CAÍN
CAPÍTULO ÚNICO
「CAÍN」
ACTO I.
—Era... extraño.
—¿Cómo que extraño?
—Sabes cómo trabajo —explicó el joven actor—. Tomo el libreto, lo llevo a casa. Estudio durante unos días, ¿y luego? Directo a la audición. No hay gran ciencia con eso, ¿sabes? Vivo solo, nadie molesta durante mis sesiones de estudio, y odio ver televisión. Siento que revuelve aún más las ideas que de por sí el libreto me aporta. Es... malo para el personaje, odio contaminar a mis personajes con la realidad. O peor aún, con otros personajes.
Ji Min se recargó en el casillero, como pensando en una solución. Aunque lo cierto es que no tenía ideas.
—Ese es el problema, supongo —dijo al fin, cuando la penetrante mirada de Jeon se posó en su cuerpo, como exigiendo por su opinión también—. No descansas. Puede que suene como que no contaminas a los personajes, pero el cansancio es...
—Lo que pasó allí no puede ser a causa del cansancio, Park —dijo en un mascullo sombrío—. No sé de dónde... ¡Ahrg! Estoy a punto de volverme loco.
—Sé que lo resolverás —exclamó Park. El estruendo del casillero le siguió a sus palabras. Estaba a punto de dejarlo solo en medio del pasillo, pero se dio la media vuelta, sintiendo pena por no poder ayudar a su amigo. Le pedía disculpas con las cejas un poco torcidas y una mueca apenada. No había caminado ni diez pasos cuando de pronto, un grito ahogado le detuvo. Y al volver sobre sus pasos, el rostro pálido y aterrado de Jeon le impactó de tal forma, que sintió que perdía las fuerzas hasta para respirar—. ¿Kook?, ¿estás...?
Jeon temblaba como un condenado a muerte con el casillero abierto. Su mirada yacía clavada en algo que estaba dentro, pero que Ji Min no podía ver gracias a la puertecilla.
—Sí, lo siento —exclamó Jeon de un segundo a otro. Metió lo que parecía un ramo de flores rojas en su bandolera y raudo cerró el casillero con ella dentro—. Estoy bien.
ACTO II
Es sencillo obsesionarse con los errores que uno comete.
Jeon Jung Kook se había visto obsesionado con su error de la mañana.
Interpretaba sus líneas. El foco rojo de la cámara le hacían saber que la toma estaba en curso. Pero de pronto, estaba diciendo cosas que no estaban en el guion.
—«No pueden salir de aquí» —exclamó el actor—. «Aún si la puerta estuviese abierta, y los candados rotos... Una persona que ha perdido la voluntad no puede ser libre. Bien, me encargaré de que no puedan moverse sin importar lo que la voluntad haga con ustedes».
Jeon respiró en una gran bocanada. Tenía el cabello mojado para la escena, pues su verdugo le había perseguido en medio de la lluvia. El brillo del asfalto era magnífico, el set había tomado meses de preparación.
—«Sé que les gusta mirarme» —exclamó, dejando salir las palabras de una manera seductora desde aquellos labios rojos que fingían tiritar en medio de las frías calles de Tokyo—. «Forzarán mi cuerpo si así lo desean... Me has preguntado si deseo salir de esta maldita ciudad, ¿no es así?» —Estaba tan metido en el papel, que incluso sus ojos parecían ser de otro color, parecían albergar un alma diferente. Su actuación daba escalofríos a quien le viese en primera fila—. «Pero no lo haré, ¿y sabes por qué?...»
—¡Corte! —gritó el director Jung. Las luces cambiaron de color. El set se iluminó en ese instante. Todos, incluso los extras repartidos alrededor parecieron relajarse. Jung Kook se sacudió el cabello mojado, confundido. Parecía a penas despertar de un gran sueño. Se limpió la boca con el dorso de la mano y miró a su director—. ¿Por qué demonios estás cambiando tus líneas de Igarashi, Jeon?
Pero Jung Kook no entendía lo que estaba pasando.
—Yo... ¿hice eso? —exclamó de inmediato, buscando confirmación en su coestrella. Él asentía igualmente confundido por el comportamiento de Jung Kook—. Yo, ahm... Lo siento.
Tras la espalda del director Jung, Kim Tae Hyung, su asistente, le observa con confusión. Lleva una carpeta con unos papeles y justo después de entregarlo a su jefe, se aproxima hasta Jung Kook. Su rostro es amable. Siempre es amable cuando se trata del joven actor.
—¿Jung Kookie? —pregunta. Genuinamente preocupado por su bienestar—. ¿Quieres... hablar?
Jeon suspira ampliamente y entrega la mano a Tae Hyung para que le ayude a levantarse. El asistente lo cubre con una toalla y seca su cabello. Seguramente les darán veinte minutos para preparar todo de nuevo y Jeon necesita secarse. El aroma de Kim es penetrante, y la fuerza que ejercen sus brazos para atenderle sonrojan a Jung Kook en un instante.
—Alguien... Dejó un ramo de lirios rojos en... —intenta confesar al fin, de alguna forma temeroso por la reacción de su compañero de trabajo. Pero la voz de Kim lo interrumpe de inmediato.
—¡Min!, no grabes esto. Es una conversación privada —dice Kim con determinación. El camarógrafo se disculpa y gira el artefacto hacia otro lado.
—Pensaba grabar todo para material extra, por si el director...
—Mantén a mi novio fuera de tu lente, ¿sí? —exclamó Tae Hyung. Yoon Gi se disculpó apenado y siguió con su trabajo en otro lado. Tae Hyung recordó lo que Jeon le estaba diciendo. “¿Quién dejó qué?”
—Un ramo de lirios rojos. En mi casillero.
—¿Y qué con eso?
Pero la pregunta sorprende aún más a Jung Kook.
¿Por qué sentía que esa no era la reacción correcta?
—Significa... —exclamó, dudoso en si dar o no las explicaciones que tenía atoradas en la garganta—. que van a matarme.
—¿Qué tonterías estás diciendo, Jung Kook?, ¿desayunaste lo suficiente el día de hoy? Sabes que no debes preocuparte por el asunto del peso. Al director solo le gusta presionar a todos, no es como que te fuera a suspender por algo como eso...
—Sabía que no me creería, Hyung. De todas formas, no es como que fuera una historia creíble.
—Es que... —Tae Hyung trató de excusarse. Tomó asiento en una de las sillas que los actores usaban durante los retoques de maquillaje. Jeon no había querido tomar asiento, estaba más que nervioso. Temía que si se sentaba, ya no pudiese levantarse después—. ¿Lirios rojos como una señal de amenaza de muerte? Es la primera vez que escucho algo como eso. La floriografía dice que los lirios rojos significan...
—¡Ya sé lo que dicen que significan!, pero estas son diferentes. Lo puedo sentir.
—¿Y quién crees que te las ha dejado en el casillero?
Jung Kook miró hacia los costados, esperando no ser escuchado por nadie.
—Min Yoon Gi.
—¿El camarógrafo?
—Sí —exclamó, en extremo aterrado—. Nunca deja de mirarme. Y de alguna manera, cuando volteo, siempre está allí. Es como si me siguiera a todas partes. El otro día... Incluso lo encontré merodeando fuera de ese restaurante de comida vegetariana. Tú sabes que no tolero la carne, no soporto la idea de comer algo que ha estado vivo antes.
—Sabes, me recuerdas al personaje de un libro que leí hace mucho... —Cuando Jeon lo mira con desaprobación, Tae Hyung recupera la seriedad—. Lo siento, prosigue.
—Tengo mucho miedo, Hyung. Siento que quiere hacerme daño.
—Ven acá —dijo, extendiendo sus brazos para rodearle—. Nadie te hará daño, ¿de acuerdo? Lo... Lo resolveremos.
ACTO III
Después de que Jung Kook confesara sus preocupaciones, Tae Hyung ya no pudo ignorar el asunto. Se dio cuenta de cómo poco a poco comenzaba a obsesionarse con Min Yoon Gi. Nunca hizo algo tan descarado como seguirle después del trabajo, pero procuraba observarlo mucho y sobre todo, no dejarlo a solas con Jung Kook.
Los lirios rojos seguían apareciendo cada mañana sin falta en el casillero de Jung Kook. Poco sabían sus compañeros de elenco lo aterrador que era para Jeon encontrarlos en cada ocasión, pues pensaban que tan solo se trataba de las muestras de cariño que los fans le tenían al actor.
Jeon tampoco explicó las razones tras el temblor de sus labios o el ligero desdén que sentía ante las flores, que siempre terminaban arrugadas y marchitas dentro de su bandolera. No se atrevía a tirarlas al basurero. Algo le decía que las cosas se harían peores si las desechaba. Por eso en casa tenía una urna repleta de pétalos marchitos.
Cada noche, al regresar a casa, se encargaba de arrancar los grandes pétalos con gran incomodidad dentro del pecho, para meterlos dentro de la urna y sellarla con la tapa. Se había convertido en un ritual que le devolvía un poquito de paz al final del día.
Tae Hyung no había preguntado lo que hacía con ellas, si es que no quería tirarlas, pero Jeon se lo contó de todas formas.
Aquel día en que lo había acompañado a casa para que estuviera seguro, Tae Hyung no pudo evitar el acercamiento con el muchacho. Estaban sentados en el sofá. La urna con las flores secas estaba en la mesa de noche, y Jung Kook yacía en silencio. Sus largos cabellos negros le caían sobre la frente, y se masticaba con insistencia la uña del pulgar.
—Comenzó hace un mes —dijo de pronto. Su voz ronca sobresaltó a Tae Hyung—. No solo son las flores, Hyung. Se siente como... Se siente como si yo fuese a ser reemplazado a la menor oportunidad. Incluso el otro día, cuando olvidé mis líneas... Ni siquiera puedo recordar las palabras que dije, pero el Señor Ho Seok dijo que no estaban en el libreto. Si no estaban en el libreto, ¿de dónde las saqué?
Tae Hyung siente pena por el muchacho. El asunto del acoso se tratase de Min Yoon Gi o no, hacía daño a Jung Kook de maneras que resultaban dolorosas de observar. Con una mano retiró sus propios cabellos de su frente, trataba de pensar en algo.
—¿Reemplazado?
Jung Kook se encogió de hombros. Quizá un poco avergonzado de expresar sus pensamientos
Revolvió sus largos cabellos negros y guardó silencio. No quería hablar más del tema.
—Ven aquí —dijo Kim, al tiempo en que palmeaba su muslo. Jung Kook se sentó a horcajadas sobre su regazo y se hundió en su cuello—. Lo siento tanto. Siento no poder hacer nada para hacerte sentir mejor. No podrías ser reemplazado, Jung Kook. Nadie en este mundo podría tomar tu lugar, ¿lo entiendes? Si te sientes inseguro, podemos ir a la prefectura y alzar un acta...
Recorrió con las yemas de los dedos los tatuajes de su brazo. Quería reconfortarle. Jung Kook parecía dejarse llevar por el tacto. Cuando de pronto, algo pareció inquietarlo. Un movimiento en la cocina, como los pasos de un hombre que corría y se enterraba en su habitación.
—Hay alguien en la casa —dijo de inmediato. Se levantó del sofá como un gato arisco.
Pero Tae Hyung no había escuchado nada.
—Han venido por mí, Hyung. Por favor, no quiero irme a ningún lado. ¡Esta es mi historia!
—¿De qué estás hablando, Jung Kook? —dijo con gran confusión. Al notar que Jeon comenzaba a perder la compostura debido a los nervios, le retrajo hasta su cuerpo y le abrazó con fuerza. Era la única manera que tenía para que dejase de temblar. De pronto, el sonido de vidrio rompiéndose sobresaltó aún más a Jung Kook quien se soltó de inmediato de los brazos de Kim—. El jarrón, maldición. No, no, no, no. —Tae Hyung estaba aún más confundido y no pudo hacer nada cuando Jung Kook se encaminó escaleras abajo sin esperarle siquiera.
—¡Kook, espera! —Al vidrio rompiéndose llegó un sonido terrible. Eran dientes que rechinaban y carnes que chocaban unas con otras. Una coraza rompiéndose y... No sabía cómo catalogar el último sonido, que más parecía el grito animal de una creatura infrahumana. Al llegar a la sala en donde unos minutos antes estaba sentado platicando con Jeon, el jarrón estaba roto. Las flores marchitas yacían esparcidas en la alfombra, y un aroma a putrefacción inundó la habitación.
De Jung Kook no había ni señales.
Un segundo después, Tae Hyung perdió el conocimiento.
ACTO V
Un dolor pinjante lo despierta. La luz que se cuela por la ventana del departamento es cegadora. Está al pie de las escaleras. Una botella de soju vacía yace a un costado de su cuerpo entumecido.
Tae Hyung se rasca la cabeza y restriega sus nudillos contra sus párpados para librarse de las lagañas. ¿Cuánto había bebido la noche anterior? Hay un par de llaves en sus bolsillos. Aunque es gracioso porque el modelo del auto no es el suyo. ¿Alguien las habrá metido en su maleta por error?
Confundido, se metió a la ducha. Iba tarde al trabajo.
En todos sus años como asistente de dirección, eran contadas las veces que había llegado tarde. Y más aún que esta producción era importante para todos. “Querido Kafka”, la historia de un huérfano residente de Tokyo. Escribe miles de cartas, pero por alguna razón maligna, sus cartas nunca llegan al destinatario. La primera vez que supo del libro, fue porque sus padres habían tomado la bolsa equivocada en la librería. Habían intercambiado los libros de botánica por el de este autor Best Seller cuyo nombre era... Mhm...
¿Por qué no podía recordar el nombre?
Lo que sí recuerda, es al protagonista, Igarashi Juudai. Cuando conoció a Jung Kook en su audición, pensó que era perfecto para el papel...
¿Qué?
¿Quién era Jung Kook?
¿Él conocía a alguien con ese nombre?
Intrigado por aquel pensamiento sin sentido, salió de su departamento rumbo al trabajo. Alguien había aparcado su auto en su lugar. Pero ya iba demasiado tarde como para quejarse.
Condujo en silencio hasta llegar al set.
Al iniciar, de su camerino salió un joven alto de gran porte y labios anchos. Su aura autoritaria y mirada filosa no le agradaron para nada.
—¿Quién es él, Director Jung? —preguntó.
Jung Ho Seok soltó una risotada.
—¿Cómo que quién es él?, es Seok Jin... ¿El protagonista de la película en la que has trabajado en los últimos nueve meses? —exclama en un tono burlón—. Basta de bromas, Tae. Debemos empezar a grabar en unos momentos y no quiero retrasos.
Durante el resto del día, no pudo quitarse la idea que algo estaba mal en el ambiente. Parecía que unas ligeras náuseas se habían impregnado en la boca de su estómago. La actuación de Kim Seok Jin le supo repulsiva. Recitaba sus lineas con fluidez y no se equivocaba nunca, pero Tae Hyung sentía que ese no era su papel.
Sin darse cuenta, comenzaba a seguirlo por todas partes, como si esperase el momento en que todo volviese a la normalidad. Es tanta su obsesión, que no se ha dado cuenta de que se ha quedado mirando a Seok Jin por más tiempo de lo normal.
—¡Oye!, no grabes esto. Es una conversación privada —dice Nam Joon con determinación. El camarógrafo se disculpa de inmediato y gira el artefacto hacia otro lado.
—Pensaba grabar todo para material extra, por si el director...
—Mantén a mi novio fuera de tu lente, ¿sí? —exclamó Nam Joon. Tae Hyung se disculpó a regañadientes y siguió con su trabajo en otro lado. Nam Joon reanudó su conversación con Kim Seok Jin, sin saber que al otro lado del set, Tae Hyung no había dejado el tema de lado. Ellos, eran ellos...
No...
Era Seok Jin el que no debería estar aquí.
Seok Jin no es Igarashi Juudai.
Las siguientes semanas se habían convertido en una vertiginosa obsesión por el actor. Yoon Gi despreciaba la manera en la que saludaba a todos con entusiasmo, ¿cómo se atrevía a vivir esa vida robada? Cuando lo escuchó riendo cómplice con su novio, ya no lo soportó más; En cada risa de Kim Seok Jin recordaba a... alguien. Alguien a quien sus memorias ni siquiera podía ponerle un rostro.
“Se siente como... Se siente como si yo fuese a ser reemplazado a la menor oportunidad”.
Esa voz...
Esa dulce voz. ¿Quién?, ¿a quién pertenecía?
“Nadie en este mundo podría tomar tu lugar, ¿lo entiendes?”.
Ya no lo soportó más. Así que siguió a ese tal Seok Jin hasta su departamento. Una vez sabiendo en donde vivía, armó su plan. Compró un ramo de flores rojas y las dejó en su casillero antes de que todos llegasen al set. Esa sería su venganza, merecía sufrir la misma angustia que había vivido Jung Kook.
Horas más tarde, después de un día en el que todo el personal de la película se preguntaba en donde estaba el camarógrafo, volvieron a casa sin que pudiesen avanzar con las grabaciones. Jung estaba furioso. Había llamado a Kim tantas veces en las que cada ocasión en las que apretaba las teclas de su teléfono, estas se hundían a tal punto en que podrían dejar de funcionar en cualquier momento. Era demasiada la inversión que se hacía tan solo por un día de rodaje, ¿Cómo se atrevía el idiota de Tae Hyung a dejarlos tirados?
Para cuando consiguieron a un reemplazo, Kim Seok Jin había llegado para pedir el resto del día como descanso. Tenía el rostro hinchado y los ojos al borde de las lágrimas.
—¿Seok Jin?, ¿qué sucedió? —El rostro aterrado de Kim y el ramo de lirios rojos sobre sus manos le dieron respuesta—. ¿Pero qué... mierda?
—¡¿Quién fue?!, ¿quién fue el responsable de esta bromita tan estúpida?, ¿les parece gracioso jugar con la vida de las personas? —El personal se miró entre sí, sin tener idea de cómo habían llegado las flores al casillero del joven actor —. Quien haya sido el responsable, sufrirá las consecuencias. El castigo será inflexible. No voy a permitir este tipo de acoso en mi película, ¿entendieron? —Después se acercó para tener aún más intimidad con Seok Jin. Le dijo con mucha comprensión en la voz que él mismo le acompañaría a poner una denuncia. Las amenazas de muerte por medio de Lirios Rojos no eran algo que debiese pasarse por alto.
Seok Jin no puede soltar el ramo. Todos saben que soltar un ramo de Lirios Rojos es peor que el mismo mal augurio que estos representan.
—Yo... conozco una manera de librarse del maleficio —dijo Park Ji Min, un actor novato que había sido contratado recientemente como extra.
—¿Y ese cuál es? —preguntó el papel estelar de inmediato.
—Al llegar a casa, debes quitar los pétalos uno a uno con mucho cuidado y meterlos todos en un recipiente sellado. Déjalos allí hasta que se hagan polvo. Ya luego lo puedes tirar. El maleficio no te alcanzará. Mi abuela solía vivir en un pueblo, famoso por sus maleficios. A la casa familiar llegaban muchos lirios rojos, pero siempre lo sorteaban de alguna forma.
—Muchas gracias, Ji Minnie. Eres muy amable.
ACTO VI
Estaba decidido. Incapaz de ignorar la nauseabunda sensación que la presencia de Seok Jin le provocaba, Tae Hyung decidió que era suficiente de aquella farsa. Jung Kook debía regresar, el verdadero protagonista debía recuperar su puesto. Fue por eso que se escabulló a la casa del actor, en donde él y el otro tipo habían entrado para pasar la noche. Ni siquiera se dieron cuenta del auto que les seguía durante el camino.
La puerta trasera estaba abierta. Y la televisión demasiado fuerte como para que escucharan sus pisadas. Este era el último capítulo, no tenía demasiado tiempo. Los vio coquetear en el sofá de la sala y se sintió nauseabundo. Escuchaba murmullos. Y con cada ininteligible oración que reverberaba en la casa, la rabia de Tae Hyung aumentaba. Inspeccionó alrededor en su paso por la cocina, y divisó un cuchillo.
ACTO VII.
Rabia. Tae Hyung sentía mucha rabia. El rostro de su amado se desvanecía de sus memorias con cada segundo que pasaba.
Y allí, escondido, esperó a que aquel farsante cruzara la puerta.
© Samantha Hirszenberg, 2023
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