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Capítulo 25


ADAM


El plan se basaba en joderlo con su propia mercancía: activar alarmas en Vigía, hacerlo ir, interceptarlo en el camino, y registrar sus atrocidades con su propio equipo. Lo haríamos caer y revolcarse en su propia mierda. ¿Por qué? Por ninguna cuestión en especial, solo el mero placer de darle el tiro con sus propias armas. Un chiste que se cuenta solo, una situación tan irónica como su humor pedante.

Esperaba que su impertinencia lo hiciera jactarse abiertamente de sus atrocidades, con algún comentario sarcástico donde se evidenciara. Que terminara por cavar su propia tumba, vaya. Pero el demonio hijo de puta, no cargaba tantos años por gusto, porque sí confesó, pero no estuvo ni cerca de lo que me esperaba, y peor, que lo hizo directo, agudo, y sin un ápice de culpa en su voz grotesca.

Sabíamos que la situación podía ponerse turbia, y por lo mismo, consideramos prudente dejar a Charlie con la policía, lista para reaccionar y contraatacar en caso de ser necesario.

No le tenía miedo a nada, o eso creía, hasta que lo vi sacar un arma, colocarle balas, y apuntar directamente a mi frente. Me mantuve sereno, aún y con mi persona encañonada, porque incluso con la muerte respirándome en la nuca, no me sentía a punto de perder nada, sabiendo que mi todo estaba en aquella furgoneta a salvo.

El verdadero terror, lo que hizo que se me erizaran hasta los poros más recónditos de mi piel, fue escuchar su voz llamándome. Porque mi dolor y sufrimiento, llevaban un solo nombre, y acababa de exponerse al llegar corriendo a nuestra posición.

Con una ferocidad que ni ella sabía que tenía, corrió determinante, sintiendo cada uno de sus pasos como una martillada dolorosa en el pecho, colocándose en medio de nosotros, mostrando a la vez una jodida fragilidad y un profundo miedo, que Guzmán era capaz de oler.

Un silencio tenso me inundó los sentidos al verla expuesta al peligro, poco me importaba mi vida si no podía salvar la de ella

Mierda, Luna. ¿Por qué no te quedaste con Lluvia?

Tanto el tiempo, como Guzmán, se volvían un paréntesis prolongado, aquel momento se suspendía y dilataba tanto, que parecíamos congelados.

—Luna... —digo en un hilo.

—¡Esto es entre tú y yo! —ruge ella, ignorando mi presencia y fulminando al cerdo que ahora la apuntaba.

Él sonríe, malicioso y satisfecho, sujetando el arma con más seguridad ahora que la encañona a ella, convirtiendo mi pulso en un galope desbocado, humedeciendo mis manos, y erizando mi espalda al sentir las gotas de sudor deslizarse.

—Lo era, cariño, hasta que decidiste involucrar a este pobre diablo.

—¡Él no tiene nada que ver!

—Tiene todo que ver —responde venenoso.

Furiosa, da un paso hacia él, golpeando la punta del arma con su frente, con el rostro torcido en una furia visible en cada músculo tensado, completamente poseída por la cólera.

—¡Hazlo, gilipollas! —grita feroz.

Un quejido me queda ahogado a media garganta en el nudo tenso que me asfixia, siento que las piernas van a fallarme por los temblores musculares, y el agujero en mi estómago parece profundizar hasta atravesarme, porque estoy muerto de miedo, con el puto corazón en un puño.

La risa ronca, estridente e infame de Guzmán, nos rebota en los tímpanos.

—Menuda escena, Luna. ¿No me crees capaz de disparar? —dice divertido.

Y entonces ella sonríe perversa. Una sonrisa que me confunde, porque luce triunfante, satisfecha, a punto de lanzar una daga invisible en sus manos, pero perceptible en su mirada.

—No puedes —asegura amenazante—. Si algo me pasa, te quedarías sin la empresa.

Su rostro se convierte en un verdadero poema. Como el de un cerdo yendo directo al matadero, haciéndome soltar un bufido nervioso e irónico al percatarme de que ella ha dado en el blanco con esa información que ignoraba, y que ha logrado inquietarlo.

—He leído los documentos —dice filosa—. Y sé perfectamente que me necesitas.

Guzmán baja el arma, la mirada, y veo su dignidad desvanecerse, derrotado y desconcertado, asimilando una derrota que le baila en las pupilas. Yo necesito concentrarme en mi respiración para no deshacerme en un llanto liberador. Y justo cuando creo que esto, si bien no ha terminado, al menos se ha calmado... El tuerce la boca en el atisbo de una sonrisa ladeada, levanta la vista hacia ella y puedo verlo. Puedo ver en su mirada la idea, la decisión, el aviso que retumba nervioso en mi pecho.

—Tienes razón, te necesito... —dice sombrío—. Pero a él no.

Y no termino de asimilar sus palabras, cuando su mano armada se alza en mi dirección y aprieta el gatillo, reventando el estallido metálico y violento que me hace encogerme de un salto de adrenalina.

Abro los ojos con precaución, viendo su mirada de satisfacción como una sátira a lado de la de Luna que está desencajada y palideciendo, sus ojos no buscan los míos, porque está perdida, observando mi estómago, haciéndome buscar el destino que la tiene tan perturbada. Entonces me percato del líquido espeso y rojizo que inunda desenfrenado mi camiseta, y la tela comienza a pesar.

Un zumbido en los oídos me aturde, los pulmones me escuecen rogando por un respiro, y un sonido me retumba.

Tac. Tac. Tac.

Gotean las gotas rojizas en el asfalto, como un jodido reloj anunciante y despiadado.

—¡ADAM! —solloza Luna.

En un frenesí desquiciado, ella se lanza sobre Guzmán, como un gato fúrico, con garras, dientes, golpeando y gruñendo. Los veo forcejear, fundirse en una batalla de empujones, codazos, y embates de puños y piernas.

No sé en qué momento ha sucedido, pero de pronto veo y siento el asfalto demasiado cerca, hundiéndose en mi mejilla, y calentando mi cuerpo tumbado en él.

Se me complica respirar, cada soplido se hace más corto y escuece. Me cuesta enfocar la vista, que cada vez se cubre más de este paño nuboso. Los sonidos y las voces suenan tan lejanos, que debo concentrarme en ellas, como un hilo del que jalar para llegar a su final, solo que nunca llego. Se quedan así, a medias, en un eco disperso y perdido.

Apenas si logro verlos, rodando en el suelo, ella está fuera de sí, dándolo todo entre gritos, lágrimas y sudor. Deshecha y revolucionada. Las nubes de mis ojos me invaden, se convierten en losas, y pesan como el orto.

Otro disparo estalla, y abro los párpados de golpe, logrando reunir las pocas fuerzas que tengo para mantenerlos abiertos, intentando desmenuzar el tumulto de sombras sin pies ni cabeza. Intento llamarla, aterrado hasta los huesos de que lo peor haya sucedido.

Y entonces la mancha oscura de arañazos y golpes, se separa para convertirse en dos. Una tumbada e inerte en el suelo, y la otra de larga melena.

Lo observa, recelosa y a la defensiva, y cuando estoy resoplando aliviado de verla de pie, apunta al bulto del suelo y revienta dos tiros, seguidos por varios chasquidos huecos de su dedo, presionando el gatillo una y otra vez, ahora sin balas.

Quiero llamarla, joder que lo intento, pero apenas si puedo respirar. Siento mi rostro helarse cada minuto que pasa, mis dedos hormiguean, y las nubes de mis pupilas ya no me dejan ver más que una delgada línea imperceptible.

La busco con la mano al ser incapaz de hacerlo con la vista, pero solo siento las piedrecillas de la calle, que se siente filosas, ardientes, entres mis dedos fríos. Pero no me rindo, la sigo buscando con la única parte que me responde, intento e intento. Mi respiración ahora es tan solo un silbido pesarozo.

Una mano caliente y suave sujeta la mía, la encierra, la aprieta, mientras que otra me acaricia el rostro, como una ola suave y delicada.

—Adam... —dice Luna en un alarido, colocándose a mi lado.

Me obligo con un esfuerzo descomunal, a levantar un poco los párpados. Y lo que pasó a continuación, no fue como todo el mundo te dice que pasa, ni tampoco como uno lo espera. No vi mi vida pasar por mis ojos, ni los momentos más alegres, ni a mi familia, ni nada que no fueran ese par de astros azules en su rostro.

En el momento que mi mirada neblinosa enfocó la suya cubierta de lágrimas, en ese instante trascendental, todas las piezas de mi existencia cobraron sentido, y el universo pareció converger en un punto crucial. Cada paso que había dado en mi vida me había conducido aquí, para anunciarme que ella lo era todo: mis miedos, mis pasiones, mi pasado y el único futuro que quería.

Así, en ese fragmento de tiempo, con mi corazón retumbando mis tímpanos, y el gozo de tenerla enfrente, encontré mi hogar, y mi propósito.

Y con la paz de quien descubre los secretos del mundo, me dejo fundir en la oscuridad, hasta que todo se convierte en nada. 

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