Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

1

1 La mano de un lagarto






I

Quizás ese aspecto deseoso, esa redondez de azúcar que le recubría, daba a la planta un aspecto de cáliz armándose continuamente. Le daba cosquillas la luz, adoraba la tibieza del rincón y de la estufa, y en ese pasar de días que resultaron al final de todo un pequeño paso, una espera y un riesgo, ahora se fortalecía tiernamente en sí misma.

- Mañana es el día – decía Irenzo, y su rostro se resplandecía de alegría al saber que encontraría al fin un nuevo escape del laberinto. Ni la lirsina, ni el pegamento ausente de amoniaco, ni nada podría parecerse a eso, ni el ácido. Habría música naciendo del vacío y golpeándole los hombros, siempre era una estrella inalcanzable. Podría ser el fin de la neurosis depresiva, del canto ajeno de las venas apretadas, ¿de cualquier sufrimiento posterior? La idea era atractiva, pero de cualquier modo carente de confianza, porque la droga, sin más, siempre abastecía en menor medida a la conciencia de lo que se esperaba, y pudiese que la sustancia sagrada no tuviera piedad con ellos.

Pero la lluvia se esparcía sobre la Vieja Babel como un montón de dados que se van resquebrajando mientras ruedan, y la planta fue asediada quedando una cabellera mohosa y apagadamente verde.

- ¿Hará algo todavía? – preguntó Irenzo. Pero Irenzo se encontraba solo y quedó la pregunta resuelta en sí misma. Dejaba todo de tener sentido si se admitía la posibilidad de lo contrario. Ojalá no hubiera muerto. Ojalá hubiera surgido una mirada poderosa.

Sepultado en la oscuridad de su recinto, Irenzo se adentraba tristemente desplegando su aroma. Era el constante humo de la Claramarga en ese hueco incambiable que le estremecía, y cada fumada era un adentrar sin riesgo pero vano, y a medida que sus pulmones aguantaban con total valentía la vidriosidad del organismo vegetal, dejaba el adentrar su antigua característica y ya nada le importaba.

¡Al fin! Los hombros sacudidos. El tiempo del mundo fuera de su mundo y fuera del tiempo, reaccionando lentamente y con leve lucidez, distinguía una a una las ventanas del convoy que pasaban como balas, y que él diferenciaba pese a la velocidad y con gran regocijo de saber que ninguna de ellas le veía.

Pero al pasar el último vagón la niebla se disipó y quedó tras de la línea una sombra semejante a la de un niño. E Irenzo cerró los ojos, creyendo que sería un niño confundido. El niño se acercaría y le pediría... y él ¿Qué haría?

Así pues, el niño se fue acercando, y al colocar su figura en un sitio con más luz, fue desenvolviendo una figura que coincidía increíblemente con la del propio Irenzo.

Cerró los ojos nuevamente, sobresaltado. Su mano era incapaz ya de sostener la pipa y ésta parecía una piedra o un diamante quemado. Y segundo a segundo los pasos del niño sonaban como tic tacs de reloj muy pero muy tenuemente mudos, y era asombrosa su identidad exacta. Hasta que Irenzo botó la última bocanada, y quedó, como estaba, sentado en posición de flor de loto, a la par, frente a frente, con un niño que le miraba fijo y con sus mismos ojos.

Vestía como él lo haría si encontrara esa ropa. La frente acerada, los ojos grises circundados por un halo rojizo. Sus mismos labios estaban a poca distancia de los suyos. Todo era igual en ellos salvo por una cosa, su mirada pertenecía a la de un anciano y tenía la profundidad de un ser galáctico, una mirada y unos ojos imposibles de encontrar en el mundo. Ni siquiera en la Vieja Babel. Y así, el sudor de Irenzo se enfrío de un segundo a otro, y la gota de sudor en el costado de la cara del niño también estaba fría.

- Hola, yo soy Elael, y sé muy bien quién eres, y tú no sabes quién soy- Pronunció el niño con una voz que Irenzo no supo reconocer propia, pero era tan familiar como la suya. Y el acento en su hablar era el de sus pensamientos. – Yo no soy yo, el que ves – continuó – Porque si tomara mi verdadera figura te provocaría un sentir semejante al pánico, pero mucho más intenso, y no podrías salir de tu miedo más. Te quemaría inevitablemente, y tus heridas no sanarían. Yo soy yo, el que soy... acompáñame, que si estoy aquí es porque tengo cosas que mostrarte –. Y al instante le tendió la mano – Ven ahora que nadie nos está viendo.

Irenzo no sólo estaba dentro de su clima, y el tiempo no sólo transcurría para él a la inversa, sino toda la realidad cambió a ser ellos dos en un oscuro cuarto. Bajo sus pies algunas luces recorrían una ciudad con quebrazones como si fuesen autopistas y automóviles, pero sus pies tocaban el suelo negro. Irenzo sintió caer los brazos y una tranquilidad que le hubiera parecido imposible, y entendió que sentía eso porque ningún alma había alrededor de él, porque estaba en un sitio donde nadie más estaba, y el motivo de su malestar eran las presencias que estaba obligado a soportar.

- El hombre siempre es un niño, aunque crezca. Y aunque crea que domina a otros hombres, no domina a nadie sino es a sí mismo. La gran razón de que avance con la cabeza a gachas, es porque no sabe que su voluntad es la única que existe, y que no existe otra conciencia aparte de la que se manifiesta en él, porque sólo las palabras distinguen el yo del nosotros.

Quizás no era que sintiera tranquilidad porque estaba apartado del mundo, sino que era él el mundo, y entendió que no había nada que temer. Que todos esperan lo mismo y cada cual sabe lo mismo de sí como el otro. Estaba en el universo y era el universo, controlándolo todo sin poder controlarlo.

Y entonces, los colores sin tono, el niño con manos de mujer abrazando la negrura, y las horas que ocurrían frenadas porque el amanecer no llegó cuando debía; y fue que estaba frente al ventanal tantos años olvidado y que ahora recurría a su conciencia como en la necesidad máxima por exponerse. Las mismas hojas. La misma velocidad del viento que hacía años, la temperatura fría de ese tiempo añejo y tan invernal de la infancia, acurrucado sobre aparatos que ya no existían y con sentimientos que fueron sucedidos por otros. Ese tiempo en que los focos de los autos iluminaban las gotas de la lluvia, rugía el motor y a nadie le importaba. Entonces su cuerpo comenzó a ser manipulado por su recuerdo, encendió el cigarrillo que tenía en las manos sin haberlo notado, y al aspirar tuvo la misma sensación que aquella vez en que vomitó a causa del tabaco y la inexperiencia. Eran el asco hacia sí mismo, los deseos de saber qué hacía el mundo con el hombre, aprovechando que todavía era niño y aún tenía a la inmadurez como excusa. Era él mismo ese niño con el que hacía poco estaba conversando, y tenía la edad en la que prefirió no crecer más, y por eso probó sin esperar placer, y sintió la misma primera gran culpa que no tenía razón.

Y en la pared de blanco crema el reloj marcaba las diez con quince. Toda la atmósfera del momento demostraba que era de mañana pero el sol no había conseguido salir. Todo el cielo era el opacar de la noche y llegó hasta él una duda increíble. Miraba hasta el cielo y de él nacían estrellas, galaxias, y la Belleza íntegra en su forma primigenia se asomaba y se disipaba alrededor de la realidad; y cada partícula, por muy insignificante que fuese, cada ser, llevaba consigo una divinidad intacta y tenía un lugar en esa infinita creación.

- Tendrá que amanecer algún día. – le dijo la chica al costado y la sonrisa que quiso hacía tanto tiempo surgió para él de una forma tan inmediata y real que sonrió él también, y le contestó. – somos nosotros, que no queremos amanecer... - y esta vez su risa se cristalizó en una risa madura. Y tenía la colilla en las manos, y avanzaba por el pasillo vidrioso sin soltarla ni detenerse. Le pareció tierno y estúpido, poco más, poco más. La mente era un precipicio y cada persona era amiga, sabía bien como actuar para no dejarse llevar por ellas y para que ellas se dejasen llevar, y eran personas del ahora y del ayer, y eran animales que también le comunicaban asuntos urgentes, y entendió a los únicos del planeta que merecían humillarlo, más las plantas y las piedras, y la tierra respiraba. Y otras mentes también volvía a ver de nuevo, que conoció antes del ayer – que él no recordaba – y le perdonaron su olvido. Mas sintió la completa sensación de haber hallado a un aliado, de encontrar unión en las frecuencias más cercanas.

- Tendremos algún día que olvidarnos de hoy día para seguir con el mañana. – Volvió la nuca pero ya no estaba ahí la chica del costado. - ¿Por qué no vas a dormir, a olvidarte de todo? – siguió su vos y cerrando los ojos él quiso hablarle, pero volvió a estar en la sala frente a frente con el niño...

- ¿La conoces? – preguntó entonces Irenzo, estrellado.

- Yo no... - respondió irónico. – Ninguno de los dos. Pero la conocerás.

Y esa expresión le devolvió tranquilidad aún en el caos, pues creyó firmemente cada palabra que le fuera dirigida. Entonces se limitó a escuchar.

- Despiertas. Vives. La respuesta a la vida no la hallarás en la sustancia sagrada, sino en ti, mas el lenguaje te prohíbe abrirte paso en ti. Lo que hiciste ahora es sólo dejar de pensar desde las palabras, y pensarás desde ti.

No sintió ni pensó ni entendió. Lo más parecido fue escuchar un te amo, y se desvaneció el niño y su cuerpo y sus ojos fueron unos cristales blancos navegando entre sonidos, y sus oídos fueron escuchando a seres asombrosos que eran figuras sin color, y sus manos tocaron fondo entre todas las formas posibles de sí mismo. Quiso regresar y se lo impidieron. Quiso llorar y a cambio sonrió con una tristeza inmensa. Y se desesperaba en un orgasmo que no empezaba ni dejaba de ser, era hembra y era hombre y estaba completo. Y no percibía nada que no surgiera de si mismo. Y así se disolvió su conciencia como en un sueño donde no había cuándo ni cómo ni dónde, y cuando despertó estaba entre las sábanas, en su propia casa, transportado por su inconciencia y por lo tanto, con la mínima idea de cómo logró llegar hasta ahí.

Era de mañana y despertaba ...de qué día? A qué hora?

El cielo se despedía de él risueño en una hermosa flexibilidad de colores. Irenzo no movió un solo músculo, abrió sus ojos y los cerró, seguro en la comodidad de su embriagada postura. Deseaba volver al sueño, pero no... todo estaba ahí. Ojalá, si conciliara el sueño volverían a despertar los duendes y las narraciones de lo incomprensible, y era eso lo que él quería. Volver al adormecimiento, continuar con el desvío; sintió la necesidad tan sobrecogedora de abrazarse e intentar en vano cubrirse del frío, y tiritar, ante la ceguera y entre la oscuridad y la inseguridad, mas la despreocupación cerrando los ojos como si ningún día por delante fuese a suceder; mantenía la más violenta calma.

Uh, el frío de los cerros... poco a poco los huesos se acostumbran, añotras año y cada día, la Vieja Babel nunca despedía a las nubes, como si en ella sefabricaran y se fueran de viaje, invencibles. Abrió los ojos y ese movimientotenue desde el fondo se acercaba, y era un ángel que lo envolvió de calor, yél, tras la felicidad instantánea, se envolvió bajo las sábanas y cayó de nuevoa recordar.             


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro

Tags: