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CAPITULO 15 Arrepentimiento


Mientras cargaba a Nanami de vuelta al palacio, envuelta cuidadosamente en mis brazos, reflexionaba sobre lo que acababa de suceder. Las paredes del pasillo, decoradas con tapices que relataban glorias pasadas, parecían cerrarse sobre mí, intensificando mi urgencia.

Por suerte, no me encontré con ningún guardia mientras la llevaba a mi habitación. La deposité en mi cama, esperando que aguantara.

—Debo concentrarme. Necesito conseguir equipo médico: vendas, sangre, agua... ¿y qué más?

Depositó a Nanami con cuidado sobre la cama. Su mirada se desplazó rápidamente hacia las heridas y, aunque no era médico, sabía que debía actuar rápidamente. Comenzó a rasgar parte de su propia ropa para improvisar vendajes. La tela se desgarró con un sonido tenso, resonando en la habitación silenciosa.

Su mente trabajaba rápido, recordando los rudimentos de primeros auxilios que había aprendido en situaciones similares. Recordó la vez que, siendo niño, su madres lo curo cuando se cayó del árbol del jardín. Aquella vez había sentido el mismo pánico, por parte de su madre. pero también la misma determinación.

Reinald apuraba el paso por los corredores del palacio, con la mente centrada en alcanzar el ala médica y conseguir los medicamentos necesarios para curar a Nanami. Cada uno de sus pasos resonaba en el silencio del pasillo, y podía sentir la urgencia palpitando en cada rincón. Las antorchas en las paredes lanzaban destellos titilantes, creando sombras inquietantes que danzaban con su apresurada marcha. A lo lejos, el eco de sus pasos se mezclaba con el murmullo distante de la actividad en el palacio.

En mi camino hacia el ala médica, me topé con uno.

—Alto —me dijo.

—¿Eh? —Solo lo vi de lado, pero no parecía importante. ¡Ahora no tengo tiempo!

El guardia, como pudo, le respondió a su comandante, la mirada baja en señal de respeto y temor.

—La reina lo ha estado buscando, mi señor. Lo ha estado esperando.

Reinald lo miró con desprecio, no pensó mucho y le dio una orden sin siquiera mirarlo.

—Te doy una orden.

El guardia asintió, sin levantar la vista del suelo, esperando la orden de su comandante y amo.

—No dejes que nadie más que yo entre a mi habitación, ¿entendido? Ni siquiera mi hermana.

El guardia, sorprendido por la orden, no tuvo más opción que seguirla. ¿Cómo podría contradecir la orden de su señor? Aun así, ¿cómo podría ir en contra de su reina si le pidiera entrar?

Reinald conocía su dilema y, aun así, le advirtió:

—Solo cumple mi orden. Sabes bien lo que les pasa a aquellos que me desobedecen.

—Como ordene, mi señor.

Dentro de la habitación, con manos hábiles, comenzó a aplicar primeros auxilios, utilizando parte de su ropa para vendar sus heridas. La bolsa de sangre estaba lista; con cuidado, la conecté a su brazo, iniciando una transfusión para restaurar sus fuerzas.

Mientras el proceso avanzaba, me esforcé por mantener la calma. Una vez asegurada la estabilidad de Nanami, me dirigí a Mei como me habían pedido.

Rápidamente, me dirigí al salón del trono donde me estaría esperando la reina. Cuando llegué, ella estaba observando pensativa la parte del techo como si viera algo más que no estaba ahí.

—Disculpe mi retraso, su majestad —dije sarcásticamente.

Saliendo de sus pensamientos, Mei observó a su hermano menor y le pidió que se acercara.

—Reinald, ven, acércate más.

Lentamente, me acerqué a donde me lo pidieron.

—Reinald, hermano —su voz cambió a una más suave pero igual de firme, como esperando consuelo a sus palabras—, tengo que hablarte de algo que surgió en la última reunión junto a la iglesia.

—La iglesia... —respondí con desdén—. Bueno, habla, aunque yo no tengo nada que ver con esas personas.

—Oh, claro que ahora lo tienes.

—¿De qué se trata, mi reina? —Ese juego de hablar formales entre los dos, ¿hasta cuándo acabaría?somos familia, peronos tratamos casi como desconocidos.

—Verás... —Mei comenzó a hablar lo más bajo posible; aun así, su hermano escuchó todo con gran claridad—. Les comenté de la invitación de coronación, y ellos me señalaron muy fervientemente que necesitaba un esposo para poder asistir.

—¿Qué? —La sorpresa en el rostro de Reinald fue una sorpresa para Mei, que casi nunca veía esa expresión en su hermano. Sintiendo tranquilidad y de mejor humor, continuó hablando.

—Como lo oyes, esos viejos del consejo y la iglesia me quieren con esposo antes de que vaya a la ceremonia.

Volviendo a su cara serena y fría, Reinald le respondió:

—Bien, no veo lo grave.

Mei no quería estar ahí, pero le tenía que decir tarde o temprano:

—Yo te propuse como un candidato a esposo, además de que formalmente me presentaré como la reina del quinto distrito.

—Bien, hermana, eso es algo inesperado —respondí, tratando de mantener mi compostura ante la situación—. ¿Por qué decides proponerme a mí?

Mei miró con seriedad y respondió:

—La iglesia y el consejo querían a alguien de confianza, y pensé que tú serías la mejor opción. Además, sería beneficioso para ambos, ¿no lo crees?

Aunque comprendía la lógica detrás de su elección, no pude evitar sentir una mezcla de sorpresa y preocupación.

—Me has metido en un enredo bastante complicado, Mei. Esto no será fácil de manejar.

La tensión en la conversación se cortó cuando Mei añadió con una sonrisa serena:

—Si lo aceptaron es por mantener la sangre noble de nuestro linaje; es lo que hacemos nosotros, los vampiros.

Aunque entendía la lógica de mantener las apariencias y el linaje, no pude evitar expresar mi preocupación.

—Lo entiendo, Mei, pero consíguete otro candidato. No estoy seguro de querer involucrarme en esto.

Mei, sorprendentemente, se mostró complacida.

—Sí, también pensé eso. —El siguiente candidato es Julián Gushikami —agregó rápidamente. Volteé a ver a Mei; sus ojos mostraban arrepentimiento, o al menos eso parecía.

—No puedes hacer eso —le dije firmemente—. Él es mi amigo.

Mei replicó que, si quería anular eso, yo mismo debía dirigirme a la sede de la iglesia a hablar del tema. Con un tono sarcástico y algo enojado, agregó:

—A ver cuánto tiempo aguantas mientras esos viejos te tienen aprisionado para que aceptes.

Pregunté, algo preocupado, si le habían hecho eso a ella. Rápidamente, deshizo ese rostro.

—Bueno, pero no me arrepiento de lo que dije. Por algo soy la reina. Aun así, ellos se atrevieron a eso. No quiero hablar de eso. Es todo; te puedes retirar. Tengo más cosas de las que encargarme.

Saliendo del salón del trono con más asuntos entre manos, volví rápidamente a mi habitación. La carga de responsabilidades parecía aumentar con cada paso.

Al regresar a la habitación, el guardia confirmó que nadie había intentado acercarse durante mi ausencia y continuó con su patrullaje. Cuando entré, Nanami ya estaba despierta, examinando su entorno con la mirada fija en la ventana.

—Nanami —hablé con cautela.

Al voltear a verme, en sus ojos se reflejaba miedo y tristeza. Lo entendía. Al mirarla, solo sentí vergüenza, miedo e impotencia, arrepentimiento de mis acciones. Evité su mirada, dirigiendo la mía hacia su brazo. Se había arrancado el catéter que le había colocado, dejando un pequeño charco de sangre en la sábana, y su brazo mostraba signos de moratones. Había tirado con fuerza.

Intenté acercarme a ella, pero se alejó y caminó hacia la ventana. Ahí comprendí: me odiaba.

Aunque no tengo todas las memorias de cuando no soy yo mismo, quería preguntarle a Nanami. Su estado me asustó mucho, y quería comprender lo que había sucedido. Pensaba en aquel que la hirió: "Reisel, ¿qué has hecho?"

—Nanami —pregunté, tratando de acercarme un poco más. No quería asustarla.

—Aléjese, por favor, Su Majestad Reinald —respondió con una voz vacía, fría, distante y extrañamente sin odio. Aunque no me alejé, pensé que lo que estaba a punto de hacer podría distanciarnos de la verdad. "Sí, estoy de acuerdo, al menos ellos nos deben respeto", escuché en mi mente, una voz profunda que estaba de acuerdo con lo que estaba por suceder.

Utilicé mi voz hipnótica por primera vez.

—Acércate, muchacha —le ordené, y ella se movió de inmediato hacia mí. Intenté acariciar su rostro, pero me detuve. Simplemente seguí ordenándole—: Mírame a la cara y dime por qué te encuentras así, y no omitas nada.

Nanami sintió como si una barrera dentro de ella se rompiera, y las palabras comenzaron a fluir sin control.

-Fue... intenso, ¿no lo crees? Cuando estabas persiguiéndome, sentí una mezcla de emociones: miedo, adrenalina, pero también una extraña conexión. Parecía que algo más estaba sucediendo, algo que no podía comprender del todo en ese momento.

Cuando estabas sobre mí, luchando, sentí un cambio en ti. Tus ojos... perdieron su brillo habitual, y hubo una ferocidad en tu mirada que me hizo temer por mi vida. No eras el Reinald que conozco, el amigo que siempre ha estado a mi lado. Fue como si alguien más estuviera controlando tu cuerpo, como si estuvieras atrapado en una batalla interna que no podías ganar.

A pesar de todo, sé que seguías siendo tú en algún nivel. Hubo momentos, breves destellos, en los que pude ver tu verdadero yo luchando por salir a la superficie. Y cuando finalmente me llevaste de vuelta al castillo, sentí tu determinación, tu deseo de protegerme a cualquier costo.

 "No entiendo por qué me siento así. Las heridas están sanando muy rápido. Mi familia siempre habló de leyendas, de una antigua maldición o bendición que nos curaba rápidamente. Pensé que eran solo historias, pero ahora..."

Las palabras se derramaban de sus labios, su mente intentando procesar la información que compartía. No podía detenerse, la influencia de Reinald era demasiado poderosa. Al final, sus ojos buscaron los de él, buscando alguna señal de comprensión o respuesta.

Reinald permaneció en silencio por un momento, sus pensamientos ocultos detrás de una expresión impenetrable. Finalmente, habló con una voz más suave, pero firme.

—Nada de esto se repetirá, te lo prometo. Solicitaré al guardia que te acompañe hasta la salida del castillo.

Nanami asintió, aliviada pero aún inquieta. No podía confiar en él, pero tenía que salir de allí y buscar respuestas. Cuando el guardia la acompañó fuera del castillo, miró hacia atrás una última vez, sintiendo una mezcla de miedo y determinación. Tenía que descubrir la verdad sobre su familia y la misteriosa curación que estaba experimentando.

Antes de que se fuera, le prometí que nada de lo que había pasado se repetiría y advertí al guardia que no dijera nada de lo que había oído, si es que lo hizo.

Cuando finalmente no la pude ver cerca del castillo, me dirigí a mi lugar habitual de descanso.

Dejé mi habitación en la planta alta del castillo, sintiendo el peso de la noche descender sobre mis hombros mientras descendía por las amplias escaleras de mármol. Pasé por la majestuosa sala del trono, apenas echando un vistazo a su aura de poder silencioso mientras seguía mi camino por los pasillos iluminados por antorchas. El frescor del aire nocturno me recibió al llegar al jardín principal, donde se alzaba majestuoso un antiguo sauce llorón, con sus ramas extendidas como brazos acogedores.

A pesar de la oscuridad que envolvía el lugar, me acerqué al árbol con determinación, guiado por los recuerdos de mi infancia que llamaban desde lo alto. Con agilidad, ascendí por una de las ramas más fuertes y anchas, que recordaba como el refugio donde solía pasar las noches junto a mis amigos. Daniel, Louis y Julian, mis compañeros de travesuras, ahora solo existían en los recuerdos, pero la presencia del sauce llorón aún mantenía viva la esencia de aquellos días llenos de risas y aventuras.

 Me recosté en la rama gruesa del árbol donde solía jugar con mis amigos y cubrí mi rostro con el brazo. Arrepentimiento y tristeza eran lo único que podía sentir; lo demás lo dejaré para después.

Bajo el brillo plateado de la luna, Reinald se sumergió en la nostalgia de su infancia, donde la amistad ofrecía un refugio seguro y la inocencia actuaba como un escudo protector contra las adversidades del mundo. Pero como un eco persistente, la realidad se abalanzaba una vez más sobre él, recordándole que, aunque pudiera encontrar un breve respiro en aquellos recuerdos, los desafíos y responsabilidades inherentes a su posición como príncipe nunca desaparecerían por completo.

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