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Capítulo 8

Una garza pasó revoloteando sobre el campamento. Sus alargadas alas grisáceas se movían con agilidad en el cielo rosáceo del amanecer, confundiéndose con una nube. El ave chilló una vez más antes de desaparecer entre los picos de los árboles. Brinco de Conejo se acercó a su pareja y le lamió una oreja cariñosamente, algo preocupado.

—¿Te encuentras mejor?

La guerrera plateada negó con la cabeza. Su mirada estaba oscurecida, y parecía enferma. El joven guerrero luchó por callar sus nervios.

—No mucho... Creo que iré a ver a Ala de Guijarro —maulló Resplandor de Niebla.

—¿Te acompaño? —preguntó el joven guerrero, enterrando y desenterrando las garras en la tierra de puro temor.

—No es necesario —ronroneó su pareja, restregando su hocico con el de él.— Tampoco creo que tenga Tos Verde o esas cosas. Los síntomas son diferentes. De seguro que fue esa perdiz rara de ayer.

—Ahora que lo pienso, el estómago me pesa un poco... —admitió Brinco de Conejo, tratando de ignorar las pequeñas punzadas en su vientre. Me pregunto qué guerrero habrá traído esa presa...

—Volveré pronto —lo tranquilizó su compañera—. Ya vas a ver que la culpa de todo esto la tiene esa perdiz carroñera.

Brinco de Conejo se quedó sentado viendo como Resplandor de Niebla caminaba a la guarida del curandero de ojos azules. El joven no podía dejar de pensar en su pareja. Sus pasos estaban llenos de gracia, a pesar de lo mal que se encontraba. El temor lo consumía, a pesar de que bien en el fondo reconocía que todo iba a ir mejor. Eran como miles de voces que le decían que algo espantoso sucedería, aunque nunca era así. Si solo supiera callarlos...

Su mirada se trasladó a la salida del campamento. Rosa Escarchada se dirigía hacia allí, junto con Ciprés, y con  la cola en alto y los ojos brillantes. Sorprendido, Brinco de Conejo percató en lo grande que estaba. Hace pocas lunas su tamaño era algo inferior a los de otros aprendices a su edad, pero ahora, era solo un poco más bajo que su mentora. Estoy muy orgulloso de él.

—¡Oye, hermano! —lo saludó el aprendiz marrón, agitando los bigotes—. ¿Te gustaría acompañarnos a una sesión de práctica?

Brinco de Conejo soltó un ronroneo y se acercó a los dos felinos. Salir al bosque le vendría muy bien. Quizá así se olvidaría un poco de sus nervios por la salud de Resplandor de Niebla.

—Te sentirás muy feliz de como está avanzando Ciprés. Parece ya un verdadero guerrero —dijo la lugarteniente, orgullosa.

—No es para tanto —maulló avergonzado Ciprés, dándole unas lamidas apresuradas a su pecho—. Aún me falta mejorar un poco la caza de peces.

—Pero estoy segura que eso lo superarás rápido. Al menos no te caes constantemente al río como otro guerrero que conozco —dijo la gata blanca, lanzándole una mirada precavida a Brinco de Conejo.

—¡Yo no me caía! —reclamó aguantando la risa el atigrado marrón—. Tan solo me tropezaba con los juncos...

Ciprés ronroneó risueño, a la vez que los otros dos gatos subían por la pendiente.

El bosque estaba ahora completamente florecido. Rosas silvestres, azucenas y tulipanes estaban esparcidas de allí para allá, como una gran bandada de pájaros. La hierba crecía verdosa y alta, y los árboles y arbustos parecían más vivos. Era como si el bosque estuviera celebrando alegremente la llegada de la estación de la hoja nueva.

Apenas se podía ver el cielo entre las espesas copas de los robles y fresnos, y en su reemplazo, sólo eran visibles pequeñas manchitas azuladas, aunque la luz inundaba el lugar. Además, un tentador aroma a presas se mecía en la floresta acompañada de brisas, haciéndo la boca agua de cualquier gato que pasara, incluyendo a Brinco de Conejo. Cazar un poco no estaría para nada mal.

—¿Puedo cazar? —inquirió de pronto Ciprés, moviendo las orejas y bigotes en busca de alguna presa.

Rosa Escarchada asintió.

—Sí, puedes. A Helecho Polar y a Mirada Quemada les vendría muy bien algo para esta noche, en las últimas estaciones frías han estado cediendo gran parte de sus presas a Malveada y los cachorros.

Ciprés inclinó la cabeza agradecido, e inmediatamente se agachó para olfatear la tierra. Sus bigotes se movían con rapidez, y una de sus orejas estaba inclinada hacia atrás para oir los sonidos de diferentes direcciones. Su pose era ejemplar. No pasó mucho tiempo antes de que detectara una presa, y la patrulla se deteniera al escuchar una ardilla trepando por un árbol. El aprendiz dio unos pocos pasos hacia el pino, procurando no acercarse demasiado para espantarla; ni quebrar ninguna rama. Tiene buena habilidad.

Una vez fue el momento perfecto, Ciprés dio un gran salto, clavando hábilmente sus garras en la áspera corteza. La ardilla, sorprendida, comenzó a correr, pero fue demasiado tarde, y en un veloz movimiento, el joven subió un poco más y pronto tuvo la presa quieta entre sus mandíbulas. Con otro salto, descendió del árbol y se dirigió a su mentora y hermano con la cola levemente erguida.

—¡Fabulosa habilidad! —exclamó Brinco de Conejo, con un ronroneo de orgullo ascendiendo rápidamente por su garganta.

—He visto pocos gatos con una estrategia tan buena como la tuya. Si pudieras hacer lo mismo con los peces, serías incluso mejor que Estrella de Olivo —bromeó Rosa Escarchada.

Ciprés ronroneó de risa, y luego, la patrulla siguió avanzando. No mucho tiempo después; Brinco de Conejo logró atrapar un pinzón, que enterró bajo un arbusto. Efectivamente, el bosque estaba repleto de pequeñas criaturas, que habían abandonado sus guaridas, movidas por la cálida estación.

El claro donde entrenarían se veía muy bonito; la luz del mediodía se colaba entre las hojas; y lograba llenar el suelo de pequeñas motitas brillantes. Brinco de Conejo sintió nostalgia al recordar ese lugar donde todas las tardes entrenaba con Cielo Ardiente. Por entonces las cosas eran muy diferentes...

—Muy bien, Ciprés. Demuéstranos cuánto sabes —maulló Rosa Escarchada, poniéndose en un extremo del pequeño claro.

El aprendiz marrón asintió, sus ojos brilantes de emoción, pero también concentración. Brinco de Conejo jamás había visto una mirada tan segura.

En el momento más inesperado, Rosa Escarchada se lanzó con velocidad hacia su aprendiz, con las garras envainadas. Pero Ciorés fue más rápido; se corrió hacia un lado, y tiró de la cola de su mentora con las fauces, desbalanceándola. A continuación, el joven empezó a lanzar arañazos de aquí por allá, aprovechando su oportunidad.

Una vez la felina blanca recuperó el balance, se alzó y empujó a Ciprés a un lado, de forma inesperada. Justo cuando la lugarteniente iba a lanzarse sobre el gato marrón, este se levantó de pronto y saltó sobre ella, aterrizando en su lomo y obligándola a caer.

—¡Fabuloso! —exclamó Rosa Escarchada, sacudiéndose el polvo del pelaje—. No tengo muy buena vista, pero realizaste muy bien la técnica para tejones; mañana repasaremos la pesca, y luego, creo que hablaré con Estrella de Olivo.

La mirada de Ciprés se iluminó como dos lunas naranjas en medio de la noche.

—¡Gracias!

—Ahora, regresemos al campamento. En el camino podemos cazar un poco, y te daré el resto del día libre.

—Increíble —maulló Brinco de Conejo, tras darle una lametada a la cabeza de su hermano.— Parece que esos saltos son de la familia, ¿eh?

—No me sorprendería terminar llamándome Brinco de Ciprés —ronroneó el joven.

Justo entonces, un nuevo pensamiento cruzó la mente del gato de ojos anaranjados. ¡Resplandor de Niebla!

—Oye, Rosa Escarchada, ¿no te molestaría si me apresuro un poco en llegar al campamento? Necesito ver algo...

La lugarteniente entornó los ojos, curiosa, pero no dijo nada y solo asintió con la cabeza. Brinco de Coneho inclinó la cabeza a modo de despedida, y salió disparado al campamento.

A medio camino, desenterró el pinzón que había cazado, y siguió avanzando, con la presa colgando entre sus mandíbulas. Los nervios lo volvían a molestar; y pequeñas espinas recorrieron su vientre, pero no por el dolor que sentía en la mañana. Todo estará bien.

Una vez bajó por la pendiente, logró ver a Resplandor de Niebla, lamiendo su brillante pelaje cerca de ls guarida de guerreros. El joven guerrero soltó un suspiro de alivio. Gracias a los Solares y Lunares.

Con velocidad, Brinco de Conejo depositó su presa en la pila, y se dirigió tímidamente hacia su pareja, para sentarse a su lado. El joven estaba demasiado nervioso como para comenzar una conversación.

—Los cachorros de Malveada son un encanto —soltó la guerrera plateada, apuntando con la cola a los hermanos de camada que jugaban fuera de la maternidad.

—Lo son —ronroneó, recordando todas las veces que había jugado con los cachorritos.

—Pues pronto tendrán amigos con los que jugar.

Brinco de Conejo se sintió cofundido.

—¿Colmillo Férreo está embarazada?

Resplandor de Niebla negó con la cabeza. Un brillo risueño adornaba sus ojos.

—No, yo lo estoy.

El joven guerrero no sabía que pensar. Sólo estaba seguro de que una gran felicidad estaba empezando a ahogar sus nervios.

—¿E-estás embarazada?

La gata plateada asintió.

—Vamos a ser padres.

El atigrado marrón no pudo resistir más, y empezó a lamer el hocico de su amada.

—¡Vamos a ser padres! ¡Oh, gracias, Resplandor de Niebla! ¡No sabes lo feliz que estoy!

¡Voy a ser padre!

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