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Capítulo 10

Nadie en la sala de juntas podía negar que Sieglinde brillaba de forma extraordinaria apenas llegó al lugar. Sólo Cedric y Thomas sabían muy bien el motivo, sacando una risa coqueta al último. André también lo notó, pero no podía decir nada. No podía delatarse el hecho de que de una forma u otra logró entrar en la habitación de Sieglinde a las tres de la mañana, encontrando a la alemana profundamente dormida en su cama.

La jornada fue pacífica, no tenía ningún tipo de intención de pelear. Incluso dejó pasar por alto algunas insinuaciones de Cedric que la juzgaba por su negligencia ante ciertos actos, pero prestó atención cuando dijo que le facilitará el informe que había entregado el oficial Pilecki*. Tenía curiosidad de saber qué había dicho el polaco para que llamara la atención del británico.

Al terminar la reunión, Sieglinde estaba dispuesta a salir de la sala cuando uno de los oficiales estadounidenses se acercó a ella. Lo miró con extrañeza ya que junto a Thomas habían acordado de que no se comunicarían por medio de otra persona que no fuera Cedric.

—La señora Taylor requiere de su presencia en el salón de té.

Esa mujer. Sieglinde soltó un suspiro antes de pedir guiarla hasta el salón de té. Había unos pocos comensales, pero distinguió a Daisy sola en una de las mesas. Ya estaba la bandeja de plata llena de aperitivos y la taza vacía esperando por ella. Al llegar, se sentó y pidió al mesero que trajera una tetera desde cero con té de escaramujo. Daisy lo vio como una descortesía y se lo hizo saber:

—No te envenenaría a plena luz del día.

Sieglinde agradeció al mesero apenas vio cómo le servía su té.

—No pienso en eso. Simplemente sería raro que conocieras mis gustos, al menos de que Thomas te haya comentado. —Tomó un sorbo de té para sonreírle—. Además, si intentaras envenenarme, no serías la primera persona en hacerlo.

Daisy entumece el cuello al escuchar eso. No creía que alguien como ella tuviera tantos intentos de asesinato, siquiera una amenaza de muerte. Era por eso mismo que ocultaba el hecho de ser hija del hombre más odiado, ¿no? Decidió que era mejor contar las cosas de forma directa y habló seriamente:

—Dejemos los rodeos. Te cité porque quería ver cómo era la mujer por la que Thomas sería capaz de traicionar sus principios patrios.

—¿Traicionar? —Sieglinde sonrió—. Sabía que el amor de Thomas era profundo, pero no tanto para traicionar.

—Debo saber cómo proceder antes de que haga algo inapropiado.

Sieglinde soltó una risa burlona, pero luego se tornó a una más inocente y genuina.

—¿Antes? Ahora me doy cuenta de que, a pesar de que te proclamas ser su mejor amiga, en verdad no lo conoces. Thomas puede llegar a ser bastante... impulsivo para hacer cosas inapropiadas.

La alemana movió su cabello hacia un lado, revelando las marcas en el cuello que había dejado Thomas la noche anterior. Daisy no pudo ocultar el disgusto tras ese gesto.

—Ese Thomas, si no fuera mi amigo, definitivamente lo enviaría a un...

—-¿Juicio militar? —Interrumpió Sieglinde—. No tengo la menor duda de que lo harías.

—Sabes que esos son los procedimientos.

—Y no te los estoy criticando, estarías haciendo lo correcto. —Daisy se sobresaltó al escuchar eso. Sieglinde recostó sus codos en la mesa y entrelazó sus dedos—. Te diré las cosas como son. Como mujer, me repugnas. Detesto ver cómo te crees importante al lado de Thomas, moviendo tu cabello como si fueras un trapero en el piso. Pero como patriota, te respeto. Son pocas las personas que hablan de frente y no tienen miedo a morir por su nación, y más en estos tiempos de guerra.

Daisy sonrió

—Admito que, por primera vez, estoy completamente de acuerdo contigo, Sieglinde. Me disgusta como mujer, me disgusta que estés frente a mi, pero a veces llego a envidiar el amor que tienen los nacional socialistas por su país y su líder. Lástima que no puedes obtener el amor de ambos al mismo tiempo. Siempre tienes que escoger entre tu país y Thomas.

Sieglinde se enojó con esas palabras, pero mantuvo esa misma falsa sonrisa que siempre reflejaba su rostro para las cortesías. Consideró que la hora del té había terminado y se levantó de su silla. Con una mirada fría, se dirigió a la americana:

—No te conozco bien, pero puedo asegurarte que, a diferencia tuya, soy bastante amada al punto de que las personas sacrificarían sus principios por mí. En cambio tú... Vamos a ver si siquiera un hombre se acerque a ti con esa misma pasión e intensidad que mi amado. Hasta entonces.

Iba a alzar su mano derecha como saludo, pero creyó que ella no era digna siquiera de ver ese gesto de respeto. Simplemente siguió su camino. Aunque había tenido esa incómoda conversación con Daisy, tenía tan buen humor que no le importó. Al llegar a la zona residencial de la mansión, vio cómo a un soldado italiano se le cayeron unas cartas. Se agachó para ayudarlo a pesar de las negativas del hombre indicando que era su trabajo y no el de ella. Al ver que una de las cartas iba dirigida a Himmler, frunció el ceño, pero sonrió amablemente al italiano.

—Si me lo permite, se lo entregaré a mis oficiales para que envíen la carta al Reichsführer con mayor rapidez.

El italiano no tuvo mayor opción que simplemente asentir y saludar antes de retirarse con un poco de timidez. Sieglinde golpeó la carta contra su palma. No entendía por qué alguno de los gemelos tenía que escribir a Himmler. Entró rápidamente a la habitación y la abrió con el abrecartas. Al sacar el papel, empezó a leerlo. Las palabras que se encontraban en la carta le hizo hervir la sangre de la ira.

Estimado excelentísimo Reichsführer

Le escribo desde la fría Suiza

Haciendo seguimiento a los correos y telegramas anteriores, expreso mi gran preocupación sobre cómo Alec y su sola existencia sigue influyendo a S. y L. Definitivamente, es un estorbo y un peligro para la seguridad de ambas naciones. Teniendo en cuenta las reuniones que tendrá en los próximos días, le ruego que dé fin a esto. Si ese hombre sigue con vida, temo que haya una desestabilización no sólo de ambas personas sino del Reich a futuro. Es por esto que le escribo para que dé término a la protección de prisioneros especiales para que puedan seguir con la solución final sin ningún problema. Empezando con él.

Con un fraterno saludo

¡Viva Il Duce! Heil Hitler!

—André Mussolini. —Terminó de leer la carta con el cuello entumecido y los dientes apretados.

Sieglinde arrancó de inmediato a la habitación de André. Sus pasos entaconados resonaban por los vacíos pasillos hasta que pidió a los oficiales italianos que custodiaban su puerta a que lo llamaran. No tardó más de un minuto antes de que el mayor de los gemelos saliera de la habitación con una sonrisa, pues era la primera vez que Sieglinde lo buscaba de improvisto.

—¡Mi bella Sigi! Que gran honor estar frente a ti! Pasa, ven. Haré que traigan un juego de té para que hablemos.

La mujer no se inmutó y simplemente negó con la cabeza.

—Solo vine a decirte una cosa y me iré.

—Oh claro, por supuesto. Podríamos cenar y...

—¡André! —Sieglinde gritó—. No quiero volver a verte en mi vida.

La sonrisa de André se esfumó, pero decidió creer que no había escuchado esa frase.

—¿A qué te refieres? ¿Hice algo mal?

Sieglinde dio un paso adelante para hablar al italiano con rabia.

—Dejé pasar por alto el hecho de que me ocultaste las cartas de Thomas y que te hacías pasar por mi para responderlas. Creí que sólo eran los celos de un hombre enamorado que buscaba lo imposible para que me fijara en ti. Toleré muchas cosas y lo sabes perfectamente... ¡¿CÓMO PUEDES SOLICITAR A HIMMLER QUE ASESINEN A ALEC?! ¡ES MI HERMANO MAYOR!

André entendió todo, y de inmediato se defendió:

—Sigi, no te entiendo, ¿qué sucede con Alec?

La mujer le tiró la carta a la cara.

—¿Acaso lo vas a negar?

André agarró la carta y suspiró. Ya no necesitaba ocultar las cosas:

—No, no lo negaré —admitió con cinismo— ¿Qué te importa esa rata judía? No es absolutamente nada tuyo.

—¿Nada? ¡¿Nada?! Alec es el hermano mayor biológico de Ludwig, y Ludwig es mi hermano por adopción, ¡por ende Alec es mi hermano mayor!

André echó su cabeza hacia atrás con irritación y un sonido gutural salió de su garganta.

—¡Sabía que te ibas a poner así! Es de las pocas cosas que me molestan de ti, pero no te preocupes. Yo estaré a tu lado y te apoyaré, sólo, déjame amarte ¿sí? —intentó acariciar la mejilla de la mujer, pero Sieglinde giró su rostro. El italiano apretó su puño y lo llevó a su pantalón— ¿Sabes por qué hice lo que hice con las cartas de Thomas? Porque eres mía, porque me hierve la sangre de leer cada asquerosa palabra del gringo ese...

—¡Deja de evadir el tema! ¡No mezcles tus celos con una orden de ejecución!

—-¡YA CÁLLATE, SIEGLINDE! ¡¿ACASO QUÉ HARÁS?! ¿IR A AUSCHWITZ? ¡TE PEGARÁN UN TIRO!

Sieglinde sintió que esas palabras eran una epifanía, pero no podía dar marcha atrás. Simplemente suspiró y habló suavemente:

—Si llegase a ir allá, prefiero mil veces que me disparen antes de que me case contigo.

Sin más que decir, dio media vuelta y caminó hacia su habitación, pero sintió cómo le jalaban del brazo. Antes de que pudiera quejarse, un puño impactó en su cara tirándola al piso. Intentó levantarse, pero André se puso encima de ella para estrangular su cuello con fuerza.

—¡¿ESTÁS SEGURA DE ESO?! ¡¿ACASO PREFIERES MORIR?! ¡SI TENGO QUE MATARTE Y LLEVAR TU CADÁVER HASTA LA CATEDRAL DE SAN PEDRO, LO HARÉ AHORA MISMO!

Sieglinde se alarmó, su cuello ardía de dolor y sentía cómo perdía la respiración. Intentaba patear sus pies y separar los dedos de André de su cuello. Acordó que tenía el anillo de defensa en su mano izquierda, dándole una cachetada a André que generó una gran herida abierta en su mejilla. Eso sólo aumentó la ira del italiano que apretó más sus agarre, provocando que la mujer perdiera la consciencia.

Los propios gritos del italiano alertaron a todos, llegando primero Flavio quien quedó en shock ante semejante escena. Luego llegó el resto. A Thomas se le cortó la respiración y fue el primero en reaccionar:

—¡SIEGLINDE! —El americano jaló con todas sus fuerzas al pelinegro, pero sólo pudo lograr que se separara de Sieglinde al tener la ayuda de Ludwig. Gracias a eso, André terminó arañando el cuello de la mujer en el proceso.

El americano salió corriendo a su amada, acomodándose mientras veía cómo intentaba recuperar su respiración. Ludwig tiró a André a sus oficiales. Nadie decía una palabra mientras veían cómo Sieglinde intentaba sentarse. Antes de que Ludwig pudiera proceder, Thomas la alzó en brazos y la acunó para que estuviera más cómoda. Con una actitud dominante nunca antes vista, ordenó a Ludwig:

—Lleven a los médicos a su habitación. Estaré con ella todo el tiempo

—Thomas, suelta a Sieglinde y dásela a Ludwig —habló Flavio, pero en sus ojos reflejaban miedo al ver la ira de Thomas y cómo acomodada a la mujer en su pecho.

—¿Cómo te atreves a hacer semejante pregunta?

Sieglinde movió una de sus manos a la camisa de Thomas, aferrándose con fuerza. Thomas entendió que era momento de irse a que trataran sus heridas y pudiera recuperar su respiración por completo. Alcanzó a escuchar de que encerraran a André en su habitación mientras se aclaraba la situación. Sólo decidió caminar hasta la habitación de la mujer. Deseaba matarlo, pero sería un castigo muy complaciente.

Definitivamente se lo haría pagar. 

¡Vamos con la mini lección histórica de la noche! Este capítulo fue intenso: 

*Aunque los informes de Pilecki sobre Auschwitz fueron revelados por Reino Unido en 1944, se cree que pudo haber enviado información desde 1943.

Si les llega muchas notificaciones mías mañana es porque estaré re-subiendo La Esposa del Reich. Nos vemos en el siguiente capítulo 


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