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Un Encuentro VII

Después de aquella noche bajo la lluvia, algo en mí cambió. No fue inmediato, pero era como si las palabras de Nero hubieran plantado una semilla dentro de mí. Empecé a mirar mi vida desde otra perspectiva, intentando encontrar pequeños motivos para avanzar.

El primer paso fue salir más de casa. Nero me empujaba constantemente a descubrir nuevos lugares. Un día era un museo, al siguiente una librería escondida, y a veces simplemente paseábamos por las calles mientras hablábamos de todo y nada. Sus conversaciones siempre tenían algo de magia; incluso los temas más simples parecían profundos con ella.

—¿Alguna vez has pensado en viajar? —me preguntó un día mientras estábamos sentados en un banco del parque.

—No mucho —admití, encogiéndome de hombros—. Supongo que siempre pensé que no tenía sentido ir a ningún lado.

Nero rió suavemente, como si mi respuesta le resultara familiar.

—Viajar no siempre es para escapar —dijo, mirando al cielo—. A veces es para encontrarte a ti mismo.

Aquella noche, al llegar a casa, me encontré buscando destinos en Internet. Era un hábito nuevo, algo que nunca antes me habría imaginado haciendo. Aunque todavía no tenía planes concretos, la idea de un cambio empezaba a parecer menos aterradora.

Otro paso fue recuperar mis viejas aficiones. Solía dibujar cuando era más joven, pero lo había dejado tras perder a mi familia. Una tarde, Nero me encontró con un cuaderno y un lápiz en la mesa del café.

—¿Qué es eso? —preguntó, inclinándose para mirar.

—Solo un boceto —respondí, algo avergonzado.

Ella tomó el cuaderno antes de que pudiera detenerla y observó el dibujo. Era un paisaje sencillo, inspirado en el parque donde pasábamos tanto tiempo.

—Es hermoso —dijo, devolviéndomelo con una sonrisa—. Deberías hacer esto más seguido.

—No sé...

—Liebe, tienes talento. Sería una lástima no aprovecharlo.

Sus palabras me dieron el empujón que necesitaba. Comencé a dibujar de nuevo, primero cosas pequeñas y luego proyectos más grandes. Sentía que con cada trazo recuperaba una parte de mí que había perdido.

Pero lo más importante fue enfrentar mi miedo al pasado. Una tarde, mientras estábamos sentados en la misma mesa del café donde todo había comenzado, le dije a Nero algo que llevaba tiempo rondando mi mente.

—Quiero visitar la casa donde crecí.

Ella me miró, sorprendida, pero luego asintió.

—Si eso es lo que necesitas para seguir adelante, estaré contigo.

El día que fuimos a la vieja casa, mis emociones estaban a flor de piel. La fachada estaba igual que en mis recuerdos, pero el interior se sentía extraño, vacío. Caminé por las habitaciones en silencio, dejando que los recuerdos me golpearan uno por uno. Nero permaneció a mi lado todo el tiempo, sin decir nada, pero su presencia era suficiente.

Al final, encontré una caja que había dejado atrás. Dentro había fotos, cartas y pequeños recuerdos de mi familia. Sostuve una foto de mi hermano menor en mis manos, y por primera vez en años, permití que las lágrimas fluyeran.

—No tienes que cargar con esto solo —dijo Nero, colocando una mano sobre mi hombro.

En ese momento entendí que no se trataba de olvidar el pasado, sino de aprender a vivir con él. Gracias a Nero, ahora podía imaginar un futuro donde esos recuerdos no fueran un peso, sino una parte de lo que me hacía quien soy.

Los días que siguieron a la visita a mi antigua casa estuvieron llenos de pequeños pero significativos cambios. Había algo liberador en aceptar mi pasado, en permitir que los recuerdos convivieran conmigo en lugar de esconderlos.

Nero seguía siendo mi mayor apoyo, su sonrisa y sus palabras alentadoras eran como un faro que me guiaba incluso en los días más oscuros. Pero lo que más me asombraba era cómo ella lograba celebrar hasta los logros más pequeños.

—Hoy dibujaste un árbol con más detalles que ayer —dijo un día mientras observaba uno de mis bocetos.

—¿Eso es motivo para celebrar? —pregunté con una sonrisa sarcástica.

—Claro que sí. Cada detalle cuenta, Liebe.

Y tenía razón. Poco a poco, esos pequeños detalles comenzaron a construir algo más grande.

Una tarde, mientras paseábamos por el centro de la ciudad, Nero me detuvo frente a una galería de arte pequeña pero acogedora. Había un cartel en la puerta que anunciaba un taller de dibujo.

—Deberías intentarlo —dijo, señalando el cartel.

—¿Un taller? No soy tan bueno para algo así.

—No se trata de ser bueno, sino de disfrutarlo.

Aunque dudé al principio, Nero insistió, y antes de darme cuenta, estaba inscrito. El taller era cada jueves por la tarde, y aunque al principio me sentí fuera de lugar entre tantos artistas con más experiencia, pronto encontré mi ritmo.

Cada sesión era una oportunidad para aprender algo nuevo, no solo sobre el dibujo, sino sobre mí mismo. Descubrí que había algo terapéutico en plasmar mis pensamientos en el papel, y poco a poco, mi confianza comenzó a crecer.

—Tus líneas son más seguras ahora —dijo Nero una noche, mientras repasábamos mis bocetos en el café.

—Creo que eso es gracias a ti —admití, mirando sus ojos rojos que siempre parecían llenos de vida.

Ella solo sonrió, pero podía ver el orgullo en su expresión.

Un día, mientras charlábamos en el parque, Nero sacó un sobre de su bolso y lo dejó caer sobre la mesa frente a mí.

—¿Qué es esto? —pregunté, mirando el sobre con curiosidad.

—Dos boletos de tren —respondió con una sonrisa traviesa.

—¿Para qué?

—Para un viaje de fin de semana a una pequeña ciudad junto al lago. Creo que te vendrá bien un cambio de escenario.

Quise protestar, pero algo en su entusiasmo era contagioso. Dos semanas después, estábamos en un tren, viendo cómo el paisaje urbano se transformaba en colinas verdes y bosques densos.

La ciudad junto al lago era tranquila, con calles empedradas y casas de madera. Pasamos las tardes explorando, probando comida local y riendo como nunca antes. Una noche, mientras mirábamos el lago bajo la luz de la luna, Nero rompió el silencio.

—Me alegra verte así, Liebe.

—¿Así cómo?

—Viviendo.

Sus palabras me golpearon con fuerza, pero en lugar de sentirme abrumado, sentí gratitud.

Inspirado por el viaje y todo lo que había aprendido, decidí que era hora de dar un paso más grande. Una noche, mientras estábamos en el café, le mostré a Nero algo en mi teléfono.

—¿Qué es esto? —preguntó, inclinándose para mirar.

—Un registro de un taller de arte que planeo abrir.

—¿Hablas en serio? —sus ojos se iluminaron.

—Sí. Quiero enseñar a otros lo que yo mismo he aprendido. Tal vez ayudar a alguien más a encontrar su camino, como tú lo hiciste conmigo.

Ella se quedó en silencio por un momento, pero su sonrisa decía más que cualquier palabra.

—Sabía que tenías algo grande dentro de ti, Liebe. Solo necesitabas un poco de empuje.

Con el tiempo, el taller de arte se convirtió en una realidad. Era pequeño, pero acogedor, y pronto empezó a atraer a personas que buscaban un lugar donde expresarse. Cada día me sentía más conectado conmigo mismo y con los demás, y cada día agradecía haber conocido a Nero, quien me enseñó que incluso después de las peores tormentas, siempre hay un amanecer.

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