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3. La tía:

NOTA DE AUTORA:

ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.  

Esta mañana, despierto con el lloriqueo apagado de mi madre. No es que su pena me incentive a levantarme, no me caracteriza ser empática. De hecho, es uno de mis "defectos" más grandes. La falta de sentimientos amerita su incomprensión, es decir, me es imposible situarme, aunque sea un instante, en los zapatos de los demás.

Desciendo las escaleras con lentitud, siendo víctima de una curiosidad devoradora, reptil asfixiante que me ha acompañado siempre.

—¿Por qué lloras? —Mis padres estaban tan ensimismados en su congoja, que se sobresaltaron al verme.

Papá se levanta del sillón donde la abrazaba para poner una mano en mi hombro.

— La tía Verónica ha empeorado, vamos a ir a visitarla.

Bajo conscientemente mis comisuras y arrugo levemente los párpados en un semblante angustiado.

— Qué espantoso —. Fuerzo la voz en un intento de sonar cortada.

Ellos me creen, como es de esperarse.

— ¡¡CABALLITO!! —Mi hermano aparece corriendo—¡¡PAPI, CABALLITO!! — Ansía subirse a su espalda. Es un hombre grande de veinte años, dudo que su columna vertebral soporte unos ochenta kilos.

—No, amor. Papi no puede...

El retrasado frunce el ceño y lo agarra del cuello de la camisa, sacudiéndolo con violencia.

— ¡¡CABALLITO!! ¡¡QUIERO CABALLITOOO!!

Mi madre al fin deja su inmovilidad denigrante y se pone de pie:

— Nelson, deja en paz a Papi, él está cansado —implementa una voz aterciopelada y apaciguadora. Sin embargo, él no la escucha y continúa con sus reclamos, cada vez con más vehemencia.

Intentan hacerlo caer al suelo para retenerlo. Esto ha pasado otras veces. Le aporta un poco de emoción a la vida. Verlo así, como un animal salvaje gritando y pateando. Es un impulso de destrucción, es un reflejo de nuestros antepasados, un ser burdo y primitivo. Desearía ver hasta dónde es capaz de llegar.

—¡Rebecca, trae la jeringa! —Mi madre me envía una mirada de urgencia, mientras se aferra con esfuerzo a los miembros de mi hermano.

Voy hacia su habitación, la mesa de luz de la izquierda. Allí guardan los sedantes para oportunidades como esta.

Vuelvo sobre mis pasos y me agacho en el sitio. Tomo el frasco y lo pincho con la aguja. Veo el líquido fluir lentamente hacia ella. Una pequeña sonrisa se me escapa de pura excitación.

— ¡Rápido!

Dejo salir un poco para quitar el aire y se la clavo en el brazo. Disfruto momentáneamente la sensación de penetrar su piel con la punta. Tenerlo bajo mi control, ser yo la causante de su aletargamiento, me llena la médula de satisfacción.

—Buenas noches, hermanito querido —. Acaricio su cabello con gracia, sumergida en mis turbios pensamientos. Ignorando los vestigios de sus alaridos.

La ventanilla me regala una vista bastante amplia del hospital. Mi tía está enferma y se va a morir. No recuerdo bien qué tiene.

Mis padres rezan por su alma, para que su Dios la salve. Raro, es raro que hablen de una vida tan buena junto al Señor, pero que después nadie quiera irse o dejar que se vayan.

Aunque cada quien con lo suyo, dicen algunos.

Me bajo y camino directamente hacia el recibidor.

Mi madre se sitúa cerca del mostrador con su esposo detrás.

—Quisiéramos ir con la paciente...

Decido trasladarme por mi cuenta. De todas formas, su administración es tan mala, que puedo colarme sin que nadie se entere.

Me siento en la silla afuera de su cuarto.

Su hermana entra primero, y cuando sale, no oculta sus ojos rojizos cargados de agua. Se echa a llorar en el hombro de mi padre. Eso, utiliza un apoyo en lugar de enfrentar las cosas tal y como son. Patético. Estamos solos en este mundo, por algo nacimos con un cuerpo individual. No importa que tan cerca te sientas respecto a alguien, tú eres tú, y estás encerrado en tu cuerpo y mente. Por eso, la independencia es una virtud que todos deberían desarrollar.

Es cuestión de observar a tu alrededor para darte cuenta de lo que hablo. Cuando dos bebés son siameses, muchas veces comparten órganos de importancia. Ninguno de los dos sobreviviría dejándolos en ese estado. Si se desea la existencia de al menos uno, seleccionan a aquel cuyo cuerpo esté más completo. Es decir, se mata al dependiente. Para que un duraznero dé frutos de calidad, se arrancan las ramas que no los poseen, y los duraznos pequeños que crecen entorno al más fuerte. Sean humanos o frutas, siempre el apto y el independiente prospera.

Desgraciadamente, estoy rodeada de débiles a los que no aprecio.

—Es tu turno, cariño —. Afirmo y me levanto para dirigirme a la habitación blanca.

El olor a antiséptico no tarda en llegar, junto con el frío del aire acondicionado y el pitido de las máquinas.

Un cuerpo lánguido y cubierto por una sábana es lo que yace en la camilla, atado a un respirador. Reconozco que es una imagen penosa, pero no entiendo ni comparto su dolor.

— Hola, tía —me siento a su lado y clavo la vista en su muñeca. Huesuda, blanca y conectada a un circuito.

Ella me obsequia una aguada sonrisa, sin fuerzas.

—Hola, Reb —es la única que me llama así— ¿cómo estás?

—Siendo honesta, mejor que tú—. La observo de arriba abajo.

A diferencia del resto, no parece molestarle mi carácter, al contrario, su polvoriento pecho libera una risa seca y corta. Es casi imposible escucharla con el horrible soplido del aparato.

—Lo sé. Me veo espantosa. Pero de seguro que por dentro estoy más viva que tú —. Guiña un ojo lentamente.

—En eso tienes razón —hago una pausa—. ¿Le tienes miedo a la muerte?

Arruga imperceptiblemente el entrecejo, saboreando mis palabras y la intención de las mismas.

—No...bueno, lo nuevo suele asustar, pero, ¿sabes? —busca mi mano con torpeza hasta que la encuentra, sobre mi falda. El tacto es helado y un poco desagradable— Nunca dejes que lo nuevo te asuste.

Absorbo sus palabras como pocas veces lo hago. Su postura ante la incertidumbre es interesante.

—¿Estás sufriendo? —Me inclino apenas, cubriéndola como el velo de la Parca.

Traga saliva con dificultad y se relame los labios secos antes de responder entre quejidos:

—Sí, Rebecca. Sufro muchísimo —desvía la cabeza hacia el techo, y noto cómo libera de esos orbes opacos cierto brillo triste—. Me duele todo el cuerpo —suspira— cada minuto que transcurre es una agonía.

La miro a los ojos sin inmutarme:

—¿Entonces quieres morir? ¿Eso te gustaría?

Baja las pestañas y deja caer la nuca en la almohada.

—Nada me gustaría más —. Susurra y realiza una mueca casi invisible.

Clavo la vista en el dichoso respirador, igual a un depredador asechando a su presa. La idea se presenta ante mí. Tentación, deliciosa tentación palpitante en mis sienes.

—Puedo ayudarte...

Sigue la trayectoria de mi mirada y se alarma considerablemente.

—No, ¿cómo se te ocurre? Te meterás en problemas, Rebecca, eso está mal.

Arqueo una ceja:

—¿Está mal? ¿Está mal acabar con algo que ni siquiera se llama vida? Hace un año que andas postrada en una cama, incapaz de limpiar hasta tus propias heces.

— Oh...cállate —. Sus ojos comienzan a enrojecerse.

—Es la verdad, tía. Mal, es querer preservar el sufrimiento ajeno por una burda esperanza egoísta, o una mera investigación infructífera. Me extraña que yo tenga más claras estas cuestiones bioéticas —me levanto—. Te estoy dando la oportunidad de ser libre, y me estoy dando la oportunidad de jugar a ser Dios. ¿Quieres desaprovecharla?

Nos analizamos mutuamente, sin expresión. Me mantengo impávida mientras su boca tiembla en desazón.

—No, pero tampoco quiero que te pase algo...

Sacudo la cabeza:

— No tiene que importarte lo que me pase, así como a mí no me importa qué te pasará.

Sonríe a su pesar, cansada.

— Eres tan dura Reb...pero te quiero.

Cojo mi celular del bolsillo y pongo música bastante alta, segundos después desconecto el aparato.

Sus pitidos de advertencia son ahogados por la música clásica, de la misma manera que esta mujer y sus pulmones. Boquea un par de veces, gime y me observa durante largos minutos mientras su existencia escapa hacia algún lugar. Me aproximo a su rostro moribundo y siento el aliento fresco salir por sus fosas, acariciándome sutilmente las mejillas, extinguiéndose en un ahumado susurro de ultratumba.

Ha terminado. He puesto fin a una historia que no me pertenece. Fue un trato justo; por un lado, me siento grandiosa, poderosa y satisfecha. Y por el otro, cumplí su deseo sin violencia.

Vuelvo a enchufarlo unos momentos después, cuando ya no hay vuelta atrás. Los gritos mecánicos silencian, ocultando uno mayor y mortal.

Dejo la música y me preparo mentalmente para reaccionar:

—¿Tía? ¡Tía, despierta! —Chillo hundida en lágrimas falsas— ¡Tía! —Sacudo su cadáver aun blando— ¡Tía!

Mis padres ingresan y ven lo que sucede con desolación y sorpresa. Llaman a los médicos, enfermeros, técnicos. De pronto, todo es un caos.

— ¿Qué fue lo que pasó?

Tardo en responder:

— ¡No lo sé! ¡Ella quería que le mostrara mi música favorita y luego cerró los ojos, Mamá! ¡Por Dios, se murió delante de mí! —Imito a una chica consternada a la perfección. Lo pude apreciar una vez en la que a una compañera se le rompió el celular. Sabía que su estupidez me sería de provecho en algún momento.

El resto es un tanto tedioso. Trámites, llantos excesivos y rezos incoherentes...aunque una cosa retumba en mi mente y me mantiene activa:

Es la primera vez que mato a alguien.

Me gustó.

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