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Capítulo 37 Una última ceremonia

Dentro del cuarto, dos hermanas estaban sentadas, escuchando las respiraciones de la otra frente a ellas. La mayor acomodaba, de la mejor manera posible, los mechones de cabello para lograr que el peinado estuviera perfecto.

—Mei, ¿ya acabaste? Desde aquí puedo oír a los músicos practicando, no se nos haga tarde —pregunté. Ella jaló por última vez y, cuando me miré al espejo, estaba lista.

—Lista. Ya terminé. Te ves hermosa —respondió con una sonrisa orgullosa. Intenté tocar el peinado, pero me lo impidió con un manotazo.

—Deja en paz, no me pasé toda la mañana haciéndolo para que lo deshagas de inmediato —me reprendió, aunque con un tono suave.

De repente, sonaron unos golpes en la puerta, un golpeteo que reconocía bien. Era Misu, mi sirvienta y ama de llaves. Mis ojos se abrieron con duda. ¿Ya sería lo suficientemente fuerte como para no atacarla cuando entrara? Mei notó mi inquietud. Se levantó de la cama, donde descansaba después de peinarme, y fue a abrir la puerta.

—Adelante —dijo con tranquilidad.

Con pasos suaves, y algo temblorosos, escuché una tercera respiración. Misu había entrado. Ya cacé por primera vez en el bosque, caminé entre humanos para llegar al gremio y me he adaptado a comer estos sustitutos de sangre que parecen dulce chicloso. Creo que estaré bien... debo estar bien. A ella no quiero hacerle daño.

Cuando volteé a verla, noté que estaba diferente. Claro, habían pasado cinco años desde la última vez que la vi. Cuando me fui, tenía 8 años y ella 15. Ahora yo tengo 13 y ella 20... pero ahora soy vampira y ella sigue siendo humana. Tragué saliva.

Esta vez, mi hermana no hizo ningún movimiento para tratar de mantenerme quieta. Ella confiaba en mí... o quería ver si podía hacerlo sola. La miré a los ojos desde mi postura sentada. Observé cómo Misu hacía su reverencia hacia nosotras, pero no se movía de su lugar, incluso después de haber pasado unos minutos.

—Misu... eres tú —le pregunté por primera vez en años. Ella no se movió, pero me respondió con formalidad.

—Esta se presenta, su alteza. Lamento no haber podido venir antes —se disculpó.

—Está bien. Esta ocasión es especial. Ya la atenderás otro día —respondió Mei. Luego, añadió—: Puedes levantarte. Ya he terminado con Tiara. Sigue tu camino, y si ella lo desea, te verá otro día.

Las palabras de Mei sonaban frías, algo que no recordaba de ella hacia Misu. ¿Qué habrá pasado en el tiempo que no estuve?

—A sus órdenes, mi reina —respondió Misu, elevándose de forma elegante y calmada. Antes de irse, me dirigió una mirada. Sus ojos azules no reflejaban enojo ni tristeza por el trato de Mei. Al contrario, expresaban alivio y felicidad. Al salir del cuarto, cerró la puerta suavemente, dejándonos solas de nuevo.

—Ya es hora, Tiara —me habló Mei, acercándose a mi oído—. Todo está listo. Hoy será tu última ceremonia. Hoy serás reconocida por todo el reino como la princesa de Reddosilva y la futura heredera del trono.

Las palabras de Mei resonaban en mi mente. El peso de la responsabilidad era abrumador, pero no había vuelta atrás.

Mientras avanzábamos, los soldados flanqueaban de cada lado la fila de los líderes de las familias importantes. Todos desfilaban detrás de las tres figuras principales: a la cabeza, el príncipe, custodiando a la reina. Ambos hermanos mantenían un porte sereno y grácil. Entre ellos, estaba yo, no me dejaba ver. Solo algunos mechones rubios se observaban cuando el aire los movía, sin destapar mi rostro.

Cada paso me revelaba lo que Mei había pedido a Maya en nuestra visita al gremio. Los adornos brillaban en cada rincón, y los soldados, firmes, flanqueaban el camino. La seguridad vigilaba desde las sombras en cada esquina. Mi destino era la iglesia, donde mi última ceremonia me consagraría como princesa heredera.

Noté a los vampiros acercarse, sus trajes elegantes los delataban como nobles o ricos que habían asegurado su lugar en la procesión. Detrás de nosotros, las casas nobles que habían jurado lealtad por generaciones marchaban con dignidad. Los humanos nobles, en menor número, seguían en silencio.

Las calles se llenaban a mi paso, y la música de la procesión se mezclaba con el susurro del viento mientras avanzábamos hacia la iglesia.

El eco de nuestros pasos resonaba en la iglesia, envolviendo el ambiente con una atmósfera densa, casi opresiva. Cada paso que daba me parecía más pesado que el anterior, pero al mismo tiempo, una emoción incontrolable burbujeaba dentro de mí. Los santos tallados en piedra nos observaban desde las alturas, inmóviles, mientras la luz parpadeante de las velas creaba sombras que bailaban sobre las paredes. Frente a mí, los miembros de la familia Rla caminaban con la cabeza erguida, dirigiéndose al altar. Y ahí, esperándonos en perfecta quietud, estaban Lasnae y Earisol.

Mi mirada se desvió hacia Lasnae, quien sostenía el libro ceremonial con un porte majestuoso. Sin embargo, fue Earisol quien capturó completamente mi atención. Aunque no me miraba directamente, su mera presencia me atravesó como un rayo. Podía sentir la fuerza y el poder que emanaban de su figura, como si su influencia cubriera toda la iglesia. En ese momento, un violín solitario comenzó a tocar, sus notas suaves pero firmes flotando en el aire, trayendo consigo una calma.

Mi respiración, que había estado acelerada por los nervios, se fue apaciguando, y el temblor en mis manos desapareció por completo. Estaba lista para lo que venía. O al menos, eso intentaba convencerme.

El salón del trono era vasto, decorado con tonos elegantes y oscuros, pero lo que más destacaba eran los estandartes azules con el símbolo del reino de Reddosilva: una rosa plateada rodeada de llamas celestes. La luz de las velas, distribuidas en antiguos candelabros, proyectaba largas sombras sobre los asistentes. Todo el lugar estaba impregnado de una expectativa silenciosa.

Frente al trono, imponente como siempre, se encontraba Lasnae. Su figura emanaba una tranquilidad casi irreal, con una túnica azul profundo que absorbía toda la luz. El borde plateado de su capa brillaba tenuemente, un recordatorio de su poder como maestro de ceremonias y de su conexión con la magia del reino. A pesar de su calma aparente, sabía que él también sentía la importancia de este momento.

Los murmullos entre los nobles y las familias poderosas cesaron en cuanto Lasnae comenzó a caminar hacia el podio, cada paso suyo perfectamente calculado. Parecía como si todo el salón contuviera la respiración, esperando sus palabras.

—Hermanos y hermanas de Reddosilva —comenzó, su voz resonante llenando cada rincón del salón—. Hoy nos encontramos ante un punto crucial, un momento que marcará nuestro destino. Un futuro brillante nos espera, guiado por aquellos que llevan en sus venas la sangre de este reino.

Sentí su mirada pasar sobre mí mientras continuaba su discurso. Cada palabra me calaba profundo, como si estuviera hablando directamente a mi alma. Todo lo que había hecho hasta este punto me había preparado para este instante, pero la magnitud del peso que llevaba en los hombros era casi abrumadora. Mi vestido, un atuendo ceremonial color coral con detalles delicados en plata, me envolvía, haciéndome sentir como una verdadera princesa. Mi cabello rubio caía en suaves ondas, y mis ojos verdes brillaban con una mezcla de nervios y emoción.

—Hoy presento ante ustedes a la legítima heredera del trono de Reddosilva, una descendiente de una línea inquebrantable, una joven destinada a llevar el nombre de nuestra tierra más allá de los confines del tiempo.

Lasnae extendió su brazo hacia mí, y el mundo pareció detenerse. El murmullo en el salón desapareció, reemplazado por un silencio reverente. Contuve la respiración mientras me adelantaba, cada paso medido y preciso, el sonido de mis tacones resonando en el mármol frío. Sentía cada mirada fija en mí, pero no desvié la vista del trono que me aguardaba al final de la sala.

Lasnae tomó mi mano con una suavidad que no esperaba. Sus ojos, llenos de orgullo y cariño, me ofrecieron la tranquilidad que necesitaba.

—Hoy, Tiara —dijo, su voz suave pero llena de poder—, te proclamo la heredera de Reddosilva. Que tu reinado sea largo y que las llamas de este reino ardan por siempre contigo.

Un rugido de aprobación estalló en la sala. Los nobles comenzaron a inclinarse ante mí, uno a uno, mientras una emoción desbordante me recorría de pies a cabeza. Una sensación de triunfo y esperanza se asentó en mi pecho, y aunque no podía verlo, sentí cómo pequeñas flores rojas empezaban a brotar a mi alrededor, como si la tierra misma respondiera a mis emociones.

Las voces a mi alrededor eran casi ensordecedoras. Los nobles reían, brindaban y hablaban, pero yo apenas podía escucharlos. Mi corazón latía tan fuerte que lo sentía en cada parte de mi cuerpo. La música de violines se alzaba, uniéndose al bullicio festivo. Era como si el salón entero estuviera vibrando con vida... por mí.

Miré hacia el frente, intentando mantener la compostura, pero sentía mis manos temblar bajo la corona que acababa de recibir. Soy la princesa heredera. Las palabras resonaban en mi mente, y aunque me había preparado para este momento, la realidad era abrumadora.

—Princesa Tiara. escuché la voz suave de Misu. si había podido venir. —El reino te aclama.

Asentí, sin atreverme a hablar aún. Mis ojos se fijaron en las estatuas de los dioses al otro lado del salón. El brillo de la estatua del dios del agua me hizo abrir los ojos aún más. Una luz azul clara, pura, envolvía la figura de la deidad, y no pude evitar entrelazar mis dedos nerviosamente.

¿Esto es normal? pensé, y entonces escuché los murmullos de los nobles.

"Los dioses..." susurraron. Sentí un escalofrío recorrerme la espalda. Algo estaba ocurriendo, algo mucho más grande de lo que podía comprender.

Antes de que pudiera procesarlo, la estatua del dios del fuego se encendió con una luz roja cálida. No era un fuego que quemara, sino uno que abrazaba. El calor se extendió por el salón, como si el fuego nos estuviera protegiendo, dándonos la bienvenida. Mis labios se curvaron en una sonrisa involuntaria. Sentía una calidez en el pecho, no solo por el fuego, sino porque, de alguna manera, sabía que todo esto era una señal.

—Es una bendición. escuché a alguien murmurar cerca de mí. No pude evitar mirar en dirección a las estatuas de nuevo, justo cuando pétalos de flores comenzaron a caer del techo. Pétalos blancos y rosas, flotando suavemente en el aire, de árboles que jamás había visto.

"¿Qué está pasando...?" dije en voz baja, más para mí que para alguien más, incapaz de creer lo que veía.

Pero el momento más impactante fue cuando la estatua del dios de la tierra comenzó a brillar con un leve tono amarillo. El suelo bajo mis pies vibró con suavidad, y tuve la sensación de que algo dentro de mí estaba despertando. Esto es real. Todo esto está sucediendo por mí, pensé, y una ola de emociones me invadió.

No pude contenerlo. Una mezcla de felicidad y nerviosismo burbujeaba dentro de mí, tan fuerte que sentía que me iba a desbordar. Soy la princesa heredera. Esa afirmación me llenaba de orgullo, de emoción... y, sin saberlo, también parecía llenar de vida al suelo bajo mis pies.

—Tiara... escuché de nuevo, pero esta vez la voz era la mía, resonando en mi mente. Cuando finalmente di un paso hacia adelante, sentí que el suelo cambiaba. Bajé la mirada y... no lo podía creer.

Flores rojas aparecían a cada paso que daba. Pequeñas y brillantes, con un olor fresco, como el rocío de la mañana. Eran hermosas, vibrantes, y parecían seguirme dondequiera que caminara.

Sentí una risa atrapada en mi pecho, y antes de que pudiera detenerme, ya estaba sonriendo ampliamente. Esto soy yo. No sé cómo ni por qué, pero algo dentro de mí había despertado estas flores.

Cuando salí al exterior, los gritos del pueblo me envolvieron. "¡Viva la princesa!" gritaban. "¡Larga vida a Tiara!" Las palabras golpeaban mi corazón, y el calor en mi pecho creció. La gente... mi gente, me aclamaba, me adoraba, y mientras caminaba hacia el castillo, las flores continuaban brotando bajo mis pies, creando una estela de belleza y vida.

Por cada paso que daba, sentía que el reino respondía. Las voces se alzaban, la música se volvía más fuerte, y mis ojos se llenaban de lágrimas que apenas logré contener.

Este es mi destino. Soy su princesa, su futura reina.

Vestida de pies a cabeza con galas tan llamativas y elegantes, solo podía esperar que mi madre y padre estuvieran orgullosos de mí.

Mi hermana terminó de hacerme un nuevo peinado, y solo siento que cada tirón ha valido la pena. Casi ni me reconozco; parezco verdaderamente una digna princesa del reino de Reddosilva. Al parecer, me he vuelto un poco más vanidosa. Antes no pensaba tan bien de mí misma, pero ahora creo que merezco lo que tantos años me había sido negado. No trato de ser presuntuosa.

Mi hermana se ha dado cuenta de que sigo perdida en mi mundo. Ella me sonríe. Para ella también está bien que piense así. Ella está feliz por mí.

Las notas suaves de un piano llenaban el aire, elevándose sobre el murmullo de voces y risas que resonaban en el gran salón de baile del castillo. El ambiente estaba cargado de una vivacidad que hacía vibrar cada rincón del lugar, desde las altas columnas blancas con delicados relieves hasta los ventanales que ofrecían una espléndida vista hacia los jardines de la reina. Las rosas blancas del jardín, bañadas por la luz de la luna, parecían responder al ritmo de la música, moviéndose al compás del viento nocturno.

Caminé con paso firme, mi vestido color coral ondeando suavemente a mi alrededor, mientras me acercaba a la larga fila de nobles y ricos que esperaban su turno para felicitarme. La sala estaba llena de vampiros de ojos afilados y humanos de porte elegante que, a pesar de la diferencia entre sus naturalezas, compartían el mismo respeto en este momento de celebración.

El brillo de las lámparas de cristal iluminaba las sonrisas y miradas de admiración. Algunos hablaban en murmullos, susurrando mi nombre entre elogios, mientras otros esperaban con paciencia para saludarme con una leve inclinación de cabeza. Sabía que había expectación en sus gestos; todos querían hacerme sentir bienvenida, pero también aguardaban para estudiar mis reacciones.

—Tiara, felicidades —dijo un noble de cabello canoso, inclinándose profundamente. Sus ojos brillaban con respeto y, quizás, algo más, un sutil recordatorio de las intrigas que siempre acechaban en los círculos de la corte.

Sonreí, inclinando ligeramente la cabeza, respondiendo a sus palabras con la misma cordialidad calculada que me habían enseñado desde que era niña.

—Gracias, Lord he, Dorian. Es un honor contar con su presencia esta noche.

El piano seguía su curso, cada nota perfectamente sincronizada con el ritmo de la velada. El músico, un joven con expresión concentrada, parecía estar perdido en su propio mundo, pero cada melodía que tocaba era un recordatorio de la solemnidad de la ocasión. Era mi noche, y aunque el ambiente era de celebración, no podía dejar de notar las miradas furtivas de algunos presentes, aquellos que, como siempre, buscaban algo más allá de la alegría superficial.

Un grupo de nobles vampiros se acercó, vestidos con trajes oscuros que contrastaban con las tonalidades claras de la sala. Sus sonrisas eran corteses, pero sus ojos... Debía aprender a reconocer cada mirada. Me preparé mentalmente para sus palabras, consciente de que, con ellos, cada frase era un movimiento en el tablero.

—Princesa Tiara, esta velada ha sido un éxito absoluto —dijo una mujer vampiro con un vestido azul oscuro, sus ojos brillando con astucia—. Estamos ansiosos por ver qué más hará usted por nuestro reino.

—Haré lo necesario para asegurar el bienestar de todos —respondí, mi voz firme, pero cargada de la diplomacia que esta situación requería.

A medida que las felicitaciones continuaban, me preguntaba cuántos de los presentes realmente me veían como algo más que una figura de poder. Era mi celebración, pero, a partir de ahora, cada gesto y cada palabra que diga —y las que no— podían servir para que subiera o cayera en esta corte y a los ojos de los demás. Todo se desarrollaba en silencio, bajo la superficie de cada saludo y cada gesto cortés.

El salón, con su magnífica vista al jardín y la música envolvente del piano, se sentía más brillante que nunca. Pero también era un recordatorio de las sombras que siempre acechaban, incluso en las noches más luminosas. Y, sin embargo, mientras las columnas blancas se alzaban imponentes a mi alrededor, me recordé a mí misma que, ahora más que nunca, estaba lista para lo que viniera.

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