16. Tormenta:
NOTA DE AUTORA:
ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.
El día cae, desplomándose estrepitosamente en una tormenta. Enormes nubes grises se elevan como espectros de historias funestas, y se mantienen estáticas, esperando cualquier cambio que desencadene su furia.
Elena y yo nos encontramos en mi cuarto, sentadas. Su niñero llamó porque no podía venir, y me he quedado con ella.
—¿Te puedo preguntar algo?
—¿Qué quieres?
—¿Alguna vez te reíste? — Hunde su barbilla en el señor Pupa.
Sin ser por aquella foto del pasillo, o a modo de engaño, no llega a mi mente ningún vestigio de humor.
—No.
—¿Y llorar?
—Supongo que de bebé sí.
Sus pestañas revolotean por la sorpresa:
—Pero, ¿ni una risita pequeñita?
—No.
—¿Ni así? —Junta el índice con el pulgar.
—Tampoco.
Escucho un sonido proveniente de la ventana.
—¡Hola Luciano! —La niña zarandea su mano.
Abro y le permito pasar.
—¡Hola, Princesita! —Le despeina la cabeza.
—Elena, ¿de dónde lo conoces?
—Lo he visto varias veces entrar a tu casa por el fondo.
Él se rasca la nuca.
—Sí, necesito tener más cuidado —se ríe—. Hablando de eso...Rebecca, ¿has visto mis cigarros? Creo que olvidé la cajilla aquí.
Tiro del cajón de mi mesa de luz y se la alcanzo.
—¿Por qué no compraste otra?
—¿Estás loca? Son carísimos. Además, pensaba que podía venir a buscar algo más —. Sacude las cejas de arriba a abajo.
—Lárgate.
—Oh...¿no se puede quedar con nosotras? —Suplica la niña.
No, está bien que yo me arriesgue a estar en contacto con él, pero ella no tiene nada que ver.
—Lo siento, estoy ocupado. ¡Otro día jugaremos! —Soy la única que comprende el doble sentido de la oración.
—¡Adiós!
Al quedar solas otra vez, Elena me acribilla a preguntas:
—¿Es tu amigo?
—No.
—¿Es tu novio?
—No, es un conocido.
—¿Por qué entra por la ventana?
—Porque es estúpido y no sabe usar las puertas —. Se lo merece por dejar sus porquerías en mi cuarto.
—¡Pobre! Debe ser muy tonto —baja la mirada y juega con su muñeco, luego la endereza de golpe—. Y, ¿qué hacen?
—Nosotros...tenemos relaciones.
—Ohhhh, ¡yo leí un libro de eso con mamá y papá! Hablaba de los hombres y las mujeres, y que cuando quieren un bebé tienen relaciones. A mí los niños no me gustan, así que creo que no voy a tener relaciones. ¿Quieres un bebé?
—No.
—Bueno —se levanta y comienza a mirar mis libros sobre la repisa. Uno le llama la atención y lo saca—. Pero si tienes un bebé yo elijo el nombre —. Sonríe. Intenta leer la tapa — Will...Willam...Willam Sh... Ay, ¿qué pone aquí? —Repasa la palabra con el dedo.
—Shakespeare, ahí dice William Shakespeare.
—¡Me gusta! Ponle así.
—Tal vez.
Después de unas horas en el living, Elena comienza a sacudir sus piernas, nerviosa:
—¿Qué haces?
—¡Estoy ansiosa! —se muerde el labio— Papi va a venir hoy. Él siempre está ocupado porque es un señor de negocios. Pero se va a quedar en casa. Mamá dijo que a la seis estaba aquí.
Miro el reloj:
—Son las seis justo ahora.
Se incorpora de un salto:
—¡Entonces voy a esperarlo en casa! Le daré una sorpresa —. Aplaude.
—¿Estás segura? Es mejor quedarte aquí.
—¡No te preocupes! Mami dejó la puesta abierta, así que puedo entrar.
—¿No quieres que te acompañe?
—¡Que nooo! Así no va a ser sorpresa —abre la puerta de la entrada—. Estuve sola antes, ya no tengo miedo.
—Bueno, entonces nos vemos —. Me despido.
—¡Adiós, te quiero!
Sale trotando y la veo entrar a su hogar.
¿Me ha dicho "te quiero"?
No sé qué hice para merecer su estima.
Cuando regreso a mi habitación, encuentro su peluche sobre mi almohada. Se olvidó de esta cosa, tendré que dárselo mañana.
Y la tormenta se desata. Sílfides oscuras oran por su deidad, que, con truenos tremendos, ilumina rostros deformes de seres malévolos, sus sirvientes. Explosiones de poder que observo guarecida, la ovación gigante de un público invisible. Son estos los momentos en los que cierro los ojos, y me dejo llevar por los más torcidos pesares, aquellos que engendro a partir de mi existencia. Son sabidos los malos vaticinios que acarrean estos fenómenos cargados de misticismo. Es como si la Tierra llorara las desgracias que calla. Como si se flagelara, y su sangre corriese al suelo, donde sus hijos la esperan anhelantes. Bestias que destruyen el seno que les otorga la supervivencia, y escupen en la cara de su madre cada día. Sé de mi instinto fallido, sé de mi impulso opaco, pero he aprendido a manejarlo de la manera correcta, correcta respecto a mi moral. ¿Qué? ¿Pensaban que carecía de tal? La falta de culpa no exime la falta de moral. Lo que sucede es que creé la mía propia. Matar es placentero para mí. Sí, horrorícense, témanme. Mas no olviden que ustedes también gozan de ese impulso. Cuando su pie va a parar al cuerpo de una araña que consideran peligrosa; cuando revientan un mosquito que les ha picado, o a otro que no, pero que les recuerda a ese; incluso cuando deciden acabar con la miserable vida de un insecto moribundo, cuyas patas se mecen en un último temblor... Yo he visto la sonrisa, he visto la temible expresión de "Hice las cosas bien". A diferencia de ustedes, no mataría lo que me asusta, no mataría los cercanos a uno que me ha hecho daño. No, mataría a quien se lo merece, o a quien lo precisa.
Ni siquiera asesinaría a un animal, porque cualquier cosa sin razón, cualquier ser sin la facultad de pensar, no puede hacerse responsable de sus actos y, por lo tanto, no ha obrado mal. Pero pobre de aquel que, pudiendo pensar, quiera pasar por alimaña. A esos no hay que dejarlos vivir.
Despierto con los gritos de alguien afuera. Una mujer.
Bajo apresuradamente para toparme con la madre de Elena y un hombre que no conozco, sumamente alterados. Mis padres también están allí. Al darse cuenta de mi presencia, todas las cabezas voltean.
—¡Dime dónde está mi bebé! —La mujer da dos zancadas y me sacude de la ropa— ¿Dónde está Elena? Tú la cuidabas, ¿dónde está?
Por primera vez, no soy capaz de articular un pensamiento con claridad.
—Katerine, cálmate, deja que hable —su esposo, por lo visto, la aparta de un tirón— ella estuvo aquí ayer, ¿verdad?
—Sí —pestañeo para espabilarme— el niñero no vino y se quedó conmigo. A las seis dijo que iba a esperarlo en la casa para darle una sorpresa. Insistí en acompañarla, pero no quiso. Cruzó la calle y se metió en la casa. Fue la última vez que tuvimos contacto.
—¡¿Cómo la dejaste sola?! —Su madre trata de alcanzarme— ¡Debiste quedarte con ella!
—No le eche la culpa a mi hija, señora —. Papá interviene.
—¿Ya han hecho la denuncia? —Pregunta mi madre.
—No, no hasta que pasen veinticuatro horas.
Mientras tanto, voy maquinando ideas de dónde puede estar. Algo muy en el fondo del alma que no creí tener, susurra una idea macabra, una inimaginable.
—Les ayudaremos a buscarla.
—Iré ya —. Salgo.
—¡Rebecca!
—¡Espera!
Camino dando pasos duros. Me palpita el cráneo entero, siento una especie de calor desprendiéndose de mi espalda.
La bonita cabaña de madera, a tres cuadras de casa.
Una bella puerta.
Un musical timbre.
Un rostro amable.
—Sé que usted la tiene.
—Querida, ¿de qué hablas?
—¡NO ME MIENTA! —Lo empujo, tirándolo al suelo. Una vez allí comienzo a propinarle puñetazos. Su cara se inflama, mis dedos sangran. No me importa, quiero encontrarla— ¡SÉ QUE USTED LA TIENE! ¡VIEJO DE MIERDA! ¿DÓNDE ESTÁ?
Son necesarios al menos cinco personas para separarme de él, y una dosis de sedantes para que deje de atacar.
Pero aún en la oscuridad, sé que voy a hallarla.
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