Capítulo 6.
Maratón 2/2.
Nada más la locomotora escarlata llegó a Londres, el grupo de Slytherin cogió sus respectivos baúles y salieron del vagón, bajándose del tren. La estación estaba menos llena de lo habitual, aunque tampoco era para sorprenderse, pues tampoco habían vuelto muchos alumnos del colegio y los otros ni siquiera habían asistido ese año, porque eran nacidos de muggles y se les había prohibido la entrada con el auge de Lord Voldemort.
En el andén, Helena Parkinson y Elysabeth Nott les habían ido a recoger. Cuando llegaron junto a ellas, la primera en romper el hielo fue la madre de Theodore.
― ¿Cómo ha ido el primer trimestre? ―les preguntó.
― ¿De verdad lo estás preguntando, madre? ―preguntó Theodore, con un tono irritable, mirándola mal―. Ha sido una mierda, todo por culpa de Travers, que es un incompetente.
―Lo lamentos, chicos. No pudimos evitarlo ―se disculpó Helena, mirando a sus hijas―. Será mejor que nos vayamos ya, el traslador se activará en menos de un minuto.
Y así fue. Los cinco jóvenes y las dos mujeres adultas tocaron esa bota vieja que servía como traslador, y en cuestión de segundos, dejaron atrás la estación de Kings' Cross, desapareciendo de allí. Pocos minutos más tarde, aterrizaron en el salón principal de la mansión Greengrass, donde varios progenitores estaban esperando a sus hijos.
― ¡Blaise, Theo! ¡Chicas! ―exclamó Draco, llegando al pie de las escaleras.
Saber que estaban bien, al menos sin ninguna herida física, y a salvo una vez llegaron, fue un gran alivio para el heredero de los Malfoy. Todos se fueron a la habitación de Daphne, pues la anfitriona fue quien lo mencionó. Necesitaban hablar, desahogarse.
Subieron las escaleras en un total silencio que lejos de ser incómodo, también era agradable. No se escuchaba nada por su parte, solo las voces de sus progenitores llamándoles, las cuales fueron ignoradas totalmente por sus hijos, que seguían subiendo las escaleras hasta llegar a la habitación de la primogénita de los Greengrass.
―Podéis acomodaros en la cama y los sillones, tenemos mucho que hablar y desahogarnos ―comentó la rubia, mientras retiraba las cortinas de la ventana, para que entrase la poca luz solar que había proveniente del cielo―. Estáis en vuestra casa, ya lo sabéis.
Nadie supo que decir, pero con ese silencio se comprendían a la perfección.
Quizás eran unos incomprendidos, pero se comprendían entre ellos. Y eso era lo que más importaba.
―Lo siento tanto, chicos ―susurró Draco, sin levantar la mirada del suelo, apenado por la situación que sus amigos también tendrían que vivir―. Nunca pensé que también seríais obligados a ser marcados como lo fui yo ―dijo, notando como su voz se iba quebrando de a poco a poco.
―No te martirices, rubio ―habló Hermione, en un tono casi inaudible, acercándose a su mejor amigo―. Es algo que tenía que suceder en algún momento u otro ―añadió, sentándose en su regazo, lo que hizo que Blaise tuviese celos por estar tan cerca de otro chico. La castaña, dejaba suaves caricias con delicadeza en su cabello albino―. Y no tenemos otra opción si queremos proteger a nuestras familias, tal y como haces tú. . . Tendremos que aguantar eso, y sé que podremos. Pero todo por la familia, ¿no? ―preguntó, mirando al resto, intentando animar la tensión que había en la habitación.
―Sí, la familia ante todo, junto a vosotros ―añadió Theodore, levantando la mirada para observar a sus amigos―. Siempre juntos, chicos. Pase lo que pase, pese a quien le pese.
Siempre.
Ojalá fuese así. Ojalá esa promesa que se hicieron con once años, durase toda la eternidad. Pero cada uno de ellos tenía su destino escrito, con el tiempo verían si la promesa que una vez se hicieron siendo unos niños, prosperaría en el futuro.
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