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Capítulo 1

Las dos aves furiosas

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Nagarjun, Nepal

La tarde lo encontró en medio del camino hacía la alta montaña delante de él. Llevaba ya varios días de recorrido por aquel pueblo tan lejano de lo que conocía y, lo mucho que había visto de ese país le resultaba, francamente, nuevo y folklórico. Ikki era aficionado a internarse en esa clase de ciudades donde gozaba del beneficio de ser, no solo un extranjero, sino un desconocido al que nadie prestaba atención. El último sitio que vería esa tarde sería el lejano templo de Ichangu Narayan antes de volver al centro de la ciudad para descansar puesto que, al día siguiente, le esperaba un viaje largo hacía alguna otra parte aún por definir.

Al llegar a la entrada del Santuario en cuestión se encontró con un altar vacío pues nadie más estaba ahí así que se acercó con calma a la estructura de madera delante de él la cual semejaba a una pagoda notando como el, inmisericorde, paso del tiempo había ocasionado estragos en la estructura y los interiores, así mismo la endeble pared de ladrillo que rodeaba todo no hacía más que aumentar su primera impresión: que la decadencia y el paso del tiempo eran inevitables no importando en donde te encontraras.

Se detuvo justo frente al altar para contemplarlo por unos minutos respirando profundo mientras cerraba los ojos dedicando una pequeña oración a la deidad que ahí estaba. Ikki pedía por la seguridad de su hermano y amigos a quienes tuvo que dejar en casa pues se marchó de viaje sin avisar a nadie, como siempre hacía. No obstante aquello no era indicio de que los despreciara ni nada, solo hacía las cosas como deseaba y, por lo general, su mayor deseo era la soledad e independencia.

—Pido por la seguridad y bienestar de la gente que me importa... —dijo en su mente a la deidad del altar. Al momento abrio los ojos levantando la mirada hacía las plegarías grabadas en pequeños lienzos cuadrados de colores y que colgaban de un lazo blanco desde una de las esquinas en los techos del altar y eran agitadas por el aire de la tarde.

En ese instante sintió como si estuviera en compañía de alguien más, la llegada de otra persona lo incomodaba ya que deseaba estar en soledad en un sitio como ese; sin embargo, la presencia del, aún desconocido, recién llegado le era familiar. No se trataba de un morador común del pueblo sino de alguien a quien Ikki le parecía conocer de atrás tiempo. No deseaba girar aún para buscarlo sino analizar con calma de quien podría tratarse.

Era un hombre joven el que estaba a su lado, aquel caminó despacio desde la entrada del templo hasta el altar siendo sus pasos casi imperceptibles colocándose al lado de Ikki. Fénix estaba por marcharse del sitio cuando tuvo que girar y observar, brevemente, a la persona a su lado. Fue un instante en que sus ojos lo visualizaron. Lo conocía sin duda, había compartido el campo de batalla con él hacía unos cuatro años. Su altura, su piel cetrina, sus ojos y su cabello: era Aiacos, el juez de la Garuda, quien estaba de pie a su lado.

El juez se hallaba, al igual que hiciera Ikki, en medio de una oración al altar pues sus manos estaban juntas con las palmas abiertas y sus ojos los tenía cerrados. El santo del fénix no pudo moverse de ahí, trago saliva con dificultad mientras observaba a Aiacos esperando a que terminara su plegaria. Ikki deseaba que este levantara la mirada encontrándose con él, deseaba que reconociera al que fuera su oponente en la batalla más dura de sus vidas.

—¿Qué hace el caballero del Fénix en un sitio tan lejano? —preguntó el juez abriendo sus ojos violáceos posandolos en Ikki y mirándolo impasible— No imagine que te encontraría orando, precisamente, en este altar.

—Yo tampoco imagine que estarías aquí —respondió mordaz aunque tratando de ser educado—. ¿Qué haces en este templo, Aiacos? —lo observó con seriedad— ¿Has estado siguiéndome acaso?

—¿Crees que eres tan importante como para pasar mi tiempo buscándote? —el joven lanzo una media sonrisa irónica mientras devolvía la mirada al altar un momento más.

—¿Qué estás haciendo en esta ciudad entonces?

—Deja de hacer tantas preguntas, quieres —el joven no dijo más encaminandose a la puerta del templo dispuesto a no seguirle el juego a Ikki.

El fénix fue detrás de él ya que aquel hombre no debería estar ahí sino en lo profundo del Infierno. Lo había derrotado, lo recordaba claramente, así que Ikki se cuestionó, no sólo las razones para que Aiacos estuviera visitando ese sitio sino, que estuviera siquiera con vida. Así que lo siguió camino abajo, hasta la entrada del templo, donde ambos se miraron por un momento.

—No tengo porque darte explicaciones —indicó el joven mirando a Ikki con severidad—. Solo vine a casa por unos días.

—¿A casa?

—Si, yo nací en esta ciudad así que, a veces la visito. ¿Es eso tan malo?

—Deberías estar muerto —indicó el fenix seriamente.

—Te equivocas. No conoces las reglas de nuestro mundo. La muerte es un placer del que no gozamos.

—¿Qué?

No dijo más, emprendiendo el camino cuesta abajo en medio de las casas y edificios mal distribuidos que había a uno y otro lado del camino. Aiacos no tenía tiempo para perderlo discutiendo con Ikki, fueron oponentes en el pasado, este le gano en su enfrentamiento y caso cerrado; pelear con el fénix ahí mismo no reescribiría la historia así que, lo más prudente, era retirarse y dejarlo estar. No obstante el necio joven japonés iba detrás de él mientras el juez lo observaba de reojo, quizás el otro pensaba que él haría algo malo o indebido pero nada más lejos de la realidad. Sin prestarle más atención anduvo por el camino varios minutos más notando que su acompañante no se marchaba.

—¿Cuánto tiempo más vas a seguirme? —Aiacos se giro sobre sí mismo mirando a Ikki con molestia— Si camino hasta Kathmandu, ¿me seguirás hasta allá?

—Te seguiré los pasos hasta comprobar que no harás nada malo, que no dañaras a nadie y que tus dos amigos, los jueces, no están esperándote en algún lado —respondió autoritario mirándolo con furia.

—Bien, como quieras.

Sin decir más ambos siguieron por espacio de una hora más o menos y, en ese lapso de tiempo, fue que Ikki noto que el juez no parecía pretender nada ilegal o cuestionable puesto que andaba despacio por el sendero hacia el interior de la ciudad por las calles sin pavimento. Iba por una avenida recta y en ningún momento pretendió ocultarse ni tomar un atajo. No parecía estar acompañado por nadie más que por él mismo.

—Así que naciste en esta ciudad —comenzó a decir Ikki con algo de interés— ¿vienes con frecuencia de visita?

—No, solo un par de veces al año —estaba por añadir algo más cuando un suave aroma llego a la nariz de ambos haciendo que trataran de identificar de dónde provenía—, ¿qué te parece si charlamos mientras comemos algo? —dijo de pronto.

—Que... —el fénix no había reparado que ya era tarde y no tenía en el estómago nada más que el desayuno que tomó en el hotel por la mañana— De acuerdo.

El delicioso aroma venía de una de las casas cercanas la cual tenía sus puertas abiertas recibiendo clientes. Una mujer amablemente los invitó a pasar ya que se aproximaron juntos, Ikki no estaba muy seguro de aquello pero Aiacos le indico que lo siguiera tratando de tranquilizarse ya que, si bien habían compartido el campo de batalla, ahora podrían compartir una cena.

Ambos ocuparon una mesa en medio del ajetreo, el menu estaba sobre la mesa en un lenguaje que el fénix no entendía así que sus ojos solamente se limitaron a recorrerlo esperando a que Aiacos ordenara algo limitándose a pedir lo mismo, algo decepcionado dejo la hoja sobre la mesa observando un poco el diminuto espacio sin pavimento o suelo, como tal, era tierra lo que pisaban coronado por algunas lámparas mal colocadas, música típica y un par de meseras que iban de aqui para allá.

—¿Qué sucede? —pregunto el juez.

—No entiendo palabra alguna del menú, ni el idioma local. Ni siquiera sé por qué te seguí hasta aquí.

—Supongo me seguiste porque no sabías qué comer ni donde. Como sea, yo puedo ser tu guia de turistas esta tarde.

—Pensé que tus dos amigos estarían aquí —respondió con calma—. Que sería una emboscada o algo parecido.

—Ustedes los caballeros de Atena si que piensan mal. No somos tan malos como parecemos. Combatimos porque estábamos en medio de una pelea encabezada por Hades y los dioses gemelos. Nosotros los jueces tenemos demasiado trabajo como para organizar una guerra santa, tan solo nos limitamos a seguir órdenes superiores. Pensé que ustedes sabían eso.

—Como bien dices, nos limitamos a seguir órdenes y nuestros instintos de combate —respondió Ikki mirándolo con gravedad—. Jamás nos sentamos a la mesa a discutir las razones de nuestros oponentes.

—Bueno pues, ahora estamos sentados a la mesa aclarando diferentes puntos.

La mesera se detuvo delante de ambos y fue Aiacos quien ordenó la comida y las bebidas, por lo que Ikki solo esperaba que los alimentos fueran de su agrado ya que no tenía idea de lo que su acompañante había ordenado.

—Como quisiera saber que fue lo que ordenaste —pregunto con desconfianza.

—Tranquilo —Aiacos lo miro sonriente mientras se sacaba la chaqueta dejando ver que llevaba una prenda ligera de mangas cortas que permitía ver los tatuajes en su brazo derecho.

Ikki noto que parecían ser letras pues había visto el mismo tipo de caracteres por toda la ciudad.

—¿Qué dice tu tatuaje? —pregunto lo más amable que pudo.

—Dice "Garuda" en sánscrito, el idioma nativo —la mesera llego dejando dos botellas frías delante de ambos—. Esta es cerveza local, yo creo te agradara.

El fénix no había visto la marca en otro sitio así que corroboró que este no mentía. La bebida era clara hecha de arroz, su sabor era algo interesante y de su gusto. Ambos bebieron un momento. Aiacos dejo la botella en la mesa encantado pues había esperado tanto por un buen trago de esa cerveza que, a pesar de la extraña compañía, disfruto cada mililitro que le paso por la garganta.

—Se ve que tiene mucho que no bebes cerveza —le dijo Ikki apenas lo vio dejar la botella casi vacía sobre la mesa.

—Si vivieras en un sitio donde no hay alimentos ni bebidas, créeme que algo como una sencilla botella de cerveza te sabría al mejor manjar de los dioses.

—Háblame un poco del inframundo, cómo es esa vida que mencionas.

—Bien...

Y así Aiacos le habló de la vida en el inframundo, de cómo los tres jueces pasaban sus días y noches tras el escritorio solo teniendo autorización de salir al mundo mortal algunas veces al año. Este le narró además que en esas salidas visitaba diferentes ciudades de Nepal o la India ya fuera en ciertas fechas festivas o solo para recorrer los templos y orar un poco. Kathmandu, Patna o Calcuta no le eran desconocidas y nunca solía ir a otros países lejanos salvo que fuera en compañía de alguno de los otros dos jueces.

—¿Y tu fénix, que haces en esta parte lejana del mundo? —el joven de ojos violáceos lo miró por un momento.

—Mi cumpleaños será dentro de unos días así que me "autoregale" un viaje a una tierra desconocida para mí. Empecé el viaje en Kathmandu y mañana quería visitar algún otro sitio interesante aunque he tratado de evitar las ciudades congestionadas de turistas idiotas. Me hablaron sobre un lugar cercano a un lago y a la montaña... No recuerdo el nombre, pero en la recepción del hostal me dijeron maravillas de ese sitio.

—Un lago y vista a la montaña... —repitio Aiacos pensativo— Debe ser la ciudad de Pokhara, aunque ahí está invadido de "turistas idiotas". Debes conseguir un auto para poder llegar, son casi seis horas desde esta ciudad, aún así es probable que te guste —concluyó mientras la mesera les dejaba tres platos grandes.

—¿Qué es todo esto? —Ikki abrio sus ojos mirando lo que estaba en la mesa al mismo tiempo que se sacaba la chaqueta.

Aiacos le explico brevemente qué era cada plato comenzando por el Dal Bhat, que sería el platillo más completo puesto que tenía arroz, carne, lentejas al curry entre otras cosas. El otro plato que estaba eran los "momos", un plato que fue más reconocible para el joven Ikki ya que algo así se cocinaba en Japón y, por último un postre llamado Juju dhau hecho de yogurt. Prácticamente el juez le explicó con qué estaba cocinado cada uno demostrando sus conocimientos gastronómicos.

—Come o se enfriara.

Y así ambos cenaron en abundancia aquella comida típica de la región.

—Dices que son casi seis horas desde aquí a Pokhara, ¿es correcto?

—Así es —ambos guardaron silencio por un momento mientras Aiacos observaba a Ikki detenidamente, el fénix parecía pensativo, como analizando lo que estaba a punto de decir o si ello convenía a sus planes—, ¿en qué tanto piensas Ikki?

—Vamos a Pokhara —dijo determinante mirándolo con seriedad.

—¿Qué? ¡Estas loco!

—Por supuesto que no, yo tengo licencia de manejo y tú hablas el idioma local. Rentemos un auto y vayamos allá, conduciremos tres horas cada uno para no cansarnos. No tienes otra cosa importante que hacer ¿o si?

Aiacos lo analizó con sus enormes ojos abiertos sin creer lo que el loco delante de él estaba proponiendo: no eran demasiadas horas al volante, pero no había contemplado desviar su estancia para ir a otro sitio lejano al lado del que fuera su oponente.

—Vaya pues... no, no tenía algo importante que hacer.

—¿O tu estancia en el mundo mortal concluye mañana?

—No, estaré un par de días más. Solo que no había pensado siquiera en ir a otro sitio, menos hasta Pokhara.

—¿No sería interesante? —Ikki había analizado las complicaciones al estar en una ciudad como esa sin tener mucha idea de como moverse a otro sitio ya que las carreteras y servicios eran algo deficientes en ese país.

El tener a un nativo que conociera todo le resultaba conveniente aunque fuera la compañía más extraña que había tenido hasta ahora.

—Bien —respondio Aiacos terminando su cerveza—. Vamos a Pokhara a perdernos entre la multitud de turistas.

—Espero seas una persona de palabra —comenzó a decir mordaz—, no sea que te hayas marchado para mañana.

—Soy una persona de palabra. Puedes contar con ello.

Ambos convinieron en quedar en el centro de Nagarjun donde les sería más fácil encontrar un sitio para rentar un auto, prácticamente ambos estaban hospedados en la misma zona.

—Es mejor que busquemos el automóvil hoy mismo —indico Aiacos terminando lo que estaba en su plato—, así podremos salir mañana muy temprano, antes del amanecer, para emprender el viaje sin encontrar tráfico. Nos iremos por Ring Road y, de ahí a la carretera. Es sencillo llegar. Yo conduciré las primeras tres horas.

—Bien.

Terminaron de comer y ambos fueron a un local de renta de autos al que, lograron llegar, poco tiempo antes de que cerrara. El vehículo no era de lujo pero los vendedores les aseguraron que era de lo mejor que tenían para viajar en carretera. Ikki encontró interesante tanto entusiasmo, como bien aquel joven había mencionado, el solo salir a ver el sol por unos días al año le parecía suficiente motivación como para manejar un automóvil por tres horas desde una ciudad a otra lejana.

—No tenía idea de que Ustedes los jueces del inframundo supieran usar un automóvil o tuvieran licencia de manejo —fueron las palabras sarcásticas del fénix.

—Por supuesto que tenemos ambas cosas: el documento que nos permite usar un automóvil y el vehículo por supuesto.

—¿Y el documento es perfectamente legal o una falsificación?

—Es legal Ikki, no somos parte de ninguna mafia —respondió molesto.

Sus hoteles no estaban muy lejos el uno del otro así que la hora fijada para verse fue en punto de las cinco de la madrugada. El fénix decidió tomar un largo baño luego del raro día que acababa de vivir: se topó con uno de los jueces del inframundo quien termino siendo el acompañante más extraño de todo el viaje. Necesitaba asegurarse de que las intenciones de Aiacos fueran las que había mencionado: una simple visita a casa aunque lo extraño era que estuviera hospedado en un hotel aunque, quizás, el juez así como él no tuviera ya un hogar a donde llegar. Tener al enemigo entretenido por dos días sería bueno para evitar cualquier inconveniente o futura batalla.

Además de las claras ventajas como lo eran que aquel hablaba el idioma y, además, sabía conducir.

Sin pensar nada más se fue a la cama enseguida.

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La hora convenida llego y con ella el inicio del amanecer puesto que, debido a las fechas, amanecía algo más temprano que de costumbre. De tal forma que a las cinco el sol empezaba a dejarse ver débilmente por entre las altas montañas que rodeaban los poblados cercanos. Ikki salio del pequeño hostal llevando consigo un backpack en la espalda encontrándose con que Aiacos estaba justo frente a la puerta del auto y, apenas el fénix se aproximo, este le recrimino el haber salido del hotel sin haber probado bocado alguno, así que se tuvo que añadir una parada importante en algún sitio para desayunar.

Así el viaje de ambos dio inicio. El juez de la Garuda iba al mando mientras Ikki observaba lo bien que se le daba conducir pues exhibía buena habilidad al volante sospechando que, seguramente, sería de los que gustaban de ir rápido y furioso por el camino cuando iban a solas. Aiacos se colocó unas gafas de sol redondas ya que el brillante rey astro sobre sus cabezas los empezaría a deslumbrar en cosa de unos veinte minutos. En pocos momentos llegaron a la avenida principal de la ciudad encontrándose vacía puesto que muchos locales aún estaban cerrados y apenas se percibían camionetas de reparto aqui y allá.

Además de todo, el clima estaba muy agradable.

—Encenderé la radio, si no te molesta.

—Adelante —respondió el fenix.

Lo que la radio local sintonizaba eran estaciones dedicadas a estilos de música típicos de la región los cuales Aiacos cambiaba con rapidez puesto que no solía agradarle esa clase de música, en especial a esa hora de la mañana. Así siguió cambiando estaciones hasta dejarla en una cuya música se escuchaba más internacional y conocida. Ikki tuvo la idea de abrir la guantera y adentro había varios cassettes olvidados, el auto contaba con un reproductor así que tendrían algo de compañía agradable cuando la frecuencia de la radio se perdiera.

—Que buen descubrimiento —comentó el juez sonriente.

—Dime algo —empezó a decir Ikki apenas se incorporaron a otra via rápida con dirección a Prithvi Hwy, la carreta principal—, ¿soy el primer caballero de Atena con quien te encuentras en tus visitas a casa?

—No, hace unos seis meses vi a Shaka de virgo a las orillas del Ganges. Decidí visitar Delhi en esa ocasión y él estaba ahí de pie recargado al lado de una pared de piedra. Es inconfundible así que estoy seguro que era él, no logró detectarme por fortuna y no sé de otros caballeros que hayan venido a esta región.

—También Mu de Aries es de por aquí, de la frontera del Tíbet y China.

—Oh, eso queda lejos, la frontera con China esta a muchos kilómetros de aquí y, como nos separa el Himalaya, no es tan sencillo llegar —confirmó levantando las cejas por encima de las gafas.

Fue así que salieron a la imponente carretera que los llevaría hasta Pokhara programando una escala justo cuando el reloj marcara tres horas de recorrido, es decir a las ocho, donde cambiarían posiciones y se detendrían a desayunar y estirar las piernas. Conforme el sol iba más alto les dejaba ver el camino delante de ellos, los bosques en la lejanía y las imponentes montañas a un lado de los poblados aledaños.

Ikki pensaba en qué más charlar ya que, caso contrario, sucedería lo que solía ocurrirle con frecuencia cuando se subía a un auto o cualquier tipo de vehículo: empezaría a quedarse dormido y no deseaba mostrar semejante descortesía aunque no lo pudiera evitar. Para distraerse en ese momento noto que su acompañante, el hombre al volante, cantaba en voz baja la música de la radio mientras conducía; era algo difícil de creer pero, se notaba que Aiacos disfrutaba mucho ir al volante pues se le veía visiblemente cómodo, bajando las ventanas, recargando el brazo derecho en la puerta mientras el aire agitaba su cabello y maniobraba el volante con destreza usando la mano izquierda*.

El fénix bien sabía que el juez pudo haberse opuesto a acompañarlo, a rehuir ese viaje, pero ahora sabía que no deseaba privarse de uno de los pequeños placeres de la vida que podía gozar un par de veces al año: la luz del sol, el aire en su rostro y un buen viaje en auto.

—Lo estás disfrutando, ¿verdad? —preguntó de pronto al conductor.

—¿Qué cosa disfruto?

—Todo, por lo visto, los pocos autos que nos pasan por un lado llevan personas que lucen malhumoradas, en cambio tu, estas gozando como nadie un viaje en carretera.

—Si. No voy a negarlo —reconoció sonriente—, amo ir al volante. Desde que pedí a Minos que compraramos un auto me ofrecí a conducirlo cada que pudiera y, aunque los tres sabemos hacerlo, creo que quien más lo disfruta soy yo; además de que los otros dos me tienen por chofer ya que están acostumbrados a que los lleven. Así que tengo mucha práctica.

—Entonces tu eres el mejor conductor —decía Ikki tratando de hacer más conversación puesto que empezaba a bostezar—, ¿quien de los tres es el peor al volante?

—Oh dioses, Minos —respondió riendo—. Subir al auto con él al volante no es garantía de llegar con vida al destino. Tiene problemas con los señalamientos, el cambio de velocidades y se le dificulta acelerar o frenar. En resumen, está discapacitado para conducir aunque, a veces, lo hace decentemente.

Ikki río al comentario pues ahora empezaba a disfrutar el viaje, cuando su acompañante se escuchaba jovial como cualquier otro chico. Si Aiacos no fuese juez, seguramente se trataría de un joven risueño de esos que hacen amigos con facilidad allá a donde van.

—Y tú, fénix —dijo de pronto— eres de los que caen dormidos apenas tocan el asiento de un auto, ¿me equivoco?

—Yo, pues... —se turbó un poco sin poderlo evitar mientras Aiacos solo sonreía satisfecho— Trato de no hacerlo ya que, sé de sobra, que a muchas personas les molesta, pero simplemente no puedo evitarlo.

—No te apures —respondió honesto—. Puedes dormir las siguientes tres horas, te prometo que no lanzaré el auto al vacío. Te despertaré apenas lleguemos a la parada a mitad del camino. Faltan quince minutos para las seis así que tienes más de dos horas para dormir lo que quieras.

—¿De verdad? —respondió Ikki con los ojos muy abiertos— ¿no te molesta?

—No. Estoy acostumbrado pues cada que Radamanthys me acompaña, él es quien cae dormido apenas enciendo el motor —le guiñó el ojo al hacer la confidencia aunque no se hubiera visto por debajo de las gafas oscuras.

Aiacos prefería conducir cuando sus pasajeros dormían ya que así disfrutaba más el viaje. No quería decirlo en voz alta, pero nada como ir en silencio únicamente con la música, el viento y el camino de frente. Todo para él solo. Así que apenas dijo esto fue que Ikki se reacomodó y, enseguida, cayó dormido las siguientes dos horas.

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Continuará...

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