Capítulo 11
—¿Qué se supone que debemos hacer ahora? —suspiró Resplandor de Niebla, pegándose más a Brinco de Conejo, quien no había logrado pejar ojo después de volver de la Reunión. Estaba demasiado nervioso para dormir.
—No... no lo sé —admitió por fín, bajando la cabeza—. No puedo cargar con todo esto.... estoy asustado. Simplemente, estoy asustado...
Su pareja suspiró.
—Yo también lo estoy. Pero debe—
—Oye, Resplandor de Niebla... —la interrumpió Brinco de Conejo, sin mirarla—. Las últimas lunas han sido demasiado extrañas para mí. Creo que estoy cargando con más de lo que debería. —Soltó un resoplido—. Me gustaría dormir solo esta noche.
Resplandor de Niebla parpadeó, claramente dolida, pero Brinco de Conejo no se arrepintió de ninguna palabra que había soltado. Necesito pensar con claridad. Al menos una noche, quiero dormir solo.
—Muy bien. —Y de un salto, Resplandor de Niebla se levantó, irritada, y se dirigió a su propio lecho.
Brinco de Conejo puso su cabeza sobre sus patas delanteras. ¿Por qué se sentía culpable? No debería estar así. Una parte de su mente le gritaba que gran parte de la culpa la tenía Resplandor de Niebla, al haber sido pareja de ese monstruo, excusa de un gato. Pero otra parte insistía que todo se resolvería con el tiempo, y debían estar juntos. Todo era una tempestad de emociones. ¿Cuál elegir?
En un suspiro, el guerrero forzó a sus ojos a cerrarse, pero solo logró sumirse en una oscuridad en la que jamás lograría dormir. ¿Por qué todo tiene que ser tan difícil?
Y cuando por fín logró pegar ojo, se vio así mismo rodeado de pesadillas. Todas eran la misma. Se levantaba en el bosque. Caminaba hacia el campamento, y cuando menos se lo esperaba, aparecía Paso de Búho, y le decía lo mismo que en la Reunión. Luego, se lanzaba hacia él. Justo entonces, Brinco de Conejo despertaba, con el corazón saltando.
Una vez el alba se pudo hacer presente entre las ramas de la guarida, Brinco de Conejo se levantó de su lecho y se dirigió al claro. Se sentía agotado, pero sabía perfectamente que si intentaba dormir, no haría más que perder el tiempo. En vez de eso, se encaminó a la guarida de aprendices y se recostó cerca de ella, para empezar a lavarse.
Un rato después, de la pendiente apareció Corazón de Ciprés, quién parecía haber liderado la patrulla del alba. Brinco de Conejo, confortado por la presencia de su hermano, fue donde el joven guerrero.
—¿Qué te parece si charlamos mientras comemos un campañol? —lo propuso Brinco de Conejo.
Corazón de Ciprés sonrió, pero un latido de corazón después su expresión se contrajo de horror.
—¡Cagarrutas de zorro! Quizá después, hermano. Se me olvidó desenterrar un campañol —antes de que el guerrero atigrado pudiera decir algo, Corazón de Ciprés salió disparado hacia el bosque.
Creo que no hay problema en que salga solo. Es solo buscar una presa. Bueno... volveré a descansar un poco. Luego iré a cazar, creo. Y con un suspiro cansado, Brinco de Conejo se dirigió al lugar donde se había estado limpiando.
—Qué sorpresa —comentó Zorillo, dirigiéndose a él con un cernícalo firme en sus mandíbulas—. No estás con Resplandor de Niebla.
—Déjame solo un momento, por favor —siseó irritado el gato de ojos anaranjados.
—Discutieron, ¿no es así?
Brinco de Conejo se giró hacia su amigo sonriente con los ojos abiertos como platos. ¿Cómo...?
—Te estarás preguntando en cómo lo se, ¿cierto? —maulló, sentándose a su lado—. Tu expresión lo dice todo. Aparte, se más de parejas de lo que crees. Aunque no lo parezca, Malveada y yo hemos tenido bastantes discusiones. Pero mientras más se peleen, más se unen.
El atigrado marrón suspiró.
—No sé que hacer. Me siento muy confundido... —soltó. Sin embargo, no mencionaría nada en cuanto a Paso de Búho.
—El tiempo cura las heridas. Aunque eso no significa que tengas que quedarte inmóvil hasta que las cosas pasen —dijo el guerrero blanco y negro, tras arrancar una ala del cernícalo.
—¡Que todos los gatos lo bastante mayores para cazar sus propias presas se reúnan bajo los Tres Peldaños para escuchar mis palabras! —llamó Estrella de Olivo.
Brinco de Conejo se levantó y arqueó la espalda, mientras bostezaba. ¿Qué habrá pasado ahora? Recién está amaneciendo.
—Por fín... —musitó Zorillo.
Junto a su amigo, Brinco de Conejo se sentó lo más cerca posible de los Tres Peldaños, para escuchar mejor. Colmillo Férreo salió de la guarida de guerreros con una mezcla de irritación y curiosidad en los ojos, seguida de Resplandor de Niebla. Helecho Polar y Mirada Quemada pronto aparecieron, con los pelajes algo alborotados.
Malveada y los cachorros fueron los últimos en sentarse al lado de Zorillo, cuyos ojos brillaban emocionados.
—¡Ya quiero ser aprendiz! —chilló Pequeño Escurridizo, dando pequeños saltitos.
¡Eso era! Los hijos de Malveada y Zorillo serían nombrados aprendices. ¿Por qué nadie me dijo nada? ¡Qué buena noticia! pensó Brinco de Conejo. Eso explicaría por qué su amigo estaba tan feliz.
—Los jóvenes hijos de Malveada y Zorillo han alcanzado sus seis lunas, por lo que es momento que inicien su entrenamiento guerrero —comenzó la líder—. Pequeño Escurridizo y Relampaguilla, vengan aquí.
Los dos hermanos de camada partieron directamente hacia los Tres Peldaños, manteniéndose lo más serios posible, aunque Pequeño Escurridizo no pudo evitar soltar un pequeño chillido.
—Que las dos Grandes Tribus aprueben mi decisión para sus mentores. Brinco de Conejo y Mordisco de Granito; por favor avanzen para recibir sus aprendices.
El atigrado marrón no le daba crédito a sus orejas. ¿Mentor? ¿Él? ¿Qué cualidades especiales tenía para enseñarle a un joven compañero de Clan? Unas colas de zorro más adelante, Mordisco de Granito movió su cola con desesperación oculta. Brinco de Conejo sacudió su cabeza y se encaminó a los Tres Peldaños, aunque cada paso le pesaba como si estuviera cargando con un tejón.
Los dos guerreros se sentaron frente a los pequeños, que tenían los ojos brillantes y movían su cola nerviosos de lado a lado, esperando las palabras de Estrella de Olivo.
—Mordisco de Granito, confío en tu capacidad y valor, y te entrego a tu nueva aprendiza, Relámpaga, para entregarle tus valiosas cualidades. Brinco de Conejo, has sido un guerrero noble y preocupado por el clan, y creo que eres el apropiado para enseñarle a Zarpa Escurridiza la verdad de ser un guerrero.
Los dos guerreros avanzaron, y chocaron narices con sus nuevos aprendices. Zarpa Escurridiza, al ser más pequeño, tuvo que levantarse un poco.
—Daré mi mejor esfuerzo enseñándote.
Al gatito blanco se le iluminaron los ojos como lunas amarillas, antes de que los gatos empezaran a cantar sus nombres.
—¡Relámpaga! ¡Zarpa Escurridiza! ¡Relámpaga! ¡Zarpa Escurridiza!
Los dos mentores se acercaron con sus aprendices a la multitud de gatos, pars que estos los felicitaran. Pronto aparecieron Zorillo y Malveada con las colas trenzadas, que rápidamente celebraron a sus hijos con mucha alegría.
—Estoy seguro que convertirás a Zarpa Escurridiza en un gran guerrero —musitó el padre de su aprendiz, mientras este estaba ocupado conversando con Relámpaga.
—Me aseguraré de eso —todas las dudas que Brinco de Conejo había tenido sobre ser mentor ya se habían esfumado. Estrella de Olivo le había confiado un aprendiz porque creía que era un buen guerrero. Y él no la decepcionaría.
—¿Que haremos primero? ¿Cazar? ¿Explorar el territorio? —chilló con emoción Zarpa Escurridiza.
—Tranquilo, pequeño —dijo ahogando un ronroneo divertido Brinco de Conejo—. Mordisco de Granito, ¿qué te parece si les mostramos un poco del territorio?
—Y dependiendo de sus comportamientos decidiremos si el resto del día es para aprender a cazar o sacarle las pulgas a los veteranos —dijo severamente el guerrero de pecho negro, pero con un brillo divertido en los ojos.
—¿Pulgas? ¡puaj! —reclamó Zarpa Escurridiza.
—Oigan —maulló de pronto Relámpaga, mirando en todas direcciones—. ¿Dónde está Corazón de Ciprés?
Brinco de Conejo se quedó en silencio. Era verdad. ¿Dónde estaba su hermano? Había dicho que iría a buscar una presa en el bosque. Pero no podía haberse demorado tanto. Algo estaba mal.
—Me dijo que iría a desenterrar un campañol que se le había olvidado, pero no ha regresado —maulló preocupado el arigrado marrón.
—Quizá mientras caminamos por el territorio lo buscamos —sugirió Mordisco de Granito—. Él no es de los que se escapan. Debe estar cerca.
Brinco de Conejo asintió. Con sus aprendices a la zaga, los guerreros se encaminaron a la salida del campamento. El atigrado marrón sentía punzadas en el pecho, de puro temor por su hermano. Lo más probable es que se haya quedado cazando intentó convencerse a si mismo.
Cuando la pequeña patrulla salió al exterior, los dos aprendices se qiedaron quietos, boquiabiertos al por fín conocer el territorio de su clan. Pero el más asombrado de todos era Zarpa Escurridiza, que miraba cada flor, árbol, arbusto y hoja como si de una maravilla se tratase.
—¡Por los Solares y Lunares! ¡Es muy bonito! —exclamó.
—Y eso que no es ni la mitad de todo el territorio —maulló Brinco de Conejo.
—Aquí las principales presas son las ardillas, campañoles, ratones, cernícalos y gorriones —explicó Mordisco de Granito—. ¿Alguien me podría decir dónde cree que se encuentran las presas?
—¿Cerca de arbustos? —aventuró Relámpaga.
—Y también árboles. En arbustos y árboles se encuentran semillas, con lo que la mayoría de las presas se alimenta —confirmó Brinco de Conejo, tras asentir con la cabeza.
—Sigamos avanzando —maulló Mordisco de Granito.
Brinco de Conejo estaba tan atento en caso de sentir el olor de Corazón de Ciprés que casi erizó su cola al oir la voz de Zarpa Escurridiza cerca suyo.
—¿También aprenderemos a cazar peces?
—Sí. Aunque aún falta un poco para eso, lo primordial en el Clan de la Ribera es aprender a cazar presas de tierra, y conocer movimientos de pelea.
Brinco de Conejo sonrió feliz. Las ganas de aprender del aprendiz blanco lo ayudarían mucho a convertirse en el guerrero que anhelaba ser.
—Vaya... ¿Y tú crees que—
Su aprendiz calló, cuando a la distancia, se escuchó un grito de dolor. El atigrado de ojos anaranjados lo reconocería en cualquier parte. El grito de Corazón de Ciprés.
Mordisco de Granito intercambió una mirada asustada con él. También había reconocido al gato que gritó.
—Zarpa Escurridiza, manténte cerca mío —soltó Brinco de Conejo antes de salir disparado entre los árboles, sin revisar si Mordisco de Granito y Relámpaga lo estaban siguiendo.
El aprendiz no dijo nada. Tenía los ojos redondos de miedo, aunque, obedientemente, siguió a su mentor.
Otro grito se oyó, aunque esta vez más cerca. Pronto, mentor y aprendiz aparecieron en un claro. Corazón de Ciprés estaba de pie, soltando un pequeño grito de agonía. Tenía un ojo cerrado, y bordeado de sangre. Apenas parecía soportar su propio peso. Y a su lado, estaba el cuerpo muerto de un cachorro negro.
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