Capítulo 3.
PANSY PARKINSON POV.
El hecho de cursar séptimo curso en Hogwarts, sabiendo cómo está el exterior del colegio y el interior también, pues solo hacía falta ver como se comportaban y castigaban los hermanos Carrow, encargados de la disciplina y de las clases de Artes Oscuras, en este caso Amycus, y Estudios muggles, en el caso de Alecto, clase que ahora es totalmente obligatoria para todos alumnos, dejando de ser así como asignatura optativa de tercer curso hacia séptimo.
Llevábamos poco más de dos semanas de clase cuando empezó todo. Algunos alumnos, la mayoría pertenecientes a lo que fue el Ejército de Dumbledore hace dos años, se habían rebelado contra los Carrow y el nuevo sistema educativo que se había implantado en el colegio. Y, a decir verdad, dolía ver como estaba el colegio en estos instantes. No era como imaginábamos unos años atrás, no era como pensábamos que viviríamos nuestro último curso.
Hogwarts no parecía Hogwarts. Hogwarts estaba descontrolado con tanto control, válgase la redundancia. El colegio no transmitía seguridad como antes, sinceramente. Antes, al menos hasta el año pasado a pesar de lo que pasó, podías caminar por los pasillos sin el miedo ni el temor en el cuerpo; podías pasear por los jardines del colegio riendo a carcajadas con tus amistades; podías pasar tardes enteras en el lago negro lanzando piedras en él acompañada, a la par que hablabas del tema que fuera sin que nadie te dijera nada. Antes podías hacer todo lo que quisieras –dentro de las normas que había sin romperlas a un nivel extremo y peligroso-, todo lo contrario ahora. Sin saber cómo ni porque, los Carrow siempre sabían dónde encontrar a esos alumnos que se rebelaban día si y día también. Sin saber cómo, los dos hermanos siempre los encontraban. Y, a los mayores que hemos crecido entre estas paredes, nos duele aunque las serpientes no lo demostrásemos. . . cosa que hacía que todos desconfiaran de nosotros.
Esa misma tarde, justo antes de entrar en la clase de Artes Oscuras, Alecto Carrow nos paró al quinteto de Slytherin que pasábamos las horas todos juntos. Es decir: Blaise, Theodore, Daphne, mi hermana y yo. ¿Por qué? Nos pidió, más bien obligó, a ser los nuevos encargados de los castigos.
― ¿Por qué tenemos que. . . ―Hermione empezó a preguntar.
Pero, mentalmente, agradecí a Blaise que la parase. A mis adentros, sonreí. A veces, Jean Parkinson era demasiado impulsiva y le gustaba romper las reglas; y aunque yo amaba esa parte de mi hermana gemela, en esos instantes no era el mejor momento para hacerlo y rebelarse.
"No digas nada" murmuró entre dientes el chico de piel oscura, salvándole el pellejo a su mejor amiga, de nuevo, por no saber cerrar la boca cuando tocaba.
― ¿Por qué que, señorita Parkinson? ―espetó molesta Alecto, sacando ya su varita para castigarla, seguramente con la maldición de la tortura, pues era lo que más le gustaba a la hora de poner castigos.
―Sabe perfectamente que pasará si lastima a Hermione, profesor Carrow ―dijo, esta vez, Theodore Nott, con un tono bastante irónico, muy típico de mi amigo, defendiendo a su amiga―. Ya sabe que es la predilecta del Señor Tenebroso.
―Nott, mejor cállese si no quiere que le cuente todo a su padre.
Theodore se estremeció al escucharlo. Y todos lo notamos. Los cuatro sabíamos los problemas que siempre había tenido con su padre, el hecho que traicionara a su propia madre cuando él tenía tan solo cinco años hizo que le tuviera miedo desde entonces, incluso desde antes de que todo eso ocurriera. Todos sabíamos la tensa relación que tenían padre e hijo, por lo que siempre, desde bien pequeños, habíamos sido sus confidentes siempre que necesitaba charlar y desahogarse.
―Más le vale callarse y dejar hacerlo a nuestra manera. Después de todos, el señor tenebroso nos marcó a nosotros, mi hermana es su ojito derecho. De hecho, ha sido entrenada por él mismo ―espeté molesta mirando a mi mejor amigo, bastante preocupada, y después a Carrow―. Lo haremos, porque no tenemos otra opción. Pero será a nuestra manera. Tampoco puedes meterte en eso porque somos nosotros quienes tendremos que hacerlo y decidiremos como.
―Y a ustedes más les vale hacerlo o serán ustedes quiénes recibirán el castigo. Y no me importarán las consecuencias que pueda traer aplicar la maldición Cruciatus sobre ustedes.
Y se fue. Pero sí, los castigos habían cambiado y ahora se castigaba torturando a los alumnos hasta que se creía que habían aprendido la lección. Pero estaba completamente segura que esto no serviría a la larga, pues todos sabemos la capacidad de valor y fuerza que tienen los Gryffindor, sobre todo aquellos que estuvieron en el Ejército de Dumbledore durante el año en el que la profesora Umbridge nos dio clase de Defensa Contra las Artes Oscuras.
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