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capitulo 22.- Descanso

La junta de hoy abordó los temas habituales: mi boda, el inminente anuncio de mi verdadera identidad como reina a los demás distritos y, para complicar aún más las cosas, la reaparición de los ángeles. Nadie esperaba este último punto, pero estoy seguro de que Earisol podría haber previsto lo que sucedería. Es solo una suposición mía, pero estoy convencido de que ella sabe más de lo que nos dice. He aprendido a no exigirle explicaciones. Con su habilidad extrasensorial y su condición de oráculo, aunque sea humana, ha vivido más que yo. Aunque siempre conserva esa encantadora sonrisa en su joven rostro, creo que en su interior alberga el alma de alguien que ha vivido mucho, lo que la convierte en la segunda consejera religiosa y en uno de los pilares del reino.

Saliendo de la iglesia, murmuré para mí misma:

—No puedo creer que haya aceptado esto... ¿Qué estaba pensando?

Izumi alcanzó a su señora tras verla salir apresuradamente de la junta. Notó que estaba murmurando con las cejas fruncidas; Parecía que la habían hecho enojar. Con delicadeza, le preguntó:

—Todo bien?

—Es sobre el viaje —suspiré—. Los gemelos y algunos otros sugirieron que Lisander debería venir con nosotros, además de Julián. No sé cómo manejaré eso.

—Entiendo. Pero no te preocupes, estaré allí para ti. Juntos podemos evitar cualquier conflicto.

—Gracias, Izumi. —La vi sonreír por primera vez en el día—. Al menos con mi hermano y tú a mi lado, dudo que Lisander se atreva a algo, especialmente frente a Julián.

—Confía en nosotros. No permitiremos que nada te perturbe. —Izumi colocó su mano en mi hombro en señal de apoyo.

Al seguir avanzando por la calle, fijé la mirada hacia el cielo.

—Solo me pregunto... ¿cómo terminó en medio de estos pretendientes a la vez?

Ahora disponía de al menos medio día para arreglar mis asuntos y desde junto a mi futuro esposo, Izumi, Reinald y Lisander. Sin embargo, no solo me molestaba tener que llevar a mi ex, sino también el repentino cambio de horario. Pero lo que más me irritaba era la idea de llevar también a nuestros sirvientes humanos. Apenas comprenden lo que significa ser nuestros iguales en sangre. Algunos los ven como si fueran perros o mascotas que simplemente obedecerán nuestras órdenes fielmente. Pensé que había erradicado esa mentalidad del reino.

— ¿Cómo pueden obligarnos a hacer eso? ¿Acaso han olvidado la mentira que les hemos estado diciendo a los representantes de otras naciones acerca del trato a los humanos? Si los llevamos ahora, no podremos soportar el trato que reciben los de su especie en otros distritos. Es inhumano. —Dejé que algo de mi enojo saliera.

—No puedo seguir llevando esta carga indefinidamente —murmuré en la antigua lengua de los vampiros. Sabía que nadie más entendería lo que decía. Por algo es una lengua muerta.

Con el tiempo, avisé a Julián e Izumi del cambio de horario. Ellos se encargarán de informar a sus respectivos acompañantes. Eso me hizo recordar que aún no he conocido al compañero de Julián.

—Bueno, solo falta encontrar a Lisander.

Me encontraba caminando por cada pasillo del castillo, preguntando ansiosamente a los guardias que se encontraban en mi camino, escudriñando cada rincón en busca de cualquier indicio de su presencia.

— ¿Dónde estás, maldito? Siempre aparecías cuando menos te quería ver.

Después de una hora de búsqueda infructuosa, decidí retirarme y relajarme. Por eso no quería que estuviera cerca; Cada vez que me lo encuentro, me pongo muy inquieta y estresada. Decidí liberar mi estrés con magia, una que no había practicado en mucho tiempo. Para evitar miradas indiscretas, me dirigí al pequeño jardín oculto que tengo cerca de la biblioteca. Bueno, ya no tan secreto, pues sé que Tiara viene aquí a estudiar.

Me senté en el pasto. Cuando era niña, disfrutaba de la magia. A pesar de haber nacido humana, como todos mis ancestros, una segunda maldición de nuestra madre, desperté mis poderes mágicos antes de tiempo cuando tenía 11 años. Pensé que solo se revelarían después de mi transformación. Cada vez que estaba sola, dejaba volar mi imaginación. Entre los cienos de árboles y pájaros a mi alrededor, fluía mi magia en pequeños destellos rojos, como hilos que salían de mis manos. Aunque no entendía completamente lo que hacía, esos hilos tomaban forma, creando figuras, destellos y trucos. Lo que imaginaba se materializaba. Sabía perfectamente qué hacer, incluso sin comprenderlo del todo.

—Parece que se cansó de buscarme —dijo Lisander, observando desde lejos—. Estaba al tanto de que me buscaba, pero es divertido verla hacer todo por encontrarme.

Al pasar el rato viéndola, no noté el tiempo pasar. De un momento a otro la perdí de vista, cuando ahora yo la busqué, la encontré en el jardín pequeño del castillo. Ella se encontraba jugando. Viéndola mover las manos de un lado a otro, teniendo los ojos cerrados, estaba concentrada. Recordé cuando ambos éramos niños; en una ocasión la vi hacer algo similar. Ella se veía tan feliz y libre.

Sabía lo que venía.

Ella seguía moviendo sus manos; De repente sentí como si el tiempo se hubiera detenido. Cuando miré alrededor, todo sonido o movimiento estaba sereno y tranquilo. Aun así, podía moverme ligeramente; no puedo decir lo mismo del ave que pasaba cerca de mí o de cualquiera que estuviera cerca del jardín. Cuando centré mi mirada de nuevo en ella, los movimientos de sus manos habían cambiado. Al mismo tiempo parecía recitar algo que no lograba escuchar, pero sus diminutos labios se movían, como cantando una canción que no podía ser escuchada por nadie más que ella. Las copas de los árboles cercanos a ella se mecían ligeramente, el aire empezó a silbar, y las hojas hacían un bello sonido al frotarse unas con otras.

Al momento siguiente, sus manos volvieron a cambiar de dirección. No sabía qué hacía, y aún así me quedó viendo embelesado como la primera vez. Del pasto cercano empezaron a desprenderse gotas de agua cristalina. Cada gota fue acercándose mientras flotaban al centro de donde se encontraba Mei. Cuando se juntaron las suficientes para formar ocho pequeñas burbujas, cada una se colocó en forma de un octágono alrededor de ella y tomaron una forma más sólida, como espejos. Una gotita que no había visto entrar a las burbujas se quedó quieta frente a Mei. Ella, con su dedo, guió a la gotita hasta cada espejo, haciéndola rebotar como una pelota. Cada que impactaba en un espejo, escuchaba una nota diferente. La escena que presenciaba era magnífica: un pequeño recital con una voz que no se escuchaba, y una bella melodía con gotas de agua a la luz del día.

Y bajo este sol, en este lugar secreto, volvió a sentir una emoción que creí perdida. Volver a presenciar lo bella y talentosa que es mi prometida. Nadie más la vería. Nadie más sabría. Solo un bello secreto entre ella y yo.

—Me ha vuelto a enamorar —murmuré.

Decidido a salir de mi escondite, solo un paso hizo falta para que ella mirara en mi dirección. La música paró y el agua cayó. Solo quedó el tierno sonrojo de su rostro.

—Lo siento, yo...

—¿Me buscabas? —Me acerqué de un poco a ella, interrumpiendo su disculpa que no era necesaria.

No sé en qué pensaba cuando decidí que era buena idea jugar como una niña mientras lo buscaba. Ahora veo que no fue una buena idea. Estaba tan relajado que no me di cuenta cuándo llegó o si acaba de llegar. ¿Qué tanto me vio haciendo? Y es la segunda vez que me atrapa así. ¿Cómo puedo estar tan descuidada?

—Sí, claro, te buscaba. Yo... no puede ser, hasta me olvido de por qué lo buscaba. ¿Qué me pasa hoy?

—Tranquila, así como otra vez, guardaré tu secreto —dijo, haciendo la señal de silencio con su mano mientras me veía detenidamente.

Siendo una reina a mi edad, ¿cómo pude, por segunda vez, dejar que él me viera en un estado tan infantil y vulnerable, y cerca de casarme con otro que no es él?

—Gracias —alcancé a decir antes de recordar por qué lo buscaba—. ¿Dónde estabas?

Logré mantener la compostura que había perdido al hacer tal acto de magia.

—Te estuve buscando desde hace rato. Rápido. —Lo tomé de su manga, esperando que me siguiera—. Perdemos el tiempo aquí, debemos apurarnos a tener todo listo para la salida.

Él no expresó nada más, me permitió conducirlo por el castillo hasta que encontré a Reinald y a Julián y les expliqué que había tenido un retraso, pero ya estaba lista. junto con ellos se encontraba izumi  estaban organizando las provisiones.

 Izumi, con su meticulosa atención al detalle, revisaba una lista interminable de artículos, asegurándose de que no faltara nada.

— ¿Todo está en orden? —pregunté, observando los baúles y cofres que se alineaban a lo largo de la pared.

—Casi todo, mi señora —respondió Izumi sin levantar la vista de su lista—. Estoy asegurándome de que tengamos suficiente comida y agua para el viaje, además de algunas medicinas y pociones curativas, por si acaso.

Reinald, por su parte, estaba revisando las armas y armaduras. Aunque esperábamos que el viaje fuera pacífico, no podíamos arriesgarnos a ir desprotegidos.

—He reforzado nuestras defensas —dijo Reinald, mostrándome una espada afilada—. No sabemos qué podemos encontrar en el camino.

Asentí, agradecida por su diligencia.

 Antes de partir para por fin salir de Reddosilva, todos oímos claramente que Lisander me habló:

—Siento haber sido un retraso, mi reina.

No había burlado en sus palabras. Y aunque lo hubiera...

—Esta vez lo dejaré pasar —respondí, mientras seguía a mi hermano ya mi prometido a preparar lo último que faltaba: decirles a los sirvientes que preparen sus cosas para el viaje.



Earisol emergió lentamente de su trance, los últimos ecos de la llamada divina aún resonaban en su mente. En la penumbra de su torre mágica, la claridad de su propósito como maga y oráculo se desplegaba ante ella con urgencia. Los dioses la habían convocado, y la incertidumbre de sus  decisiones la tenían  cautelosa.

.Se recostó sobre el césped, un oasis verde en medio de la caverna que servía como su santuario, un lugar donde la comunicación con los dioses era tan natural como el fluir de los elementos que la rodeaban. Y allí, en ese espacio sagrado, los encontraron cuando sus ojos se acostumbraron a la intensa luz. Una fiesta de té se desplegaba ante ella, una escena que desafiaba la lógica de su entorno. La vasta planicie se extendía infinita, un lienzo de blancura pura, interrumpido solo por una mesa central adornada con gemas y joyas, un espectáculo de opulencia que contrastaba con la simplicidad del mantel que la cubría.

Y allí, en ese lugar perdido en el tiempo y espacio, donde siempre la invitaban a observas ocmo ellos interactuaban hasta que fuera necesario que le hablaran.

La comida y la bebida se ofrecen en abundancia, pero Earisol no pronunció palabra alguna.no probo nada Su caminar era lento, casi ceremonial, mientras se acercaba a la mesa. Un dios de piel azul surgió, su presencia tan imponente como serena, invitándola a ocupar una silla vacía de madera tallada. La maga obedeció, y al hacerlo, las sonrisas de las diosas la recibieron, un gesto que presagiaba el inicio de algo trascendental.

Al volver a su realidad, Earisol se encontró junto a un regalo cruel e irónico. A su lado, habían dejado un tablero de ajedrez, en blanco y negro, con tres piezas dispuestas de manera significativa: la reina roja, un caballo que extrañamente tenía dos colores, y un alfil verde. Se arrodilló frente al tablero, observando las piezas con detenimiento.

La reina roja representaba a Mei, la reina vampiro, El caballo bicolor simbolizaba al príncipe Reinald, con su dualidad y la complejidad de sus decisiones. El alfil verde, por último, correspondía a la pequeña princesa Tiara, cuya conexión con la naturaleza y el equilibrio era fundamental. Earisol sabía lo que significaba esta disposición: la profecía estaba a punto de realizarse. El juego de los dioses había comenzado y empezaban jugando con el destino de estos tres hermanos.

Earisol suspendido. Los dioses habían hablado, y ahora le correspondía a ella mover y observar las piezas.



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