, atolondrado por el golpe. Intentó recuperarse, pero de pronto sintió que algo lo chocaba desde un costado y lo botaba al suelo. Alerta, se giró listo para contraatacar, cuando advirtió a Finir. Ella lo había embestido.
—¿Qu... ¡¿Qué?! ¡¿Finir?!
La miró unos segundos, atónito. Su subordinada parecía empecinada en mantenerlo en el suelo. Luego buscó a la androide con la mirada, pero no la encontró donde la había dejado, sino que corriendo hacia el muchacho. Sin que el maestro pudiera hacer nada, Alfa tomó a Poli en brazos y se marchó a toda prisa.
—¡No! ¡Deténganla!— bramó, pero ahí no se encontraba ninguno de sus hombres— ¡Finir, levántate! ¡Suéltame ahora mismo!
—¡No puedo! ¡Tengo que ayudar a Alfa!— exclamó.
—¿Alfa?
Entonces Pío entendió: por culpa de su pelea con Alfa, no lo había notado, pero seguro la actitud de Finir era obra del muchacho. Sin pensarlo dos veces, Pío le dio un codazo en la frente, lo cual la hizo rodar y cubrirse la cabeza del dolor. El maestro se puso de pie de un salto y echó a correr a toda velocidad hacia Alfa, la cual le había ganado una buena distancia.
En ese momento, una explosión desde otro lado llamó su atención. Se detuvo a ver qué ocurría y advirtió un tanque surgir de una pared rota, directo hacia él. Era la resistencia, resistiéndose.
El tanque apuntó directo a él. Pío comprendió que, en ese punto, su oportunidad de capturar al príncipe demonio se había esfumado.
Rápidamente decidió el camino que más le convenía y dio media vuelta para echar a correr hacia Finir. En la carrera la agarró, la levantó como si nada y se la echó al hombro para huir de los disparos del tanque a toda prisa.
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Alfa y Poli se subieron a una de las camionetas de la resistencia, se marcharon a toda prisa y abandonaron la ciudad de Wiva. El amanecer los encontró en la carretera, lejos de los asesinos de Drimodel. Ambos estaban sudados y cochinos. Alfa tenía la ropa ensangrentada por las heridas que le había causado Pío, pero conducía como si no hubiera ocurrido nada.
Poli la miró de reojo un par de veces. Alfa lo notó.
—Esto... no es nada, corazón. Se ve feo, pero te aseguro que en un par de días estaré perfectamente.
Miró a Poli intentando parecer despreocupada, pero este se veía desanimado.
—¿Qué le va a pasar a la gente de la resistencia?— preguntó al final.
Alfa pensó detenidamente su respuesta.
—¿Hiciste muchos amigos ahí?— le contestó con una pregunta.
—Algunos.
Alfa pensó un poco más.
—No lo sé, corazón— admitió al fin.
Poli agachó la cabeza, sumido en pensamiento. Alfa intentó simular optimismo.
—¡Pero descuida, lo más probable es que solo los encierren! Las penas de muerte son más caras de lo que todos creen, después de todo...— hizo una pausa, cansada de fingir tanto ánimo. Ella también pensaba en los compañeros que había dejado atrás— y además, hiciste todo lo que pudiste por ellos, corazón. Creo que eso es admirable.
Poli recordó lo que ella le había dicho en Navarra, antes de subir al estrecho montañoso; que él aún era muy pequeño para hacer un cambio, que debía vivir y convertirse en un hombre bueno para ayudar a los demás. Se sentía impotente, pero esa era la realidad. Alfa se lo quedó mirando un momento, de pronto recordó algo que la animó.
—Oye, allá en la base me salvaste ¿O no?
Poli se sorprendió.
—¿Qué? ¿De verdad?
—¡Claro! ¿No fuiste tú quien le dijo a la mujer zorro que atacara al maestro?
—Ah, sí, aunque no le dije que lo atacara, le dije que te ayudara. Supongo que era lo mismo.
—¿Lo ves? ¡Eres un héroe, corazón! Así que déjate de autocompadecerte, porque aquellos que sienten lástima por sí mismos no pueden ayudar a los demás. Creer que puedes hacerlo es el primer paso. Que no se te olvide.
La sonrisa de Poli se amplió, complacido con esas palabras.
—¡Muy bien! ¡Seré un héroe como tú, Alfa!
—¡Así se habla!
El sol matinal les pegó por la izquierda mientras iban por caminos montañosos y mal tenidos. Nada los podía detener en ese momento.
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Más o menos a esa misma hora, Pío se paró en la cima de la base central de la resistencia para mirar el terreno bajo sus pies. Los rebeldes habían sido capturados, y los que no, estaban muertos. El edificio había recibido mucho daño y tendría que ser reparado antes de que fuese seguro usarlo nuevamente. Había muchas ventanas rotas y una que otra pared convertida en escombros. Ciertamente uno de sus trabajos menos limpios. Más encima había perdido a varios hombres. Hacía tiempo que no dirigía una misión tan desastrosa.
Entonces, por una puerta apareció Finir, quien se le acercó y se sentó a su lado, sin atreverse a verlo a la cara. Pío la miró de reojo, despreocupado.
—Siento haberlo traicionado, maestro. No tengo excusa— se disculpó.
Sin embargo, Pío permaneció en silencio, meditabundo. Finir finalmente lo miró, curiosa, pero el maestro no parecía molestarse con su presencia.
Finalmente se puso de pie.
—Fui derrotado por esa androide solo porque estaba concentrado en otra misión. Intenté abarcar mucho más de lo que podía y eso casi me llevó al fracaso en ambos objetivos.
Finir se lo quedó mirando, extrañada.
—¿Maestro? ¿A qué se refiere?
—La cazaré— hizo una pausa, meditabundo— yo solo.
Finir no entendió del todo.
—¿A qué se refiere, maestro?
—Esa androide es demasiado para los soldados comunes. Masacró a mis hombres como si fueran ratas. Solo yo puedo hacerle frente. La próxima vez que nos veamos, no perderé.
Finir se paró junto a él.
—Maestro ¿Se refiere a Alfa?
Pío se giró hacia ella, extrañado.
—Es verdad, tú no le disparaste ¿Por qué?
Finir miró a otro lado, esperando no haber dicho más de lo necesario.
—La... conocí, hace mucho tiempo. Solo fue por unos días, pero no es de las personas que se olvidan. Fue antes de que usted me salvara— hizo una pequeña pausa, nostálgica— pero maestro, no puedo permitir que marche solo. Por favor, lléveme con usted.
Pío se llevó una mano al mentón, pensativo.
—¿Y cómo sé que no me traicionarás de nuevo?— alegó.
Finir se paralizó.
—¡No! ¡Esa vez fue... ¡Yo no... ¡No es lo que piensa, se lo aseguro! No sé qué fue, pero no era yo misma en ese momento.
Pío meditó sus palabras un momento.
—Entonces no ayudaste a Alfa porque eran amigas, sino por algo que no puedes explicar.
—¡Así es, maestro! ¡Se lo aseguro, algo extraño me pasó!
—¿Puedes describirlo? ¿Qué sentiste? ¿Por qué me tiraste al suelo en vez de intentar matarme? ¿Por qué en ese momento y no antes o después?
Finir hizo memoria. Todo era difuso, pero lograba recordar algo.
—Me sentía...— se llevó una mano a la cabeza, algo avergonzada— me sentía... muy contenta, demasiado contenta, como si el ser más maravilloso de todo el universo estuviera junto a mí, mirándome. Pensé... sentí que esta felicidad continuaría si... ya sabe, lo embestía.
—Así que me atacaste ¿Y esto tuvo que ver con tu interacción con el muchacho?
Finir abrió los ojos como platos. Justo como el maestro lo mencionaba, esa extraña sensación había surgido inmediatamente después de intercambiar unas palabras con el chiquillo. Haciendo más memoria, notó que lo mismo había ocurrido antes, en la cocina, cuando el chico le pidió dulces. Proporcionarle un plato con trozos de pera se había sentido como una especie de catarsis. Le explicó esto a Pío.
—Ya veo, entonces ya conoces los efectos del poder del... príncipe demonio.
—¿Ah?
Pío tomó una decisión en ese momento.
—Vendrás conmigo. Vamos a cazar a esa androide juntos.
—¡¿Qué?! ¡¿De verdad?!— exclamó, sonrojada— ¡¿Nosotros dos SOLOS?!
—Sí. Dudo que esa androide intente lastimarte si ya se conocían, y también entiendes de primera mano lo que puede hacer el niño. Ve a prepararte, nos vamos de viaje en una hora.
—¡¿Qué?!— exclamó Finir, mas al ver el rostro expectante de su maestro, se paró erguida— ¡Sí, señor!
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