Merry Christmas
Zara nunca fue una chica romántica de las festividades. A sus cortos doce años no conocía el amor como para recibir chocolates en San Valentín y detestaba los dulces como para disfrazarse y tocar las aldabas de sus vecinos en Halloween. La única fiesta que esperaba con ansias era la Navidad. Amaba la nieve como un felino a su juguete favorito y armar nuevos amigos de escarcha en su jardín era la actividad que más anhelaba de la temporada. Sin embargo, este año fue diferente.
Sus padres se habían ido de viaje por trabajo, por lo que pasaría las Navidades con su abuelo paterno. El único abuelo que aún conservaba su vida y que, para empeorar las cosas, nunca antes había visto. Esa justificación tan simple no convencía a Zara. Ella sentía que algo andaba realmente mal con sus padres, que ya llevaban semanas ausentándose.
Su semblante se entristecía con cada luna que pasaba, su mente viajaba a esas noches en las que abría los regalos con su padre y encontraba justo lo que había pedido a Santa en sus cartas. La imagen de la sonrisa de su madre y la complacencia de su padre al verla feliz era una sensación que ningún niño debía saltarse y Zara estaba orgullosa de vivirla cada Navidad. Sin embargo, este año, ella sabía que sería diferente.
El abuelo la animó a confeccionar su carta para Santa, pero solo pudo escribir una oración: "Deseo ver a mis padres tomados de la mano otra vez". El lápiz rodó sobre la mesita en la que el agotamiento la venció y el abuelo, tras leer sus palabras, guardó su pedido en el bolsillo luego de acariciarle el cabello alborotado.
La Navidad llegó finalmente al hogar de Zara y el árbol resplandecía, con sus luces parpadeantes por el salón. Todo parecía idéntico a los años anteriores, con la excepción de que sus padres no estaban con ella. Para su sorpresa, bajo el árbol había dos paquetes envueltos con mucho esmero. Aunque estuviera triste, aún tendría regalos.
Eso la animó un poco, pero la sonrisa forzada del abuelo, junto a sus ojos vacíos, la perturbaba. Un nudo se torció en su garganta al intercambiar miradas con el abuelo, una sensación de miedo que no podía explicar. El abuelo se puso de pie y colocó uno de los regalos sobre las piernas de Zara y volvió con el otro para su asiento.
—Abrámoslo juntos —la incitó el abuelo.
Zara abrió su regalo con desilusión, a sabiendas de que su pedido esta vez no sería cumplido. Sin embargo, lo que Zara no sabía, era que nunca hay que subestimar el poder de los deseos. Dentro del paquete, la niña reconoció la frialdad de la plata de los anillos. En ese instante, supo que eran los de sus padres. Sus manos... aún juntas.
Zara levantó la mirada, el cuchillo en la mano del abuelo brilló con el destello de las luces navideñas y Zara lo entendió todo. Ese, sería su último regalo.
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