Capítulo 19
Pensamientos envolvían la mente de Brinco de Conejo, quién enterraba y desenterraba las uñas frente a la entrada del curandero. Tuvo que forzarse a detenerse cuando se dio cuenta de lo lastimadas y sucias que habían quedado algunas de sus garras. Pero no podía evitarlo... las plumas que había visto en el sueño y la vida real eran la más clara señal del Clan Estelar. Espero que no tengan nada que ver con mis hijos, pensó a pesar de que todos sus sentidos le decían lo contrario.
Por fín, se internó en la guarida, mientras las aulagas que ocultaban la luz del sol desde el interior le acariciaban los costados, casi haciéndole cosquillas.
—Buenas, Brinco de Conejo —lo saludó el curandero mientras ordenaba algunas hierbas—. ¿Está todo bien con Resplandor de Niebla? ¿No hay ningún problema con los cachorros?
—Todo está bien... —empezó, cambiando de peso con las patas—. Te quiero hablar de algo un poco más... personal.
Ala de Guijarro entonó los ojos.
—¿Qué clase de "personal"?
—Un sueño —soltó por fín.
—¿En que consistía? —inquirió el curandero negro. Su cuello se había erizado de sorpresa, pero se notaba que luchaba por no alterarse.
El guerrero tragó saliva.
—Recuerdo que despertaba en la maternidad... habían plumas por todos lados, y Pequeña Cereza no estaba en ningún lado. Resplandor de Niebla también estaba despierta, pero no decía nada. Entonces, las plumas se levantaron y se arremolinaron a mi alrededor, y... y... —Brinco de Conejo se detuvo antes de continuar con los acontecimientos en el bosque—. Salí en una patrulla. Zarpa Escurridiza encontró un ratón muerto rodeado de plumas y musgo... Enormes plumas grises... —Brinco de Conejo se estremeció al recordar.
Todo se quedó en silencio, hasta que por fín Ala de Guijarro optó por romper el hielo. Su cara no expresaba nada.
—¿Tú que crees que significa?
Brinco de Conejo bajó la mirada hacia sus patas. Plumas grises y grandes. Recordaba un pájaro que tenía un plumaje de ese estilo. También tenía garras afiladas... y aquella penetrante e inquietante mirada naranja. La realidad lo azotó sin piedad. Un búho.
—Paso de Búho... —jadeó, intentando no desmoronarse.
¿¡Cómo no lo había pensado!? La llegada de aquel misterioso guerrero que le había roto el corazón a Resplandor de Niebla nunca lo había animado. ¿Cómo se atrevió a pensar en que Paso de Búho no le haría daño a sus cachorros? Furia se expandió por su cuerpo. ¡No podía permitir que le hiciera daño a Pequeña Cereza!
—¿Paso de Búho? ¿Qué tiene que ver él con todo esto? —preguntó el curandero, agachado junto a Brinco de Conejo.
Recién entonces, el atigrado marrón se dio cuenta de su grave error. No era bueno mintiendo. Tendría que contarle toda la verdad a Ala de Guijarro, y esperar que él lo mantuviera en secreto. Y eso hizo. Con el corazón apretado, le relató cómo Resplandor de Niebla conoció a Paso de Búho, el cambio del guerrero del Clan del Pétalo al recibir la profecía, y la probable venganza que quería de su antigua pareja.
—Por favor, no le cuentes a nadie. No quiero que nada malo le pase a Resplandor de Niebla —suplicó al finalizar.
—Mi deber como curandero es contarle todo a la líder —dijo con la mirada fría—. Y Resplandor de Niebla debe recibir un castigo por sus actos. Pero no ahora. Me guardaré todo... aunque eso le desagrade a nuestros ancestros. Mañana partiré con mis colegas al Pozo del Sueño Silencioso.
—¡Gracias! —exclamó aliviado el guerrero.
—Lo único que te puedo decir ahora —suspiró Ala de Guijarro sacudiendo la cabeza—. Es que te has metido en un gran problema. Uno bien grande.
—Y... ¿Qué debería hacer con respecto a Paso de Búho?
—Por ahora, nada. En este preciso instante, es tan inocente como cualquiera. En el mejor de los casos, no pasa nada. ¿Te podrías retirar? Necesito ordenar las hierbas. Y pensar a solas.
Brinco de Conejo se despidió del curandero y salió. Sentía un alivio en el pecho, pero aún se sentía asustado. Confiaba plenamente en las palabras de Ala de Guijarro, pero no estaba seguro en cuanto a Paso de Búho. Sólo los Solares y Lunares saben que podría pasar.
* * *
—¡Por los Solares y Lunares, tu hija tiene mandíbulas de tejón! —ronroneó Mirada Quemada a la vez que Pequeña Cereza le daba un buen mordisco a su cola rojiza.
—No muerdas tan fuerte, pequeña. Recuerda que Mirada Quemada ya esta viejo —advirtió con una pizca de risa Resplandor de Niebla, sentada junto a su pareja fuera de la maternidad.
—Bueno... ¡Pero es divertido! —chilló como respuesta la gatita marrón.
Había pasado tiempo desde el nacimientos de los cachorros, y ahora ya habían abierto casi completamente los ojos. Ambos, como todos los pequeños, los tenían de un brillante color azul que ya les cambiaría en un tiempo más. Sin embargo, Brinco de Conejo tenía la atención puesta en el exterior de la guarida de guerreros, donde Nube de Cernícalo discutía a bufidos con Cielo Ardiente. Cuando se había enterado de que estaba esperando cachorros, se había vuelto una furia.
—¡Pero yo no me quiero hacer cargo de ellos! —siseó la guerrera blanca y crema mostrando los colmillos—. ¡No quería que esto ocurriese!
—Brinco de Conejo...
El nombrado se volteó hacia su hijo, que lo observaba con ojos redondos, llenos de preguntas. Desde que abrió los ojos, demostró que era muy curioso y observador, siempre mirando lo que lo rodeaba. En eso se parecía un poco más a él.
—¿Qué ocurre, pequeño? —inquirió amable el guerrero, aunque una parte de él ya sabía lo que se avecinaba.
—¿Por qué Nube de Cernícalo está tan molesta si está embarazada? ¿Eso no es bueno?
—Bueno, si... Hay algunas gatas que no les gusta la idea de quedar embarazada, ya sea por diferentes motivos. Por ejemplo, que prefiera la vida de guerrera o simplemente no le gusten los cachorros —explicó intentado ser lo más claro posible.
El cachorro atigrado gris le dedicó una mirada de reojo a la gata blanca y crema, para luego regresarla a su madre.
—Pero tú querías tenernos, ¿no?
Resplandor de Niebla le dio un gran lametón a Vencejillo mientras ronroneaba.
—Por supuesto. Daría mi vida por ustedes —miró divertida a su pareja—. Daríamos, más bien.
—Por supuesto —maulló Brinco de Conejo, poniendo su barbilla sobre la cabeza de su hijo.
—¡Yo también quiero! —gritó de pronto Pequeña Cereza, lanzándose como una ave sobre los omóplatos de su padre.
—¡No me mates, Pequeña Tejón! —río con un ronroneo, sacudiendo la cabeza dramáticamente, como si de verdad lo estuviera atacando una bestia blanca y negras de patas cortas.
—¡Juguemos al zorro y la serpiente! —pidió la gatita de orejas blancas.
—Muchos juegos por hoy —objetó Resplandor de Niebla, estirando los músculos—. Hora de dormir.
—Aún es temprano... —se quejó Vencejillo, frunciendo la nariz ante maternidad, como si fuera la guarida de un tejón.
—¡El sol no se a puesto aún! —refunfuñó Pequeña Cereza, bajando del lomo de su padre.
—Pero recuerden que ustedes se levantaron más temprano de lo normal hoy, ¿eh? —maulló Brinco de Conejo, empujando con la nariz a su hija a la maternidad—. Mañana seguiremos jugando. Lo prometo. Duermen bien.
—¿No vas a dormir con nosotros? —preguntó Resplandor de Niebla.
—Quiero estar despierto un rato más —respondió el guerrero atigrado juntando las narices con su pareja.
Una vez fuera de la guarida de reinas, Brinco de Conejo barrió el claro con la vista. Estrella de Olivo estaba recostada sobre el último de los Tres Peldaños, disfrutando del último rayo de sol anaranjada que caía sobre las rocas, y parecía derramarse como agua.
Nube de Cernícalo y Cielo Ardiente habían parado de discutir, y parecían haber entrado en la guarida de guerreros. Y al lado de la de aprendices, Corazón de Ciprés y Relámpaga compartían lenguas animadamente. El felino de ojos anaranjados sintió una punzada de nostalgia. Su hermano ahora estaba practicando a cazar y luchar con un solo ojo. Rosa Escarchada era la encargada de ayudarlo, y el gato marrón ahora volvía a ser el mismo gato seguro y feliz de siempre, a pesar de que no hablara mucho con Brinco de Conejo.
Al salir, el guerrero respiró el fresco olor de la vegetación que lo rodeaba. Algunas hojas verdes en los árboles estaban empezando a cambiar a colores más oscuros, como un recuerdo constante que la estación de la hoja nueva no duraría para siempre. Dejó que sus patas lo guiaran en la floresta, mientras sentía todos los olores del bosque. En cualquier momento podría aparecer una posible presa.
Una figura delgada junto a una rama le llamó la atención. En posición de caza, entrevió la lagartija, que se camuflaba en el pasto y los arbustos. Sin comprobar siquiera la dirección del viento, Brinco de Conejo saltó y atrapó con una pata la criatura, para luego matarla de un mordisco.
No era la mejor presa, pero quizás los cachorros podrían jugar con ella si nadie quería metersela a la boca.
Enterró la lagartija cerca de una zarza y siguió avanzando hasta llegar al río, donde las aguas correteaban por la orilla apenas haciendo ruido. El cielo estaba teñido de naranjo, dándole un tono brillante a la corriente. Mientras se agachaba para beber un poco, sintió un ruido proveniente del otro lado, y retrocedió hasta quedar oculto junto a un tronco. Parpadeó al ver una patrulla del Clan del Pétalo.
Sintió una presión en el pecho al ver que la lideraba Paso de Búho. Su pelaje estaba limpio (a diferencia de la última vez que se vieron) y sus ojos tenían otro brillo. Lo acompañaba una guerrera esbelta de pelaje rojizo, a quién reconoció como Baya Caída, un aprendiz moteado, Vuelo Pardo y de último iba Fauces de Tritón, el intimidante lugarteniente del clan vecino.
Casi aguantando la respiración, Brinco de Conejo los observó marcar el territorio. Su mente le decía que lo mejor que podía hacer en ese momento era alejarse, cazar, y regresar el campamento. Pero sus patas no respondían, como si les hubiesen crecido raíces.
—¿Puedo cazar? —preguntó el aprendiz moteado, dando un pequeño saltito.
El lugarteniente blanco y gris abrió su boca para responderle, pero Paso de Búho se había adelantado.
—No, Pecoso. Será mejor que regresemos pronto al campamento. Estrella Resonante debe estar esperándonos —y sin más, desapareció entre los árboles.
Fauces de Tritón azotó el aire con su cola, pero se quedó en silencio y siguió al resto de la patrulla.
Un escalofrío le recorrió la espalda. Paso de Búho se estaba comportando como lugarteniente, cosa que no incluía el estar al mando de una patrulla. Brinco de Conejo enterró sus garras en la tierra. No sé qué es lo que quiere, pero sea lo que sea, no le dejaré.
***
Buenas (?)
Vengo a informar que a partir del 3 de Marzo comienzan las clases en mi colegio ;-;
Sou, las actualizaciones de esta y todas mis historias serán más lentas, pero eso no quiere decir que publique una vez al mes, quizás se retrasen unos cuantos días.
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