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13. Conversaciones y fiesta:

NOTA DE AUTORA:

ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.

El verano llegó a las calles, inoculando el sopor del medio día mediante ondas que se deslizan por el asfalto y la lejanía, dejando a una mente deshidratada maquinar ilusiones desérticas, y depositando sus pesas en las columnas de los más vulnerables. Leo un libro recostada a lo largo de los escalones, metida en las letras de una obra clásica, cuando el cartero me saluda.

-¡Buenos días! -Ese hombre tiene unos cuarenta años, vive con su esposa en otra manzana. Escuché que una de sus aficiones consiste en engañarla con jóvenes. Un mujeriego que raya lo depravado- ¿Qué lees, muñeca? -Como no le incumbe, cierro la boca y continúo mi lectura- Vaya, la gatita está brava...

-¡Hola, señor cartero! -Elena viene saltando con ritmo y sacude su mano alegremente.

-Ah, ¡hola, peque! -Se agacha y busca en su camisa- Mira lo que traje -sonríe- para la niña más bonita -le entrega un caramelo. Ella lo acepta encantada y se sienta conmigo, rozando mi pierna con la suya-. Hasta luego, señoritas -se quita el sombrero, inclinándose en forma "gentil".

La niña mira el envoltorio y luego a mí:

-¿Quieres la mitad? -Lo levanta hasta mi nariz.

-No, gracias.

Lo desenvuelve y se lo come de una. Antes de terminar, abre los ojos y se coloca delante de mí, exhibiendo su coronilla.

-¡Mira Rebecca! ¡Fui a la peluquera y me cortó el pelo!

-Eso es bueno, antes lo tenías horrible -. Tras un instante de observación, cambio de página.

-Lo que pasa es que me lo había cortado yo y Mami tuvo que esperar a que creciera más -se cruza de brazos, presionando el muñeco que jamás suelta- ¡La próxima vez sí me quedará lindo! -Se percata de que no le estoy prestando atención- Rebecca... ¿Puedo preguntarte algo?

-Ya lo estás haciendo, tonta -. Alzo la mirada.

-Bueeno -aparta la mirada con timidez- quería hacerte una invitación.

-¿Una invitación? -Alzo ambas cejas.

-¡Sí! Hace mucho calor y...¡voy a hacer una fiesta en mi casa! -Se sacude entera, desbordante de emoción- Estás invitada. Ya les dije a otras niñas para jugar. Es hoy a las tres. ¡No faltes! -Trota al límite de la vereda y cruza, cuidando de que no vengan autos por los dos lados de la calle. Indubitablemente, sin mi respuesta.

-Rebecca, es hora de ir a misa, ¿por qué sales? -Mi padre habla desde el living mientras envuelvo el pestillo con los dedos.

-Tengo una fiesta en la casa de la vecina.

En verdad, al presentarse esta disyuntiva, me vi forzada a aceptar asistir. Me niego a ser oyente de un discurso religioso, contradictorio y versátil.

Salí sin darle oportunidad a retrucar.

La casa ha sido cambiada desde que ellas se mudaron, las margaritas, rayos de sol y las rosas adornan el portal, obsequiándole vitalidad al hogar. El pasto siempre está corto y puede verse desde aquí los molinetes de jardín girando por una tibia corriente de aire.

Cruzo la corta cerca de madera y me sitúo justo debajo del tapate cuya estampa dice: "Bienvenido". Golpeo la puerta una vez e inmediatamente Elena abre.

-¡Viniste! -Tira de mí, metiéndome sagazmente al recibidor- Sabía que lo harías. ¡La pasaremos súper genial! ¡Tengo juegos de mesa! Y... ¡Modelaremos con barro! Y también comeremos las cosas que Mamá hizo -me suelta en el comedor, donde hay platos, vasos, cubiertos y copetines varios. Mis ojos captan un cartel pintado con temperas de colores, tiene algunos trazos que parecerían caras sonrientes y flores de cuatro pétalos. La creación de una niña que no permite que nadie inmiscuya.

No vine a la hora "pactada", sino a las cinco. Y aun así, soy la única visita en la silla. El silencio sepulcral lo confirma junto al tiempo, que es marcado por el tic-tac constante de algún reloj cercano.

-No ha venido nadie -. Marco lo evidente sin ninguna intención en particular.

Elena toma con parsimonia un pan de queso y se lo lleva a la boca, inmutable a mi juicio.

-¡No importa! Esas niñas son raras, me alegra que hayas venido tú -. Esboza una sonrisa grande.

En eso su madre surca la habitación, dándome la bienvenida:

-Rebecca, gracias por venir -limpia sus manos en el delantal y le dirige una expresión a su hija, una que yo, acostumbrada a filtrar y analizar, puedo distinguir perfectamente: Le preocupa sobre manera que acabe sola. Le preocupa que sea diferente. Aunque al contrario de lo que se estila, sus empujes de madre le indican que debe dejarla ser lo que ella deseé. Es su anhelo que crezca con personalidad propia, más allá de si se la tacha de excéntrica o no-. Cualquier cosa estaré dando vueltas por aquí -. Se retira, pero sé que nos vigilará.

-¿Por qué me has invitado? -Tomo una porción de torta de fiambre. He intentado, por respeto a su seguridad, alejarla de mis influencias, pero desde que abrió la boca aquella vez en la mudanza, mis planes se han visto frustrados en más de un sentido. Es un reto interesante, un espécimen curioso a la hora de investigar sus acciones. Lo reconozco, la juzgué demasiado pronto. Elena despertó mi hedionda y palpable curiosidad, y en este momento mi percepción demanda descubrir el centro de sus razones, su naturaleza. Es tan...ruidosa, enérgica, tonta, intrépida. Me arriesgaría a valerme de la posibilidad de su inteligencia emocional. Sí, no sé cómo no lo sospeché antes, ella es inteligente emocionalmente. Tiene lo que ignoro, y eso funciona como incentivo a tantear su terreno. Quiero entender qué es lo que me induce, me seduce a adentrarme en su mundo de forma tan decidida. La gente cree que los niños son poseedores de encantos que los adultos olvidan a medida que adquieren experiencia, pero siempre lo he adjudicado a la intrascendente tolerancia que un maduro tiene hacia las crías, elemento faltante en mi interior.

Y, sin embargo, aquí estoy, sucumbiendo a un espíritu imberbe y desquiciado, que, sin razón ni cautela, danza en mares oscuros e inciertos, navegando con un simple barquito de papel y crayones. ¿Qué eres, Elena?

Su concentración está siendo vertida en un trozo de pastel de manzana, lo toma y mordisquea descuidadamente.

-Eres mi no amiga y me caes muy bien.

Eso es todo, terminaré con su ceguera:

-Te caigo bien... ¿Y si te dijera que maté a alguien? ¿Si te dijera que soy mala? -Me le aproximo sin dejar de escudriñarla en ningún momento- ¿Te seguiría cayendo bien?

Sus ojos reflejan mi rostro con temor, el marrón que los cubre fluye en un temblor imperceptible.

-¿De verdad?

Mis manos buscan una silla y la giran violentamente para sentarme frente a ella.

-Sí, maté a mi tía.

Traga el bolo alimenticio con dificultad.

-¿Por qué? -¿Cómo? ¿Eso importa? ¿Acaso considera el arrebato de una vida justificable? Se supone que es pequeña, se supone que la sociedad la adoctrine desde ya para separar el bien y el mal a conveniencia de un sistema estable.

-Se estaba muriendo.

Frunce el ceño y el miedo se esfuma, dejando lugar a la confusión.

-Si ya se estaba muriendo...-tuerce la cabeza como si fuera claro- Mami arranca las flores que se están secando porque dice que van a morirse y lucirán feas. También tuvimos que hacer dormir a nuestro perrito porque estaba muy viejo y la pasaba mal. Papi me dijo que lo hacían porque lo querían. ¿Tu tía se puso fea?

-Algo así.

-¿Y la querías?

-No la odiaba.

Sonríe, aliviada:

-¡No eres mala! Lo sabía -Infla su pecho, orgullosa.

Claro, olvidé que un niño, a esta edad, todavía no entiende la gravedad de los actos que van contra las normas ya establecidas. Inocencia, es irónico que esa facultad le permita estar más cerca de mi pensamiento de lo que han estado los especialistas.

-No le digas nada de esto a nadie. Los grandes no lo entienden.

Estrecha los párpados, pícara:

-¡Ya lo sé! Son unos bobos, no saben nada.

-Saben muchas cosas, el problema es que también se equivocan -me hundo en mis pensamientos unos momentos, antes de agregar-. Tú hazle caso a tu madre y estarás bien.

Sacude la cabeza afirmativamente, con prisa, y sale de su lugar:

-Voy a mostrarte mi cuarto.

Abre la puerta que tiene un cartel con su nombre, y me hace pasar a la habitación.

-Qué...acogedor -contemplo las mariposas de vidrio colgando del techo, un escritorio blanco y paredes rosas. En ellas hay clavadas ramas secas haciendo de repisas, y un conjunto de bollones descansan allí, con diferentes capullos en su interior. Voy hacia ellos y tomo uno para verlo más de cerca.

-Todos esos están vacíos, pero esta...-corre al extremo y me trae un envase más pequeño- Esta está esperando por salir. La pobre se cayó con la tormenta y la traje a casa. ¡Va a ser una gran mariposa!

-Es un capullo pequeño.

Lo arrebata de mis manos y acaricia la superficie:

-No la escuches, ella no lo dice en serio -le da un beso y la devuelve al lugar-. Oh, ¡mira, mira! -Se mete debajo de su cama y arrastra una caja de cartón polvorienta. En la tapa pone "Cosas". Me arrodillo junto a ella para ver mejor- Lo llevé a la clase una vez, pero a las otras niñas no les gustó -lo destapa, revelando insectos muertos, tierra, hojas secas, frutos de árboles y plumas-. ¡Es un mini bosque! Colecciono todo lo que sea bonito aquí adentro -sus ojos brillan, extasiados-. Antes era un criadero de lombrices, pero se escaparon -lo tapa-. ¡Cuando sea grande, seré una científica investigadora! -Se levanta y comienza a andar por todos lados, moviendo los brazos como si fueran alas- Descubriré nuevas mariposas y veré muchos bichos y los protegeré a todos. ¡Luego la Reina mariposa me llevará a su reino y volaremos juntas!

-¿Quién?

Se detiene y me dedica una expresión seria, casi solemne:

-La Reina mariposa, ella vive arriba de las nubes -. Dejo pasar sus construcciones imaginativas, no pienso desatar un debate con una chiquilla. Mis ojos apuntan al peluche roñoso, está sobre las colchas. Al reparar en mi supuesto interés, lo quita de allí y lo muestra, sacudiéndolo rítmicamente-. Perdón que no los presenté, ¡él es el señor Pupa! Le falta un ojo, pero es metamorfosis-. Toca el orificio donde falta el botón.

Su madre insistió en que me llevara algo de la comida debido a que había sobrado demasiado. He elegido bien, no lo digo porque haya pasado una mayor proporción de tiempo con Elena, sino porque de haber ido a la iglesia, no hubiera obtenido alimento sin costo.

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