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11. Hermandad:

NOTA DE AUTORA:

ATENCIÓN: Esta obra NO es apta para todo público y es cien por ciento FICCIONAL. Por lo tanto, las opiniones expresadas y los hechos siguen la misma lógica. No se busca ofender a nadie, tómelo como un personaje más. Lea bajo su propia responsabilidad.

Nelson sufrió hipoxia antes de nacer. Eso desencadenó su retraso en el desarrollo. Le es difícil expresarse y no sabe pensar. Mejor dicho, no sabe poner sus figuraciones en orden. Es lerdo hasta la matriz, y agresivo si no se lo medica. Supongo que un ser sin conciencia profunda ni razón, carece de límites entre los impulsos de "amor" y "destrucción". Creo más en el segundo. El primero trata de una cuota de instinto de cooperación. Considero beneficiosa la cooperación, siempre que se obtengan resultados mayores y efectivos que un proyecto individual. Claro, permaneciendo independientes uno de otros. Como los leones, o los lobos, o los simios. Todos ellos viven en conjunto, pero saben sobrevivir por su cuenta. Mi hermano es un animal de zoológico. Encerrado en su propia incapacidad (suponiendo que sea consiente de ella en alguna medida, por superficial que sea), se frustra, grita, balbucea. Se mueve de un lado a otro como felino entre barrotes, esperando el momento oportuno para que te descuides y actuar. A mí nunca me lo ha hecho. Al parecer conserva un poco de sentido común.

Siendo domingo, Nelson ha pedido que lo lleve al parque, a los columpios, específicamente.

-Hermanita, ¿Nelson se va a columpiar? -No enfoca los ojos en mí, simplemente se dedica a observar algún punto en el vacío.

Lo guío por la calle de la mano, es la única manera de que no se escape.

-Sí, Nelson. Te vas a columpiar.

Tener paciencia con él es muy sencillo, se le adjudica cualquier incongruencia de su parte a la falta de inteligencia. A mí no me molestan los idiotas que no pueden ser de otra forma, sino los que, teniendo opción, optan por esta. A ellos no se los perdona.

-¡COLUMPIO! -Se tambalea, sonriendo toscamente.

Hoy ha tocado un día soleado. Las nubes escasas se trasladan lentamente con la brisa, cambiando las figuras conforme transcurren los minutos. Coches y bicicletas, niños jugando, aves. Son muchos estímulos de todas partes, que revitalizan mi pensamiento, marchito por la gripe de hace días. Mírenlos, todos felices en su mundo, sin conocer la peste que recorre bajo sus pies. Lo bueno de ser "anormal", es que distingues perfectamente a los de tu misma naturaleza. Ciertos signos, ciertas huellas. Un cazador puede cazar a otro. Los hueles en el aire, los percibes en tu nuca. Encuentras incluso las semillas podridas, aquellas que pronto estallarán en un sórdido árbol, o en una hiedra tóxica. Los conozco a todos.

-¡Hola, Nelson, Rebecca! - El heladero es nuestro vecino, su casa está a un par de cuadras de la nuestra. Un soltero de unos cincuenta años.

-¡Holaaaa! -Mi hermano se aproxima y observa su carrito, atiborrado de helados con diversas características- Rebecca, Nelson quiere un helado - . Sonríe.

-¡Claro, campeón! Espera que te lo sirvo...

-No, Nelson, tú querías ir a los columpios. Y no traje dinero.

Felipe nos sonríe con su eterna simpatía, ojos azules que desprenden la dulzura de un hombre que adora su trabajo.

-No te preocupes, va por cuenta de la casa -. Nos da dos helados de cono y hace una guiñada.

-¡Gracias! - Se pone a comerlo, dichoso.

-¡Es un placer! -me presta atención a mí- Rebecca, ¿las palabras mágicas?

Este hombre me ha visto crecer, mis padres lo consideran una parte importante de la comunidad.

-Gracias -susurro. Un suspiro indiferente-. Vamos, Nelson.

Él acaba el suyo rápidamente y pide el mío. Se lo doy. Odio el helado, es vomitivo.

No tardamos en llegar a los famosos juegos infantiles. Las madres y padres presentes nos observan con extrañeza mientras mi congénere se sienta en la madera desgastada de la hamaca roja. Siempre escoge esa, puede que sea una fijación.

-¿Me empujas? ¡Empujar, empujar! -Pega brincos en su sitio, produciendo el chirrido de las cadenas.

-Cálmate, la vas a romper -. Realizo la acción un par de veces hasta que se mece él solo. Paulatinamente utiliza las piernas, propulsándose con vigor.

-¡Vuela! ¡Nelson vuela! -Lanza una risotada ensordecedora, terminándola en un grito agudo.

-Nelson, juro que te dejaré aquí -. Ya lo he puesto en práctica. Le aterra ser abandonado.

-¡NO! -En un movimiento brusco, la tabla se parte en dos y lo tira al suelo. Algunos sienten pena, otros enojo, y bastantes aguantan la risa burlesca ante la ridiculez y el morbo de la situación. Intento levantarlo, pero llora desconsoladamente y se sacude para que no lo toque - ¡Columpio malo! ¡Columpio malo!

-Ya cállate, te caíste tú -me cruzo de brazos y doy unos pasos atrás-. Ahora levántate.

Escucho cómo una mujer susurra "Vergüenza tendría que darle, traerlo a lugares públicos".

-¡Me vas a dejar solo!

"Pobrecito, qué espantoso".

"Tremendo mastodonte, ¿no se dio cuenta que no cabía?"

-Levántate, Nelson. Levántate, que buscaremos un lugar para encerrarte, porque es evidente que avergüenzas a todas estas personas -giro mi cabeza, analizando la expresión de cada una-. Las avergüenzas porque les haces recordar lo asquerosas que son. Lo imperfecta que puede llegar a ser la humanidad. Los avergüenzas porque les muestras que eres una posibilidad. Y sí, es espantoso. ¿Verdad? Mi hermano es espantoso. Pero él, a diferencia de ustedes, no me parece una inmundicia.

-¡Pero qué atrevida! -La misma mujer de antes, se abanica el sonrojo de la cara con una revista. Los demás miran a otro lado, fingiendo distracción, o carraspean, incómodos.

-Oh, discúlpeme señora. No sabía que la honestidad también la avergonzaba...trataré de hacerlo más a menudo.

El motivo del problema se incorpora y busca mi mano.

-Nelson quiere irse.

-¿Sí? Vamos querido, pero antes dale las gracias a todos.

Él sonríe mucho y grita, alzando una mano en forma de saludo.

-¡Gracias a todos!

Me lo llevo del parque con una sonrisa a medias.

-Ese es mi hermano.

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