Capítulo 17
Todo parecía haberse vuelto lento. Brinco de Conejo corría lo más rápido que podía, pero ni eso parecía suficiente para poder llegar a tiempo. Las voces habían despertado otra vez, y le susurraban distintas posibilidades que sólo lo espantaban más, comenzando con el hecho de que los cachorros se estaban adelantando mucho. ¡Se suponía que vendrían en media luna más!
Y Resplandor de Niebla... ¿Cómo estaría? Probablemente igual de nerviosa que él. Con la diferencia de que su dolor también sería físico. Sin embargo, Brinco de Conejo consideraba el hecho de que el parir hijos antes de tiempo aumentaba las posibilidades de la gata en morir. La madre de la reina plateada también había dado a luz a ella y Mordisco de Granito antes de tiempo, aunque había sobrevivido. ¿Correrá tu pareja la misma suerte?, creyó escuchar el gato atigrado.
Un gran alivio lo recorrió por todo el cuerpo ante la vista de la pendiente. Inconsciente de a cuál distancia estaban los aprendices y Zorillo por detrás de él, bajó corriendo, sin siquiera mirar mucho. Una vez en el claro, oyó un aullido de dolor proveniente de la maternidad. ¡Resplandor de Niebla!
Como un rayo, se hizo camino entre los gatos congregados que intentaban estar tranquilos en la gran tensión. Aún jadeando por el esfuerzo, se internó en la guarida de las reinas.
Dentro, se encontraban Ala de Guijarro, Malveada, Nube de Cernícalo y Colmillo Férreo, rodeando el lecho de su pareja. Cuando una de las gatas se movió un poco, pudo echar un vistazo rápido a la expresión de la reina de una oreja blanca. Estaba igual que como se la imaginaba. Contraída por el dolor.
El curandero se giró hacia él. El gato negro parecía seguro de sí mismo. Había ayudado a muchas gatas a dar a luz, lo que tranquilizaba un poco a Brinco de Conejo.
Se oyó un crujido.
—¡El palo se rompió! —exclamó Malveada.
Resplandor de Niebla volvió a aullar de pura desesperación.
—¡Mi amor! —gritó Brinco de Conejo.
—Brinco de... —alcanzó a maullar antes de que sus flancos volvieran a convulsionar.
—Ve a buscar un palo. Uno grueso y resistente. Rápido —le indicó el curandero, serio. El guerrero atigrado asintió de la manera más breve posible y salió al campamento.
Sus costados y patas temblaban mientras corría hacia el bosque. ¿Los partos normales eran así? Estaba casi seguro que Malveada no había aullado tanto. Por favor, deben protegerla. Está trayendo cachorros al clan, y la amo. Ayúdenla... oró en silencio a sus ancestros.
No tardó en encontrar un palo en la hierba con motas oscurecidas por las hojas en los árboles. Probó su resistencia dos veces y se encaminó al campamento, agudizando el paso al escuchar otro aullido.
Se deslizó por la entrada de maternidad, maldiciendo en silencio las aulagas que se entrometían en su camino, aunque su corazón siguiera acelerado.
—¡Ya lo tengo! —dijo soltando el palo en el suelo—. ¿Qué más debo hacer? ¿O me puedo quedar aquí? ¿Está todo bien?
Malveada se volteó hacia él, con la mirada comprensiva pero firme.
—Deberías irte —un nuevo gemido la interrumpió—. Necesita espacio.
Brinco de Conejo fue incapaz de controlar la rabia que burbujeó en su pecho. ¡Son mis cachorros y mi pareja! Debo estar con ella.
—Por si no recuerdas —gruñó—. Yo soy el padre de esos cachorros que están por—
—Escucha a Malveada —el joven mentor se calló al escuchar a Ala de Guijarro—. Resplandor de Niebla necesita aire, sobre todo. Lo mejor es que te vayas.
Brinco de Conejo abrió su boca para replicarle, pero decidió mantener silencio al fijarse en sus ojos azul grisáceos. Debía confiar en el curandero. El sabía lo que era mejor para él, su pareja y los cachorros.
Salió de la guarida arrastrando las patas, mientras los aullidos de su pateja le destrozaban el corazón. Comenzó a pasearse por el claro, bajo la mirada preocupada de sus compañeros de clan. Quería hacer algo, pero no podía. Se sentía completamente inútil. Cálmate cálmate cálmate...
Los miedos le enzarzaron las zarpas, y sintió un dolor en el estómago y pecho como si hubiese devorado carroña. Por más que intentaba relantizar la velocidad espeluznante de sus latidos, su corazón continuaba rebotando en su interior. Se sentó, tratando de dejar de sentir náuseas.
Lo único que lo liberó de sus oscuros pensamientos fueron unos pasos en su dirección. Levantó la cabeza sin ánimos, y la cola casi se le erizó de sorpresa al ver a Corazón de Ciprés, cuyo ojo bueno lo tenía clavado en él.
Después de aquella reunión de clan, Corazón de Ciprés había hablado con Estrella de Olivo, a pesar de la desaprobación de su hermano. La líder accedió a dejarlo salir del campamento, pero su futuro seguía incierto; ya que como Brinco de Conejo demostró, pelear se le era más difícil.
Además, todo el clan se había enterado de la pequeña batalla de los dos hermanos, y ahora Corazón de Ciprés recibía miradas nerviosas de muchos de sus compañeros de clan, y se limitaba a compartir lenguas y platicar casi únicamente con Relámpaga.
Los dos felinos se mantuvieron en un silencio incómodo largo rato, hasta que Corazón de Ciprés optó por romper el hielo.
—Lo lamento.
Brinco de Conejo irguió las orejas, sin darles crédito.
—¿Qué...?
El gato marrón se sentó, como un cachorro arrepentido. Su ojo anaranjado mostraba dolor y soledad. Una que Brinco de Conejo nunca antes había visto en su valiente hermano.
—Lo lamento. Cada día me siento peor por lo que hice... ¡Tú eres mi hermano! Siempre has estado ahí cuando lo necesito, y yo... y yo....
Brinco de Conejo se acercó tímidamente al joven guerrero y le acarició la espalda con la punta de su cola. Sabía cómo calmarlo.
—¡Yo quiero ser un guerrero! Quiero cazar para mi clan, pelear por lo que es nuestro, y ser un ejemplo para los pequeños... He querido eso toda mi vida. Y duele, de verdad que duele... pero una parte de mí sabe que hice lo correcto. Traté de salvar un cachorro, ¿no?
Las palabras de su hermano eran seguras, y Brinco de Conejo recordó cuando era un aprendiz, siempre condiado y capaz.
—Ya me quedo claro que tu corazón es el de un guerrero puro. Hay gatos que ni en toda una vida han logrado ser tan leales como tú.
Pero eso no calmó a Corazón de Ciprés.
—¡Por los Solares y Lunares! ¡Me siento horrible! —el joven se levantó y se restregó con el atigrado marrón—. ¡Te quiero tanto...! Sólo pienso en mí mismo y...
—¡Brinco de Conejo! —lo interrumpió el aullido del curandero desde la maternidad. Las dudas volvieron al guerrero, que se levantó en unas patas poco firmes y se despidió de su hermano, sin siquiera sacarse la tierra del pelaje.
La maternidad parecía estar más lejos, y una fuerza extraña le apretujaba la garganta, pero el atigrado marrón sintió otra fuerza sobre él, una determinada, mucho más poderosa, que lo invitaba a entrar a la guarida de las reinas a conocer a sus nuevos hijos. Ya es hora, le maullaba dulce en una oreja.
Cuando asomó la cabeza en la maternidad, le sorprendió la tranquilidad del lugar, que hace poco había estado lleno de aullidos y gemidos lastimeros de Resplandor de Niebla. Sin embargo, no estaba completamente en silencio. Habían chillidos. Chillidos de cachorros recién nacidos.
—¿Estás, Brinco de Conejo? Ven —se escuchó la voz de Resplandor de Niebla.
Embobado, el joven mentor se hizo espacio entre Ala de Guijarro y Malveada, y su corazón casi saltó de alegría al ver a su pareja con dos pequeños cachorros en el vientre, tomando de la leche de su madre. Resplandor de Niebla sonreía, se veía agotada, pero sonreía.
—¡No te quedes mirando como un tonto! —gruñó de broma la gata—. Ven a conocerlos.
—Es que... son demasido... son... no puedo decirlo —ronroneó Brinco de Conejo, dándole un lametazo en la cabeza a la reina. Una extraña sensación le recorrió las entrañas. Unas ganas imparables de protejer a aquellos pequeños, y que crecieran como grandes y fuertes guerreros. ¿Resplandor de Niebla se sentirá igual?
—Ala de Guijarro dijo que eran un poquito más pequeños que lo normal —susurró la reina gris, con los ojos verdes brillantes—. Pero que en poco tiempo estarán en el tamaño normal. Se demorarán más en abrir los ojos. La hembra es aquella gatita marrón de orejas blancas y el macho ese atigrado gris.
Brinco de Conejo se agachó junto a sus cachorros, y empezó a acariciarlos suavemente con la punta de la cola. Nunca pensé que podría sentir tanto amor al mismo tiempo.
—Había pensado en ponerle Pequeña Cereza a esta chiquita —maulló su pareja, mirando a la cachorra marrón—. Para que como un cerezo, de hermosas flores en la estación de la hoja nueva.
—Me encanta ese nombre. Será una gata preciosa —coincidió Brinco de Conejo, admirando las orejas blancas de su hija, que tanto le recordaban a Resplandor de Niebla.
—¿Quieres nombrar tú al pequeño? —preguntó Resplandor de Niebla.
Brinco de Conejo asintió. Siendo sincero, no había pensado muchas veces qué nombre ponerle a sus hijos. Pero ahora, frente a su hijo, sentía seguridad. Su pequeño tamaño, y sus notorias patas largas lo inspiraron.
—Vencejillo, porque, como un vencejo, tiene unas patas largas y es pequeño, pero volará por siempre —maulló, acariciando con su hocico al pequeño.
—No será pequeño por siempre, pero si, estoy segura que volará muy alto —dijo la reina, en un ronroneo. Se dirigió a su pareja—. Te amo.
—Yo también —maulló el atigrado.
Un brillo risueño se levantó en los hermosos ojos de Resplandor de Niebla.
—Espero que hayas tomado una siesta. Porque ahora que vienen las visitas, nos quedaremos dormidos recién cuando empieze a amanecer.
***
Quedan como 5 caps ;-;
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