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III
El príncipe Irenzo caminaba por su hotel y no sabía qué hacer. La tristeza de Poder poco a poco iba devorándole. Su voluntad era la ley. Podía iniciar guerras si quisiese, podía pacificar con su discurso. Nació el día en que el sol no se mueve, y el sol de hecho, no se movió ese día.
Se acercó un día a los ojos de sus padres, se sentó en sus rodillas, y les dijo:
_ Veo que mi vida es un regalo y mi talento es eterno. ¿Por qué debiera combatir?
_ No te preocupes de un mundo que no existe. _ Fue la respuesta de la pipa gruesa y negra. A lo que respondió:
Mi cuerpo está lleno de comida, mi escuela es la mejor, pero hay en mi mente un huracán y mi corazón está intranquilo e insatisfecho. ¿Cómo podría dormir sabiendo que afuera de mí esfera hay una esfera mayor?
_ No te preocupes de un mundo que no existe: lo tienes todo. Si te entristece el futuro, podrías con lo que tienes llevar trescientas vidas de placer, la mujer más hermosa caería a tus pies.
Es eso lo que mi corazón no entiende, porque no ha sido así. Lo que tenga en esta vida, no me sirve para cuando esté yo ya muerto. ¿Cómo podría dormir sabiendo que tantas vidas me esperan?
_ No te preocupes de vidas que no existen.
Entonces le llevaron las más hermosas muchachas de la Capital, y las drogaron para que todas se enamoraran de él. Entonces se apareó con ellas, tocándolas ciego. Y se deshizo de su lujuria.
Salió entonces y escapó hacia una isla que poseía, y ajeno a la Capital, miraba la luna que no veía hace meses, y lloró.
Practicó la soledad y se dejó estar ahí días, sin comer ni beber, respirando lentamente. Y fue, al cabo de treinta y tres días, en que sintió el placer de respirar.
Y la furia de la tristeza y el entusiasmo de su poder, hizo que devorara en un mordisco su brazo y extrajera su chip de información.
Su carne sangraba.
Su identidad florecía del rojo, un sistema entre sus manos experto en él. El chip que almacenaba su información se encontraba aún en funcionamiento. Lo tiró al suelo, y lo aplastó con su pie. De ahora en adelante estaría solo en el mundo. Quizás en algún lugar quedara persona alguna sin implantación, pero era difícil.
Como medio de protección mundial, se decidió el uso de tecnología dentro de los hombres, se artificiaba el organismo para negar un eventual rechazo, y se enviaba la información de su status al ordenador madre, que recogía y tomaba decisiones sobre todo hombre, mujer y niño en el planeta. Y no sólo enviaba información del microchip al ordenador global, sino que el ordenador global enviaba también información al subconsciente. De manera tal que todos creían tener sus propios pensamientos.
Y estar solo en ese mundo era increíblemente tóxico. No sólo estaba sin alguien más que le acompañase, todos sin excepción obedecían órdenes, y la mayoría odiaba aquella organización. Entonces tomó todo su dinero y fue a visitar nuevamente la Capital, a los suburbios de lo alto que no están con vista hacia la costa, y conoció la enfermedad y muerte verdadera, completamente ajenas a la enfermedad que conocía. Los vio a todos ir y venir, estar apresurados, los vio ensangrentarse en discusiones sin sentido y estar sometidos a complejos; y entendió que la tierra tenía a todos para alimentarlos, para vivir tranquilos, pero estaban todos sometidos a la hambruna.
El pueblo aplaudía y sonreía. Él veía las intenciones de la gente y no comprendía cómo es que confiaban en seres de tal naturaleza. Hacían días que no visitaba la casa del Elefante, después de todo, las flores eran un muy buen tesoro y se dedicaba a fabricarlas con intrepidez. Mientras subía cerro arriba, con cuidado de no ser atropellado por los vehículos, se preguntaba cómo es que las personas no perdían su confianza en sus líderes electos... y cómo esperó, subía ya más alto que los rascacielos y la casa del Elefante tenía una vista hacia el puerto dónde se podía mirar hasta muy lejos.
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