Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capítulo 8: Escalofrío


Hoy era el cumpleaños de Astrid.

Meses atrás, cuando Wilson recién empezaba el onceavo curso, había decidido darle un regalo a esa rubia tan encantadora de la que se había enamorado: no era una gran historia, tan solo estuvieron encerrados juntos por una hora o dos al interior de un aula que el intendente cerró con llave sin darse cuenta de que estaban dentro todavía.

Para Wilson, esas dos horas de conocerse mejor y trabajar juntos para salir del aula habían sido suficientes para que Astrid empezase a gustarle: era una chica bastante alta para el promedio femenino, con su largo cabello rubio, completamente lacio y esos ojos azulados, casi como si fuesen de joyería. Sus cejas, perfectamente delineadas, casi como si las hubiesen dibujado de una en una y esas pestañas rizadas y perfectas sin necesidad de cuidarlas. Todo en ella era perfecto y aunque ya se conocían de antes, fue la primera vez que hablaban de verdad.

Incluso tuvieron que jalar de una ventana sellada con las manos juntas para poder escaparse desde ahí cuando asumieron que no llegarían por ellos hasta el día siguiente. Ese día, Wilson estaba más torpe de lo normal, pero lo atribuyó al nerviosismo por estar junto a Astrid todo el tiempo, pues todavía no estaba consciente de la condición que lo aquejaba: nunca antes había necesitado ejercitarse demasiado de todos modos.

Llegando a casa esa tarde, se había quedado dormido casi enseguida, pues apenas tocó la cama, quedó inconsciente sin haberse quitado la ropa de la escuela siquiera. Las señales siempre estuvieron ahí: fatiga, dolor en las piernas y esa constante torpeza que lo caracterizaba desde que entró a noveno grado... la ataxia ya estaba desarrollándose.

Pero hoy era el cumpleaños de Astrid, la última en ir a verlo al hospital mientras estaba siendo atendido. Sus otros compañeros se dieron por vencidos antes de la primera semana, yendo a verlo tan sólo una o dos veces realmente, pero ella sentía culpa genuina por lo que ocurrió el día de su accidente.

Wilson se le había confesado bajo un bonito cerezo en su anterior escuela: ella se había negado sin decir nada más y Wilson había asentido en señal de que aceptaba su respuesta, consciente de que no había nada más que hacer al respecto. Cuando se iba, antes de dar un paso en la parte más alta de esas enormes escaleras, una de sus piernas no le respondió ya que la había levantado. Todavía en shock por el rechazo de Astrid, inicialmente lo atribuyó a eso: estaba distraído y ya. Sin embargo, cuando intentó meter los brazos enfrente para tratar de amortiguar el golpe, tampoco los brazos le respondieron.

Aterrorizado por esa repentina falta de respuesta de sus extremidades, Wilson solo atinó a cerrar los ojos mientras su cuerpo chocaba contra el filo de un escalón varios peldaños abajo: no bastando con eso, siguió rodando y cayendo hasta llegar a la parte más baja, boca arriba, adolorido y con varios raspones. Se habría levantado rápidamente para irse, pero entonces, se dio cuenta de que su cuerpo seguía sin responderle, además de que le dolía horrores intentar mover aunque sea un dedo de los pies. Sus esfuerzos eran nulos y poco a poco, los escasos alumnos que estaban alrededor empezaron a acercarse, formando un significativo coro de curiosos que a su vez, llamó a más personas.

Lo que más miedo daba en esa imagen era que, aunque no se estaba moviendo, el sorprendido rostro de Wilson, aún en shock, dejaba caer a sus costados varias lágrimas y él mismo no sabía si eran de dolor físico o emocional.

Al final, alguien llamó a un prefecto, que a su vez le ordenó que se levantase de una vez, Wilson no podía aunque quisiera y le dolió bastante cuando intentaron hacer que se pusiera de pie a la fuerza. No fue hasta que gritó de dolor que el prefecto se dio cuenta de que algo malo ocurría. Simultáneamente, llamaron a una ambulancia y a sus padres, pero para ese entonces, Wilson ni siquiera intentaba mantener los ojos abiertos.

Apenas hubo despertado, la fría luz tenue de los focos en la que sería su habitación los próximos meses le quemó las retinas, obligándolo a entrecerrar los ojos mientras se habituaba a esa luz enceguecedora poco a poco: estuvo ahí tendido un buen rato hasta que llegó un doctor acompañado de sus padres. Entonces lo supo.

Le estaban haciendo estudios. Estaban averiguando lo que tenía, pero aunque no lo sabían a ciencia cierta, temían que fuese bastante grave. En cuanto les dijo que no había podido mover su pierna, sus brazos u otra parte del cuerpo, su médico de cabecera, el mismo que posteriormente le recomendaría a sus padres internarlo en el Hellen Keller, se veía bastante preocupado.

Varios análisis después, muchos pinchazos y días de observación de por medio, tenían ya el diagnóstico oficial: ataxia espinocerebelosa. Habían ratificado el resultado repitiendo las pruebas más de una vez, por si existía el más mínimo margen de duda, pero era la única respuesta lógica. El doctor a cargo le explicó tan amablemente como podía mientras empleaba el mismo tono serio e impasible, como si intentara fingir amabilidad, que su vida difícilmente se prolongaría más allá de los 40 (si tenía tal suerte), además, no podría andar a pie, sino en silla de ruedas.

Le explicaron que padecía ataxia espinocerebelosa de tipo siete (SCA7) y que habían sido afortunados de detectarla en el momento que lo hicieron: si se hubiesen presentado síntomas desde más joven, probablemente estaría muerto antes de los veinticinco, pero no era el caso. Vaya alivio.

Le explicaron que, entre otros síntomas, sufriría atrofia muscular, debilidad y pérdida de los hitos motores: su motricidad fina también estaría jodida. Aproximadamente en nueve o diez años, también podría empezar a deteriorarse su visión, cambiando los colores con los que veía al mundo o quedando parcial o totalmente ciego, tal y como Demian. En el caso específico de Wilson, también le habían explicado que en varios años, quizá desarrollaría fotofobia (una grave intolerancia a la luz solar), aunque su deterioro no sería tan rápido como en un niño más pequeño. Eso sí, pasados los treinta o cuarenta, podría empezar a desarrollar psicosis y deterioro cognitivo, quizá demencia senil, Alzheimer o algo por el estilo.

Como si no fuera demasiado, también le anunciaron que tendría que usar andador o bastón (él prefirió un bastón porque sonaba más cool que un andador). Además, tendrían que hacerle chequeos constantes y no debería asolearse demasiado. Cuando lo considerasen oportuno, le darían además lentes de sol para proteger sus retinas y quizá incluso lentes correctoras desde antes. Estaban pendientes todo el rato con que no tuviese dificultad para tragar sus alimentos y cuando fuese anciano, tendrían que alimentarlo mediante mangueras para evitarle una neumonía por aspirar su comida en lugar de tragarla, la causa más común de muertes en pacientes con su enfermedad.

Su esperanza de vida máxima habría sido de sesenta años como mucho, pero desafortunadamente, esa caída por las escaleras la había reducido a dos terceras partes, si bien le iba. Los últimos diez años de su vida, necesitaría ayuda para moverse y los últimos cinco, aproximadamente, estaría en silla de ruedas, sino es que permanentemente postrado.

Aún no estaba tan mal, pero con el tiempo, no solo no podría moverse, sino que tampoco vería bien ni podría comer de manera ordinaria: sería como un costal de carne con una horrible mezcla de enfermedades al que habían abandonado en una cama hasta que muriera.

Sin embargo, intentar matarse era tan inútil que la idea le pareció ridícula a Wilson tan pronto como se le cruzó por la cabeza: si tan sólo no hubiese escapado de Astrid cuando ella lo rechazó, no se habría caído por las escaleras ni su esperanza de vida habría sido abruptamente recortada, quizá le diagnosticarían esa enfermedad de mierda uno o dos años después, ya graduado de la preparatoria, quizá en un chequeo médico de rutina o cuando empezasen a dolerle los ojos, algo menos violento que recibir múltiples lesiones.

Lo peor del medio año en el que estuvo hospitalizado fueron los primeros tres meses, postrado en esa fría cama, siendo bañado con agua helada y supervisado como si fuese a morirse en cualquier momento; después, cuando empezó su rehabilitación, fue mucho mejor: demostró no estar tan jodido como creían y que el daño no había sido tan grave al poder caminar sujetándose de las frías barras de metal a ambos lados de él. Quizá tuvo que ver con sus enormes ansias de volver a caminar para irse a la mierda de ese hospital.

Por supuesto, no se lo permitieron, aunque tampoco llegó a expresarlo a sus doctores alguna vez. Cuando le preguntaron si prefería andadera o bastón, se ilusionó, creyendo que por fin lo soltarían, pero de nuevo, no ocurrió. Ese último mes, sus esperanzas de reincorporarse a clases con su grupo se esfumaron cuando los últimos días de escuela pasaron y él todavía no estaba listo. Ya lo dejaban ir a la biblioteca a varios cuartos de distancia del suyo y en términos generales, podía deambular por la gran parte de esa área, pero sin abandonar nunca el sector donde tenían a otros enfermos como él, la mayoría en rehabilitación por problemas de motricidad. La mayoría eran ancianos y ahora que lo pensaba, jamás vio a nadie de su edad. Una lástima.

Y, volviendo al presente de nuevo, hoy era el cumpleaños de Astrid. Lejos de pensar en cómo contactarla, Wilson no salió de su cuarto en toda la mañana, con apenas la voluntad suficiente para tragarse sus medicamentos y no aventarlos por la ventana. Nadie lo vino a molestar, aunque suponía que tarde o temprano alguien tocaría a su puerta: no le importaba. De todos modos, para cuando dio el mediodía y nadie lo vino a buscar, Wilson supuso que quizá no era tan importante, ni siquiera para Akira.

Se estaba deprimiendo bastante y ni siquiera era el día en el que sufrió el accidente, a principios de enero. Faltaba todavía un poco para eso, pero no creía que fuese una fecha igual de deprimente que esta; se convenció de que en realidad, lo que más le dolía era recordar a Astrid, pues aunque no la culpaba por estar en la condición en la que estaba, ya que era producto de un error genético que no parecía afectar a nadie más en su familia, sí que le dolía pensar en ella, casi como si su recuerdo y la ataxia estuviesen irremediablemente de la mano a partir de entonces: ese sería el más fatídico de todos los recordatorios de que estaba condenado, más aún que el bastón( que ahora consideraba como una extensión de su cuerpo), o su incapacidad para jugar cualquier tipo de deportes o estar bajo el sol por mucho tiempo.

No había comido nada, pero apenas y sentía hambre realmente. El vacío que sentía en el pecho era mucho mayor al que empezaba a rugir en su estómago, pero definitivamente se negaba a salir de su habitación: el silencio del pasillo, casi completamente deshabitado a excepción de Nikolai y Demian lo ayudaba a llorar en soledad sin interrupción alguna. De todos modos, le apenaba demasiado que cualquiera lo viese llorar, así que más que una tortura, esa parte en específico resultó ser un alivio, una manera más cómoda de revolcarse en su miseria.

Ya había mordido su almohada para gritar sin que se escuchase sonido alguno varias veces. Cuando su frustración alcanzó niveles extremos( como si los recuerdos de antes de llegar al Hellen Keller taladrasen su psique intensivamente), casi pensaba que habría estado mejor si se quedaba eternamente en su habitación del hospital como durante el quinto mes de rehabilitación, cuando le empezaron a permitir andar libremente por el área, jugando ajedrez con los viejitos o leyendo en la sala de estar. Empezó a ser feliz ahí, esperando volver con sus viejos amigos de la escuela. Entonces, todo se había venido abajo cuando le dijeron lo imposible que sería eso y posteriormente, sus padres lo dejaron en aquél colegio privado alejado de la urbanidad.

Y ahí estaba ahora, cuando hace poco, empezaba a convencerse de que podría hacer una vida normal con Akira y sus nuevos compañeros, casi amigos, de la clase 12-1. Iluso él. Creyendo que algún día sería normal. Tendría que vivir escondiéndose del sol, con un bastón siempre, sino es que en silla de ruedas, sin ver bien, con mangueras pasándole por la garganta para darle comida licuada, recostado en una cama e intentando hacer más llevadera esa vida de mierda. ¿Qué había hecho él para merecer un castigo como ese? ¿Quedó debiendo algo en su vida anterior como para pagarlo así en esta? ¿Era este su castigo por atreverse a decirle a Astrid que le gustaba?

Sus lamentos internos se vieron interrumpidos por un suave y ordenado llamado a la puerta, consistente de tres golpes cronometrados de manera perfecta, casi como si hubiesen sido coordinados por un metrónomo: a continuación, un aporreo mucho más agresivo le sucedió. Wilson decidió revisar la hora que era en su reloj de mesa: pasadas las dos de la tarde, lo que solo podía significar que las clases ya habían terminado.

— ¡Lárguense de aquí! - Gritó Wilson, intentando disimular su voz quebrada, aunque realmente no había hablado en todo el día.

— ¿Te encuentras bien? - Preguntó una voz masculina del otro lado de la puerta, serena, pero con un dejo de preocupación en su tono. Wilson no pudo identificarla, pero estaba seguro de que era alguien que conocía. ¿Quizá el enfermero Klaus? Si ese era el caso, no se le ocurría alguien a quien quisiera ver menos en ese momento que al enfermero. Incluso preferiría hablar con Demian antes que con aquel hombre, pues tendría que explicarle por qué estaba llorando y Demian probablemente no le prestaría atención a algo como eso, pues estaría muy ocupado hablando de por qué las galletas de soda eran el futuro de la alimentación global o algo por el estilo.

— ¿Bones? ¡Dice Akira que quiere comerte el morro! - Alzó la voz otra persona, que a juzgar por ese tono de voz y el comentario fuera de contexto, seguramente era Demian. Wilson retiró lo dicho (o más bien pensado) antes: no estaba de humor para tolerar a ese psicópata de las galletas.

— Wilson... sabemos que estás ahí dentro - Volvió a hablar la primera voz - No has salido desde la tarde de ayer y nos preocupamos un poco cuando no notificaste que faltarías a clases.

— ¡Y que no pudieses acompañarme con galletas hoy! - Añadió Demian. Tras una breve pausa, su voz volvió a escucharse, complementando la frase anterior - ¡Y también porque pensé que quizá te ocurría algo!

Wilson se preguntó quién podría estar ahí. Lo más probable era que fuese Shawn: como representante de su grupo, lo normal sería que fuese a dejarle las actividades que habían encargado el día de hoy, pero Wilson no tenía los ánimos para confrontarlos. Cuando pensó que se rendirían, el sonido de la cerradura del cuarto abriéndose lo puso en alerta y antes de que se hubiese abierto la puerta, Wilson ya estaba de espaldas a la pared, observando fijamente los resultados de esa invasión a su privacidad.

— ¿Está o no está aquí? - Preguntó Demian.

— Literalmente lo escuchaste decirnos "Lárguense de aquí" hace un minuto, Allen - Contestó Shawn, irritado - ¿Podemos pasar?

No es como si Wilson tuviese opción, aunque para Shawn, esa pregunta era más que simple cortesía, como si fuese uno de esos arcaicos vampiros que no pueden entrar a una casa sin ser invitados.

— Sí.

De todos modos, Demian ya estaba adentro, contemplando aquella habitación tan falta de personalidad, sin decorados en lo absoluto y con la única distinción particular de varios botes de pastillas y un dosificador de pastillas encima de un buró junto a la cama. Sea como sea, probablemente Demian no veía una mierda, así que no era tan importante lo que hubiese o no en el cuarto de Wilson.

Por otro lado, Shawn no parecía tener problema alguno con la habitación, aunque no estuviese tan pulcra como podría estarlo. Wilson agradeció internamente que su representante de grupo no se pusiera a ordenar el cuarto tan pronto como entrase, pero tampoco sabía bien qué hacer ya que estaban ahí, viéndolo;en el caso de Demian, él simplemente estaba de pie viendo a un espacio vacío del cuarto, como si creyera que Wilson se encontraba en esa dirección.

— ¡Somos tus amigos, amigo! - Declaró emotivamente Demian a aquella pared en blanco - No te vamos a dejar solo. De todos modos, Sato no merece tus lágrimas.

Wilson empezó a dejar de lado su tristeza y miseria para dar paso a la confusión. ¿Pues por qué creía Demian que se había encerrado todo el día? Lo único que ese comentario le recordó fue que, por primera vez, no había ido a nadar con Akira: el pensar que en lugar de que ella fuese a buscarlo, lo hubiesen hecho Demian y Shawn lo empujó un poco hacia el charco de tristeza en el que estaba.

— Cállate - Le pidió Shawn a Demian con el tono menos irritado que pudo elegir - La señorita Sato me pidió que averiguara si estabas bien porque no te presentaste a... nadar con ella hoy, sí. ¿Te encuentras bien, Bones?

— Sí, yo... estaré bien.

— Entonces... ¿por qué no acudiste hoy a clases?

— No quiero hablar de eso.

— Entonces, asumiré que es algo vergonzoso, porque si se trata de algo que pone en riesgo tu salud, me veré en la obligación de reportarlo con el señor Klaus.

Wilson suspiró, derrotado. Tendría que contarles lo que ocurría después de todo.

— Se siente deprimido porque es una fecha importante de su pasado y los inmensos sentimientos de culpa y miseria lo invadieron así que decidió que la mejor manera de lidiar con ellos es encerrarse en su habitación y desear nunca haber nacido - Conjeturó Demian, todavía viendo hacia la pared.

— De seguro es algo totalmente distinto, no... - Empezó a decir Shawn, aunque Wilson lo interrumpió justo después.

— Sí. Es algo así. Hoy cumple años una persona que... fue muy importante para mí. Estuve pensando en muchas cosas desde que desperté. Recordando cosas... del hospital. Solo dejen lo que vinieron a dejar y salgan - Les pidió Wilson - Mañana estaré perfectamente, en serio.

Demian estaba a punto de marcharse, pero Shawn no estaba del todo convencido. Dudando un poco en si debería acercarse a su compañero para confortarlo, terminó por dar unos cuántos pasos hacia la cama de Wilson, perfectamente tendida, aunque con las almohadas bastante desacomodadas. Acto seguido, se sentó a la orilla de esta con los movimientos casi robóticos que lo caracterizaban, un poco incómodo.

— El señor Klaus me ha dicho que a veces, cuando alguien está triste, es correcto abrazarlo... para que se sienta mejor - Dijo Shawn con el tono neutro y carente de emoción que lo caracterizaba - Normalmente me da bastante asco tocar gente, pero desde que voy a terapia con el señor Klaus, he estado trabajando en... ser más receptivo con este tipo de cosas. Además, creo que realmente lo necesitas.

A su lado, Wilson lo observaba con los ojos bastante abiertos, sin saber exactamente cómo reaccionar: incapaz de moverse, pero algo nervioso por la conducta de su representante de grupo, decidió seguir ahí, totalmente quieto.

— Entonces te voy a abrazar. Espero que te haga sentir mejor.

Bastante nervioso, Shawn pasó uno de sus brazos por la espalda de Wilson, quien se tensó un poco, sintiendo un escalofrío recorrer su columna. Sin embargo, no hizo nada para apartarse. Mientras Shawn dudaba en si rodearlo con el otro brazo también, Demian estaba parado frente a ellos, con la cara apuntando en otra dirección que no era la cama de Wilson. Tanto Shawn como su deprimido compañero de clases se quedaron inmóviles un par de segundos más hasta que, repentinamente, Wilson decidió devolverle el abrazo, ocultando su rostro en el pecho de su amigo, quien pareció interpretar aquello como una señal de que estaba haciendo bien su trabajo. Robóticamente, pasó su brazo libre por el cabello de Wilson para después finalizar dándole un par de suaves palmadas en la espalda.

— Ya, ya - Lo consoló Shawn, sin saber exactamente lo que debería hacer a continuación.

Para no hacerlo más incómodo, Wilson simplemente se separó de él y le agradeció con un murmullo apenas audible. Después, un poco más alto, hizo lo mismo con Demian, quien, dándose por bien servido, se despidió de él con un despreocupado pero burlón "te veo luego". Wilson no pudo evitar sonreír, recordando lo despreocupado que era su vecino respecto a la ceguera que lo acompañaba desde que nació.

Wilson pensó en ir a la cafetería por algo, pero al final, decidió prepararse uno o dos sándwiches con lo que tenía guardado en el minibar de su habitación: ya que tenía que hacer las tareas del día si quería ponerse al corriente para mañana.

Después de todo, agradecía bastante que Shawn, Akira e incluso Demian se hubiesen preocupado por él, aunque probablemente por motivos diferentes.

Al parecer, sí tenía amigos que lo querían después de todo.

Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro