Capítulo 11.
Maratón 3/3.
Con más cautela que nunca, Hermione fue la primera en entrar a la tienda. Parecía estar cerrada y que llevase cerrada varios meses, incluso un año, a muy estimar. La razón por la que podían pensar eso era la cantidad de polvo que se había ido acumulando en las estanterías y en las vitrinas; por las cajas de las varitas vacías, como si nunca hubiesen estado ahí. El letrero con la G en el emblema, que daba nombre al establecimiento de venta y fabricación de varitas Gregorovitch, parecía que iba a caerse en menos de lo que se dice Quidditch.
Ese local, en resumidas cuentas, parecía abandonado. Y destrozado, como si alguien hubiese pasado antes que ellos e hubiese intentado buscar algo entre los escombros que iba creando, a medida que tenía la intención de localizar algún objeto en concreto.
Un objeto específico, como podría ser la Varita de Saúco.
―Alerta permanente, amigos ―murmuró Hermione, recordando aquellas clases con Alastor Moody durante su cuarto curso, aunque no era el verdadero auror quien les dio clase, sino un impostor y mortífago llamado Barty Crouch Jr. a quien todos creían muerto desde hacía muchos años.
Si algo había aprendido en las clases de Defensa Contra las Artes Oscuras es que siempre debían estar en alerta, pues nunca sabías por dónde podría estar tu oponente. Y es que, poner los ojos en todas partes era la mejor defensa que un mago o una bruja podía tener.
Los destrozos impedían el paso de los seis jóvenes que, pese a todo, no se daban por vencidos. Habían llegado ahí por una misión y la completarían, pasara lo que pasara, le pesara a quien le pesara. La madera del suelo crujía a cada pisada que recibía, dando a entender que era bastante antigua y que no había sido cambiada en muchas décadas. Y es que, si había algún intruso o el dueño del local, ese ruido les delataría.
Sin embargo, pese al ruido que provocaba aquella antigua madera, parecía que no había nadie más en aquella tienda, lo que era sorprendentemente sospechoso.
― ¿No creéis que es muy extraño? ―preguntó, en un susurro, Daphne Greengrass.
―Demasiado ―confirmó Pansy Parkinson, que estaba junto a su hermana gemela, al otro lado de su amiga rubia.
Y entonces, todo ocurrió muy rápido. Se escuchó una explosión en la trastienda, que hizo saltar por los aires a los seis jóvenes de la casa Slytherin. La pared que separaba la trastienda de la tienda, en la que había cientos de cajas de varitas en sus estanterías, explotó y fue derribada, tomando por sorpresa a todos.
Todo sucedió tan rápido pero a la vez tan fugaz. No sabían lo que había ocurrido, pero no era algo que se hubiesen esperado. De pie, con las piernas temblorosas que a duras penas aguantaban el peso que tenía, se encontraba un hombre de edad avanzada. Sus gestos faciales indicaban el miedo que tenía, el temor con el que vivía y se sentía amenazado.
Como pudieron, se levantaron. Fue una suerte no haberse lastimado en demasía, nada más allá de cortes y heridas superficiales, algún que otro hematoma quizás, pero al menos ninguno estaba inconsciente y, a simple vista, parecían no tener nada grave.
A simple vista, ahí estaba lo importante.
Hermione se llevó una mano a su costado derecho, notando una enorme herida que se había hecho al caer contra el aparador principal. Se había clavado una vara de hierro pero que, por suerte, mientras sus amigos miraban a aquel hombre, se había quitado ocultando y aguantando un fuerte grito de dolor. Y eso se veía mal, sobre todo porque perforó su cuerpo de atrás hacia delante, provocando una gran hemorragia.
―N-No la tengo yo ―susurró aquel hombre viejo―. Se la llevó, se la llevó él. . . Grindelwald ―el nombre se les hacía conocido a los jóvenes, pero no era el único.
Una voz que siseaba a menudo, que conocían muy bien, también llegó a sus oídos. Lord Voldemort había llegado.
―Bien hecho, jóvenes ―dijo, mientras se acercaba a aquel hombre―. Su misión ha terminado y ha sido completada con éxito, no esperaba menos de ustedes ―miró a Hermione, que se encontraba sujetándose en un mueble, pues sus piernas flaquearon―. Aunque creo que a partir de hoy serán uno menos en su grupo.
Al principio, no entendieron nada. Pero, en cuanto Pansy gritó, todos se giraron en esa dirección.
Hermione Parkinson se había desplomado.
Y sus latidos prácticamente eran inexistentes.
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¡La maratón ha llegado a su fin! Y el final del fic está muy cerca, muy pero que muy cerca.
Ya avisé que no tendría muchos capítulos, pues no quería andarme mucho por las ramas, ni siquiera plasmar más de un libro de la saga en esta historia. Así que disfrutad de este capítulo, porque le quedan, como mucho, otros dos más y el epílogo, a muy estirar.
¡Nos leemos pronto!
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