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3, Una decisión.

 |House of gold|

Desde que todo había vuelto a ser normal, de alguna manera, las noches se hicieron más complicadas. Y supo que seguiría sin ser tranquilas, tras un año de noviazgo, y los vómitos repentinos.

La primera vez que sucedió, Marius no estaba en el departamento, y fue después de cortar una llamada con él. Aún seguía con el cabello largo, y no tenía nada para atarlo al alcance.

"Era broma, si estoy afuera". Leyó cuando tuvo un minuto de paz.

Por suerte, aquel minuto duró mucho, y cuando se asomó a la entrada del departamento, estaba él allí sonriente, y ella al borde del colapso.

—Llegas a tiempo, no me siento nada bien —anunció Olivia, con cierta pena.

Marius la encontró más pálido que nunca, y con un particular brillo plateado en sus ojos. Si no fuera por la luz cálida del departamento, encontraría en su novia una fiel representación de la luna.

—Perfecto, necesitaba una excusa para no volver allí —dijo y la abrazó.

—Tu siempre encuentras una excusa para no volver a los seminarios —dijo Olivia y sonrío contra su pecho.

—Lo se, y cuidar de mi novia es la mejor de todas —respondió Marius.

Al principio, adjudicó el malestar a las largas sesiones como planificadora de boda, y luego, ya no pudo ocultar más el hecho de que tenía más que ver con su interior que con el afuera.

En la fecha en que Cecili Felicita nació, no le importó más la poca paz, lo interminable de la densa oscuridad, o los dolores de cuerpo, porque con una infinita cantidad de estrellas brillantes, y una gran luna, Olivia le dio un nuevo significado a la noche.

Al menos, hasta que las pesadillas de un pasado insuperable, volvieron.

Olivia despertó con una fuerte presión en el pecho, y las lágrimas al borde de los ojos. Era una sensación que conocía de memoria, y comenzaba a cansarse. Porque ya no veía el resplandor color plata, ni escuchaba su voz profunda y tenebrosa. Tan solo era invadida por un poco de miedo, producto del vacío, y luego venía la agonizante angustia.

Cuando se dio cuenta, se aferraba a Marius con fuerza, hasta que fue consciente del sonido de su corazón. No lo quería usar como su forma de buscar la calma, pese a que él se ofreció sin problemas. No quería volver a la vida de antes dónde las noches no eran tormentosas entre sueños, tan solo no quería ahogarse en éstos.

—¿Una pesadilla? —preguntó Marius.

Su voz rasposa por el sueño llegó hasta ella, y se soltó de inmediato. No entendía cómo hacía para no cansarse luego de tantas noches como esas. Más aún cuando viajaron a París para unas pequeñas vacaciones, y ella no hacía más que despertar de las peores pesadillas.

—Extraño a Ceci —murmuró Oliva.

Giró al lado contrario, dándole la espalda. Ahora las lágrimas eran más evidentes que minutos atrás y no quería que él las viera. Después de tantos años juntos, una partecita suya, tenía temor de estar cansándolo con las pesadillas, los ojos sin brillos, el cabello largo por el miedo, despertar sintiendo que su corazón iba a explotar.

Hasta que Marius la abrazó por la espalda, sintiendo el calor de su piel sobre la suya, y la suavidad con la que se aferraba a ella. Se convertía en su refugio durante las noches tormentosas. En silencio, despejaba cualquier duda que nacía por el miedo y la angustia.

—Si, otra pesadilla —murmuró Olivia, tratando de no llorar.

Arabella se quedó unos minutos hablando con Galaga e Hisirdoux, mientras Cecili ponía más atención a lo que decían sobre algunos nuevos trucos. Aunque no hiciera nada de magia, sabía que la mayoría de las personas que la rodeaban sí, y siempre esperaba a que alguno hiciera estatuillas de luces, o levitar lo que sea.

Sin embargo, aunque a veces lo hacían, porque ella disfrutará era fundamental, trataban de ser tan cuidadosos como podían sobre el uso de la magia.

—Bien, saldré un momento —dijo Arabella y se puso de pie—. No hagan tonterías. Ceci, estás a cargo de estos dos.

La niña se despidió con un suave beso en la mejilla, y Arabella salió sintiendo mariposas en el estómago. Amaba demasiado a esa niña, y era la única persona, pequeña y brillante, que le sacaba una sonrisa sin darse cuenta.

A punto de llegar al ascensor, el mundo comenzó a moverse bajo sus pies. Otro mareo, el tercero del día, y ya había perdido la cuenta de las veces que sucedió en la semana. Lo ignoró, aun así, bajó por las escaleras. El ascensor le hacía peor, y lo comprobó más temprano cuando salió con Cecili a hacer las compras.

La luz de la tarde le provocó un mareo más, y el olor de la comida callejera náuseas. Se apuró tanto como pudo para llegar a un lugar que no era su destino.

Entró al local de Zoe, y sin detenerse a decirle nada, siguió apurada hasta el baño. Vómito la merienda con su esposo, el almuerzo con la niña, y el desayuno solitario.

Zoe entró, y la encontró con la cabeza dentro del inodoro. Sostuvo su largo cabello rubio, e hizo un rodete, para luego sentarse a su lado.

—Lo sabía, estás embarazada —dijo, y dio una sonrisa—, a ti lo único que te hace vomitar son las mensajeras y el uso excesivo de magia.

—Y no he hecho nada de eso —dijo Arabella.

Se sentó en el frío suelo, y tiró la cabeza hacia atrás. Le comenzó a doler, así como todo el cuarto giró a su alrededor.

—Esto es una locura —balbuceo.

Zoe se sentó a su lado, y se apoyó contra la pared. Mientras Arabella se escondía entre sus brazos, ambas guardaron silencio. Era un momento extraño, pues nunca antes habían tocado un tema como ser madres. Aunque la de cabellos rosas lo era, la rubia estaba por completó alejada de esa realidad.

Claro, ella había roto el hechizo que le evitaba quedar embarazada, aun así, con su esposo no volvieron a hablar del tema luego de esa tarde tan lejana. Hisirdoux sabía lo que ella opinaba (o al menos mantenía una idea por esa conversación años atrás) Y Arabella estaba feliz con que no haya presiones por parte de nadie. 

 Nunca se imagino siendo madre.  

—¿Qué haré? —se preguntó.

—Lo que tú desees —respondió con suavidad Zoe—. Tu no deberías hacer algo de lo que no estás segura. La decisión es tuya, pero no estarás sola en el momento que la tomes. Tienes quienes te vamos a acompañar, elijas lo que elijas.

Arabella la vio, y le sonrió. No esperaba escuchar algo diferente viniendo de su amiga. Era la primera vez que tenía una conversación como esa, y le causaba cierta extrañeza relacionada a la felicidad.

Se puso de pie, y ayudó a Zoe. Las dos se estiraron al mismo tiempo.

—Bien, deberé hacer alguna prueba, y pensar el nombre —dijo, y la ojiazul la vio con sorpresa—. Quién será la madrina, tengo muchas amigas hermanas.

—¿Lo dices en serio?

—Si, puede salir bien, o terriblemente mal —se pauso—, ¿Tú crees que lo haré bien? Digo, no tengo los mejores modelos crianza. Morgana me manipuló de niña, con Douxie no fuimos estables hasta hace una década. Merlín no es exactamente el padre ideal del  uso alguien pueda aprender algo.

Dio un suspiro, y abrió los ojos.

—Si esto llega a suceder, tendrá abuelos terribles —añadio—. Y ni siquiera se pueden ver sin querer arrancarse las cabezas.

Zoe tomó sus manos, y le sonrió. La veía, y ya no encontraba a la bruja desalmada y despreocupada que alguna vez fue. Y escucharla dudar de algo tan humano como formar una familia, o agrandar la que ya había hecho, era tan inimaginable como emocionalmente.

—Bueno, ustedes harán la diferencia —dijo, dándole un suave apretón—. Creo que nadie, aun teniendo la mejor influencia, sabe cómo ser mamá o papá, hasta que llega el momento. Te lo digo por experiencia. La madrina Zoe siempre tiene razón.

—Gracias, eres la mejor —dijo, y le sonrió—. Ahora vayamos por esas pruebas de embarazos, antes de que me dé un infartó por la ansiedad.

Una semana después.

Los padres de Cecili volvieron de las vacaciones unos días antes. Sin la niña en el departamento se sentía un tanto vacío, pero aún con su ausencia algo quedaba flotando en el aire, encontrando a Arabella sonriente de la nada.

—Estas hermosa —habló Hisirdoux cuando la encontró en la cama, leyendo un libro de romance.

Alzó la vista del libro, y le sonrió. Lo dejó a un lado, y estiró los brazos. Hisirdoux no tardó en terminar entre estos, apoyando la mejilla contra el pecho, para relajarse en él. Oyó como los latidos de su corazón se iban acelerando, y se enderezó creyendo que él no fue capaz de hacerlo tan rápido.

—¿Ocurre algo? —pregunto preocupado.

—Nada, mi corazón se pone feliz cuando estas tan cerca de él —dijo, y le sonrió.

Aunque la sonrisa denotaba algo de pena.

—Oh, amor, ¿Qué pasa? —insistió—. Sabes que me lo puedes decir.

—Solo extraño a rizos —dijo ella, y puso una mano en su mejilla.

Hisirdoux le dio un suave beso en los labios, y compartió el mismo malestar que ella. Se sentó a su lado, y apoyó la cabeza en su hombro desnudo.

—Estaba pensando —habló Hisirdoux—. ¿Te gustaría hablar sobre tener hijos? Ha pasado un tiempo de aquella vez que lo hicimos.

Arabella se enderezó de repente, sintiendo una electricidad recorrer su cuerpo de los pies a la cabeza. Aún no sabía cómo decirle, porque no encontraba las palabras, el momento, la alegría, el sentimiento correcto. Realmente no sabía cómo dirigir los cientos de pensamientos que la abordaban cada vez que quería tocar el tema.

—Creo que, con Ceci, y Theo, se me agudizó un poco el insisto materno —dijo, y le sonrió—. Tener un niño de nosotros suena tan mágico y misterioso. Sería algo tan perfecto, y puramente de los dos.

Hisirdoux tomó su mano, la que llevaba el anillo que le hacía recordar que tan cierto era esa conversación, el irse a dormir todas las noches, y despertar a su lado cada vez que la alarma anunciaba un nuevo día. Le dio un suave beso, y giró la cabeza para verla.

Arabella estaba absorta en él, y la manera en que con sus gestos le decía lo mucho que la amaba.

—De todas las aventuras que hemos vivido, está sería la más mágica y misteriosa que correríamos.

—Diosas, quiero correr esa aventura contigo —exclamó Arabella, y saltó a sus brazos.

—Cuando tú quieras, sabes que estoy dispuesto a buscarla desde ya —habló entre besos.

Arabella le pudo haber dicho en ese momento que no hacía falta ir tan lejos, sin embargo, algo la frenó al querer darle la noticia que venía ocultando hacía una semana y algunos días.

—No sabes lo mucho que lo deseo, pero estoy muy cansada —dijo, y se enderezó sobre su regazo.

—Bien, no hay apuro, digo, ya hemos vivido muchos años sin hijos, creo que podemos esperar un poco más.

—Bien, porque mañana puede que sea el día —le sonrió, se inclinó y le besó con suavidad—. Que emoción vivir esto contigo —murmuró.

Otra vez despertó con un terrible miedo. Boca arriba, se dio cuenta que veía el techo atraves de la espesa oscuridad. El brazo que Marius pasaba encima de su panza, parecía quitarle el aire. No era él, algo más la sofocada, le secaba la boca.

Está vez fue cuidadosa en dejar el lado de Marius, para salir de la cama. Le dio un beso en la frente, y se regocijo en la nueva sonrisa que se le dibujó. Verlo dormir le daba paz, aun cuando ella no la tenía entre sus sueños.

Fue por un vaso de agua, y luego pasaría para ver a Ceci. También amaba verla dormir. Era tan parecida a Marius, que no le molestaba en lo absoluto que no tuviera ni siquiera el tono gris de sus ojos. Verlo a él en ella le daba alegría, y eso le bastaba para no cuestionar la genética. Ya ni se preguntaba porque los rizos de la niña no se asemejaban al castaño suyo o de él.

Y mientras ella se iba acercando al cuarto, Marius iba saliendo de su letargo. No tardaba mucho en darse cuenta que Olivia no estaba. Sin embargo, un fuerte grito le hizo abrir los ojos con rapidez, y con esa misma velocidad corrió hasta el cuarto de su hija.

—¿Qué sucede? —pregunto, agitado, al llegar a la puerta.

Se frenó al ver los restos de vidrios en el suelo, y el corazón se le detuvo cuando vio a Olivia arrodillada al lado de la cama de Cecili. Con magia corrió el vaso roto, y tratando de pensar en frío, que nada llegue a su mente antes de tiempo, se acercó a ella.

Olivia miraba fijo donde horas atrás se había asegurado que estaba durmiendo tranquila Cecili. No quitaba las manos del cubre cama lila, aun tibio.

—Se, se —balbuceo, y apretó las manos.

Se puso de pie con rapidez, y saltó a los brazos de Marius para ocultarse en su pecho. Atónito la envolvió con fuerza, oyendo atento el balbuceo de su novia.

Hasta que al fin la oyó con la misma claridad en que veía la cama vacía.

—Marius, se la han llevado —murmuró Olivia, y comenzó a llorar.

Olivia no quería que sus malos presentimientos fueran algo cierto, que sus pesadillas fueran un indicador de algo tan atroz como la desaparición de su pequeña hija.

¿Cómo lo podía saber si tan solo se topaba con la más fría oscuridad?

—Marius, se han llevado a Cecili —repitió.

Viendo la cama vacía, Marius abrazó con fuerza a Olivia, tratando de llevar hasta los límites la fuerza para evitar derrumbarse en ese momento. 

☆☆☆

Bueno, hola. No voy a preguntar como andan, porque lo sé. Tienen unas ganas de buscar donde vivo.

Y ustedes dirán ¿Es necesario todo esto? Y yo les respondo, no, pero si. Ya van a tener una explicación de porque hago lo que hago.

Soy muy mala para decir algo que los aliente. Bueno, no diré nada, salvo que sean paciente *tu, la de la esquina, baja la antorcha*

Eso sí, denle sus pañuelos descartables a estos papis (quédense con un par) Más que todo a Marius (de la quería amiga Madeof_Stardust_) yo se porque les digo, tengo el guión justo acá.

Sin más que decir, me despido. Hasta dentro de unos 15 días mis soles ✨besitos besitos  chau chau✨






Pd: pobre Olivia, en este universo la tiene de perder 😭

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