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12.- Maestro Asesino (1/5)


Cruzar las montañas fue un trabajo arduo que se tomaron con paciencia y ánimo. Por las noches acampaban, Alfa le contaba una que otra historia, mitos y leyendas, curiosidades y costumbres de pueblos lejanos. Aprovechaba de entrenarlo y enseñarle habilidades que podrían serle útiles en un futuro. Durante el día se dedicaban a avanzar por los estrechos caminos.

Después de unas semanas, las montañas fueron perdiendo sus elevadas pendientes. Más pronto de lo que esperaba, luego de cruzar una loma, Poli miró hacia el frente y advirtió que ya no había más montañas, sino que un verde valle que descendía lentamente hacia un río. Se encontraban en Swinha.

Caminando sin prisas, evitaron la aduana y se dirigieron al primer pueblo que encontraron para comer una comida de verdad y dormir en una cama acolchada por primera vez en mucho tiempo. Conversando con las personas del bar de la posada, Alfa se informó de la situación actual del país; Swinha era una de las pocas zonas que aún se resistían a la arrasadora fuerza del imperio, en cierto modo: el gobierno ya se había rendido, pero sus ciudadanos quedaron resentidos por la invasión y se armaron para formar una resistencia. Esta organización había conseguido mantenerse con vida por mucho tiempo gracias a que sus miembros mantenían sus identidades en secreto. El imperio era implacable, pero con mucho esfuerzo, la resistencia había conseguido retomar parte del país. Los conflictos se volvieron constantes entre ambos bandos. Como consecuencia, la gente de Swinha sufría.

Continuando su viaje, llegaron a una pequeña ciudad llamada Wiva. No tenían otra intención más que reabastecerse y dormir en una posada por la noche, pero mientras caminaban por una de las calles principales buscando dónde quedarse, advirtieron una enorme cantidad de heridos tendidos alrededor del hospital, en las veredas y callejones. Médicos corrían por todas partes, apurados y agotados; entre los heridos había varios que difícilmente conseguirían sobrevivir durante las próximas horas.

—¿Qué les pasó, Alfa?— inquirió Poli.

—Estos deben ser los rebeldes de los que escuchamos. Seguro hubo una batalla hace poco y ahora están sanando a los sobrevivientes.

Poli se fijó en un hombre sin pierna, solo había una manta manchada donde debería estar su rodilla. El hombre se lamentaba como Poli nunca había visto a nadie lamentarse, una escena demasiado fuerte para un niño de su edad. La idea de una persona sin pierna provocó un puchero. Pronto comenzó a llorar. Alfa lo llevó a un rincón para consolarlo.

—¿Qué sucede, corazón?

—Es que me da pena— alegó entre sollozos.

Alfa sonrió mientras le secaba las lágrimas. De pronto recordó que tenía un pañuelo y se lo pasó por toda la cara.

—Es verdad, da pena— concordó ella— no hay nada que puedas hacer por estas personas. Piensa que todos sabían perfectamente en lo que se metían. En una batalla, es de esperar que te lastimen.

—¡Pero aun así!— alegó Poli— ¡Les duele tanto!

Alfa suspiró, pensando en alguna forma de aliviar el sufrimiento de Poli. No podía creer lo empático que podía ser. De pronto siguió su mirada hasta un joven que lloraba y gritaba mientras sostenía la mano de un amigo. Una escena fuerte, pero con eso se le ocurrió una idea. No le pareció malo que Poli conociera las consecuencias de la guerra, después de tenerlo toda su vida aislado. Con suerte, la experiencia lo impulsaría a evitar situaciones arriesgadas.

—Vamos, Poli. Si nos quedamos aquí, solo sufrirás más— le dijo Alfa.

Pero Poli seguía llorando y no parecía que fuera a parar pronto. Ella le tomó la mano y retomó el camino, pero Poli mantenía su mirada sobre la gente, deseoso de ayudar de alguna forma. Finalmente Alfa se paró y se inclinó para mirarlo.

—Poli hay una forma en que puedes ayudar a estas personas.

—¡¿Qué?!— exclamó este, desconcertado.

—Sí, pero no te saldrá fácil. Estarás todo el día mirando cosas desagradables, te cansarás como nunca y te aburrirás. Más encima, al final de todo no tendrás ningún premio y difícilmente la gente te lo agradecerá ¿Estás dispuesto a pagar ese precio por ayudar a estas personas?

Poli se quedó de piedra, mirando a Alfa. Se preguntó si ella prefería una respuesta sobre otra, pero al verle la cara calmada, comprendió que la decisión le correspondía totalmente a él.

Pensó en lo que dijo Alfa. Cansarse todo el día, aburrirse como ostra, no recibir ningún premio. No quería eso, pero luego miró a las personas a su alrededor llorando de dolor, lamentándose por la falta de una extremidad o ya sin esperanzas de vivir. No podía comprender el estrés y el sufrimiento por el que estarían pasando; no se comparaba a su castigo.

—Está bien. Haré lo que sea.

—¿Lo que sea? ¿Estás seguro? Al final del día estarás tan cansado que no podrás ni hablar, y aun así tendrás que seguir esforzándote.

Poli apretó sus puños para darse valor.

—¡Lo haré, Alfa! ¡Déjame ayudar a estas personas!

Alfa sonrió de oreja a oreja.

—Muy bien. No te separes de mí.

Partieron al hospital, donde reinaba el caos: enfermeros y médicos corrían de un lado para otro, los pasillos estaban colapsados de personas heridas, todos ladraban órdenes y reportes, y trataban de oírse sobre el de al lado. Alfa, sin problemas, agarró a un enfermero y le sujetó la cara para retenerlo y asegurarse de que la mirara. El enfermero forcejeó, apurado, pero Alfa lo obligó a permanecer con ella.

—Hola, estoy capacitada para tratar heridos ¿Puedo ayudar?

El enfermero se encogió de hombros antes de zafarse de Alfa.

—Claro, solo no molestes— le dijo, y desapareció.

Volvieron a salir. Alfa le indicó a Poli qué tenía planeado.

—Voy a tratar a todas las personas que pueda, Poli. Tú serás mi asistente. Debes responder a todas mis órdenes, ser rápido y asegurarte de hacer exactamente lo que te pido ¿Entendido?

—S-sí— contestó, algo nervioso.

La nana se dirigió a una de las zonas menos saturadas y se agachó junto a un soldado cualquiera. De inmediato le arrancó la camisa e identificó una bala en el pecho. Estaba mal, pero podía sobrevivir si lo trataba bien. Sin perder tiempo, le dijo a Poli exactamente lo que necesitaba y lo mandó a buscar materiales al hospital. Para su fortuna, nadie le diría que no a él.

Con la ayuda del muchacho, Alfa trató al herido: se desinfectó las manos, le quitó la bala y le cerró la herida con la destreza de un médico veterano. Luego pasó al siguiente para tratarlo con la misma eficiencia, luego al siguiente. Poli tuvo que hacer varias carreras al hospital, permanecer parado casi todo el día y taparse los ojos cuando había una herida muy fea y Alfa se lo indicaba. También tuvo que sujetar algunos brazos y piernas mientras Alfa cosía sin anestesia y soportar los gritos y maldiciones de dolor de docenas de soldados. En pocas horas, los médicos notaron que cierta mujer pelirroja había comenzado a tratar a los heridos. El médico en jefe, luego de salir de una operación complicada, fue informado de esto y salió personalmente para echarla. No podía ser que una cualquiera hiciera lo que quisiera con los soldados.

Salió del hospital, miró en todas direcciones y pronto la halló en un rincón, casi media cuadra a lo lejos, amputando una pierna. Se le acercó a zancadas y llegó a su lado cuando Alfa había terminado y estaba lista para pasar al siguiente.

—¡Señorita! ¡¿Qué cree que hace?!— alegó el jefe médico— ¡Como encargado de este hospital, no le puedo permitir que...

—Poli— lo mandó Alfa.

El muchacho se acercó al anciano por un lado, sorprendiéndolo.

—Déjenos ayudarlo— le pidió, algo cansado.

El jefe médico parpadeó un par de veces, mudo. Luego se volvió hacia Alfa para terminar de retarla, pero por alguna razón, las palabras de esa niña comenzaban a tener mucho sentido, tanto que de repente le pareció tonto encontrarse ahí. Se preguntó para qué había salido del hospital, cuando tenía tanto trabajo.

—Continúe, señorita— le espetó el anciano.

Alfa no le prestó atención; tomó sus cosas para dirigirse al próximo paciente. El anciano regresó sobre sus pasos, algo confundido, mientras la androide y el muchacho compartían una sonrisa cómplice.

Casi a mediodía, Poli se vio agotado. Le dolía desde los muslos hacia abajo, sus brazos y piernas estaban cansados, su boca seca y su estómago vacío, pero no había tiempo de descansar ni comer. Apenas pudo ir al baño un momento y luego de vuelta a trabajar. Alfa lo mantuvo ocupado todo el día. Hacía algo de frío, pero con tanto movimiento, se olvidó del clima. Quizás era mejor así.

Finalmente anocheció. Alfa se puso de pie para ir a atender al siguiente herido, pero al buscar con la mirada, notó que ya no había en esa zona. Después de todo el día, los únicos que quedaban por tratar habían sido transferidos dentro del hospital, a un volumen que el equipo médico podía manejar mucho mejor.

Tras asegurarse de que ya no eran necesarios, Alfa se lavó las manos una última vez y se dirigió a Poli. Este apenas se mantenía en pie, quería desplomarse en el suelo para descansar un momento, pero no podía.

—Muy bien. Ya hicimos todo lo que pudimos. Ahora vamos a comer algo.

Poli asintió, sin poder hablar.

Alfa lo llevó a una posada, donde ordenaron dos sándwiches. Les llevaron platos tan grandes que apenas pudieron comer la mitad cada uno. Alfa le preguntó al cantinero por los soldados heridos, este le comentó sobre una batalla que había tenido lugar hacía poco.

—Las tropas del imperio están comandadas por un maestro de armas. Si me permite la opinión, me parece que estamos perdidos. Deberíamos rendirnos y ya.

Dijo esto último en voz baja, esperando que nadie más lo oyera, pero había poca gente esa noche en el bar. Seguidamente les preguntó por ellos mismos. Alfa le contó el trabajo que se habían buscado solos y sobre el esfuerzo de Poli.

—No puede ser ¿Es verdad, jovencita?— alegó el hombre, sorprendido.

Poli, algo soñoliento y totalmente agotado, asintió con la cabeza. Entonces el cantinero le tomó la cabeza y lo besó en la frente, sorprendiéndolo. También puso una mano en el hombro de Alfa, en señal de respeto.

—No puedo creerlo ¿Simplemente comenzaron a atender personas? Y más encima son ajenos a todo esto. Ustedes dos son increíbles. En nombre de mi país y de todos esos soldados, déjenme darles las gracias.

Al oír esto, Poli miró a Alfa, sorprendido. Ambos sonrieron, más satisfechos que antes.

—Pidan lo que quieran, la casa invita.

—Oh, no, gracias. No podría— intentó negarse Alfa.

—Por favor, es lo mínimo que podría hacer por personas tan bondadosas como ustedes— puso una mano sobre el hombro de Poli y le guiñó un ojo— por ti, pequeña heroína.

Poli se sonrojó, y ante la insistencia del cantinero, pidió un postre. Alfa, por su parte, un jarrón de cerveza.

Luego de comer y beber, se marcharon dando las gracias. El cantinero esperó unos minutos después que cerraran la puerta tras de sí para dirigirse a un teléfono y usarlo.

—¿Aló?— saludó en voz baja, para que los pocos clientes no lo oyeran— Sí, jefe. Tengo información importante que reportarle.

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A la mañana siguiente, tomaron sus cosas y se marcharon. Mientras caminaban, Alfa notó que Poli tenía problemas, seguro los músculos de sus piernas aún no habían procesado el ejercicio del día anterior.

—¿Cómo te sientes respecto de ayer?— quiso saber.

Poli pensó su respuesta largo y tendido.

—Tenías razón, ayudar a la gente es difícil.

Alfa sonrió, satisfecha. Hacerlo entender esa lección valía toda la pena del día anterior.

—Pero me habría sentido terrible de dejarlos por su cuenta— continuó.

—Si te encontraras en una situación así de nuevo ¿Volverías a hacer lo que hiciste?— inquirió ella.

—Sí, definitivamente.

Alfa abrió los ojos de par en par, contrariada.

—¿A pesar de todo?— insistió.

—Sí— dijo Poli, cansado.

Alfa le acarició la cabeza, llena de orgullo y una pisca de culpa. No dudaba que su niño fuera bondadoso, pero ella no quería que fuera bueno; quería que fuera feliz y que sobreviviera, y no sabía hasta qué punto ambos caminos seguirían juntos.

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Iban caminando de lo más bien, dispuestos a dejar la ciudad, cuando un auto se detuvo a pocos metros adelante. Se bajó un hombre anciano, de lentes gruesos y bien vestido. A él lo rodearon varios sujetos grandes y fortachones en terno.

—Ah, aquí están— los saludó el anciano— llevo toda la mañana buscando por ustedes dos. Es un placer conocerlos finalmente. Yo soy Sierro, el líder de la resistencia.

Alfa y Poli se miraron, sorprendidos.

—Ustedes son los extranjeros que ayudaron ayer con los heridos de la batalla ¿No es así?

Poli asintió, luego se presentó a sí mismo y a Alfa.

—Excelente, excelente. Antes de continuar, me gustaría agradecerles de corazón por su cooperación desinteresada. Por su ayuda a mis subordinados, muchas gracias.

Inclinó la cabeza un momento.

—No fue nada— comentó Poli, aunque Alfa veía claramente lo alegre que se puso tras ser reconocido.

—En segundo lugar, vengo a pedirle a usted su servicio— dijo mirando a Alfa.

—¿A mí?

—Sí, me gustaría que se uniera a mis fuerzas, si no es mucho pedir.

Alfa se extrañó.

—¿Y dijo que era el líder? ¿Usted viene a reclutarme personalmente?

—Así es— aseguró con su voz ronca— En nuestra organización necesitamos de personas como usted. Sería un honor contar con su ayuda.

Alfa se sorprendió de tal oferta. Rápidamente meditó de las ventajas y desventajas de aceptar el trato en comparación a continuar con su camino.

—Estoy buscando un lugar seguro para vivir con mi niño, lejos de las garras del imperio, no en la vanguardia— indicó.

—¡Y un lugar seguro tendrá! Es más, no hay lugar más seguro y alejado del gobierno que en el seno de la mismísima resistencia. Además, nadie enviaría a un médico a la vanguardia.

Alfa recordó que ese sujeto no tenía por qué saber que ella era una androide hecha para la batalla. Solo sabía de sus logros médicos. Se fijó en Poli, quien se veía emocionado de participar. Ya estaba decidido.

—Muy bien, seremos parte de su resistencia, señor Sierro ¿O debería llamarlo comandante?

—Sierro está bien— dijo mientras le estrechaba la mano— excelente, mi niña. No se arrepentirán, se los aseguro.

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