Capítulo 16
LUNA
Pasé toda la tarde pensando, planeando, revisando mis palabras, una y otra vez, con el propósito de hablarle, alejarlo, poner fin a esta extraña amistad que solo me distraía de mi verdadero objetivo.
Repetía mis argumentos en mi mente, mientras caminaba decidida hacia su casa. Llegas, hablas y te vas, me repetía en bucle. No había tiempo para amigos, no había tiempo para Adam, ni para nada más que no fuera escapar de este maldito agujero.
Al principio, me lo puso difícil. Su meloso escenario frente al ventanal, sus penetrantes miradas, los roces accidentales de sus dedos en mi piel. Y aunque sentía la tentación de flaquear, lograba mantenerme firme.
Sin embargo, es su rostro desilusionado, su mirada triste y derrotada, lo que logra ablandar mi corazón. Me recuerda a un niño melancólico que necesita un abrazo y me transporta a mi propia infancia. A esos años en los que me permitía sentir, vivir y pensar en tonterías triviales, en lugar de en mi propia supervivencia.
Por un momento, me permito volver a ser una niña, porque junto a él, me siento segura. Me dejo envolver por su entorno, por su tranquilidad y la protección que me brinda esta casa de techos triangulares.
Entonces me responde:
—También porque eres especial para mí, Luna, y quería que te dieras cuenta de que más gente lo ve, no solo yo.
Y yo me rompo. Siento mis músculos ablandarse tanto que incluso me duelen. Duelen de llevar años en tensión y al acecho, a la espera de un ataque. Siento deslizar en mi piel el caparazón amargo y grueso que siempre me cubre, la máscara se me cae en pedazos, y mi ego queda reducido a las cenizas.
Me rompo, me deshago en llanto, y me dejo ver tan desnuda y vulnerable como nunca lo había hecho, ni siquiera frente al espejo.
Inesperadamente, mi propia imagen deshecha y fracturada, no me desagrada y tampoco me asusta, al menos no aquí, entre sus brazos. Aunque me veo a mí misma diminuta y frágil, junto a él, sentía que podría reducirme a una mota de polvo y Adam cubriría cualquier ventisca que intentara desaparecerme.
—¿En qué fase te sientes hoy, Luna?
Pregunta sacándome de mi calma mental. Lo pienso un poco y la respuesta me llega como un balde de agua refrescante, tan liberadora y evidente, que no puedo evitar extender una sonrisa tan amplia que haga que me duelan las mejillas. No podía recordar la última vez que me sentía así, con unas ganas tan grandes por reírme y disfrutar, que le tomo la mano con fuerza, agradecida y completa.
—Contigo, siempre me siento llena.
Veo su rostro iluminarse, y el brillo de sus ojos, devolviéndole su semblante vivaz. Pero algo más pinta su mirada de nervios e incertidumbre. Se lame los labios de manera casi imperceptible, baja la mirada a los míos, y la sube nuevamente a mis ojos.
Lo veo tragar, y acelerar su respiración, el deseo comienza asomar sus pupilas, un deseo que, de pronto, a mí también me inunda.
Adam comienza a inclinarse hacia mí, bailando sus ojos en mi rostro en un vals lento y anticipado, admirando poco a poco la reducción del espacio entre los dos. La brisa y el sonido de las hojas de los árboles sacudidos por el viento, es lo que me indica y empuja a seguir adelante.
Su aliento tibio, con el aroma dulzón del vino y un ligero amargor a tabaco, me envuelve el rostro en una tentativa y anhelante invitación. Sus labios apenas si rozan los míos, precavidos y titubeantes, solicitando mi permiso para seguir. Entonces soy yo quien se impulsa para fundir los míos con los suyos, en un beso casto.
Me alejo con suavidad, asimilando lo que acabo de hacer, mascando los sentimientos que revolotean y me provocan un vértigo confuso en la cabeza. Él sonríe, y con la mirada suavizada, lleva su mano fuerte y decidida a mi mejilla, su tacto caliente me reconforta y me permito cerrar los ojos para disfrutarlo. Acerca su rostro al mío, mientras me acaricia con su pulgar y yo disfruto el roce de su dedo áspero. La punta de su nariz acaricia el puente de la mía, y su respiración se desliza por la piel de mi rostro.
Abro los párpados y me encuentro con su mirada maravillada, contemplativa y llena de deseo. Nos reímos, al mismo tiempo, divertidos y completamente deslumbrados por los sentimientos recién revelados, y además, aceptados.
Juntos y en sintonía, nos volvemos a fundir en otro beso, más húmedo, más conocedor. El sonido de la arboleda se mezclaba con el de nuestros corazones galopantes, la brisa refrescaba nuestras pieles, y el viento nos acariciaba el cabello. Si el mundo nos daba así la bienvenida, quería decir que esto estaba bien. Que nosotros estábamos bien.
Dos engranes encajando a la perfección para poner en marcha la máquina, una máquina que llevaba entumecida y dormida en el centro de mi pecho. Y que ahora que comienza a funcionar, me siento llena, completa, a punto de reventar en carcajadas por el cosquilleo de su funcionamiento en mi interior.
Siento su lengua, acariciar la mía, reparte mordiscos suaves en mis labios, y extiende sonrisas durante el beso. Sus brazos se enroscan en mi cadera, y me atrae hacia él, motivándome a abrazarlo por la nuca, a enredar mis dedos en sus cabellos sedosos y castaños. Sus manos me recorren de las caderas hasta el cuello, dando apretones de deseo contenido. Yo también estrujo mis brazos alrededor de él, y lo acompaño de un ligero jalón de cabello al empuñar las manos, a lo que responde con un jadeo y una sonrisa que nos desprende del beso.
—Vas a volverme loco si continúas tirándome el pelo —dice con voz rasposa y la mirada intensa.
Relajo las manos y me permito disfrutar de la textura de sus mechones con caricias. Tan suave y lacio, que se desliza por mis dedos como fina arena. Él también me acaricia desde la copa hasta las puntas, sin dejar de mirarme el rostro contemplativo, como si quisiera conocer cada poro y cada lunar. Reparte un beso fugaz y casto en mis luegos, y me regala una sonrisa pícara.
—¿Quieres ver tu regalo?
Me río encantada, y es que aquí entre sus brazos, a la espera de un obsequio, me siento una niña de nuevo. Con ilusiones y alegrías.
Asiento maravillada, y se gira para levantar una de las mantas, descubriendo una caja de cartón mate color morado. La pone frente a mí y sonríe como un chiquillo travieso.
Abro la tapa y me encuentro con unos patines espectaculares de línea, mucho más profesionales que los viejos y raspados que tengo. Desconozco de marcas y estilos, pero a simple vista, se veían lujosos y sofisticados.
—Las llantas encienden luces cuando ruedan —agrega emocionado.
—¿Luces? —pregunto confundida.
—Luces —repite orgulloso—. ¿Quieres probarlos?
Asiento eufórica y salimos de la casa tomados de las manos. Me calzo los patines y me vienen perfecto.
—¿Sabías mi número?
Él se encoge de hombros apenado.
—Hurgue la talla en los viejos una noche mientras estabas en el sanitario.
Le sonrío conmovida, que se tome tantas molestias, me calienta el corazón y me cuestiono a mí misma por qué tardé tanto en acercarme a él.
—¡Venga, patina! Quiero ver esas lucecitas —dice, interrumpiendo mis ácidos pensamientos.
Reviento una carcajada y me pongo de pie. Empujo las piernas y no puedo creerlo, porque deslizan tan fácil como si estuviera patinando sobre una barra de mantequilla, y me percato de que con los viejos, tenía que hacer un tremendo esfuerzo para lograr avanzar. Las luces aparecen en cada una de las llantas, en una danza circular y particular de azul neón. No puedo dejar de ver mis titilantes pies y me río divertida por el detalle juguetón de mi nuevo transporte.
—¡Parecen estrellas! —digo dirigiéndome hacia Adam.
Él estira sus brazos para envolverme en ellos y yo me dejo capturar.
—Mi Luna y sus estrellas —y finaliza besando mi coronilla.
No puedo evitar ruborizarme hasta las orejas, desvío el rostro apenada, pero él la sujeta en el aire para anclar sus ojos a los míos, intento desviar su atención agradeciéndole, y él se ríe divertido.
—¿Solo gracias? —pregunta con una tristeza fingida.
Yo la observo confundida sin entender a qué se refiere con su pésima actuación de un puchero. Aprieta su abrazo, pegando mi pecho al suyo, y acaricia mi nariz con la punta de la suya.
—Un beso al menos —dice en un susurro coqueto.
Lo empujo para zafarme del abrazo, y me alejo patinando, dibujando una mueca en mis labios.
—Detesto cuando intentas coquetear, pareces un retrasado.
Estalla una carcajada que su eco retumba en la calle completa, y me termina sacando una a mí también.
—Y a mí me encanta que me rechaces —dice divertido.
Le sonrío mientras intento alejarme, pero él me intercepta por la espalda en un abrazo.
—Quédate Luna —dice en un ruego—. Quédate conmigo, no vuelvas a esa casa.
—No puedo... —respondo en un susurro derrotado.
—¿Por qué no? Hay habitaciones de sobra, si te molesta mi presencia, puedo dormir en casa de mis padres.
—No es eso, Adam. No puedo.
—¿Por qué no? —replica molesto, separando su rostro del mío con rudeza.
—No puedo dejar a Hope sola con él, ahora no la golpea, pero no sé de qué sería capaz si yo me ausento.
—¡Pues tráela también!
—¡No puedo! Es su hija, podría demandarnos por secuestro.
—¡Y dónde está su puñetera madre! —grita con odio.
No puedo evitar encogerme ante su amargo reclamo, y el recuerdo de mi mentira, me trae de nuevo al suelo, donde pertenezco. Porque aunque hace días confesé parte de mi pasado, es eso, solo una parte, y en realidad, sigo mintiéndole.
Él se percata del tono de su voz y respira hondo, intentando mantener la calma. Presiona el puente de su nariz con las yemas con tanta fuerza, que los dedos se emblanquecen.
—No puedes quedarte ahí para ser su saco de box personal, Luna. No lo voy a permitir.
—No te estoy pidiendo permiso —digo tajante.
Me mira lleno de frustración, con el mentón tan tenso que percibo la vibración de sus músculos hasta la garganta, y desvía la mirada, envuelto en frustración y completamente resignado.
—No me gusta nada... —dice a regañadientes—. Quisiera que me dejaras ayudarte. Pero está bien, lo haremos a tu ritmo.
Y aunque agradezco que no me presione, me alejo, aprovechando que su enojo lo ha llevado a separar sus manos de mi cuerpo.
—¡Espera! ¿A dónde vas? —grita caminando hacia mí.
—Se hace tarde —digo acelerando el paso.
Y se queda de pie, observando como me alejo con cierto aire melancólico a su alrededor.
—¿Te veré mañana? —dice subiendo el tono de su voz, para asegurar que le escuche.
—¡Claro! ¡Seré la de las estrellas en los pies!
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