Capítulo 4
LUNA
—¡Luna! —chilla Hope, mientras cruza el pedazo de pasto entre el camión escolar y la casa.
Extiendo mis brazos para atraparla en un abrazo fuerte.
—¿Qué tal el día, bebé?
—¡Estupendo! Hoy hicimos un experimento.
—¿En serio?
—¡Sí! Pusimos unas gotitas de colorante en un papel, y después...
— Luna...
Ambas nos giramos en busca de la voz que me había llamado. Identifico a la señora Jordan, que camina por la acera y me sonríe con sus enormes dientes blanquecinos, resaltando su piel oscura.
—Que tal, señora Jordan.
—Querida, tantos años y sigues negándote a llamarme Helen.
Me encojo de hombros como respuesta.
—Haremos una fiesta en nuestra casa esta noche, bueno, una reunión —explica, meneando una mano para restarle importancia—. Nos reuniremos todos los vecinos para ponernos de acuerdo en varios asuntos con respecto al bienestar del barrio. Te lo habría comentado antes, pero no había tenido la oportunidad de verte.
—Oh... Vale, le diré a Guzmán.
—Ustedes también pueden venir. Ahí estará Paul —dijo a Hope—. Y otros chicos para que jueguen.
—¿Podemos ir?
Ruega ella y la señora Jordan le sonríe con calidez. Yo solo soy capaz de fingir una sonrisa tensa como respuesta.
—Vamos a ver, linda.
—Bien, espero verlas ahí.
—Claro. Gracias, señora.
Me fulmina con la mirada y corrijo incómoda.
Hope ve la televisión tumbada en la alfombra, mientras yo preparo la merienda. La veo juguetear con los hilos del textil, y sé perfectamente que divaga una pregunta.
—No vamos a ir, ¿cierto?
Desvío la mirada.
—No sé ni para qué pregunto —dice derrotada.
—Hope...
—Es cierto, Luna. Nunca vamos a casa de nadie, Paul ya ni siquiera quiere ser mi amigo por eso.
—Pues qué bobería. Se ven todos los días en la escuela, ¿por qué necesita más para ser tu amigo?
—No es por eso...
—¿Entonces?
—Olvídalo.
—Sabes que no voy a olvidarlo.
Chasquea la lengua molesta.
—Todos dicen que somos raros.
—Bebé... No somos raros, solo un poquito diferentes.
—Yo también lo digo.
Responde tajante, y para mi vergüenza, no sé qué replicar, ya que dentro de mí, sabía que lo éramos.
Habíamos pasado la tarde como todos los días. Yo metida en mis libros, Hope paseando entre los juguetes, el televisor, y los colores. Escuchamos la puerta cerrarse, y ya sabía que eso era un aviso para esconder el libro de leyes que tenía en las manos bajo el colchón, y colocarme la máscara de sumisa y descerebrada.
—Hola.
—¿Qué tal el día?
—Ya sabes, lo de siempre.
Suelta un bufido burlón.
—Leer tanta fantasía te va a quemar el cerebro.
Sonrío con hipocresía.
—Prepárame un sándwich de pollo —ordena.
—Claro.
Me apresuro a la cocina para iniciar la tarea. Me pongo a picar, cocinar, y ordenar, y divago el tema en la mente, sin estar totalmente segura en iniciar la conversación.
—Me encontré con la señora Jordan en la escuela.
Aprovecho la distracción de la actividad para evitar su mirada, pero de reojo, puedo notar que frunce el ceño tras el periódico que sostiene en sus manos.
—No me gusta esa señora.
Ni esa ni ninguna otra, pienso.
—Nos ha invitado esta noche a su casa. Se reunirán todos los vecinos para ponerse de acuerdo en temas del barrio.
—¿Temas del barrio? ¿Cómo qué?
—No lo sé, no especificó.
Entrecierra los ojos con sospecha.
—¿Dijo algo más?
—No.
—¡Sí! —chilla Hope y él me observa con mirada amenazante—. Dijo que estaría Paul y otros chicos para jugar.
—No irán —responde tajante.
—¡¿Por qué?!
—Hope —alerto con tono contundente.
Resopla con fuerza y se va plantando con fuerza sus pasos de camino a su habitación. Ignoro la situación y continúo cocinando. Guzmán no dice nada, pero siento su mirada como un par de agujas sobre mi espalda.
—No me gusta que hables con esa señora.
—Yo no le he hablado, solo he respondido.
—No te quieras pasar de lista conmigo, Luna. ¿Qué más te dijo?
—Fue todo. Y lo de Paul, se lo dijo a Hope, a mí solo me habló para invitarnos.
—Iré yo, a ver qué tanto quiere esa mujer del demonio. Ustedes se quedan en casa.
—¿Por qué no llevas a Hope? Para que pase la tarde con sus amigos —pregunto temerosa.
—Acabo de dar la orden.
Asiento sin agregar más, después de todo, que se fuera por un par de horas, era un gane para mí también.
Y como leyendo mi jodida mente, desliza su mirada de mis pies a la cabeza, lento, intimidante. La pasa tan detenidamente, que me hace sentir incómoda en mi propia piel.
Pasa saliva y desvía la mirada al diario.
—Espérame en la habitación.
—Pero tu cena...
Alza una ceja retadora, y sin agregar más, obedezco, con cada articulación de mi cuerpo temblando.
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