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capitulo 30 Declaración de guerra

El sol apenas asomaba en el horizonte cuando los carruajes llegaron a la entrada de Reddosilva. El aire de la madrugada estaba impregnado de una calma solemne, interrumpida solo por el suave crujido de las ruedas sobre el camino de piedra. Mei y Reinald, visiblemente agotados, pero con una determinación férrea en sus ojos, se prepararon para activar el campo de energía protector que rodeaba la ciudad.

—Lanza la señal —murmuró Mei a su hermano, alzando la mano con un gesto firme.

Reinald asintió y, con un movimiento sincronizado, ambos activaron los antiguos sellos mágicos incrustados en las murallas de la ciudad. Una luz azulada envolvió la ciudad, emitiendo un brillo que indicaba a todos los habitantes que una situación de emergencia se avecinaba.

A lo lejos, Lux, la sirviente de Lisander, abrazaba a su hermano Nox. Podía ver la luz azul reflejándose en sus ojos llenos de temor y esperanza. A pesar de lo que sufrió en ese poco tiempo, pensó que no viviría y que era mejor la muerte. Cuando fueron rescatados por el novio y guardia de su reina, se prometió a sí misma que si sobrevivía, ya no sería tan dura con ellos. Aun así, sentía miedo de lo que los vampiros podían hacer, pero por ahora les daría el beneficio de la duda, agradecida por haberla salvado de un destino mucho peor del que vive a diario.

Tomó la decisión de acompañar a Lisander en su misión. Cuando el grupo se separó, ella iría a Orsbell, lejos de su familia y de lo que había conocido hasta ahora, para dar fe y ser testigo de la guerra que se avecinaba. Además, ¿qué otra cosa podría hacer en su estado? Ella es solo una humana y, a los ojos de los demás vampiros, solo un refrigerio que espera ser tomado.

Muy profundo en su mente, esperaba una señal que le dijera que al menos con Lisander sería tratada como lo que es, que si él estuvo prometido con su amable reina, él y su pueblo serían igual de justos con los humanos. La mirada de Lux reflejaba su inquebrantable compromiso con la verdad y la justicia.

Se despidió de su hermano de 16 años con un abrazo del que el menor no se quería soltar. Solo con 18 años, su vida había cambiado para siempre. Él era un pequeño sol en su familia, siempre tímido. Lamentaba el hecho de no haber sido siempre cercana a él ni a nadie de su familia. Ahora se iría a otro distrito y, quién sabe, qué le esperaría allí.

—Lux... ¿tienes que irte? —preguntó Nox con voz temblorosa, sus manos aferrándose a las mangas de su hermana.

Lux no respondió. En lugar de palabras, acarició suavemente el cabello de su hermano y lo abrazó con fuerza. En su corazón, sabía que había sido distante y fría, y que debió haber tratado mejor a su familia. El remordimiento pesaba sobre ella mientras sentía el calor de Nox contra su pecho.

A pesar de no ser tan cercana a su familia, Lux apreciaba su vida y ahora lamentaba profundamente no haber demostrado ese aprecio más a menudo. Con un último abrazo, se separó de Nox, sus pasos decididos pero su corazón pesado. Sabía que el camino que tenía por delante estaría lleno de peligros, pero también sabía que debía enfrentarlos por el bien de los que amaba.

Al llegar a la entrada de la ciudad, Mei y Reinald fueron recibidos por una vista solemne y emotiva. Los trece concejales de Reddosilva, cada uno con una capa negra que ondeaba ligeramente en el viento matutino, estaban alineados en perfecto orden. Sus rostros serios y resueltos reflejaban la gravedad de la situación. La disposición marcial de los concejales recordaba a un batallón de soldados esperando las órdenes de su comandante, cada uno de ellos firme y comprometido.

La atmósfera estaba cargada de una solemnidad palpable. El silencio reinaba, roto solo por el murmullo ocasional del viento entre las torres de la ciudad. Los concejales, conocedores del peso de sus responsabilidades, esperaban la llegada de su reina y su general con una mezcla de respeto y expectativa.

Mei y Reinald avanzaron hacia la sala del trono, donde los asistentes al verlos, se arrodillaron en un movimiento unísono, listos para recibir sus órdenes. La majestuosidad del salón, con sus altos techos abovedados y los vitrales que dejaban pasar la luz del amanecer, añadía un aire casi sagrado al encuentro. Pero más alejado que eso estaba listo para la guerra que se avecinaba.

Mei se adelantó, su voz resonando con autoridad y emoción contenida.

—Hemos vuelto de Unmorin con noticias graves. Nuestro enemigo ha mostrado sus verdaderas intenciones, y ahora es el momento de tomar decisiones estratégicas.

Reinald, de pie a su lado, añadió con firmeza:

—La traición y el peligro están más cerca de lo que pensábamos. Necesitamos prepararnos para la guerra y proteger nuestro hogar a cualquier costo.

Los 13 ms poderosos en el reino, aún arrodillados, asintieron solemnemente. Cada uno de ellos comprendía la magnitud de las palabras de sus líderes y estaba dispuesto a actuar en consecuencia

la planificación de la defensa de Reddosilva y la declaración de guerra contra aquellos que habían amenazado su existencia. El destino de su ciudad, y tal vez del mundo entero, dependía de las decisiones que tomarían en las próximas horas.

La sala del trono estaba en silencio, la atmósfera cargada de tensión y anticipación. Mei se levantó, con una expresión de grave determinación en su rostro.

—Nos han traicionado aquellos en quienes confiábamos. Los demonios y el Distrito 2 han revelado sus verdaderas intenciones al formar una alianza contra nosotros. En respuesta a esta traición, declaramos la guerra, tal y como ellos deseaban. Recordó las palabras del demonio que había encontrado en la sala del trono durante la coronación, su voz resonando con una amenaza que ahora se cumplía.

Un murmullo de sorpresa y preocupación recorrió la sala. Mei levantó la mano, silenciando cualquier objeción antes de que pudiera ser pronunciada.

—Nos enfrentamos a una amenaza que busca nuestra destrucción. Debemos unirnos y tomar decisiones estratégicas para proteger nuestro hogar y nuestras vidas. No podemos permitir que los demonios y sus aliados prevalezcan.

Reinald, con una mirada firme, añadió:

—Tenemos que reforzar nuestras defensas, asegurar nuestros suministros y preparar a nuestras tropas. Cada uno de ustedes tiene un papel crucial en esta lucha. No podemos fallar.

Los concejales asintieron, sus rostros reflejando la gravedad de la situación. Las decisiones estratégicas comenzaron a ser discutidas, cada concejal aportando su experiencia y conocimientos para preparar a el distrito para el conflicto inminente. La protección de las murallas, el entrenamiento en los cuarteles, y el sellado del bosque prohibido fueron las primeras medidas. Ese bosque no solo serviría como un lugar de entrenamiento, sino también como un bastión táctico y un posible refugio para los humanos en caso de necesidad.

Las montañas que se alzaban majestuosamente detrás del castillo también se consideraron en los planes, su presencia imponente simbolizando la fortaleza y resistencia que necesitaban encarnar. Cada rincón de la ciudad debía estar listo para enfrentar la amenaza que se avecinaba, y los concejales, conscientes de la responsabilidad que recaía sobre ellos, se comprometieron a usar todos los recursos a su disposición para asegurar la victoria.

El balcón del palacio ofrecía una vista imponente de la ciudad. Mei, con una capa negra que ondeaba al viento, se dirigió a su pueblo. La multitud abajo estaba en silencio, expectante.

—Pueblo de Reddosilva —comenzó Mei, su voz firme resonando en el aire—, hoy nos enfrentamos a un momento decisivo en nuestra historia. Nuestros enemigos han mostrado sus intenciones, y nosotros debemos responder con unidad y determinación.

Los ojos de Mei recorrieron la multitud, viendo en sus rostros el reflejo de su propia determinación y coraje.

—Declaramos la guerra para proteger nuestro hogar, nuestras familias y nuestra forma de vida. No permitiremos que los demonios y sus aliados nos destruyan. Juntos, somos más fuertes. Juntos, prevaleceremos.

Un murmullo de apoyo se alzó entre la multitud, creciendo en intensidad hasta convertirse en un rugido de determinación.

—Lucharemos con todo lo que tenemos —continuó Mei—, y no descansaremos hasta que nuestra tierra esté a salvo. Confío en cada uno de ustedes. Sé que juntos, podemos superar cualquier desafío.

La multitud respondió con un clamor de aprobación y lealtad, su apoyo inquebrantable a su reina claro en cada voz.

Mientras en el distrito de Orsbell, conocido por su belleza incomparable, brillaba bajo la luz dorada del sol matutino. Campanas de oro adornaban las torres y los arcos de la ciudad, tintineando suavemente con la brisa. Las calles de mármol pulido reflejaban la magnificencia de este distrito, famoso por su esplendor y serenidad.

Lisander Cain, envuelto en su capa negra, avanzaba por las calles con pasos firmes. A su lado, oculta bajo una capa similar, caminaba Lux, una humana cuya lealtad había sido forjada en las llamas del peligro y la desesperación. Para ella, era la primera vez en Orsbell, una experiencia abrumadora que contrastaba enormemente con los horrores recientes que había vivido.

Al llegar a la entrada del palacio, Lisander ordenó a la guardia

—Llamen al consejo de guerra. Tenemos asuntos urgentes que tratar.

Los guardias, reconociendo la urgencia en la voz de su príncipe asintieron y se apresuraron a cumplir la orden. Lisander continuó, ocultando cuidadosamente a Lux bajo su capa mientras avanzaban hacia la gran sala del consejo.

La sala del consejo de guerra era una maravilla de la arquitectura, con altos techos adornados con frescos dorados y una mesa de mármol en el centro. Los miembros del consejo, incluidos los padres de Lisander, estaban ya reunidos, sus expresiones graves reflejando la seriedad de la situación.

Lisander se detuvo en el centro de la sala, su presencia imponente captando la atención de todos. Con un movimiento calculado, reveló a Lux, quien permanecía ligeramente detrás de él.

—Esta es Lux —anunció con voz firme—. La he traído para que cuente la traición que hemos sufrido. Es una humana que fue secuestrada en Unmorin y casi asesinada. Es mi pareja de sangre y solo gracias a la intervención del guardia personal de Mei está viva hoy para contar su historia.

Lux, nerviosa pero decidida, dio un paso al frente. Su voz tembló al principio, pero cada palabra fue ganando en fuerza y determinación.

—Fui secuestrada en Unmorin, llevada a una mazmorra oscura donde fui torturada y casi asesinada. Si no fuera por la valentía de Izumi, el guardia personal de la reina Mei, no estaría aquí hoy. Los demonios y sus aliados en el Distrito 2 están detrás de esto. Nos traicionaron a todos.

El consejo guardó un silencio tenso, digiriendo sus palabras. Finalmente, el rey de Orsbell se levantó, su mirada fría y calculadora se clavó en Lux.

—Si las palabras de mi hijo son ciertas, y si eres su pareja de sangre, podremos confiar en ti —dijo el rey, levantándose del trono con una calma glacial. Examinó a Lux de arriba abajo, esperando ver en sus ojos el miedo que todos los humanos sentían en su reino—. O quizá solo usas a mi hijo para ascender. Si en ti hay verdad, serás bienvenida. Si no, serás tratada como el resto de los sirvientes aquí.

Las duras palabras del rey cayeron como una losa sobre el corazón de Lux. Se había equivocado al pensar que encontraría alguna forma de consuelo o justicia aquí. ¿En qué lugar había terminado?

Ignorando a la humana, el rey se dirigió a toda la corte reunida.

—Debemos prepararnos para la guerra —anunció, su voz resonando con una gravedad que caló hasta los huesos de todos los presentes.

En el rostro de los reyes del Orsbell se reflejaba una mezcla de ira y determinación.

No podemos permitir que esta traición quede impune —dijo el rey, mirando a los miembros del consejo—. Orsbell debe unirse a Reddosilva en esta lucha. Declaramos la guerra contra los demonios y el Distrito 2.

La sala se llenó de murmullos de aprobación, y los consejeros asintieron solemnemente. Afuera, el anuncio resonó por las calles, y el pueblo de Orsbell se unió en un grito de guerra, decidido a defender su hogar y su honor.

Mientras el sol ascendía lentamente en el cielo, Lisander observó a Lux con una mezcla de admiración y asombro. En sus ojos, reconoció una valentía que superaba cualquier expectativa, una fuerza que resonaba en el aire como un desafío a su destino. La verdadera batalla apenas comenzaba, pero con aliados como ella, Lisander sabía que tenían una oportunidad de prevalecer.

Lux había soportado horrores indescriptibles en Unmorin, enfrentando la oscuridad con una determinación feroz. No se había dejado presionar por los demonios, había sobrevivido a pesar de todo, siguiendo sus órdenes sin dudar. Hasta el momento, no lo había traicionado ni a él ni a sus ideales. Esa lealtad, demostrada en las circunstancias más extremas, le permitió a Lisander confiar un poco más en ella.

Saliendo de sus pensamientos observó con una mezcla de fascinación y temor cómo su madre, la reina de Orsbell, se levantaba con una majestuosidad que solía ser serena, pero ahora estaba marcada por una ira intensa y una decepción profunda.

Con una voz que resonaba con autoridad y desprecio, la reina de Orsbell miró directamente a los representantes del Distrito 2, quienes ahora parecían encogerse bajo su mirada. Si, habían sido llamado los representantes de cada distrito, claro que ellos no sabían lo que les depararía.

—¡Vuestra traición no tiene perdón! —exclamó la reina con una voz que resonó como un trueno. Su mirada ardía con una furia incontrolable—. Habéis deshonrado nuestras tierras y os habéis aliado con los enemigos de nuestra gente. ¿Cómo os atrevéis a pensar que esto quedará impune?

Los representantes del Distrito 2 comenzaron a sudar, sus miradas nerviosas se cruzaban mientras sentían el peso de la acusación. La sala parecía encogerse bajo la intensidad de la reina. Con un gesto abrupto de su mano, una poderosa aura de energía dorada estalló a su alrededor, haciendo añicos la mesa de mármol y las sillas. Fragmentos de piedra volaron por la habitación, reflejando la magnitud de su ira.

—¡Esta es la consecuencia de vuestra traición! —continuó, con los ojos brillando con una intensidad que no dejaba lugar a dudas sobre su determinación—. Orsbell nunca olvidará esta afrenta. Ahora, nos unimos a Reddosilva en esta guerra, y juntos aseguraremos que paguéis por vuestra deslealtad.

Los representantes del Distrito 2 retrocedieron, algunos con expresiones de miedo y otros de vergüenza. La reina de Orsbell había hablado con la fuerza de un huracán, y su ira había dejado claro que no habría marcha atrás en su decisión. La decisión estaba tomada y el castigo impuesto

La reina retrocedió, respirando profundamente, mientras el látigo regresaba a su posición inicial, enrollado en su mano.

—Que esto sirva de lección —dijo finalmente, su voz resonando con una autoridad incuestionable—. La traición no será tolerada en Orsbell.

La sala permaneció en silencio, cada persona procesando lo que acababa de suceder. La reina, con la cabeza en alto, volvió a su trono, su figura imponente y majestuosa. La lección había sido impartida, y el mensaje era claro: la traición tenía un precio, y ella no dudaría en cobrarlo.

Cuando el asunto finalmente terminó, Lux se sentía peor de cómo había llegado. Había sido conducida a un lugar de belleza engañosa, un palacio majestuoso que ocultaba un desprecio profundo y visceral por los humanos. Allí, bajo la mirada fría y calculadora de los padres de su amo, había sido examinada, cada defecto y vulnerabilidad expuesto sin piedad.

Sin embargo, lo peor llegó al final de la reunión. La reina, con su presencia imponente, se alzó con una autoridad incuestionable. Su mirada se dirigió a los diligentes de la nación traidora, que se arrodillaban temblorosos frente a ella. El silencio en la sala era sepulcral, una anticipación cargada de terror que hacía que el aire se sintiera espeso.

Lux observaba, incapaz de apartar la mirada, mientras la reina desenvainaba un látigo rojo como la sangre. El cuero brillaba bajo la luz de las antorchas, una serpiente de muerte en las manos de la soberana. Con un movimiento rápido y preciso, la reina lanzó el látigo hacia adelante. El silbido del aire cortado fue seguido por el sonido seco del impacto, cuando el látigo se enroscó alrededor de los cuerpos de los emisarios, estrangulándolos como una boa constrictora.

Los gritos de los emisarios resonaron en la sala, un eco de sufrimiento que hizo estremecer a todos los presentes. Lux sintió un nudo en el estómago, su mente luchando por procesar la brutalidad de la escena. La reina no mostró piedad, su rostro una máscara de determinación implacable. Con cada tirón del látigo, la carne de los emisarios se desgarraba, y la sangre salpicaba en todas direcciones.

La capa de la reina y su rostro quedaron cubiertos de sangre, un manto carmesí que acentuaba su figura imponente y aterradora. Lux apenas podía contener su horror cuando, con un último y feroz tirón, la reina hizo que los cuerpos de los emisarios explotaran en una macabra lluvia de carne y sangre.

Los restos caían al suelo con un sonido húmedo y desagradable, mientras la reina bajaba el látigo, su expresión aún fría y serena. La sala estaba sumida en un silencio mortal, roto solo por los jadeos entrecortados de los que habían presenciado la carnicería.

Lux, temblando, se dio cuenta de que había sido testigo de una demostración de poder y crueldad que nunca podría olvidar. La reina había enviado un mensaje claro y aterrador: en Orsbell, la traición se pagaba con sangre, y la misericordia no tenía cabida en el corazón de la soberana.

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