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5

Leche y miel. Habría de querer leche y miel. La Tierra los esperaba, la tierra prometida que siempre estuvo bajo sus pies. Aquello era el dinero, la leche y la miel, el vinagre y el veneno, todo, todo el mundo, toda la promesa de la tierra. Mas, había incertidumbre sobre aquello que podría violentarse una vez abierto paso entre la multitud de solitarias almas en el desierto, y él se fue de ese horrible lugar.

La vieja Babel deshizo todo su interés, él podía llegar hasta donde nadie pudiere. No podía tomar agua de cualquier grifo, ni tomar cualquier tipo de alimento. Sólo de la naturaleza podía comer y beber. El grifo para filtrar el agua era lo que realmente le significaba apego a la materialidad, preciso para evitarla. Un aparato pequeño, eficiente, llevaba en los bolsillos. Era su arma para protegerse del imperio, de su tenaza más poderosa; el fluoruro en acción, el plomo iba quedando atrás del ruido citadino.

Se encontró entonces en el desierto. La noche lo había silenciado todo, incluso el viento, la arenilla como sal caliente era alumbrada por la luna llena, que alzándose en el horizonte era la esfera más luminosa. Su estrella no era visible.

Por primera vez contempló una noche. Las nubes luminiscentes se habían declinado en cierto sitio, y podía contemplar el cielo simplemente negro y plagado de mundos.

Nada ocurría a kilómetros a la redonda. Las piedras eran fieles testigos de la tierra y ahí vivían, impertérritas a todo pero débiles frente al tiempo. Había llegado la soledad en su auxilio, todo era paz en el desierto, todo en su interior era conmoción. Turbado por la agonía más dulce que pudiera sufrir, cambió de dirección mediante su propia voluntad, e interrumpió todo pensamiento, y sólo quedaba la emoción. La emoción se entendía en sí misma y no necesitaba más, estaba dolido del hombre y de sí.

- ¡El dolor es más fuerte! - gritó a la oscuridad. - ¡El dolor, es más fuerte. El dolor fortalece!

Y quieto, había logrado su objetivo. Deshacerse de lo que quería vomitar al infinito. Cambió su turbación por paz. Su rencor en amor. Su dolor en tolerancia.

La sombra que opacaba y la luz que iluminaba la oscuridad se tanteaban entre sí, sin saber cual cubría a quién. Pero aquel, debía concentrarse en las riendas descontroladas de su mente, y lograr extinguir todo de sí. Durante treinta y nueve días no comió, ni bebió. Pero se dejó arrollar y durmió todo ese tiempo, soñaba la perfección, hasta que intuyó que ya no estaba en aquel mundo, sino que su dicha era extraterrestre.

_ Hola vagabundo. ¿Qué esperas recibir del desierto?

- Preguntó hasta el hombre que había llegado hasta él. Sus noches le tenían agotado. Y comió del libro que le ofreció aquel hombre vagabundo, y lloró ante él de felicidad. Tal era su dicha que creyó que había muerto, pero aún podía sentirse su corazón pidiendo ayuda a gritos.

- Por qué yo, Señor, he sido el elegido para traicionarte. Por qué yo debo tener la libertad, por qué a mí me has regalado tu sufrimiento. ¡Yo no quiero mi libertad! No quiero más resurrección! Vida tras vida mi alma quiere morir también, abandonar el sufrimiento de cada decisión. O al menos vivir en un planeta sin decisión. ¿Por qué he sido yo aquel que debía abandonarte? ¡Por qué jamás podré alimentarme si no es de ti, por qué debo incluso estar feliz y apaciguado, si mi naturaleza es estar vivo! ¿Por qué debo hacer lo que no quiero?

Y habló el vagabundo:

Lo que te hace estar vivo, y por lo tanto vivir en este mundo, es simplemente el hecho de que tu corazón está latiendo. Esa es tu lámpara. Ese es tu escudo. La mente cardíaca vive, lo mental del pensamiento una vez que se percibe, critica la vida pero no la vive.

Vive desde tu corazón y el miedo jamás sea tu dueño. Sin él, nada se puede hacer. Con él, todo se puede hacer.

- Yo no sabía lo que era la enfermedad hasta que estuve enfermo.

Jamás sabré la muerte hasta haberla visto, hasta que mi piel se llene de arrugas, hasta que mi voluntad sea irritable por el canto del pájaro en la mañana, ¿Por qué das la vejez a cambio del transcurso de la vida?

Acompáñame, ámame, poséeme, dímelo todo.

Habla, por favor, con este silencio.

- Yo lo tengo todo, todo este mundo es mío. Y sin embargo mi orgullo es acerado y precavido. Y he venido al desierto a saber qué es la fatiga, porque hallándome hastiado del ser humano, he querido lograrme separar un momento de él. Y por lo visto, tú también estás aquí bajo una misión semejante. ¿Qué otra cosa lleva al asceta sino a encontrar el amor luchando contra un mundo en el quizás jamás debió nacer.

- Nadie sabe porqué está aquí. - respondió el vagamundo. - Pero ten por seguro, al menos, que estás aquí.

- Dame agua.

- Se te dará una lluvia.

- ¿Eres un ángel?

- Soy un hombre.

- ¿No eres tú acaso, el que les dijo que debían amarse los unos a los otros?

- El mismo.

- Yo deseo morir. No quiero renacer más. ¿Es posible aquel piadoso regalo, yo que soy tan diminuto, poder ser alguna vez algo?

Y cuando escuchó las voces se acercó, y vio un atardecer. El cielo estaba gris. La densidad del aire presagiaba una tormenta. Una multitud lloraba y con ira de antaño, ira política y mágica, el Hijo del Carpintero arrastraba sus harapos con la vista siempre al frente; sin dolor, como una estrella que brillase por sí misma.

Le reconoció entre la multitud. El ángel intentó ver quién había ahí, quién era aquella luz. Y la luz era más intensa que nunca. Por primera vez su corazón descansó al ver a una criatura muriendo en lo bajo.

¿De verdad eres tú el hijo del carpintero, de madre virgen, de semilla inmanente, de Pleroma, el vino del espíritu?

Oh, déjame ver en tu infancia aquello que te condujo al sacrificio.

¿Eras el Cristo? Hijo del carpintero, tal vez el político más grande de la historia, desconocido, a rumores, conmemorado.

Infancia mágica de padre y madre. Nacido en un enigma

¿Tendrá acaso el carpintero el linaje de Israel, la sangre azul de los profetas? O es un forastero, pariente de los animales; ¡Mentiroso quizás!

La Babilonia apagó sus luces. Algo fallaba, el cielo lloraba con dolor y el viento traía consigo sus fantasmas.

La corona de Babilonia no la puede alzar un mestizo. Que la sangre sea gloria de la sangre, los países mestizos que son la cena del mundo.

A quién preferís, A Barrabás!

Porque Barrabás fue hombre de vida colérica y violenta; hacía fuertemente ofensa a la opresión de los romanos. Aquello es un Prócer de la historia, un elogio a la muerte! O al hijo del carpintero que blasfemia contra Dios, que no respeta nuestra fiesta, nuestros televisores y nuestras sonrisas herejes.

El 31 de octubre es el día en que se abre la oportunidad de hablar a la muerte. - Decía Migdal cuyos ancestros habían estudiado la magia: el arte de los diablos. Tal vez éste sea el motivo por el cuál nos temen más, mientras la Babilonia no entienda aquello que es la mente, aquello a lo que vamos, a la muerte, no terminará jamás de atentar contra sí misma. Cuando llegó su Dios con sus ángeles convirtió nuestro alimento en un arma, nuestra agua potable la purificó agregándole venenos, llegaron con un palabrerío enorme y ahora esta guerra silenciosa está matando al mundo entero. - Las llamas de aquella fogata un día que tuvieron hambre les hizo recordar su antigua sabiduría. La antigua y verdadera sabiduría que en su propio sentimiento han expresado al mundo y les hizo enfrentarse. - El perfecto debió haber encarado todos sus errores, los diversos infiernos por los que cruzó su infancia. En ellos se debe detectar el significado de la culpa. No sólo perdonada. Sino eliminarla, tener la oportunidad de luchar contra ella. La muerte, la inevitable, la postergada; debemos enfrentar de verdad la muerte; tenerla y decirnos: ¿Qué debo hacer cuando esté yo muerto? Si un ángel nos revelará que nos queda un solo día de vida.

Haríamos? ¿De verdad, qué haríamos?

Nunca más despertar.

Nunca más respirar.

Nunca más amar, comer, nunca más a cambio.

Pena y culpa, no. Pero pensándolo bien;


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