Muscari
Perdida en una habitación geométrica
desviaba su ojos de mirada asimétrica
hacia el polo suroeste de la ecuación.
Sus manos ya no cabían en sus tijeras,
¿o era que sus tijeras ya no querían
morder sus manos?
Garabateaba el cielo estrellado
con los dedos torcidos, imaginando
cómo sería el olor interno del mundo
cuando sus pies pisaran por fin
la fresca grama de tonos carmín.
Sus brazos eran fantasmas
y sus piernas eran temblor.
Su cabeza se ahogaba
porque faltaba aire
en la geométrica habitación.
Contó cada uno de sus pasos.
Uno, dos y tres.
Nombró los días de la semana
igual que sus muñecas
hasta que Viernes se perdió,
decidió irse corriendo por la ventana.
Sintió envidia y lloró en un arrebato
de dolor. Sus plantas no tenían zapatos
y sus hojas eran rojas como manzana.
Contó las estrellas y las nombró
como las piedras de su cuarto.
Dibujó asteroides y asteriscos
hasta que el cabello se caía, rendido.
Todo eso lo hacía
para evitar a los minutos
porque no le gustaba
llamar a los minutos.
Las horas eran mas pequeñas pero
su minúscula existencia parecía peor.
Un día escapó con la ventilación,
siguiendo el aire y el aroma a levitación.
Sus muñecas se desprendieron
de la tierra porque, finalmente,
ese día, las bañó,
las trató como princesas
y luego las soltó.
Las dejó correr con el agua del río
porque tenerlas cerca era un desafío.
Entonces, solo entonces,
calmadamente,
voló.
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