Capítulo 10.
Maratón 2/3.
La mañana siguiente amaneció con los primeros copos de nieve cayendo del cielo. Estaba nevando. Oficialmente, podían decir que habían entrado en el invierno como estación como tal, aunque ya habían visto nevar en Hogwarts antes de terminar el primer trimestre.
Se reunieron en el pequeño comedor de aquel hostal, donde les dieron la opción de tomar el desayuno, que iba incluido en el precio que habían pagado por noche. Necesitarían fuerzas para el día que tendrían hoy, por lo que aceptaron de buena gana sin pensárselo dos veces. Al fin de cuentas, seguían la rutina que tenían en el colegio, pero con la excepción que al terminar no irían a clases, sino se verían metidos en una misión que ninguno de ellos pidió.
Hermione y Blaise parecían muy acaramelados, disfrutando de aquellos pequeños momentos en pareja que tenían. Sabían que no eran muchos, sobre todo en los últimos días, puesto que no querían que Lord Voldemort se enterase de la relación que ambos jóvenes mantenían. Por miedo, miedo a sufrir las consecuencias uno del otro, como si fuese un arma para dañarles.
Un carraspeo separó a la pareja, haciendo que Hermione se sonrojase y pareciese un tomate por el rubor en sus mejillas.
―Está bien, vámonos ya ―aceptó, derrotada, la castaña, mientras se levantaba.
A los diez minutos, los seis se encontraban a las afueras del hostal, dividiéndose el trabajo que tenían. Draco y Pansy se encargarían de infiltrarse en Durmstrang, para conseguir la información que necesitaban. Theodore y Daphne se quedarían por los alrededores del Instituto, vigilando que hubiese ningún inconveniente que nos les dejase seguir con el plan que habían trazado en los últimos días. Por último, Blaise Zabini y Hermione Parkinson se encargarían de tener todo listo para el siguiente paso.
A unos kilómetros del Instituto, en Dragen, la villa mágica más cercana a Durmstrang, se encontraba la joven pareja, asegurándose del perímetro mientras sus amigos llevaban a cabo su parte del plan. Deseaban que todo fuera bien, poder terminar pronto y volver a sus hogares. Incluso deseaban volver a Hogwarts, como si nada hubiese pasado.
Pero estaban muy lejos de ser realidad todo lo que deseaban.
Cuando la melodiosa voz de Daphne se hizo presente, Blaise levantó su cabeza. La pareja estaba sentada en un banco de madera, del que habían retirado la nieve que se había quedado impregnada durante la noche, esperando a las dos parejas que faltaban.
― ¿Ya está listo? ―preguntó el italiano, mirando a la rubia, que asintió.
―Tan solo falta esperar a que lleguen Draco y Pansy, pero ya estaban saliendo ―murmuró la mayor de los Greengrass, ladeando una sonrisa ladina―. Fase uno, completada y con éxito ―añadió, soltando una risita nerviosa que se contagió a Hermione.
―Les esperamos y que nos cuenten.
Una vez les contaron todo lo que habían averiguado en menos de una hora, pues habían salido a escondidas del Instituto Durmstrang antes que empezasen a desaparecer los efectos de la poción multijugos que se habían tomado con los pelos de aquellos dos estudiantes de último año que habían interceptado en los terrenos mientras corrían, empezaron con la segunda fase del plan.
Como ya habían decidido, acudirían a la tienda de varitas de Gregorovitch, en Oslo. Se encontraba en un callejón mágico de la capital noruega, que sería el equivalente al Callejón Diagón que tenían ellos en Londres. Y es que, con un traslador que Lucius Malfoy les había conseguido gracias a los contactos que tenía dentro del Ministerio, no tardaron en abandonar Dragen.
La aparición, ya fuese individual, paralela o en traslador era un horror para Hermione. Siempre lo había odiado. Y ahora, cerca de poder tener el Carnet de Aparición, seguía odiándolo. Sin duda, era algo a lo que no se acostumbraría nunca. Las arcadas que tenía una vez sus pies tocaban tierra firme de nuevo eran horrorosas, era peor que las náuseas matutinas que alguna vez tenía.
― ¿Estás bien, hermana? ―preguntó Pansy a Hermione, tocándole el brazo con delicadeza.
―Lo de siempre ―susurró la de cabellos ondulados, con una mueca en su rostro―. No importa, es mejor que nos demos prisa.
Emprendieron camino por el lugar, sin poder evitar las pisadas y huellas que dejaban a causa de la nieve. Al no poder usar magia, al menos no siempre que quisieran si querían pasar desapercibidos, era imposible disimular el rastro que estaban dejando entre todos. Además, la tormenta de nieve parecía haber incrementado y eso les dificultaba el paso.
Cruzaron una esquina, siguiendo una indicación que encontraron unos metros atrás, que indicaba el camino hacia la tienda de varitas. Y ahí estaba, aunque parecía estar cerrada.
Era lógico, si lo pensaban. No sería extraño que Gregorovitch estuviese al tanto de lo que buscaba el Señor Tenebroso y por eso se escondía. Pero los seis jóvenes de último curso también eran astutos, sabía que el mejor lugar para esconderse era el lugar donde primero buscarías. Si sabes ocultarte, no hay mejor lugar que el más esperado.
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