Capítulo 39. El pasado del hermano
Después de mucho tiempo, finalmente logré convencer a Louis para que me hablara sobre lo sucedido con mis hermanos. Hicimos un acuerdo: todo lo que me dijera no lo repetiría, y además, yo abogaría por él cuando mis hermanos se enteraran de que me había contado la verdad. Su expresión era muy seria cuando me hizo prometer esto.
—No te preocupes, Louis, no les diré que fuiste tú quien me lo contó —le respondí, intentando mantener la calma, aunque mi curiosidad quemaba por dentro.
Antes de que pudiera reaccionar, Louis dio un paso hacia mí y, en un movimiento rápido y fluido, me cargó como si no pesara nada. Me sorprendí, aunque no debería haberlo hecho. A pesar de su apariencia ligera y su carácter tranquilo, la fuerza de Louis siempre había estado allí, latente, esperando para mostrarse.
—Vamos, te lo contaré, pero no aquí —dijo, su voz suave pero firme.
Antes de poder preguntar adónde íbamos, Louis me llevó de un salto ágil hasta el borde de la escuela. En un parpadeo, estábamos surcando los techos. Saltaba de una azotea a otra, con una agilidad casi sobrenatural, como si el viento mismo lo impulsara. Mis sentidos estaban desbordados; el aire frío de la tarde golpeaba mi rostro mientras me mantenía aferrada a su cuello, sintiendo cómo el mundo bajo nosotros se desdibujaba.
Mi corazón palpitaba con fuerza, no de miedo, sino de una mezcla de emoción y adrenalina. Durante algunos saltos, mi estómago se revolvía como si cayera al vacío, pero cada vez que sentía que el suelo desaparecía bajo nosotros, Louis me sostenía con seguridad, sin permitir que ni un solo cabello de mi cabeza corriera peligro. Era, como volar, un sentimiento de libertad absoluta que rara vez había experimentado.
Por un segundo, pensé que podría dejarme caer, pero su mirada decidida y la firmeza con la que me sujetaba me hicieron sentir a salvo, como si nada pudiera ocurrirme mientras él estuviera conmigo.
Tras un último salto, aterrizamos en la azotea más alta del edificio. Louis me bajó con delicadeza, permitiéndome encontrar mi equilibrio antes de que ambos tomáramos asiento en el borde. Desde allí, el paisaje de la ciudad se extendía ante nosotros, las luces comenzaban a encenderse a lo lejos, mientras el sol se ocultaba en el horizonte.
—¿Qué es lo que quieres saber exactamente? —preguntó Louis, acomodándose junto a mí. Su voz, aunque suave, estaba cargada de una tensión palpable—. Antes de seguir, debo advertirte que no tengo todos los detalles. Probablemente, solo pueda contarte mi versión de lo que pasó con Reinald, porque está relacionado directamente conmigo.
Su tono, sereno, pero ansioso, revelaba que lo que tenía para decirme no sería algo fácil de digerir. A pesar de eso, mi curiosidad ardía. No podía evitarlo; necesitaba saber.
—Dime lo que sepas —le dije, tratando de calmar mi voz mientras me acomodaba, sintiendo el frío del concreto bajo mí.
El viento soplaba suavemente en la azotea, y el silencio que nos rodeaba hacía que cada palabra que él dijera se sintiera más pesada. Louis permaneció en silencio unos instantes, mirando al horizonte como si buscara las palabras adecuadas. Era evidente que esto no era algo que quisiera contar, pero estaba claro que había tomado la decisión de hacerlo, y no había vuelta atrás.
Louis miraba al horizonte, sus ojos parecían perdidos entre las montañas que se dibujaban a la distancia. Después de unos segundos de silencio, una pequeña sonrisa apareció en su rostro, recordando algo.
—Cuando los dos cursamos el segundo año en la academia de magia, ya éramos buenos amigos —comenzó a decir, su tono más relajado mientras los recuerdos volvían a él.
El sol comenzaba a ocultarse detrás de las montañas, proyectando largos haces de luz dorada sobre el castillo a lo lejos. Louis se inclinó un poco hacia adelante, apoyando sus manos detrás de él mientras observaba el atardecer. A pesar de la calma de su pose, había una cierta nostalgia en su expresión.
—Desde antes de entrar a la escuela, Reinald y yo siempre estuvimos involucrados, no solo porque soy su mano derecha. Lo sabes, ¿verdad, princesa? —su mirada se desvió hacia mí, como si quisiera asegurarse de que entendía la profundidad de lo que decía.
Asentí, porque era algo que ya sabía. Todo el mundo lo sabía. Adonde iba el príncipe, su mano derecha, Louis, siempre lo acompañaba.
—Pero no era solo eso —agregó, su tono más bajo, más reflexivo—. No solo lo acompañaba durante el día, sino también cuando nadie más lo veía. El atardecer, detrás de las montañas. Era espectacular y aun así estaba concentrada en las palabras de Louis.
Su cara adoptó una expresión soñadora mientras los últimos rayos de sol doraban su piel pálida. Sus ojos, sin embargo, parecían enfocar algo que estaba mucho más allá del paisaje que teníamos frente a nosotros. Después de un largo suspiro, comenzó su relato.
—Reinald y yo estábamos en el mismo salón, y desde el principio me encargaron cuidar que nadie se le acercara con segundas intenciones —explicó, su tono ahora más serio—. Eso fue idea de tu hermana.
Antes de que pudiera preguntarle algo, Louis levantó una mano rápidamente.
—No preguntes, eso te lo contestaré después —dijo con una leve sonrisa—. Como iba diciendo, tenía que protegerlo de malas influencias. Verás, al llegar a la academia, digamos que el príncipe estaba en boca de todos... y no precisamente de una forma positiva.
Se acarició el cabello esponjoso mientras su otra mano intentaba tapar los últimos y brillantes rayos del sol que aún se filtraban entre las nubes. Sus ojos entrecerrados denotaban cierta incomodidad, aunque no tanto por la luz, sino por los recuerdos que empezaba a revivir.
—De todos los rumores que circulaban sobre él, los más comunes eran que era un engreído, que se jactaba de ser el mejor, y que era fácil hacerlo enojar. Muchos creían eso.
Se detuvo un momento, como si recordara algo en particular, y luego añadió con un tono más bajo:
—La parte de engreído y de su temperamento... bueno, era cierta —admitió con una sonrisa apenada mientras se rascaba la nuca—. Aunque ya no tanto. Ha cambiado.
Parecía ligeramente avergonzado al decir esto, pero la pena en su rostro no duró mucho. Al parecer, estaba acostumbrado a lidiar con esa imagen de Reinald, pero sabía que, en el fondo, había mucho más detrás de ese carácter volátil del príncipe.
Louis hizo una pausa, el sol finalmente desvaneciéndose en el horizonte, dejando un cielo teñido de naranja y púrpura sobre nosotros. Su rostro parecía pensativo, como si estuviera repasando cuidadosamente sus recuerdos antes de seguir hablando. Finalmente, soltó un suspiro y continuó.
—A pesar de todo eso, y cito, "no es que lo pensara" —Louis esbozó una sonrisa irónica—. Déjame decirte algo, princesa, las mujeres pueden dar miedo. Al menos, las que nos tocaron como compañeras.
Se rascó la cabeza, como si intentara liberarse de la incomodidad que aquel recuerdo le provocaba. Tras un breve silencio, prosiguió, su tono más bajo pero cargado de una especie de incredulidad:
—Su Majestad era asediado por mujeres, en cada lugar al que íbamos. Tenía que sacarlo casi corriendo para que nos dejaran en paz. Al principio, pensé que los rumores ayudarían, que, si se corría la voz, al menos lo dejarían tranquilo. Pero, para mi sorpresa, eso solo empeoró las cosas.
Louis hizo una pausa, entrecerrando los ojos al recordar. Movió sus pies que colgaban del borde del tejado un poco más rápido, como si la ansiedad del relato comenzara a apoderarse de él.
—Entonces llegaron más rumores —continuó, la sombra de preocupación en su voz—, y no eran precisamente rumores tranquilos. Reinald se ganó una reputación de dictador. La gente decía que su palabra era ley, que nadie podía contradecirlo, y aun así... había algunas mujeres que lo seguían.
Se quedó en silencio por un momento, viendo cómo las primeras estrellas comenzaban a aparecer en el cielo, reflejadas en sus ojos con un destello lejano. Yo permanecí atenta, sorprendida de escuchar esta faceta de mi hermano que desconocía por completo.
—Se convirtió en el "solitario" de la escuela —dijo, haciendo comillas con los dedos en el aire, su tono teñido de sarcasmo—. Bueno, lo de solitario es un decir, porque, aunque fuera popular con las damas, la mayoría de los hombres lo despreciaban. A excepción de mí y unos cuantos más, los demás pensaban que era un fastidio que hubiera venido a estudiar junto a ellos.
Louis dejó escapar una risa breve, aunque no divertida, más bien resignada.
—Y luego, los pocos que se atrevían a acercarse, lo hacían para preguntarme cómo lo soportaba, si los rumores eran ciertos, si no me había cansado de seguirlo a todos lados... —Louis hizo una pausa, sacudiendo la cabeza mientras soltaba un suspiro más largo—. Qué horror recordar eso. Al final, los rumores me alcanzaron a mí. De repente, era a mi quien seguían.
Movió sus pies aún más rápido, su ansiedad evidente. Yo no dije nada, pero seguía observando cada gesto y palabra con interés. Me costaba creer que Reinald, siempre tan firme y seguro, hubiera pasado por todo aquello.
—Entonces, ¿cómo lo soportabas? —me atreví a preguntar, finalmente rompiendo el silencio.
Louis me lanzó una mirada de soslayo, con una pequeña sonrisa que no llegaba a sus ojos.
—No era cuestión de soportar, princesa. Era cuestión de entenderlo —respondió, su tono algo más serio, ahora—. A veces, la soledad pesa más que cualquier rumor.
Tomamos un breve descanso. Mientras intentaba asimilar todo lo que Louis me había contado, sentí cómo la presión de sus palabras se hacía más intensa. Sabía que lo peor estaba por venir, y no podía evitar un escalofrío anticipado. Aquí venía lo feo de la historia, me dije a mí misma.
Louis, en un gesto silencioso, sacó de su bolso un bocadillo y me lo tendió. Lo tomé sin decir palabra, agradecida por el respiro, aunque sabía que quería distraerme de lo que venía a continuación. Una galleta roja, chiclosa, la mastiqué lentamente, dejándome llevar por el sabor mientras intentaba procesar todo. No sabía desde cuándo había percibido que tenía hambre, pero sin duda debía recordarme llevar algunos bocadillos extras durante el día.
Después de acomodarme mejor, sentí cómo la atmósfera cambiaba. Los ojos dorados de Louis, normalmente llenos de vida, comenzaron a perder su brillo. Algo en su expresión me puso en alerta. ¿En qué me había metido?, pensé mientras me preparaba para lo que seguía.
—Entonces —comenzó Louis, con un tono más sombrío—, a mitad del año llegó Julián. Era el nuevo de la clase y, por unos pocos días, dejamos de ser el centro de atención.
Louis soltó un suspiro profundo, como si con esas palabras liberara una parte del peso que llevaba encima. Yo trataba de imaginarme a Julián, un joven que, como Louis y Reinald, debía haber sido arrastrado por la corriente de rumores y juicios absurdos.
—Julián se unió a nosotros porque, como nosotros, no soportaba los chismes —continuó Louis, su voz más ligera por un momento—. Ahora éramos tres contra la escuela.
Una sonrisa apareció en mi rostro al imaginar esa escena. Tres amigos luchando juntos contra un mar de rumores. Parecía una de esas historias que siempre había querido para mí: una amistad sólida y leal, aunque solo fueran pocos, pero verdaderamente confiables. Me aferré a ese pensamiento por un segundo, queriendo saborear esa imagen de compañerismo.
Pero la expresión de Louis cambió de nuevo, más seria, más oscura. Sabía que lo que venía no sería tan simple como una bonita historia de amistad.
—Junto a Julián —prosiguió, con la mandíbula apretada—, llegó otro alumno. Un nuevo "popular" al que los demás encontraron mucho más agradable.
Louis hizo una mueca, claramente molesto por el recuerdo. Era evidente que no compartía la opinión de los demás.
—El nuevo... —Louis no mencionó su nombre, lo cual me dio la sensación de que, para él, esa persona no merecía ni ser recordada—. Tenía un objetivo, y ese era derrocar el "gobierno" de Reinald en la escuela —dijo la palabra "gobierno" entre comillas, con un deje de sarcasmo en su voz—. Intentó de todo. Eso lo tengo que reconocer, era muy... metiche en todo.
Me estremecí ligeramente, sin poder evitarlo. Había algo en la manera en que Louis describía al "nuevo" que me ponía los pelos de punta. La forma en que su rostro se endureció al recordarlo, sus ojos dorados que se apagaban cada vez más, como si hablar de esa persona le drenara la energía.
—No hizo mucho para que Reinald lo viera como una amenaza —continuó Louis, bajando la voz—. Dios, hasta yo lo veía con pena. Intentaba esconderse, acomodándose de manera que Reinald no lo viera. Pero, a pesar de sus intentos, podía escuchar cómo su respiración se aceleraba poco a poco. ¿Qué era ese nuevo para él? ¿Por qué tanto dolor en el alma de alguien tan bueno y puro como Louis?
Hizo una pausa, su semblante pareciendo derrumbarse por un momento.
—Diablos, incluso me parecía lindo cómo trataba de... agh... —dejó la frase a medio terminar, llevándose una mano a la boca. Luego se disculpó rápidamente—. Lo siento. Solo dame un momento.
Louis se levantó abruptamente de su lugar, alejándose unos pasos. Me quedé ahí, sintiendo una mezcla de arrepentimiento y preocupación. ¿Había llegado demasiado lejos con mis preguntas? Sabía que Louis me había prometido contarme todo, y conocía su palabra, pero ahora no estaba segura de querer oír el resto. Algo en su historia parecía oscuro y peligroso, como si una puerta hubiera sido abierta y ya no pudiera cerrarse.
Cuando volvió, lo vi más calmado, más compuesto, pero aún llevaba ese peso en sus ojos dorados apagados. Se disculpó de nuevo antes de sentarse frente a mí. Quise decirle que no tenía que continuar, que podía detenerse si lo deseaba, pero la resolución en su mirada me hizo callar. Louis quería seguir, aunque su alma aún temblara por dentro.
—Me hice su amigo —dijo, retomando el hilo—. Reinald al principio no lo tomó bien. Los rumores comenzaron a cambiar sin que yo lo notara, y de nuevo, era yo el centro de atención. Pero esta vez, no por algo positivo. La gente murmuraba por mi amistad con él. Julián y Reinald me advirtieron que tuviera cuidado, que, aunque nosotros "gobernáramos" la escuela, había algo inquietante en él. Yo, por estúpido, no lo vi...
Su voz estaba cargada de enojo y frustración. Me miró con una mezcla de culpa y arrepentimiento, como si se odiara a sí mismo por no haber visto lo obvio.
—Lo siento, princesa —dijo de repente, con una expresión dolorosa—. Si no quieres saber los detalles, puedo omitir esa parte. No es... relevante.
Movió las manos con nerviosismo, como si intentara controlar su agitación. Pero algo en sus ojos me decía que la verdad estaba allí, cruda y dolorosa. Yo conocía bien esa mirada. Era la mirada de alguien que intentaba escapar del dolor, igual que yo lo había hecho tantas veces antes. Recordé cómo Reinald me había tratado antes de mi transformación, y aunque eso había cambiado, los recuerdos de esos años de soledad y el afecto que me fue negado seguían frescos en mi memoria.
—Si no te afecta, puedes seguir —le dije, intentando ser comprensiva—. Pero si no te sientes cómodo, lo entenderé. Por cómo te has comportado, presiento que esto es algo malo... no tienes que hablar si no quieres.
Louis me miró con una sonrisa forzada, claramente luchando contra los sentimientos que lo atormentaban.
—No es nada, ya lo superé —dijo, aunque su voz no tenía la convicción que esperaba. Su sonrisa era un reflejo vacío de la confianza que intentaba proyectar.
Sabía que fingía, pero no lo presioné. Si había algo que había aprendido de Louis, era que necesitaba tiempo para procesar sus emociones.
—Él solo quería una cosa, y yo era el medio más fácil de obtenerla —continuó, su tono ahora cargado de ira—. Quería enojar a Reinald, al punto de que Mei tuviera que intervenir, que lo expulsaran o que lo humillaran públicamente.
Las manos de Louis se cerraron en puños apretados, temblando por la fuerza con la que contenía su furia. Sin previo aviso, golpeó el muro detrás de él con un golpe seco. Aunque el edificio no se movió, el sonido resonó a mi alrededor, haciéndome saltar en mi asiento. El golpe, aunque no dirigido hacia mí, me asustó.
—¡Louis! —exclamé, el miedo y la preocupación mezclándose en mi voz.
Él apartó la mirada, cerrando los ojos por un momento como si tratara de controlarse. El aire entre nosotros se volvió denso, cargado con el peso de sus emociones no expresadas.
—Perdón —dijo finalmente, con un susurro tembloroso—. Perdón, princesa. No debí perder el control...
Louis suspiró, apretando los puños, mientras su voz se volvía un susurro cargado de emociones.
—Para resumirlo todo... me usó. Confié tanto en él, ignoré los rumores, creyendo que mi don me protegería de cualquier mentira. Sabes que nadie puede mentirme si yo lo deseo. Creí que eso sería suficiente. Me creí intocable, por ser el amigo del príncipe, gobernando en la escuela, rodeado de respeto... pero fui un tonto.
El aire alrededor se enfrió mientras la noche comenzaba a caer, las últimas aves se escondían en las copas de los árboles y la luna empezaba a brillar entre las ramas. Louis alzó la vista hacia el cielo, como buscando consuelo entre las estrellas, pero su rostro reflejaba solo agotamiento.
—Reinald se enteró. Oí que uno de sus seguidores le reveló lo que habría pasado si no llegaba a tiempo. No sé cómo lo hizo, pero enfrentó al grupo que me había traicionado en plena plaza de la escuela. Los tuvo acorralados. Fue entonces cuando explotó... no solo su ira, sino su don.
Un temblor recorrió el cuerpo de Louis al recordar, apenas perceptible, pero suficiente para que yo lo notara.
—Literalmente, hizo explotar un almacén de armas. Caminaba cerca cuando escuchó el nuevo rumor y todo estalló. La escuela llamó a Mei y a los generales. Y aunque él mismo se echó la culpa por el caos, también logró que la verdad saliera a la luz. Al final, Julián y Reinald me rescataron antes de que fuera demasiado tarde. Los expulsaron a ellos, no a mí, y desde ese día, la percepción de todos cambió.
Su mirada se nubló mientras continuaba, su voz ahora más baja.
—Reinald no solo me salvó de ellos... me salvó de mí mismo. Pero a un precio. Los profesores lo admiraron por su valentía, los estudiantes ya no creían en esos rumores... y la seguridad en la escuela aumentó gracias a las leyes de Mei. Todo parecía mejorar, pero...
Louis dejó la frase en el aire, como si no quisiera enfrentar el peso de esas palabras. Y aunque no lo dijo, ambos sabíamos lo que ese "pero" significaba. A veces, incluso el más fuerte de los escudos no puede detener el filo de una traición.
Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro