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Capítulo 40. El pasado de la hermana

Al día siguiente, me desperté de golpe, sacudida por una pesadilla. La información que Louis me dio ayer pesa en mi conciencia, como si una sombra se hubiera instalado dentro de mí. Tal vez lo mejor hubiera sido no indagar. Me he vuelto demasiado curiosa, pensé, mientras intentaba apartar la sensación incómoda de mi pecho.

Una vez arreglada, salí de mi cuarto. Esta vez, en el periodo escolar, podía ir y venir a casa sin necesidad de estar separada de mi familia. Al menos por ahora, tenía esa libertad. Ayer, en cuanto terminaron las clases, volví al castillo y me dormí casi de inmediato, agotada. Louis me acompañó hasta la puerta, y aunque no lo pregunté, ahora me intriga dónde dormirá él. Mi curiosidad, sin embargo, no llegó muy lejos esta vez. La guardaré para el relato de Mei.

Durante el almuerzo, evité las miradas de mis hermanos. Ahora que podía permitirme un desayuno tranquilo, todo parecía haber cambiado, pero al mismo tiempo, seguía igual. Mientras ellos comían con calma, yo me limitaba a devorar esos dulces rojos chiclosos y algo de sangre. ¿Qué pensarán de mí? ¿Notan siquiera lo que hago o simplemente me ignoran? Me pregunto si les resulta incómodo... Seguro lo era cuando aún era humana y tenían que esperarme para desayunar. Aunque no diría que lo odiaban, creo que había incomodidad. A pesar de mi transformación, algunas cosas nunca cambian.

Mei me observa de vez en cuando, y aunque intento esquivar su mirada, sé que inevitablemente tendré que escuchar su historia. Estoy nerviosa. ¿Y si es mucho peor de lo que imagino? Los rumores que he escuchado son muchos, pero no sé qué es cierto y qué no.

Si giro apenas un poco y fijo la vista en Reinald, ¿Qué notaré en su mirada? No quiero ver su decepción... esa mirada, al menos. Nunca me la ha dedicado, y temo que lo haga por primera vez. Si se entera de que hablé con Louis, ¿Qué dirá? ¿Me regañará? ¿Se enfadará con él?

Mientras estos pensamientos me consumen, no me doy cuenta de que he dejado de comer, mis manos inmóviles sobre la mesa, y ahora estoy viendo a Reinald... pero sin realmente verlo. Mis ojos fijos en él, vacíos, perdidos en la maraña de dudas que me atormentan. ¿Qué le haría a su amigo si supiera que me ha contado lo que no debía?

Al llegar a la escuela, las clases transcurrieron como siempre: los maestros se afanaban por llenar nuestras mentes con tanta teoría como fuera posible en las diferentes aulas. Mientras observaba el pizarrón lleno de fórmulas y símbolos, mi mente vagaba. Ahora que sé un poco más sobre mi tipo de magia, pensé que tal vez me sería más fácil alcanzar mi sueño. Sin embargo, la sombra de esa verdad seguía acechándome. No desperté por completo.

Ese pensamiento me invadió, como lo ha hecho incontables veces desde mi transformación. A menudo siento que algo dentro de mí sigue durmiendo, atado. Me esfuerzo por concentrarme, pero mis ojos se nublan, y me pierdo nuevamente en mis propios pensamientos.

Antes de que terminara la clase, sentí un pequeño golpe en la espalda, sacándome de mi trance. Uno de mis compañeros había estado picoteándome con su pluma, tratando de llamar mi atención. Parpadeé, regresando al presente. Me había vuelto a quedar viendo a la nada.

—Eh, Tiara, ¿estás bien? —preguntó en un susurro, preocupado por el maestro que seguía escribiendo en la pizarra.

Asentí lentamente, aunque dentro de mí sabía que no estaba bien. Algo no encajaba. Desde que me convertí, estos episodios habían aumentado, y cada vez duraban más. Mei me había advertido sobre esto. Me había dicho que tal vez mi despertar no se completó, que algo falló en mi transición. Otra pieza rota de mí misma con la que tendría que lidiar.

Sentí una punzada de frustración en el pecho. No soy como Mei, ella siempre ha sido tan perfecta en su rol. En cambio, yo... estaba fallando. Este desvanecimiento constante en mis pensamientos era solo otro obstáculo en una lista cada vez más larga.

Cuando al fin me libré de las clases, le agradecí a mi compañero por despertarme. Ahora debía encontrarme con Louis. No sé si ya me estará esperando o si todavía no ha llegado. Cuando estoy a pasos de la entrada para buscarlo, una mano me detiene, tomándome por sorpresa por detrás.

—¡Ah! —Grite suavemente, me han asustado. Sigo igual de despistada.

Al voltear, veo a Louis con una pequeña sonrisa. "Ha de estar riéndose de mi grito" pensé. Louis me deja ver que, en efecto, está aguantándose la risa por mi reacción graciosa. Pero de inmediato vuelve a su cara neutral, como siempre, con una bonita sonrisa.

Levanta las manos y se aleja unos pasos, de inmediato se acomoda el traje que lleva, como si hubiera algo de polvo en él. Me toma del brazo y me lleva a través de los corredores de la escuela. Muchos se nos quedaron viendo. Supongo que por Louis. Como supe ayer, siempre ha sido visto como alguien hermoso y bondadoso, fuerte y mano derecha del príncipe. Claro que llamaría la atención, aunque en este momento me siento incómoda por las miradas. ¿Empezarían más rumores?

Al llegar a la azotea, esta vez sin escalar, Louis tomó asiento frente a mí. Se dejó caer en la silla, cruzando una pierna sobre la otra, pero pude ver cómo sus manos se tensaban sobre los reposabrazos. Aunque intentaba parecer relajado, había una energía contenida en sus movimientos que no podía ignorar.

—Esta vez te preguntaré primero, ¿por qué quieres saber lo que pasó con Mei? —Su tono era serio, sin el rastro habitual de amabilidad.

Tragué saliva. ¿Estaría usando su don para leerme? La duda me atravesó por un momento, pero enseguida la aparté de mi mente. No, no creo... ¿O sí? Sentí mi cuerpo tensarse al recordar lo que había escuchado.

Giré mi rostro para evitar su mirada. Estaba nerviosa, no porque fuera a mentir, sino porque no sabía cómo decirle lo que había oído sin avivar más su enojo.

—He oído, sin querer... algo —empecé, jugueteando con los dedos. Mi voz temblaba, y aunque intentaba mantener la calma, mis manos delataban mi nerviosismo. Louis no apartaba sus ojos de mí, lo que solo empeoraba mi incomodidad.

—¿Qué oíste? —preguntó, su voz ahora más firme, cortando el aire entre nosotros.

—Algunos estudiantes mayores... y profesores... —titubeé— estaban apostando... sobre cuál sería el próximo problema que traería mi llegada al palacio. —Hice una pausa para observar su reacción. Su mandíbula se tensó, y vi un destello de furia en sus ojos. Me apresuré a continuar antes de que dijera algo—. Decían que podía ser algo tan grande como lo de la reina... o que involucraría a alguien cercano a mí... como el príncipe.

El silencio se hizo pesado entre nosotros.

Louis se levantó de golpe, su silla rechinando sobre el suelo con fuerza. Antes de que pudiera reaccionar, lo vi escupir al suelo, un gesto de desprecio que nunca había presenciado de él. Mis ojos siguieron la trayectoria hasta la mancha húmeda en el concreto, y sentí un nudo en el estómago.

—Lo siento, princesa —dijo finalmente, sin mirarme. Su voz, aunque calmada, llevaba el peso de una rabia contenida. Inclinó la cabeza ligeramente, pero no había arrepentimiento en sus ojos, solo un enojo profundo—. Disculpe mis modales, pero esto... —hizo una pausa, sus puños cerrándose con fuerza—. Esto es inaceptable.

Todavía un poco aturdida por su reacción, le hice un gesto para que volviera a sentarse. Su ira era palpable, y aunque trataba de mantener la compostura, podía sentir que algo lo quemaba por dentro.

—No hay necesidad de castigos —dije suavemente, tratando de mantener el control de la situación—. Pero dime, Louis... ¿Por qué te enfada tanto esto?

Él volvió a sentarse, pero esta vez no se acomodó con la misma calma de antes. Se inclinó hacia adelante, apoyando los codos en las rodillas, como si la gravedad de lo que iba a decir fuera demasiado pesada.

—Porque están jugando con la familia real como si fueran piezas de un maldito juego de apuestas —su voz era baja, pero cargada de veneno—. Mientras tú, la princesa, estás aquí, se permiten correr rumores y ganar dinero a costa de sus vidas... de lo que podría pasarte. Usan nuestras tragedias como entretenimiento.

Sus palabras cayeron sobre mí como una sentencia. Ahora entendía su enojo. Louis no solo estaba furioso por los rumores, sino por el desprecio con el que se estaba tratando a la familia real, y lo más grave, que lo hicieran justo en mi presencia, como si no importara.

Louis y yo nos sentamos en la azotea, el viento fresco acariciaba suavemente mi rostro mientras él miraba al horizonte con una expresión pensativa. Por un momento, solo disfrutamos del silencio, dejando que la tranquilidad del lugar nos envolviera.

Finalmente, fue él quien rompió el silencio con una pregunta directa, pero sin apresurarse.

—¿Qué sabes de las leyes no escritas al entrar a la escuela? —me preguntó, sin apartar la vista del horizonte.

Recité lo que Mei me había contado. Con cada una de las reglas que mencionaba, Louis asentía lentamente, como si confirmara que lo que decía era correcto.

—La primera regla, presentarse de manera adecuada, es lógica —dijo finalmente, sin apresurarse, sus palabras medidas—. Quieres dar una buena impresión, especialmente siendo una princesa.

Levanté la mirada hacia él, curiosa por lo que vendría.

—La segunda regla —continuó con serenidad—, solo decir tu nombre, sin apellido, es para evitar cualquier separación social. —Hizo una pausa, su tono tranquilo pero firme—. Si mencionamos nuestro apellido, sabrán de inmediato que somos vampiros, o nobles. Solo nosotros tenemos el derecho a un apellido, es lo que nos distingue y da orgullo a nuestro linaje. Los humanos no tienen ese privilegio.

Reflexioné por un momento sobre eso. Nunca lo había considerado desde esa perspectiva.

—Es la misma razón por la que existe la tercera regla —añadió—. Mantener todo en secreto, especialmente nuestra identidad. Si revelas demasiado, pueden usarte, y eso aquí es peligroso.

Asentí en silencio, entendiendo mejor la razón detrás de tanto misterio.

—En cuanto a la cuarta regla —dijo, apoyando los brazos sobre sus rodillas mientras su mirada se volvía más seria—, no salir antes de tiempo es crucial. La seguridad aquí es como la de una prisión. Nadie entra ni sale sin permiso. Si alguien lo hace, de inmediato se sospecha que algo no está bien. —Por un breve segundo, sus ojos brillaron en un tono rojo intenso, pero su calma no cambió.

Me esforcé por mantener la atención en sus palabras. A medida que Louis hablaba, todo empezaba a tener más sentido.

—Ahora, la quinta regla —hizo una pausa más larga, como si lo que estaba a punto de decir fuera lo más importante de todo—, la confianza. Es mejor tener pocos amigos, pero que sean de confianza.

Me quedé en silencio, sabiendo que aún no había terminado.

—Mei... —su voz bajó un poco, casi como si pronunciara el nombre con cuidado—. Mei fue traicionada. Alguien en quien confió, a quien consideraba su amiga, la acusó de estar involucrada en experimentos ilegales con humanos y su sangre. Experimentos no verificados, a espaldas del reino. —Me miró por primera vez directamente, sus ojos ahora serios y oscuros—. La reina y el rey, tus padres, tuvieron que intervenir. Mei fue culpada de ser la cabecilla de todo esto.

Mis manos se tensaron automáticamente. Las palabras de Louis me dejaron fría. ¿Mei, involucrada en algo así? Esto era mucho más grande de lo que había imaginado.

—Fue una trampa —continuó Louis, su voz grave y contenida—. Su amiga... —hizo una pausa, como si sopesara las palabras antes de soltarlas—, la misma persona con la que había compartido tantas victorias y derrotas, la manipuló. Todo fue planeado para que Mei pareciera la culpable. No sé los detalles, pero sé que nunca tuvo la oportunidad de defenderse. Las pruebas, los testimonios... estaban diseñados para destruirla.

Las imágenes de una joven Mei, vulnerable, atrapada en una fría celda, comenzaron a formarse en mi mente. Las sombras de la prisión se alzaban como gigantes a su alrededor, los ecos de risas traicioneras resonaban en las paredes, y las amistades que alguna vez consideró genuinas ahora se convertían en cuchillos invisibles que la apuñalaban por la espalda. Los muros, antes conocidos y confiables, se cerraban a su alrededor, y cada rostro que antes le había mostrado apoyo, ahora era una máscara de desconfianza.

—¿Qué pasó después? —mi voz rompió el silencio, sintiendo la tensión acumulada en el aire. El peso de esa historia oprimía mi pecho, pero necesitaba saber más.

Louis, con una mirada distante, continuó con la misma calma sombría que había mantenido hasta ahora.

—Mei fue llevada ante el tribunal del reino. —Sus palabras parecían arrastrar el peso de años de secretos—. Tus padres, la reina y el rey, intervinieron para evitar que fuera expuesta públicamente. Sabían que las acusaciones no solo la destruían a ella, sino que arrastraban la reputación de toda la familia. Fue una batalla difícil, la evidencia parecía aplastante. Los testigos estaban dispuestos a hundirla más, pero Mei... —hizo una pausa, recordando—, Mei jamás se doblegó. No confesó nada. Se mantuvo firme.

El aire parecía más denso en ese momento, como si la gravedad de sus palabras pesara más de lo habitual.

—¿Cómo salió de todo eso? —pregunté, aunque mi voz salió más áspera de lo que pretendía. La verdad detrás de esta historia de traición era más dolorosa de lo que había anticipado.

Louis respiró profundamente, como si reviviera ese momento con cada palabra.

—La verdad salió a la luz. —Suspiró, su mirada se endureció—. Todo fue una farsa. Las pruebas, los testimonios, todo había sido falsificado. La traición fue expuesta, y Mei fue liberada. Pero... —sus ojos se encontraron con los míos, oscuros y cargados de una tristeza antigua—, ya no era la misma. Después de ese día, algo en ella cambió. Su fe en las personas, en sus amigos, en el sistema... se desmoronó. Aunque fue exonerada, las cicatrices quedaron, profundas e invisibles.

El silencio se alargó entre nosotros, pesado, hasta que Louis rompió el ambiente con un cambio abrupto, como si quisiera dejar atrás ese doloroso recuerdo.

—Las reglas seis, siete y ocho —dijo rápidamente, casi como si las palabras le quemaran la lengua—. Seguridad y confidencialidad son prioritarias. Si te descubren, no ataques sin razón, encuentra un lugar seguro, y sigue las órdenes de tu maestre.

Su tono cambió al llegar a las últimas reglas, bajando el ritmo como si el peso de sus palabras fuera aún más profundo.

—Y lo más importante —Louis me miró fijamente, con una seriedad que traspasó las palabras—: no confíes ciegamente en nadie. Las traiciones no siempre vienen de los enemigos. Y por último... atesora cada momento —su voz se suavizó, pero su mirada seguía siendo firme—. No sabes cuándo puede ser el último.

Las palabras se hundieron en mi mente, dejándome con una sensación de inquietud que no podía sacudir. La manera en que lo dijo, la pesadez en su tono, me dejó con una opresión en el pecho que no podía ignorar.

"Espero que no sea una advertencia de algo peor", pensé, mientras las palabras de Louis seguían resonando en mi interior.

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