Chào các bạn! Vì nhiều lý do từ nay Truyen2U chính thức đổi tên là Truyen247.Pro. Mong các bạn tiếp tục ủng hộ truy cập tên miền mới này nhé! Mãi yêu... ♥

Capitulo 36.-El gremio vampírico

Tiara despertó sobresaltada, sus manos aferrándose a las sábanas de seda, buscando algún tipo de ancla en la realidad. Desde su transformación, no había sentido el calor del sol, y la incertidumbre sobre lo que le esperaba la carcomía por dentro. El cuarto permanecía en penumbra, solo iluminado por la tenue luz de las velas que parpadeaban en los candelabros dorados, lanzando sombras que bailaban en las paredes.

La puerta se abrió suavemente, y Mei, con su usual elegancia, entró en la habitación. Sus ojos, siempre tan calculadores, destilaban una calma que contrastaba con el mar de emociones que revoloteaban en el pecho de Tiara.

—Hermana, ¿dormiste bien? —preguntó Mei mientras se acercaba a la cama.

Tiara la miró sin responder al principio, sus pensamientos atrapados en un torbellino de dudas y miedos. Finalmente, sacudió la cabeza.

—No... no estoy segura de lo que siento. No he visto el sol desde que... desde que cambié —susurró Tiara, su voz apenas audible.

Mei se sentó junto a ella en la cama, una mano cálida y reconfortante sobre la de Tiara.

—Es normal que te sientas así —dijo Mei con suavidad—. Pero no tienes que preocuparte por el sol. Tenemos formas de protegernos.

Tiara frunció el ceño, la confusión nublando sus ojos.

—Pensé que los vampiros éramos invulnerables al sol... como tú.

Mei dejó escapar una ligera risa, no burlona, sino llena de comprensión.

—Algunos de nosotros lo somos, sí. Pero, aun así, prefiero tomar precauciones. Aquí —sacó un pequeño frasco de cristal del bolsillo de su vestido, destapándolo para revelar una crema de un color pálido—. Esto es lo que nos protege. Es una medicina especial que deberás aplicar cada día antes de salir al exterior.

Tiara observó el frasco con aprensión, mientras Mei tomaba un poco de la crema y comenzaba a aplicarla suavemente en los brazos de su hermana.

—¿Así que... no podré ver el sol nunca más sin esto? —preguntó Tiara, su voz temblorosa.

Mei asintió, mientras continuaba con el ritual de proteger a su hermana.

—Exactamente. Pero no es algo que deba preocuparte. Es solo un pequeño sacrificio para mantenerte a salvo.

Tiara cerró los ojos, dejándose llevar por los movimientos rítmicos y calmantes de Mei. Cuando su hermana terminó, la miró con una mezcla de agradecimiento y resignación.

—Gracias, Mei —susurró, sintiendo el peso de su nueva realidad.

—Siempre estaré aquí para ti, Tiara. —Mei le dedicó una leve sonrisa antes de levantarse—. Ahora, es hora de que nos preparemos. Hoy visitaremos el gremio vampírico. Hay mucho que necesitas aprender.

Tiara asintió, aunque el nerviosismo aún la embargaba. Se puso de pie, sintiendo la firmeza de sus pasos a pesar de la incertidumbre que se agitaba en su interior.

Juntas, salieron de la habitación. Al llegar al gran vestíbulo del castillo, Reinald ya las esperaba, su figura alta y fuerte proyectando una sombra larga en el suelo de mármol. A su lado, su segundo al mando, un vampiro de expresión severa, sostenía dos capas negras en sus manos.

—¿Todo listo? —preguntó Reinald, su voz firme, pero con un matiz de algo más profundo, algo que solo aquellos que lo conocían bien podían percibir.

El segundo al mando, un vampiro de piel pálida y cabello oscuro recogido en una coleta, asintió con una sonrisa apenas perceptible.

—Todo está bajo control, mi señor. —Les tendió las capas a las hermanas, inclinando la cabeza ligeramente en un gesto de respeto—. No queremos que vuestra presencia cause un alboroto en el pueblo.

Reinald tomó una de las capas y la colocó sobre los hombros de Mei, con un gesto que combinaba eficacia y cuidado.

—Bien hecho, louis. Mantén a los guardias en sus posiciones y asegúrate de que nadie sospeche. —Sus ojos rojos, tan penetrantes como el filo de una espada, se dirigieron a Tiara por un breve instante—. Esta noche es importante para la princesa. No debe haber distracciones.

Su mano derecha asintió una vez más, comprendiendo el peso de la situación.

—No os fallaremos, mi señor.

Reinald le dedicó una última mirada, una mezcla de confianza y camaradería que solo se daba entre aquellos que habían compartido muchas batallas.

—Confío en ello. Ahora, ve y asegúrate de que todo esté listo para nuestra salida.

louis se desvaneció en las sombras, y Reinald volvió su atención a sus hermanas.

—Es hora de que vayamos al gremio —dijo, mientras se ajustaba su propia capa—. Mei, Tiara, manténganse cerca de mí y no se separen. No queremos sorpresas.

Tiara asintió, sintiendo una mezcla de alivio y temor. Aunque el gremio vampírico era un lugar misterioso y desconocido para ella, sabía que con Mei y Reinald a su lado, estaría protegida.

Caminando por las calles adoquinadas, Tiara no pudo evitar notar cómo el mundo había cambiado para ella. Los sonidos se volvían más nítidos, cada paso sobre las piedras resonaba como un eco prolongado en sus oídos. Escuchaba el latido de corazones cercanos, el susurro del viento entre los árboles, y el crujir de la madera al asentarse en las viejas casas. Todo era más intenso, más vibrante.


Pero fueron los aromas los que realmente la atraparon. Una mezcla de esencias dulces y saladas flotaba en el aire, cada una más atrayente que la anterior. Uno en particular la hizo detenerse por un instante, sus sentidos embriagados por el irresistible aroma que emanaba de una pequeña panadería al otro lado de la calle. Pero no era el pan recién horneado lo que atraía su atención, sino algo más profundo, más primitivo.

Sus colmillos rozaron su labio inferior, y un instinto desconocido comenzó a aflorar, un deseo feroz que le hacía agua la boca. Sin embargo, antes de que pudiera dar un paso en esa dirección, la firme mano de Mei la sujetó del brazo, recordándole que no estaba sola, que no era libre de seguir sus impulsos.

—Tiara —la voz de Mei, baja pero autoritaria, la trajo de vuelta a la realidad—, debes controlar tus instintos. Estamos en público.

Tiara asintió, sintiendo la vergüenza arder en sus mejillas. Se obligó a desviar la mirada del tentador aroma, enfocándose en el camino frente a ella. Cada paso que daba era una lucha interna, una batalla contra sus nuevos impulsos que aún no comprendía del todo.

Reinald, caminando unos pasos adelante, no dejaba de mirar a su alrededor. Su postura era relajada, casi casual, pero sus ojos borgoña estaban alertas, observando cada rincón, cada sombra. Sus sentidos también estaban en su máxima alerta, no solo para asegurarse de que nadie los atacara, sino también para vigilar a Tiara. Sabía que todavía no podían confiar completamente en su control sobre sí misma, no hasta que pasara al menos un año.

La mano de Reinald se movió hacia su cintura, donde descansaba su espada, un arma elegante y letal que había usado en innumerables batallas. Podía sentir el peso reconfortante del arma, lista para ser desenvainada en un instante, ya fuera para proteger a sus hermanas de un ataque externo o para intervenir si Tiara perdía el control. No podía permitirse bajar la guardia, no ahora.

A medida que avanzaban por las calles, los pocos transeúntes que se cruzaban en su camino se apartaban rápidamente, reconociendo el estatus de los tres hermanos. Las capas negras que llevaban, los emblemas discretos pero inconfundibles del linaje vampírico, y la presencia intimidante de Reinald aseguraban que nadie se atreviera a acercarse demasiado.

El silencio entre ellos era denso, cargado con la tensión de lo desconocido. Tiara luchaba por mantenerse centrada, resistiendo el impulso de volver la cabeza hacia cada tentador aroma que cruzaba su camino. A oesar de hace rato alimentarse, la sed seguía hay. Mei mantenía su mano firmemente anclada en el brazo de Tiara, una presencia calmante que la ayudaba a mantener el control. Reinald, siempre vigilante, se aseguraba de que no hubiera sorpresas, ni de extraños ni de su propia hermana.

Finalmente, llegaron al borde de la ciudad, donde las sombras de los edificios altos empezaban a disolver la luz de las farolas. El gremio vampírico se alzaba frente a ellos, un edificio oscuro y majestuoso, casi invisible en la penumbra, como si fuera una extensión natural de la noche.

Reinald se detuvo y giró para mirar a sus hermanas, su expresión impasible, pero sus ojos delatando una mezcla de preocupación y determinación.

—Hemos llegado. —Su voz era firme, sin dejar espacio a dudas—.

Tiara asintió lentamente, su mirada fija en la imponente entrada del gremio. Sabía que su vida había cambiado para siempre y el venir aquí era una prueba mas, un de las muchas que sabe vendrán en el futuro.

Con un último suspiro, se acercó a la puerta, lista para adentrarse en el mundo que la esperaba, consciente de que este era solo el comienzo de su nueva vida como vampira.

Al abrir la puerta, Tiara quedó deslumbrada por la belleza y opulencia del lugar. Aunque no era tan fastuoso como el castillo, el gremio vampírico emanaba un encanto propio, una mezcla perfecta entre lo adecuado y lo extravagante. El interior estaba decorado con madera oscura y ladrillo, creando una atmósfera cálida y acogedora, pero a la vez imponente. Las mesas estaban llenas de vampiros conversando en voz baja, sus risas y murmullos resonaban en el aire como un susurro constante.

Desde la entrada, Tiara pudo ver varios pisos que ascendían en espiral, cada uno decorado con la misma elegancia sobria. El edificio era alto, muy alto, y cada detalle parecía estar meticulosamente diseñado para impresionar.

Tiara se detuvo un instante, sintiendo cómo la realidad la golpeaba. Este era su nuevo mundo. Los vampiros ya no eran simplemente una especie distinta, un mito o una amenaza; ahora eran su gente, su familia, y este lugar, su refugio. Debía corregirse a sí misma; de ahora en adelante, ya no podía pensar en ellos como "los vampiros". Ella era uno de ellos.

Con ese pensamiento en mente, instintivamente llevó las manos hacia la capa que cubría su cuerpo, observando a Mei y Reinald mientras la suya caía con elegancia sobre sus hombros, revelando sus trajes refinados y la confianza que irradiaban. Pero cuando comenzó a desabrochar la suya, Mei la detuvo con una mano firme sobre la suya.

—Aún no, Tiara —le dijo Mei en un tono que no admitía réplica, su voz tan suave como autoritaria.

Tiara la miró con cierta confusión, pero también con la suficiente experiencia para no cuestionar su decisión. Aún era demasiado pronto. No estaba lista para exponerse por completo ante los demás, no hasta que pudiera controlar totalmente sus nuevos instintos, no hasta que estuviera segura de quién era en este nuevo mundo.

Con un pequeño asentimiento, Tiara dejó caer sus manos a los lados, manteniendo la capa en su lugar. Mei sonrió levemente, un gesto apenas perceptible, pero lleno de comprensión. Reinald, por su parte, observaba a su hermana con una mirada que mezclaba orgullo y una preocupación apenas velada. No le dijo nada, pero su presencia junto a ella era suficiente para hacerle saber que no estaba sola.

Juntos, los tres avanzaron hacia el interior del gremio, sumergiéndose en ese nuevo universo que, aunque intimidante, ahora les pertenecía. Cada paso que daban resonaba en el amplio salón, atrayendo las miradas de aquellos que estaban presentes, algunos con curiosidad, otros con respeto, pero todos reconociéndolos, una familia que, a partir de ahora, debía incluir también a Tiara en sus filas. aun aun no hubiera sido presentada formalmente.

Los tres hermanos avanzaron con paso firme, llevando a la pequeña Tiara entre ellos. Mei y Reinald, más altos y seguros, flanqueaban a su hermana menor como si fueran sus guardianes. A su alrededor, el bullicio del gremio disminuyó levemente mientras los vampiros presentes se daban cuenta de su presencia. No era común que la familia real visitara el gremio en persona, para eso existían los sirvientes, tanto humanos como vampiros. La presencia de lo familia real en aquel lugar, por tanto, resultaba desconcertante, y más aún, la presencia de una tercera figura más pequeña, oculta bajo la capa.

Las miradas curiosas y los murmullos se extendieron por la sala. Todos conocían a la princesa Mei, la venerada reina, y al príncipe general Reinald, comandante de las fuerzas vampíricas. Pero esa pequeña figura, apenas visible entre ellos, era un misterio. ¿Quién era? ¿Por qué estaba allí? Las preguntas no tardaron en propagarse, y los susurros se intensificaron, llenando el aire con una cacofonía de especulaciones.

Mei, percibiendo el creciente murmullo, decidió poner fin al incómodo escrutinio. Aplaudió suavemente, un gesto que no buscaba llamar demasiado la atención, pero que, gracias a la naturaleza amplificada de los vampiros, logró lo que pretendía. Las vibraciones del aplauso resonaron en la sala, atrayendo las miradas hacia otra dirección. Aunque los cuchicheos no cesaron por completo, sí disminuyeron, volviéndose más discretos, como si aquellos que hablaban intentaran ocultar sus palabras bajo un manto de sigilo.

Pero en el gremio vampírico, los secretos eran prácticamente inexistentes. Con sentidos tan agudos, capaces de captar el más mínimo sonido y aroma, ningún susurro pasaba desapercibido, ninguna emoción quedaba sin ser detectada. Mei sabía esto, y por eso no se molestó en acallar por completo las voces; sabía que no era necesario. Lo que importaba era que Tiara avanzara sin sentir el peso de esas miradas inquisitivas, al menos por ahora.

Reinald, siempre atento, notó la tensión en los hombros de su hermana menor y la rodeó ligeramente con su brazo, ofreciéndole un apoyo silencioso pero firme. Mei, por su parte, mantenía su postura elegante y decidida, guiando el camino mientras sus ojos se mantenían fijos en el frente, como si los rumores a su alrededor no existieran.

En la mesa principal del gremio, una figura de una belleza impresionante se alzaba con una presencia poderosa y autoritaria. Cuando los tres hermanos Ishkar se acercaron, la empleada, siguiendo la etiqueta vampírica al pie de la letra, les hizo una reverencia profunda, manteniendo la compostura, aunque sus nervios eran evidentes. Con voz temblorosa, solicitó a un asistente más bajo y un tanto torpe que llamara a la líder del gremio.

El joven asistente asintió con rapidez, claramente nervioso, y se dirigió hacia las escaleras para cumplir la orden. Sin embargo, antes de que pudiera subir, una presencia imponente, igual de majestuosa y poderosa que Mei, comenzó a descender las escaleras. El chico se hizo a un lado de inmediato, reconociendo instintivamente la autoridad de la figura que ahora captaba toda la atención en la sala.

Tiara, sintiendo la tensión en el ambiente y siguiendo las miradas de los presentes, levantó la vista y se encontró con la mujer que estaba bajando las escaleras. La visión de aquella figura hizo que el aire se sintiera más denso. La mujer tenía una apariencia que evocaba la perfección de una diosa griega: su cuerpo menudo pero fuerte, con hombros anchos y brazos delgados, exudaba tanto elegancia como poder.

Sus senos pequeños y firmes parecían encajar perfectamente con su figura, y su piel, pálida y hermosamente cuidada, brillaba con una delicadeza casi etérea. Era una piel muy similar a la de Mei, aunque, al observar más de cerca, Tiara se dio cuenta de que esta mujer parecía tener un cuidado aún mayor, mostrando una sensibilidad y perfección que resaltaban incluso en la penumbra del gremio.

Algo en la presencia de esa mujer atraía a Tiara, una sensación de autoridad que casi la instaba a inclinarse en su presencia. Había algo magnético en ella, una energía que exigía respeto y reverencia, aunque no había ninguna señal de peligro. Tiara, aunque era nueva en este mundo, percibió ese instinto natural, pero notó que sus hermanos no hacían ningún gesto de sumisión. Al contrario, mantenían la compostura, observando con calma.

Esa falta de reacción por parte de Mei y Reinald tranquilizó a Tiara. Si ellos no veían en esta mujer una amenaza, entonces no había necesidad de temer. Aun así, no pudo evitar sentir una mezcla de asombro y respeto mientras la mujer continuaba bajando, cada paso un testimonio de su posición y poder dentro del gremio. Esta mujer, claramente, era alguien de gran importancia, alguien cuya autoridad no necesitaba ser anunciada para ser reconocida.

—Pero miren qué nos trajo el viento, mi reina —dijo Maya, haciendo una reverencia juguetona mientras desviaba la mirada hacia la derecha, donde estaba Mei—. Y mi príncipe —continuó con su discurso teatral, con una sonrisa ladina, esta vez posando sus ojos en Reinald.

Mei me empujó suavemente hacia adelante, dejándome justo frente a Maya, a su completa merced. Sentí una punzada de incomodidad al ser el centro de atención.

—¿Y esta preciosa niña es...? —comenzó a decir Maya, con los ojos brillando de curiosidad mientras su sonrisa se ensanchaba.

—No tiene que decirte su nombre aún —la cortó Mei, con una frialdad que me sorprendió—. La conocerás en su debido tiempo. Maya, preséntate adecuadamente y deja tus juegos por un momento.

La voz de Mei fue como un filo, tensa pero controlada. Maya parpadeó un par de veces, sorprendida por el tono, pero su sonrisa no desapareció por completo, más bien se volvió un poco más contenida, como si disfrutara la confrontación.

A un lado, Reinald luchaba por mantener su compostura, su boca se torcía ligeramente mientras intentaba reprimir una sonrisa. Sus ojos reflejaban algo entre diversión y exasperación.


Bạn đang đọc truyện trên: Truyen247.Pro