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Capitulo 23 Incomodo viaje de ida


El sol abrasador del desierto caía sin piedad sobre el carruaje que avanzaba lentamente hacia Unmorin. En su interior, Mei, su hermano Reinald, su prometido Julián y su ex prometido Lisander compartían el sofocante espacio. Mei miraba por la ventana, sus pensamientos vagaban entre la incomodidad del viaje y la tensión de sus acompañantes.

Izumi tenía suerte, iba en un carruaje aparte con otros guardias.

—¿Por qué tengo que soportar esto? —pensó Mei mientras su mirada se perdía en el horizonte. Julián, recién recuperado, intentaba acercarse a ella con cariño, pero Mei no estaba de humor para tales atenciones. Cada vez que él se inclinaba hacia ella, Mei se retiraba sutilmente hacia la ventana del carruaje, evitando cualquier contacto.

El viaje había comenzado días antes, con Mei organizando frenéticamente todo lo necesario. Un flashback la transportó al día en que había dado las instrucciones a sus sirvientes humanos.

—Necesitamos estar preparados para un viaje de al menos una semana y media —había dicho Mei con firmeza. Los sirvientes asintieron diligentemente, comenzando de inmediato los preparativos. Mientras tanto, Lisander, su ex prometido, se encontraba en la misma habitación, observando en silencio.

Mei, con la elegancia de una reina refinada y poderosa, se dirigió a Lisander con una mezcla de duda y cautela, sin dejar traslucir su inquietud.

—Lisander, ¿vas a traer a tu nueva compañera Lux con nosotros? —preguntó, su voz suave pero firme, mientras mantenía una postura regia, sus manos delicadamente entrelazadas frente a ella.

Lisander, quien siempre mostró una actitud egocéntrica y prepotente, suavizó su expresión en presencia de Mei. Se inclinó ligeramente hacia adelante, con una sonrisa leve que apenas tocaba sus labios.

—Sí, Lux vendrá. ¿También traerás a tu mocoso, no? —respondió con un tono de voz amable, pero con un matiz de desafío, sus ojos brillando con una pizca de malicia mientras miraba de reojo a Julián, como si este no existiera.

Mei levantó una ceja, mostrando una expresión de desdén bien controlado. —A pesar de que es nuevo, lo haré. —dijo, su voz firme, aunque su mirada se desvió brevemente hacia la ventana, un gesto que solo su hermano, Reinald, notó en su distracción.

Lisander asintió, su sonrisa ampliándose ligeramente mientras cruzaba los brazos con aire de satisfacción.

—Sí, confió en sus habilidades. —afirmó, con una mirada que parecía evaluar a Mei más que al compañero en cuestión.

casualmente observó por el pasillo, notando la presencia de su mayordomo junto con su nueva compañera de sangre y el sirviente de Julián, Arian. Con tono indiferente, comentó:

—Y mira a quién tenemos aquí. —dijo, su voz cargada de desinterés mientras su mirada evaluaba a los recién llegados.

Julián, que había estado escuchando en silencio afuera de la habitación, frunció el ceño al ver a Arian junto a los sirvientes de Lisander. Se adelantó rápidamente, la molestia evidente en su rostro y en la rigidez de sus movimientos.

—¿Por qué Arian estaría con tus sirvientes, Lisander? —preguntó, su voz tensa y demandante mientras sus ojos se clavaban en Lisander, reflejando su descontento.

Lisander, sin inmutarse, se encogió de hombros y adoptó una postura relajada, cruzando los brazos y sonriendo con condescendencia.

—No tengo idea, Julián. Quizás solo se sienta más cómodo con ellos. —respondió, su tono sarcástico mientras sus ojos brillaban con una pizca de malicia, disfrutando de la incomodidad de Julián.

Arian, sintiendo la tensión y queriendo calmar la situación, se adelantó rápidamente.

—Señor Julián, llegaron de imprevisto a la mansión y me sacaron diciendo que si no venía con ellos, traerían a mis hermanos pequeños o destruirían las plantas medicinales que utilizamos para mi padre —explicó Arian con una mezcla de preocupación y miedo en su voz.

Julián, entendiendo la situación, asintió lentamente. Como botánico, sabía lo importantes que eran esas plantas. Además, Arian había estado cuidando de su familia y se le había permitido vivir y servir como deseara, ya que Julián no tenía familia propia. Su rostro se suavizó un poco mientras miraba a Arian.

—Entiendo, Arian —dijo Julián con un tono más calmado. Luego, volviendo su mirada hacia Lisander, su expresión se endureció nuevamente, sus ojos fulminantes—. A pesar de ser un invitado, no tienes derecho a tratar a mis sirvientes de esa manera.

Lisander pasó de largo el comentario, ignorando deliberadamente a Julián mientras una leve sonrisa despectiva se dibujaba en su rostro.

La furia de Julián aumentó, sus puños se apretaron, pero decidió no hacer nada más en ese momento. Estaban a punto de partir y no quería agravar más la situación.

Antes de salir, Julián se tomó un momento para enviar una carta al padre de Arian. Con movimientos precisos y rápidos, escribió: "Cuida de la casa mientras estamos fuera." Su escritura era firme y decidida, reflejando su estado de ánimo.

Al terminar, selló la carta y se la entregó a Arian con una leve sonrisa de confianza.

—Llévala a tu padre. No quiero que te preocupes mientras estamos fuera —le dijo Julián, su voz ahora más suave.

Arian asintió, aliviado, y tomó la carta con ambas manos, inclinando la cabeza en señal de respeto y gratitud.

Lisander observaba la escena desde la distancia, con los brazos cruzados y una expresión de indiferencia, mientras Julián y Arian intercambiaban esas últimas palabras. La tensión en el aire era palpable, pero Julián decidió mantenerse centrado en la misión por delante, dejando la confrontación para otro momento.

Finalmente, Julián, Lisander y Arian se prepararon para partir. Julián se dirigió al carruaje con pasos firmes, sin mirar atrás, mientras Lisander lo seguía con una expresión de superioridad.

La situación ya era tensa, y Julián no quería dejar nada al azar. Sabía que el viaje que tenían por delante estaría lleno de desafíos y no podía permitirse distracciones adicionales.

Mientras organizaban los preparativos finales para la partida, Mei observaba desde la distancia. Su mirada se desvió hacia un joven de 19 años que se acercaba rápidamente. Con pasos decididos, el muchacho, visiblemente emocionado, se dirigió directamente a Reinald haciendo una reverencia.

—Mi señor Reinald, sería un honor acompañarle en este viaje —dijo con entusiasmo. El joven era servicial y casi fanático de Reinald, lo que lo hacía muy intenso hacia los demás que no eran su amo.

Reinald apenas le dirigió una mirada.

—Está bien, súbete al carruaje junto a los demás sirvientes —ordenó con indiferencia. Aunque no le prestaba mucha importancia, sabía que todos los que iban a Unmorin debían llevar al menos un sirviente humano—. Y mantén los ojos y oídos abiertos, pero no digas nada —agregó.

El joven ascendió rápidamente, agradecido por la oportunidad de acompañar a su ídolo. Se dirigió hacia el carruaje de los sirvientes, siguiendo las órdenes de Reinald.

Lisander, por su parte, miró a su sirviente Lux y le dio una orden similar.

—Lux, súbete al carruaje de los sirvientes —le dijo, sin mucha ceremonia. Lux obedeció sin decir palabra, subiendo al carruaje designado.

La llegada de Hiroshi, el sirviente de Izumi y también guardia de profesión, trajo un aire de formalidad al grupo. Siempre profesional y atento, además de ser el mayor entre ellos con 37 años, se dirigió al carruaje de los sirvientes, asegurándose de que todo estuviera en orden. Mei le dedicó una sonrisa cálida; Hiroshi era el único en quien realmente confiaba para proteger a su pequeño sirviente Nox, el hermano de Lux.

—Gracias por venir, Hiroshi —dijo Mei, apreciando su presencia tranquilizadora. Con él a su lado, se sentía más segura dejando a Nox en manos de otros mientras estaban de viaje.

El carruaje de los sirvientes pronto se llenó con los ayudantes de cada miembro del grupo. Mientras tanto, los cuatro vampiros se acomodaban en su propio carruaje, preparándose para el largo viaje a Unmorin. Mei, aún contemplando por la ventana, sentía una mezcla de ansiedad y anticipación.

De vuelta en el presente, Mei suspiró mientras sus pensamientos volvían a la realidad. El carruaje avanzaba lentamente, cada sacudida del camino parecía intensificar la tensión entre los pasajeros. Mei miró a Julián de reojo; aunque apreciaba su preocupación, no podía evitar sentirse asfixiada por lo que les depararía el destino.

Reinald, siempre observador, notó la incomodidad de su hermana y decidió intervenir.

—Mei, deberíamos llegar a Unmorin en dos días si todo va bien. Tal vez puedas descansar un poco mientras tanto —sugirió, intentando aliviar la tensión.

Mei asintió, agradecida por la intervención de su hermano. Se reclinó en su asiento, cerrando los ojos brevemente. Sabía que el viaje a Unmorin no solo era físicamente agotador, sino que también traía consigo la carga de viejos recuerdos y nuevas preocupaciones. Pero por ahora, todo lo que podía hacer era esperar y prepararse para lo que vendría.

Para el tercer día de viaje, ya casi llegábamos al distrito 2. Solo unas cuantas horas más.

—Sería mejor si llegáramos antes del anochecer —pensé. Quise hacer ameno el tiempo, pero no se me ocurría nada—. ¿Qué haría Izumi con algo así? —murmuré, esperando que nadie me hubiera escuchado.

—¿Estás nerviosa, Mei? —me preguntó Lisander. Su tono era amable. Qué raro en él.

—Sí, estoy algo nerviosa. Este es mi primer viaje fuera de mi reino —mentí. Aunque no fue del todo mentira. Al igual que mi hermanita, soy una novicia por ahora.

No sé si fue por lo que dije, pero el ambiente se tornó más ligero. Entre tanto, en el carruaje designado a los sirvientes humanos, el ambiente era más alegre.

El sol del desierto ardía en lo alto del cielo, marcando el comienzo de la travesía en la caravana hacia el distrito 4. Aiden, con su característico desordenado encanto, subió al carruaje principal, ondeando una botella de agua en alto.

—Aquí estamos, compañeros de viaje. Tres o cuatro días de pura diversión bajo el sol implacable —bromeó Aiden, mientras Hiroshi asentía con seriedad, comprobando las provisiones y asegurándose de que todo estuviera en orden.

En el asiento contiguo, Nox, el joven encantador, entonaba suavemente una melodía, tratando de aligerar el espíritu del grupo. Elena, su hermana, observaba en silencio desde su rincón, evaluando cada movimiento y palabra compartida entre los sirvientes.

Las jornadas se sucedían, cada una más calurosa que la anterior. Aiden, siempre el animador, narraba historias de la familia real, intentando arrancar sonrisas a sus compañeros de viaje. Nox, con su guitarra improvisada, acompañaba las historias con melodías que flotaban en el aire caliente del desierto.

Las noches en la caravana eran momentos de relativa calma. Bajo un manto de estrellas, Hiroshi, el observador, se aseguraba de que todos estuvieran a salvo. Elena aprovechaba la oscuridad para pensar estrategias discretas para sus planes a futuro.

En contraste, su hermano el soñador, tarareaba canciones suaves, compartiendo su visión de un mundo donde humanos y vampiros podían coexistir. Mientras tanto, Aiden se sumergía en bromas y chistes sarcásticos, creando una atmósfera ligera en medio del silencioso desierto.

La travesía por el ardiente desierto no solo desafiaba a los sirvientes físicamente, sino mentalmente. Más que nada, por quienes eran sus amos. Aiden, Hiroshi, Elena y Nox, , tendrían que enfrentar en algún momento los desafíos de servir y vivir por y para los cuatro vampiros que los habían escogido. Por mientras tendrían que convivir llo que restaba de travesía, con la promesa de un destino incierto en su primer viaje al distrito 2.

El viaje dio un giro de lo calmado que se encontraba a una conversación, aunque delicada, inevitablemente se dirigía hacia un tema que pesaba en la mente de todos.

Aiden, tratando de romper la tensión, lanzó una de sus bromas sarcásticas:

—Bueno, señores y señorita, ¿alguna vez se han preguntado cuánto tiempo nos dejarían nuestros amos antes de decidir que somos un festín digno?

Nox, con su carácter dulce, respondió con una sonrisa:

—Espero que nunca lleguemos a ese punto. Tal vez, si logramos ganarnos su aprecio, no verán la necesidad de hacerlo.

Elena, añadiendo con seriedad:

—La realidad es que somos simples sirvientes, una fuente de alimento conveniente. Debemos ser cautelosos y asegurarnos de ser valiosos en otros aspectos para mantener nuestra utilidad.

Hiroshi, observador y reservado, finalmente habló:

—Estoy de acuerdo con Elena. Nuestra supervivencia en este mundo depende de ser más que simples vasos de sangre. Debemos encontrar maneras de ser indispensables.

La conversación, aunque incómoda, reflejaba la realidad que enfrentaban como sirvientes en este mundo donde su palabra no existía en el  mundo  que habían creado los vampiros. Mientras el ardiente desierto se extendía a su alrededor, los compañeros de viaje  compartían sus pensamientos, conscientes de que su destino estaba inextricablemente ligado al capricho de sus amos.

Arian, quien había permanecido en silencio todo el rato, sabía que todo lo que habían hablado era cierto. Como humanos, tenían que ser diligentes y respetuosos, pero él sabía que había más. Si hay13 distritos, debe haber en algún lado vampiros que no solo los vean como sirvientes. No imaginó que encontraría vampiros peores en todos los aspectos. Él seguía en su pequeño mundo, siendo custodiado por sus buenos amos.



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