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- ¡Atención tropa... Firme!
Igrad obedeció, con su instinto obediente que se servía de órdenes. Una mujer aplaudía, pero él, contrario al orgullo que sentían sus hermanos, sintió cierta fragilidad. Estaba armado, pero era el blanco de una sociedad civil irritada en cuyo cuerpo depositaría la fragilidad de la carne.
- Al marchar los manifestantes han colocado una barricada, pase lo que pase, inmóviles.
Gritó el teniente, que a su lado regulaba las actitudes. Aquel día se comenzaban a escuchar íconos de revueltas sociales, un grito que pedía paz. ¿Pero qué paz? ¿Acaso no es el orden y la democracia la paz que conoce todo ser inteligente? Acaso no era enfrentar el peligro con la vida el acto de más lealtad hacia la paz.
Se le pedía que no pensara. Pero Igrad pensaba.
Aquel día las tropas volvían de la guerra en una victoria implacable de cuyos frutos se respiraba una densa atmósfera, casi tan cruel como el de los días en que la paz era necesaria y era impetuosa.
¡Los demonios eran los culpables del malestar general de la gente! ¡Aquella gente que no conocía lo divino! La patria era ante todo, el lugar preferido de la paz, y Dios estaba a favor de la Vieja Babel.
¡Hagamos sonar los cañones, disparemos fuego a los demonios! Y su recuerdo se transportó al día en que al amanecer contempló el salir del sol, infinito en un horizonte extraordinario, el sol de un país ajeno que vulneró en un cataclismo.
- ¡De frente... mar!
Al oír el mar, sus pies avanzaban instantáneamente, al compás de una música rígida inventada para matar.
- Les hemos dado a los demonios la posibilidad de cesar en sus pecados. Les hemos brindado ayuda económica, salvamento, educación y una próspera economía que les ha dado un bienestar espiritual que jamás habían conseguido soñar. – Los aplausos de toda la Babel eran inminentes, totales, y apoteósicos.
- ¡Ni aquí en la Vieja Babel hay educación gratuita y salud universal! ¡De qué bienestar espiritual nos está hablando este Dios! ¡Quién ha elegido a este Dios para sernos soberano!
Miró de reojo a la multitud en descontento, los aplausos fueron precedidos por una ola. Era gente mal vestida, más semejante a los demonios que a las clases angelicales, pero aún así eran ángeles.
- Cobardes. – gritaban desde el fondo. Quizás las manifestaciones eran evidentes y una estela de gas lacrimógeno rondaba por el ambiente y les dañaba; sin embargo, los manifestantes no les inquirían directamente. – La Paz es Dios – alcanzó a leer en un cartel. – La guerra es el Demonio. – decían los otros, y aquella frase cobró un sentido en su interior, después de todo, buscaron al demonio en aquel país y no lo hallaron.
- ¡Alto! - A discreción. Pie derecho estrellando contra el suelo. Habían entrado en la Plaza de la Discordia, donde alguna vez Dios en su infinito poder habría creado todo lo existente, la paz y la guerra, ángeles y demonios, todo al fin y al cabo. La Televisión les apuntaba y en vivo y en directo su marcha salía al aire hacia todo el continente: "Volvían los Veteranos de la Guerra."
- Vuestro esfuerzo, Señores, lo recompensará la Historia. – Dijo Dios saliendo desde su Mansión, cuya figura no se oía y su voz retumbaba sobre la Carretera, donde gente vestida con sombreros y corbatas les recibía con una sonrisa sin alegría. – La Guerra contra el infierno espiritual ha comenzado, sin embargo, las células demoniacas aún son un peligro para el Reino de los Cielos; debemos, aún y más que nunca, combatir con firmeza la ignorancia con aquel valioso tesoro que tenemos: El Conocimiento. Atrás han quedado los días de miedo de la Vieja Babel, porque hemos renunciado a la Paz con aquellos que han quebrantado nuestra Alianza y han hecho caso omiso de nuestra ley. Atrás han quedado los ladrones, la delincuencia y la barbarie, porque hemos puesto más policías en servicio. Atrás ha quedado la inseguridad y el temor hacia el prójimo, porque hemos desplegado cámaras de seguridad que velarán por el orden y la ley de esta gran nación, atrás han quedado la ira y la pobreza, porque hoy tenemos más poder que nunca, porque nuestra civilización tendrá el camino abierto hacia la luz. Y gracias a ustedes, nuestras fuerzas armadas, porque de no haber arriesgado vuestras vidas, este lugar no sería el mismo, nuestro progreso sería ínfimo, y nuestra dinastía un insulto a las poderosas verdades. ¡Bienvenidos al esplendor y al conocimiento, hoy nuestra arma será la Ciencia, y nuestro adversario, la ignorancia! –
Terminado el discurso aplausos se extendieron como nunca antes habían visto. Y Drihú sintió un orgullo, aún y sin haber hallado al Demonio que tanto anhelaban encontrar, por saber que aún así el haber puesto en riesgo su vida tuvo un significado mayor, y el honor de defender a la Patria.
La Ceremonia duró hasta que finalizó el día y las flores diurnas murieron para que las flores nocturnas brotaran del suelo y con su polen violeta llenasen de fragancias todo aquel espacio.
- Señor. – Dijo Drihú dirigiéndose al Coronel Anás. – Pido con su permiso unas horas para regresar a mi hogar, mi madre ha enfermado, si mi País está en un momentáneo instante de Paz, ¿Podría retirarme a verla en caso de que muera y no pueda yo volver a verla? –
El Coronel le miró con sus fríos ojos azules. Al parecer contestaba su teléfono en un escritorio de madera pesada.
Una fotografía en blanco y negro en la que se daba la mano con el Arcángel Miguel.
Prefirió no seguir observando y mantuvo su vista al frene.
El Coronel callaba, y luego de un ronquido, dijo:
- Dentro de una semana obtendrá respuesta, soldado, regrese al cuartel.
Era la primera medalla que tenía en su vida, y aunque no hubiesen logrado el objetivo de dar con el armamento, o de encontrar demonios sumamente poderosos que pusieran en peligro a la Vieja Babel, sus temores habían estado infundados porque el país reconocía sus logros. ¿Por qué reconocerían a quienes pese a todas las órdenes no habían cumplido su objetivo?
Sus días en el cuartel fueron los más largos que habría visto. Su abuela le habría recogido de pequeño y estuvo orgullosa cuando se inscribió en las fuerzas armadas para servir al hombre. Y aún su odio por los demonios florecía en su arrugada piel. Tal vez estaba dispuesto a matar, pero todo lo que vio eran niños y mujeres en su mayoría, no vio enemigos y peligro, y sin embargo ¿les habían premiado?
- Hay rumores de que Dios desea entregar poderes al arcángel Miguel frente a la guerra contra los demonios, Miguel está en desacuerdo con la guerra y quiere por todos los medios terminarla.
- ¿Quién te ha dicho esto?
- Circula por la Pantalla, es un rumor conocido y toda la Babilonia lo quiere. – Dijo Irud, compañero de su misma compañía.
- Sí, algo extraño está pasando en estos momentos por el mundo.
- Han hallado también un cargamento de Claramarga rumbo a ser vendido en la Vieja Babel.
El Coronel se ausentó durante esos días.
Aún y siendo como era, un sujeto agresivo y bárbaro, las tropas lo querían porque amaba su nación. Era distinto Drihú a los demás, era un buen soldado pero su vida antes del servicio militar le hizo conocer una realidad de pobreza en la cual las armas le fueron prácticamente un alivio; después de todo, aún en medio de la guerra tenía alimento en abundancia, y le pagaban por matar gente, y era este el motivo por el cual vestía de uniforme y había decidido enrolarse.
Pasando una semana le informaron que el Coronel le esperaba en su oficina. Drihú comenzó a temblar, bien podrían ser buenas o malas noticias.
- Usted quería verme Coronel. – Dijo firme.
- Sí, sí. Siéntese. – La habitación era un lujo, una cruz entre sus honores llamó su atención, y sobre la mesa, una pirámide de oro. - ¿Ha sabido rumores acerca del cese de la guerra? – Drihú calló sin saber responder, sólo atinó a decir – No señor, ¿qué significaría eso? – - Sabe usted qué sucedería si eso pasara, tarde o temprano nos enfrentaríamos nuevamente, pero esta vez a un infierno mundial, a un poder demoniaco, nuclear. – Para eso estamos soldado. – Le digo esto porque usted será pronto comandante, el que tuvimos ha muerto en combate. – Drihú quedó frío ante la responsabilidad. Un silencio duró por segundos y recobró el aliento. – Estaría profundamente orgulloso. – Prepárese... Usted tiene una semana de plena libertad, soldado. Sin embargo esté atento al llamado. – Sí Coronel. – Dijo erguido y pisando sobre el suelo mientras éste último le daba la espalda, como jamás había visto durante su estadía en el ejército, y le extrañó aquel gesto, pero su alegría fue más grande ya que pudo regresar con su familia.
Extrañaba la Vieja Babel. Cuando llegó las cosas no estaban mejor a cuando se fue. Cuando llegó abrió la puerta de casa y quiso ver a su abuela, que enferma crónica como la dejó seguramente la guerra habría agudizado su enfermedad. Ahí fue cuando vio a Irenzo. Igrad le sonreía, y le decía que todo estaba bien.
- Drihú, la abuela está bien, este muchacho la ha sanado, no sabemos cómo. Drihú se acercó a contemplar a la madre de su madre.
Rondaban alrededor del fuego celebrando aquel día. Hablaban acerca de la guerra, y en lo profundo de sus corazones sabían que había algo erróneo en ella.
Irenzo dijo así a la familia:
Necesitamos ser pacíficos y vendrá la paz. Debemos dar amor y el amor será. Ser buenos y será la bondad. No hay que luchar por ella, la guerra no es excusa para llegar a la Paz.
Ese mismo día habían recibido a Aldous, buscando noticias de la guerra.
- ¿Por qué estás en contra de la guerra Irenzo? – Preguntó Drihú que habiéndola vivido en carne propia le creyó sospechoso de insurrección.
- ¿Y tú qué crees? En verdad, creo que los únicos que ganan con la guerra son los serafines y los arcángeles, por no hablar de Dios, pero en verdad... ¿Qué ganan los soldados, y la gente, y los niños?
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