Dalia
El día que me quité la máscara,
hubieron cuernos acechando
a cada esquina.
A mi cuerpo de barro
le pusieron un corsé
que cortó mi circulación
y dejó a mis huesos
amoratados.
Caminé por el salón,
esperando, viendo,
huyendo y pensando,
con la mente simulando
ser fría cuando
todo se quemaba.
Los colores neón,
el calor del salón.
Los cuerpos chocando
en un baile de antaño.
Todo parecía mágico.
Yo era
el único
rostro desnudo
que deambulaba.
Me sentía perdido
y respiraba
porque eso,
solo eso,
me quedaba.
Me quedé en una esquina,
huyendo, observando
los vestidos que besaban
el suelo y los zapatos
que seguían el ritmo del silencio.
¡Oh, esas miradas de desprecio
atravesaron la carne hasta el pecho!
Y se alojaron ahí,
confabulando
entre rencor y odio.
Mis gritos quedaron enjaulados
por el terciopelo de tus manos,
esas que cubrían mi boca
y yo mordí tus dedos hasta dejar rota
parte de tu mascarada.
Estábamos siendo
escondidos por rostros
curiosos cubiertos por máscaras.
Sus narices eran riscos de incomodidad
y sus bocas rosadas
no se dejaban de besar.
No podían verse,
así como el erotismo cubre
con palabras dulces
el sexo de la gente
y los roces obscenos
de la piel contra la piel.
No podían verse,
así como las caricaturas
disfrazando travesuras
con amistad y caricias.
¡Era una burbuja dorada!
E intenté gritar
pero tus manos,
tus difuntas manos,
no me dejaron vomitar
todas las palabras
que debí sacar.
Perdí la esperanza
cuando subí mi mirada
y vi tus ojos escondidos,
vi tus párpados torcidos
cubiertos por un antifaz.
¡Todo fue una mentira!
Pero tú... ¡oh, tú!
Te negaste a soltar
mis labios.
Ahora te tocará atarlos
si me quieres callar.
Corrí
por la noche
con el rostro
siendo acariciado
por lágrimas.
Todo era una mentira
que forjó entre danzas
la piedra más hueca
de mi encrucijada.
Tropecé varias veces,
la piel de mis rodillas
está sangrando y duele.
Pero duelen mas
estos ojos
que acaban de abrirse
hacia esa realidad
que
se
que
ma
en llamas
rojas y naranjas.
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