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The Ballad of Paul K., McFly

Paul K. estaba sentado en el sofá, viendo la televisión. El mando parecía estar pegado a su mano derecha, y lo mismo le ocurría a la botella fría de Corona que tenía en la izquierda. El reloj de cuco sonó siete veces. Cansinamente, miró el reloj. Era hora de ducharse.

Se levantó como pudo, lentamente, agarrándose con fuerza al respaldo del sofá. Todos los huesos le crujían con sonidos extraños, pero lo peor de todo era la sensación de lentitud que tenía cada vez que se movía. Sentía como se estaba haciendo viejo, lo notaba.

Subió las escaleras como pudo, lentamente. Entró en el baño y se desvistió sin mirarse en el espejo, hacía mucho que lo tapaba con una toalla para no notar la mirada de su viejo reflejo. Se metió en la ducha, justo debajo del chorro de agua fría. Era una de las pocas cosas que lo vivificaban. Miró hacia abajo, y vio como pelo gris caía en la ducha. Mientras se frotaba, vio su tatuaje, en el hombro derecho, que con el tiempo se había descolorido y se había arrugado junto con su piel. 

No entendía sus sentimientos. Cada vez más, sentía que la vida estaba tirando de él hacia abajo, cada vez más hacia abajo. Él solía sonreír, pero parecía haberlo olvidado, porque se pasaba el día frunciendo el ceño, y lloraba por dentro. Salió de la ducha con cuidado, con mucho cuidado. Aunque tal vez resbalarse y desnucarse no fuera tan mal destino. 

Llevaba un tiempo sintiéndose de esa manera, y no sabía que hacer para cambiar las cosas. La vida le había sido desagradecida, y poco a poco estaba perdiendo su mente, su cordura. Se levantaba cansado, se iba a la cama cansado, los años lo iban hundiendo lentamente en la miseria. 

Rápidamente, arrancó la toalla que tapaba el espejo. Sólo necesitaba mirarse en él después de la ducha, para peinarse los pocos pelos que le quedaban. Se miró de repente, asustado por lo que se podría encontrar, pero, al igual que otras veces, observó que había envejecido un poco más. Parecía que el tiempo no estaba de su parte.

Bajó por las escaleras, mirando las fotos de su familia. Había sido un adicto a su vida: dos hijos, una esposa y un perro,  había sentido que lo tenía todo, pero todo se había marchado. Su esposa lo dejó hacia algunos años, por culpa de un cáncer que la dejó durante meses postrada en una cama, mientras Paul observaba como se consumía lentamente. El perro, Rocky, murió hacia ya una veintena de años. Vivió veinte años, más de lo que un perro podía pedir. Y los hijos se marcharon tras finalizar la universidad. La mayor se había casado y estaba embarazada. El pequeño trabajaba muy duro en una empresa de telefonía para ahorrar, pues también quería casarse con su novia. 

Paul estaba muy orgulloso de sus hijos, por eso él no quiso que supiesen que estaba entrando en una crisis de los sesenta. No quería ver la decepción plasmada en sus ojos, sus miradas de "se está haciendo viejo y lo sabe, pero debemos negárselo si no queremos que se nos acople a alguno de los dos en casa. ¿Deberíamos pensar ya en una residencia de ancianos, o esperamos a que esté en silla de ruedas?". 

Se volvió a sentar en el sillón. Tal vez con la llegada del nieto, su vida cobraría un nuevo sentido, y dejaría de pasarse el día sentado y viendo programas de televisión. Sí, sería bueno tener a un pequeñín correteando por la casa, llenando de alegría el vacío de su hogar. Casi ni pasaba por la cocina, pues le recordaba que estaba comprando un suelo nuevo que no podía pagar. No le gustaba admitir que últimamente estaba casi suplicando por su pensión. 

No sabía porqué, pero de alguna manera, ahora odiaba a los que antes había amado. Ya no soportaba las cosas ni las personas que antes le hacían feliz, tal vez porque en el fondo tenía miedo de arrastrarlos a su negro agujero. 

Pero ahora veía todo lo que había alejado de él: los amigos, la familia, la felicidad. Todos se habían marchado, y no sabía como hacer que volvieran. Dejar las cosas atrás era fácil, lo difícil era tratar de recuperarlas. Habían estado a su lado durante toda su vida, pero era demasiado tarde. 

Demasiado tarde para recuperarlos a todos. Demasiado tarde para amar. Demasiado tarde para amarse a sí mismo. Demasiado tarde para ser feliz. Demasiado tarde para hacer algo que no fuera quedarse sentado. 

Simplemente, era demasiado tarde.

Espero que os haya gustado este cuento (aunque es más corto de lo habitual, lo siento). Os dejo el vídeo con letra de la canción, así veréis como es. Sé que es un poco deprimente, pero bueno... ¡No me juzguéis! No me venía la inspiración :( Bueno, si os ha gustado votad y comentad si creéis que el pobre Paul K va a recuperarse de su depresión. Yo creo que sí ;) Besos a todos

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