Lila
Regué tu cadáver con las flores que me sobraron.
Saqué de mi bolsillo el aderezo
y me comí tus costillas de un bocado.
¿Cuánto tiempo ha pasado?
Desde que desapareciste,
soy un ente intermitente
reciclando sus fracasos.
La carroña se aglomera justo bajo la puerta
y hay cráneos de ganado.
Esto es un desierto donde el mar fue crucificado
y las conchas que quedaron vivas se mudaron
al lado pútrido del infierno de Alicia.
Toma agua de esta fuente de plástico,
deja que las raíces se extiendan por tu cuerpo incorporado
en las piedras vacías de este jardín abandonado.
¿Será esta mi última despedida?
Prometo venir siempre. Visitarte siempre
me deja con un sentimiento abandonado.
Los valles llenos de plantas ahora están despejados.
El sol y el viento han dejado de venir
pero yo te sigo regando.
Sé que extenderás tu brazo como lo hiciste
cuando estuviste vestido de blanco
y me dejarás ponerte el anillo
que te dejará igual que yo: encadenado
a este mundo de sombras
donde todo lo tangible se deteriora.
Es la transformación de la materia
y la entropía que solo acecha.
Como sea, yo te seguiré bañando
con estos recuerdos líquidos,
estos que exprimo hasta disolver el lado amargo
de la apatía vigente que me tiene
con los pies pegados al suelo. Muy pegados
tengo los cuadros tropicales que entre los dos pintamos
con la alegría sonámbula del fantasma
que vivía en la casa de al lado.
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